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Colonización Planetaria (5)

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COLONIZACIÓN PLANETARIA (5). UN ATISBO DE LOS HORRORES POR VENIR.

 

Año 2533. Campamento Deimos. Planeta Automedonte.

 

Strygya jugueteó nerviosamente con su puntero entre sus dedos palmeados mientras miraba su tableta sobre la mesa del laboratorio. Se mordió el labio antes de pronunciar con voz átona:

-Vuelve a pasar la grabación.

El ordenador reconoció la orden verbal y comenzó a reproducir de nuevo la declaración del hombre que Strygya había grabado unas horas antes.

La agitada voz de un joven se dejó oír.

"Dis... disculpe, señora. Estoy un poco... un poco nervioso."

A continuación se escuchó la voz de la hecubiana seguida por la del humano.

"Lo entiendo. Si quiere, continuamos más adel... No, por favor. Quiero terminar con esto. De acuerdo. Dígame su nombre y función en la colonia. Me llamo Koreegan y soy un pastor... er... ya sabe, un bioingeniero encargado del cuidado del ganado del Campamento. Mis funciones son mantenimiento, cruce genético y control de..."

Strygya adelantó con un dedo sobre la holopantalla la grabación, buscando la parte más relevante.

"...Gonzago y yo teníamos esa mañana un recorrido de inspección de los animales del tercer rebaño, en la ladera A456, una de las que contienen pastos catalogados comestibles para los animales, a unos diez kilómetros de Campamento Deimos. Fue entonces cuando nos topamos con un camino mucoso. ¿Camino mucoso? Sí... es como llamamos a esas extrañas sendas de material viscoso que atraviesan la superficie del planeta. Nunca habíamos visto una tan cerca del campamento y nos llamó la atención... Prosiga."

Strygya casi pudo distinguir la anticipación y el interés en su propia voz grabada. Sabía que la clave estaba ahí.

"Deci... decidimos separarnos para seguir la senda en ambas direcciones, yo alejándome de los pastos y Gonzago hacia el norte. Sabíamos que el jefe, el señor Servadac, nos había prohibido la exploración tras las desapariciones, pero, bueno... ¿qué podía suceder? Yo... Con... conforme me iba alejando de allí, el grasiento camino iba volviéndose cada vez más seco hasta que quedó reducido a unas escamas quebradizas y translucidas sobre el terreno polvoriento. Decidí... dar la vuelta sobre mis pasos. Entonces..."

La voz se agitó, nerviosa. Transcurrió un largo intervalo en silencio antes de que la grabación continuase.

 

"¿Quiere que hagamos una pausa? No... yo... Disculpe... Pronto llegué a las colinas que rodeaban los prados... Subí a la cresta de una de ellas y entonces pude verlo... Nunca... nunca en mi vida había... visto... nada parecido..."

La trémula voz del hombre respiró varias veces, como buscando fuerzas.

"Todo el campo estaba repleto de huesos de ganado... Esparcidos entre los brotes de hierba naranja... Estaban... húmedos, relucientes bajo los rayos de los dos soles... cubiertos de hilillos de sustancia mucosa. En el límite... yacía un esqueleto... humano... Entre sus huesos asomaba el cayado eléctrico... el cayado eléctrico de Gonzago..."

La voz angustiada se detuvo unos segundos.

"Entonces... el pánico se apoderó de mí. Me volví y corrí hacia Campamento Deimos. Corrí lo más deprisa que pude... Dios mío... Quince minutos antes... Gonzago y yo hablábamos como usted y yo ahora... Minutos después, le habían arrancado la carne, le habían desollado... Yo... disculpe..."

Strygya detuvo la grabación.

 

 

 

 

 

La conversación con Servadac fue breve y Strygya logró su permiso para explorar la zona del incidente. Partirían dos aerodeslizadores al día siguiente, seis personas en total. La senda mucosa apuntaba al norte, hacia las cercanas cordilleras montañosas. Todo indicaba que allí estaría la clave.

Managarm y Alaksmí habían realizado los preparativos con celeridad, dejando a punto sus temibles servotrajes de combate y sus potentes ametralladoras pesadas. A continuación, habían vuelto a la habitación del complejo en el Campamento que compartían con Strygya y, desnudándose como si no hubiera un mañana, se habían lanzando a copular delante de la hecubiana como animales.

Con una extraña mezcla de incomodidad, sonrojo y calentura, Strygya les observó mientras los escandalosos gritos de la humana invadían el habitáculo-dormitorio. Eran casi aullidos, bramidos de una bestia en celo. Sin poder evitarlo, sintió un cosquilleo en su pubis, seguido de una progresiva y embarazosa humedad. Su parte científica se dijo a sí misma que era imposible. Había estudiado que el hecho de que las especies sintieran atracción sexual hacia otras distintas era altamente improbable. Sería un equivalente a la zoofilia ¿o sería mejor llamarlo xenofilia?, una suerte de perversión. Sin embargo, ella misma podía dar fe de que los instintos no estaban regidos por la razón.

En su camastro, tras el orgasmo, Managarm y Alaksmí se abrazaban, entrelazados y sudorosos. La hembra humana giró su vista hacia la hecubiana y le guiñó un ojo, sonriendo con descaro, antes de susurrar algo al hombre.

Molesta, fingiendo indiferencia, Strygya se levantó y se dirigió hacia la sala de ducha comunal de su ala, sabiendo que las instalaciones estarían vacías por las intempestivas horas de la noche. Intentando no pensar en nada, se despojó de su top negro y de sus braguitas y las arrojó al suelo. ¿Por qué estaba enfadada? Se dijo que sería por el hecho que tantas veces se había repetido a sí misma, como un mantra: Todos a su alrededor eran humanos, la odiada raza que había vencido a la suya en una cruel guerra, que la había deportado de su planeta natal, convirtiéndola en poco menos que una esclava. Pero quizás hubiese algo más, por mucho que lo negase.

Strygya cerró los ojos con placer cuando el agua se estrelló contra su desnudo y pálido cuerpo desde la ducha de la pared. Aunque apenas había mares en la superficie de Automedonte, consecuencia de la exposición a los dos soles de Ofiuco 70, las perforaciones del subsuelo habían encontrado una gran cantidad de aguas subterráneas, lo que había provocado que el preciado líquido dejase de ser un bien escaso. Strygya gimió, extasiada, y sin apenas darse cuenta, una de sus manos palmeadas se deslizó por su suave y resbaladiza piel hasta llegar a los labios de su sexo. Un suspiro brotó de su boca cuando los dedos resbalaron por su encharcada gruta.

Sí, por mucho que lo intentase negar, aquellos dos humanos la excitaban. Y sentía envidia cuando les contemplaba hacer el amor. Strygya imprimió una mayor velocidad a sus dedos, entrando y saliendo de su sexo mientras mordía su labio inferior para no gemir de placer.

-¿Pasándolo bien, princesa?

Strygya casi gritó y resbaló cuando escuchó la voz de Alaksmí. Abrió sus seis ojos y retrocedió asustada hasta chocar contra la pared.

-Yo... yo... qué...

-Tranquila, chica. Hemos venido a hacerte compañía.

La hecubiana les observó, totalmente petrificada. Estaba completamente desnuda, lo que acentuaba su sensación de vulnerabilidad. Ante ella, en la puerta de la ducha, a medio metro escaso, se hallaban los dos humanos, desnudos igualmente. Strygya no pudo evitar contemplar sus magníficos cuerpos, tan parecidos y diferentes a la vez. Musculosos, fornidos, rudos y poderosos.

-No tengas miedo, Strygya. No vamos a hacerte nada que tú no quieras.

-Hemos visto cómo nos miras. Lo estás deseando, ¿verdad?

La mano izquierda de Managarm acarició con una gentileza impropia en un hombre gigantesco y de aspecto tan brutal el hombro de la hecubiana, arrancándola un suspiro.

Strygya creyó morir ahí mismo. Una voz en su cabeza gritaba como loca: "Diosesdiosesdiosesquévergüenzaquévergüenza" mientras que otra susurraba con lascivia: "Menosmalquehandadoelloselpasochicatontaporquetúnuncatehubierasatrevido".

Alaksmí acarició su mejilla con igual delicadeza.

-¿Quién sabe qué pasará mañana, chica? Hay que disfrutar el momento. Puede que sea el último.

Los dos humanos la condujeron fuera de la ducha sin que ella opusiera la menor resistencia. Eran fuertes. La llevaron en volandas como si fuese una pluma y la tendieron sobre una de las camillas del recinto. Los primeros minutos todo fueron caricias y exploraciones. Los humanos parecían fascinados por la piel húmeda y lisa de la hecubiana e incluso Alaksmí susurró a su compañero:

-Joder, qué suave, qué pasada, es como montárselo con un delfín.

Strygya no pudo evitar suspirar de placer. Las manos de los humanos eran rudas y ásperas, pero a la vez las sentía tiernas y delicadas sobre su piel. La hecubiana, a su vez, acarició el pecho y el torso de Managarm. Varios tubos surgían del respirador de su cuello y se internaban en su piel, y su hombro y brazo derecho habían desaparecido para ser reemplazados por prótesis mecánicas. Su cuerpo contaba su historia. Estaba lleno de cicatrices y antiguas heridas horripilantes que hablaban de pasadas batallas ganadas o perdidas. Sus ojos rojos vacíos contemplaban a Strygya, con un silencio sólo roto por su maquinal respiración metálica.

Alaksmí, mientras tanto, sujetó la mano de Strygya entre las suyas y la condujo hasta sus pechos. La hecubiana se quedó embelesada al rozarlos y palparlos con suavidad. Pero la humana deseaba menos delicadeza y más fuerza, por lo que cerró la mano de la alienígena sobre sus senos, amasándolos y magreándolos. Los dedos rozaron los puntiagudos pezones, que parecieron endurecerse aún más. Strygya no tuvo que preguntarse si lo hacía bien, la sonrisa del rostro tatuado como una calavera le confirmó que la humana estaba gozando de placer.

El pulso de Strygya estaba acelerado y parecía que su corazón iba a salirse de su liso pecho. Estaba tensa, pero a la vez, disfrutando enormemente de lo que lo que aquellos humanos hacían con ella.

-¿Te gusta, Strygya?

La hecubiana, incapaz de hablar, sólo pudo asentir con la cabeza, dejándose llevar.

Los labios de Alaksmí se cerraron sobre los suyos. A renglón seguido, la lengua de la humana rozaba la comisura de su boca hasta introducirse finalmente en ella y explorar las húmedas cavidades de su interior. Su sabor era extraño. Strygya cerró los ojos mientras sintió las cuatro manos recorriendo su cuerpo, ahogando un gemido y respondiendo con avidez a aquel húmedo beso.

Atrás quedaban los pensamientos de que se trataba de dos enemigos, dos malditos humanos despreciables. La vocecilla que le reprochaba lo que estaba haciendo sonó cada vez más minúscula hasta hacerse completamente inaudible. La respiración de la hecubiana se aceleraba y casi emitió un ronco gemido de placer cuando sintió los labios de Alaksmí descender por su plano estómago sin ombligo. La humana sacó ostensiblemente la lengua y lamió la piel, como si estuviera catando un exótico manjar. Strygya se retorció de placer, más excitada de lo que nunca hubiera estado.

Con agónica lentitud, la lengua de Alaksmí se deslizó hasta la húmeda entrepierna de Strygya, quien no pudo sino gemir lastimeramente, luchando contra el impulso de agarrar a la mujer por la coleta para aplastarla contra su encharcado sexo.

La intensa mirada de Alaskmí se juntó con la de los múltiples ojos negros de Strygya.

-Estás empapada. Estás realmente cachonda, ¿eh, hecubiana?

Un rubor azulado cubrió sus mejillas, mientras Strygya apretaba los dientes para no gritar mientras la frenética lengua de la humana recorría todo su sexo.

-¿A qué sabe?

-Es... raro...

Strygya tuvo miedo de que su sabor le resultase desagradable y se medio incorporó, esperando ver una mueca de repugnancia en el rostro de Alaksmí. Pero ésta, sonriendo, empujó con una mano a la alienígena para que volviese a tumbarse, y continuó su agitada lamida, devorando con furia aquel coño, gruñendo, su rostro embadurnado de los efluvios del sexo de Strygya.

De pronto, se detuvo. Strygya casi gritó por la frustración. Alaksmí miraba con lujuria el enorme y venoso falo de Managarm, erecto como un mástil a escasos centímetros de ellas. Los ojos de la humana se giraron libidinosamente hacia ella.

-Hora de catar un buen rabo humano, chica.

Strygya se asustó. Aquella cosa era enorme. Si se lo metía dentro de su cuerpo la reventaría por dentro. La humana sujetó la gruesa verga, moviendo lentamente la mano arriba y abajo. La hecubiana tembló.

-Es... es demasiado grande.

-Tranquila, Strygya, no te haré daño.

Managarm esperó pacientemente. La hecubiana creyó distinguir en los fríos ojos rojos de la máscara del humano miles de sentimientos: fascinación, lujuria, cariño, excitación... ¿O quizás fuesen sólo un reflejo de los suyos propios? Durante un momento, recordó la violencia con la que el humano había poseído a Alaksmí y tuvo miedo. Al momento siguiente, Strygya quería que la poseyera, quería arañar su espalda, gemir, hacerle gozar con su cuerpo, oír su metálica respiración jadeante, sentir su dureza, su calor, su cuerpo en el suyo...

Strygya no reconoció su propia voz. Un gruñido enronquecido por el deseo.

-Adelante.

Strygya no podía apartar la vista del hipnótico falo de Managarm, que parecía pulsar y latir, subiendo y bajando por la excitada respiración. La punta relucía, de un color oscuro, parecía a punto de reventar.

La hecubiana notó cómo las recias manos del humano se apoderaban de su muslo y cadera mientras, lentamente, Managarm posaba su verga en los húmedos labios de su vagina y comenzaba a penetrarla.

-Unnnggghhh... -Un quejido, parte dolor, parte placer, brotó de la garganta de Strygya.

Respiró profundamente mientras el cuerpo del humano se aproximó a ella, hundiendo su estoque en sus entrañas. Y le notaba húmedo. Y le notaba caliente. Y Strygya cerró los ojos, moviendo las caderas, retorciéndose, notándose llena por el falo en su interior, sintiendo como si se partiera. Se ruborizó, su clítoris creció, sus labios se humedecieron, se hincharon, palpitaron... explotaron. El movimiento era suave y lento y pareció acelerarse más y más. Strygya sentía, mientras, las manos de Alaksmí recorriendo su sudado cuerpo.

La alienígena notó cómo una ardiente ola de fuego la recorría. Gritó mientras echaba su cabeza hacia atrás, doblándose cómo una rama a punto de partirse. Sus piernas vibraron. Rígida, su cuerpo se elevó por la zona pélvica, con su cabeza y tobillos como apoyo contra el suelo. Todavía con Managarm en su interior, llegó el orgasmo. Un fuego líquido que recorrió sus entrañas como olas ardientes, una tras otra. Tan fuerte que las sacudidas levantaron el cuerpo del humano sobre ella, provocando que éste saliese de su interior y, desequilibrado, cayera el suelo, mientras, a la vez, eyaculaba.

-¡Joder!

Intentando recuperar el resuello, como un pez boqueante fuera del agua, Strygya apenas escuchó las risas de Alaksmí.

-Mira la mosquita muerta, lo débil que parecía y se ha corrido tan fuerte que te ha tirado.

Los dos humanos condujeron a la semidesmayada Strygya hasta los dormitorios, donde, para desmayo de la hecubiana, continuaron durante bastante tiempo la contienda amorosa. Strygya quedó finalmente dormida, felizmente cansada, entrelazada en medio de los dos humanos, empapados los desnudos cuerpos de sudor y efluvios.

 

 

 

 

Strygya abrió los ojos. Estaba sola.

Estaba desorientada, hasta el punto de no saber dónde se encontraba. La atmósfera era extrañamente familiar, aunque era imposible, se dijo a sí misma. El crepúsculo debía estar cercano, y los últimos rayos de sol arrancaban tonalidades verdes al océano. Al ir a dar un paso, sintió la arena de la playa bajo sus pies. El olor del mar inundó las fosas nasales de Strygya y una agradable humedad ambiental la envolvió.

-¿He... Hécuba?

Sonriendo feliz, sin detenerse a pensar que era imposible que se durmiera en un planeta para despertarse en otro a decenas de años luz, se lanzó hacia las olas, sintiendo con placer cómo se estrellaban contra su desnudo cuerpo. Durante largos minutos nadó con libertad, creyendo morir de alegría.

Cuando por fin llegó hasta la orilla, disfrutó de la sensación de las gotas resbalando por su lisa piel. Fue entonces cuando vislumbró en la penumbra de la puesta de sol las figuras encapuchadas en la ribera de la playa. Parecían ser siete hecubianos a juzgar por su elevada estatura, pero su rostro permanecía oculto tras aquellos oscuros hábitos. Se mantenían inmóviles, como si esperasen algo.

Con aprensión, Strygya se dirigió hacia aquellos misteriosos desconocidos. Tras ellos, la familiar figura de Ciudad Virago, con sus cúpulas transparentes, parcialmente sumergida en el océano: en la superficie, la maquinaria, en la parte sumergida, más cálida y fresca, las residencias de sus moradores.

Cuando estuvo a una distancia suficiente para que su vista discerniera a las figuras, Strygya escuchó la voz de aquellas personas, dirigiéndose a ella. Parecían estar ataviados con el atuendo ceremonial de los Altos Magistrados, los jueces que impartían justicia en Hécuba.

-Strygya Sibelus, estás aquí para ser juzgada y llegar a un veredicto por tus crímenes contra el pueblo, por traición a Hécuba, por confraternización con el enemigo. ¿Cómo consideran a la acusada mis semejantes?

-Traidora.

Un puñal de hielo se clavó en el corazón de Strygya cuando escuchó la familiar voz del encapuchado que acababa de hablar.

-¿M... mamá?

Quiso avanzar, moverse, huir, pero se encontraba paralizada. Otras voces siguieron hablando una tras otra, en una lúgubre sucesión.

-Traidora.

-Traidora.

-Po... por favo... por favor... yo... no...

-Traidora.

-Traidora.

Las piernas de Strygya no pudieron sostenerla y se doblaron por las dos articulaciones de sus rodillas. Sus seis ojos negros se llenaron de lágrimas y su voz se quebró en sollozos.

-Yo... yo no quería...

-Traidora.

La última persona encapuchada permaneció en silencio mientras se quitaba lentamente la capucha. A pesar de las lágrimas que enturbiaban su visión, Strygya la pudo reconocer sin dificultad.

-¿Khrysal? Por favor... tú no...

La voz de la muchacha frente a ella se tiñó de un desprecio insoportable.

-Traidora.

 

 

 

 

Strygya se despertó gritando.