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Colonización Planetaria (7)

en Grandes Series

COLONIZACIÓN PLANETARIA (7). PREPARATIVOS ANTES DEL ATAQUE.

 

Año 2533. Campamento Deimos. Planeta Automedonte.

 

La mano de Strygya todavía temblaba mientras tecleaba en la holopantalla. Debía calmarse, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Los recuerdos todavía estaban presentes en su cabeza. Los gritos, los disparos, la visión de aquel espantoso ser. El terror que la paralizó. 

Aquella misma tarde se había celebrado una reunión para decidir cómo combatir la amenaza a la supervivencia de la colonia. Strygya, intentando serenar su voz sin dejar traslucir el miedo que sentía, comentó sus impresiones al expectante grupo de humanos.

 Anélidos. Platelmintos. Gusanos. Una variedad increíblemente grande, como ella nunca había visto. Emitían algún tipo de radiación que, probablemente, tuviese algo que ver con su fantástico poder de regeneración. Las balas de las potentes ametralladoras de los soldados humanos habían penetrado su carne, cerrándose instantáneamente sin hacer el más mínimo daño.

Las expresiones en los rostros de los atemorizados humanos hicieron pensar a la hecubiana que contaban con ella. Que dependían de ella. Fue un atisbo de esperanza, sentirse parte del grupo, saber que era una más.

Luego, la cruda realidad volvió a ocupar su mente.

Los gusanos azules parecían vivir en nidos, guaridas de tres o más ejemplares. Eran voraces, sin duda. Las desapariciones iniciales de los colonos y de buena parte del ganado lo atestiguaban. Si un grupo de gusanos cazadores llegaba hasta el campamento, Strygya no tenía ninguna duda de lo que sucedería.

Frente a su ordenador, volvió a repasar sus datos.

Todavía era pronto para saber cómo enfrentarse a aquellos gusanos. Lo prioritario en ese momento era que todos los aerodeslizadores partieran de la base para determinar el número y distribución de las espantosas criaturas. El resto de personal debía encargarse de construir defensas improvisadas. La hecubiana apuntó que la más eficaz probablemente fuesen vallas de alto voltaje.

¿Resistirían?

Strygya lo dudaba. Sólo servirían para retrasarlos momentáneamente. Ella los había contemplado, había visto su tamaño, había llegado a tocar uno de ellos. Había visto alzarse al monstruo, le había escuchado bramar y lanzarse a por ellos. Había escuchado los gritos de Managarm y de Bryden. Y aquel espantoso sonido de succión.

Y ella sólo había podido permanecer paralizada, meándose encima de miedo. Los gritos de terror de los humanos todavía resonaban en su cabeza. Quizás... Quizás si hubiera podido reaccionar y correr, no hubiera... Bryden, en la confusión, debía haber tropezado. Si Alaksmí no hubiera tenido que cargar con ella, quizás podría haberle ayudado a incorporarse. Si no se hubiera quedado petrificada de terror como una cobarde, Managarm no hubiera tenido que quedar atrás sacrificándose para cubrirlas y darles los preciosos segundos que permitieron que Alaksmí y ella salvasen la vida.

Las lágrimas comenzaron a resbalar de sus ojos.

Si no se hubiera quedado paralizada...

Strygya casi gritó cuando una mano se posó sobre su hombro. Se giró asustada. Una mujer alta y nervuda, con el rostro tatuado en una espantosa calavera la observaba con expresión indescifrable.

-¡Alaksmí! No te he oído... Me has asustado...

La mujer permaneció en silencio durante un buen rato.

-Vengo a disculparme. No debí hablarte así, en el aerodeslizador.

Strygya apartó la mirada.

-No... era cierto lo que dijiste... fue culpa mía. Si no me hubiera quedado paralizada... Managarm no...

-Managarm murió como un valiente. -La interrumpió Alaksmí. -Morir haciendo lo que uno quiere es una buena muerte... Una muerte honorable...

La voz de Alaksmí tembló y se quebró en sollozos.

-Qué estupidez... Honor en la batalla... Guerras gloriosas... Es todo mentira. Es todo una mierda. Cuando llega el momento, en tu primera batalla, tienes tanto miedo que te cagas encima. Te olvidas de los discursos de tus superiores diciéndote que toda la humanidad depende de ti. Tienes demasiado miedo para moverte, mientras las balas y los láseres zumban por encima de tu cabeza. Lloras como una niña pequeña mientras ves cómo alcanzan a tus camaradas...

-Alaksmí...

-Ya no me acuerdo de su nombre. Mi primera compañera de barracón. Teníamos la misma edad, éramos casi niñas. Fue en la campaña de Próxima, una jodida picadora de carne. La bala le dio bien, a mi compañera, le perforó el casco pero no la mató. Quería ayudarla, ir hacia ella, pero no me atrevía a moverme, todo a mi alrededor eran disparos y explosiones. Ella gritaba, se revolvía espasmódicamente en el suelo, los ojos en blanco, convulsionándose como una posesa. ¡Joder, hasta se le veían los sesos a través del casco! Debía ayudarla, pero no me podía mover. Yo sólo pude gritar y llorar, con toda la cara cubierta de mocos, sangre y lágrimas. La guerra es una puta mierda, eso es lo que es. Lo único bueno que tienes es a tus compañeros, como a Managarm, y cuando mueren...

Strygya abrazó a la humana.

-Alaksmí, por favor, no te tortures más. ¿Recuerdas lo que decía Managarm? Que los dioses se llevaban a los mejores para estar con ellos. Quizás....

-¡Que les jodan a los dioses! Mi madre decía que si una miraba su propio corazón, podías sentir la cálida presencia de los bondadosos dioses que cuidaban y vigilaban a los mortales. ¡Ja! Si uno escucha lo suficiente, puede oír cómo resuenan sus carcajadas crueles e insaciables, contemplando nuestro sufrimiento para regodearse y divertirse. ¡Que les jodan!

Alaksmí no intentó apartar a Strygya. La hecubiana siguió abrazando a la humana, mientras depositaba besos en su mejilla, sintiendo el salado sabor de sus lágrimas. La voz de la humana era amarga.

-Nada tiene sentido.

-Debemos ayudar a la colonia. Debemos ser fuertes. Nos necesitan.

La mujer se rio sin humor.

-Tiene gracia. No eres humana. Eres una extraterrestre que incluso tiene motivos para odiar a los humanos, y te preocupas por nosotros. ¿Sabes, Strygya? Eres una tia de puta madre. Te envidio.

Strygya no supo qué decir. Volvió a besar a Alaksmí, pero ésta se había movido. Los labios de ambas mujeres se encontraron. Ninguna de las dos se apartó.

Puede que fuese el peligro inminente, la cercanía de la muerte en la cueva hacía poco más de doce horas, pero Strygya respondió al húmedo beso. La hecubiana se halló sumida en un deseo casi doloroso. Sólo era consciente de la cercanía del cuerpo de la humana. De sus fibrosos músculos, de sus menudos pechos, su cuello, sus hermosos ojos. La vida era corta, sí. La muerte les había golpeado cerca. Quizás aquella fuese la última noche.

Alaksmí besó a la hecubiana, mientras ésta sonreía nerviosa, casi asustada. Susurró a su oído, mientras recorría con un dedo su pálido rostro.

-Eres hermosa, Strygya.

Los dedos de ambas mujeres exploraron su piel, con suavidad y precaución, como si temiesen hacerse daño. Se rozaron suavemente, se besaron cada centímetro de sus cuerpos, jadeantes, anhelantes.

Las dos mujeres, una humana, otra hecubiana, se desnudaron con rapidez. Apenas les dio tiempo a llegar a la cama del habitáculo. Hicieron el amor. Primero lentamente, con delicadeza. Luego con fuerza, como si tuvieran hambre la una de la otra. Se abrazaron con fuerza, restregándose piel contra piel como si ambas mujeres quisieran fundir sus cuerpos en uno solo.

Strygya se mordió el labio para evitar que escaparan sus gemidos, mientras la excitación la volvía loca. Su pecho subía y bajaba rápidamente, como si su corazón quisiera escapar de su cuerpo, su sexo ya completamente encharcado.

La hecubiana cogió los pezones de Alaksmí con fuerza entre sus dedos pulgar e índice, arrancándola un gemido y haciéndola estremecer de placer. A la vez, notó cómo los dedos de la humana se deslizaban por su encharcada gruta con un sonido húmedo. Notaba cómo una corriente eléctrica recorría su cuerpo. Quería cerrar los ojos para sentir más intensamente aquella sensación de placer y, al mismo tiempo, quería observar el excitado rostro de Alaksmí frente a ella.

En un momento dado, se desató el frenesí, como si no tuvieran tiempo, como si el mundo acabase -y quizás fuese así –al día siguiente.

Ambas, desnudas y jadeantes por el deseo, juntaron sus pelvis. Sus húmedos sexos se unieron con un viscoso sonido y se frotaron con vehemencia, con hambre en sus ojos, sujetándose por las caderas.

El clímax llegó rápido. Strygya arqueó la espalda hasta casi romperse, mientras gemía lastimeramente, como un animal herido. Frente a ella, Alaksmí chilló y se sacudió temblorosamente, hasta que ambas quedaron tendidas sobre el camastro.

Recobrando la respiración, quedaron abrazadas, en silencio. La alta gravedad provocaba incomodidad en la hecubiana al no estar acostumbrada. Sentía el el peso de la humana sobre su hombro y brazo, y sabía que al día siguiente, su circulación se resentiría, pero no quiso moverse. Acarició la coleta de Alaksmí, sumida en sus reflexiones hasta que, poco a poco, se hundió en un sueño irregular.

 

Soñó que se hallaba en un acantilado y que perdía pie. Intentando agarrarse a un asidero del borde del precipicio, podía ver bajo sus pies miles de gusanos azules, alzando sus bulbosas cabezas hacia ella, abriendo sus babeantes bocas, gorgoteando su contento esperando que sus fuerzas se agotasen, que perdiera asidero y se precipitase gritando hacia aquel abismo azul.