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Colonización Planetaria (3)

en Grandes Series

COLONIZACIÓN PLANETARIA (3). RITUALES DE APAREAMIENTO.

 

Año 2533. Nave Espacial RST-Clase 3 Cinoscéfalos. Rumbo al Planeta Automedonte.

 

Strygya, sentada en una incómoda silla ante la mesa de su camarote, estudiaba la holopantalla ante ella con atención, intentando no pensar en sus compañeros de estancia, los dos soldados asignados a su protección... o vigilancia.

Al principio, había intentado consolarse pensando que, como xenobiologa, compartir camarote con dos alienígenas, era una ocasión magnífica para poder estudiar sus costumbres. Todo su conocimiento de los humanos, dado que nunca había abandonado -hasta ese momento- Hécuba, su planeta natal, provenía de libros, videos y demás ficheros. Ahora era su oportunidad de estudiarles de cerca, en vivo. Dos segundos después, se arrepentía de su razonamiento. Su simple presencia le provocaba un escalofrío en su espina dorsal.

Echó un rápido vistazo a las dos figuras.

El hombre, Managarm, parecía estar desmontando cuidadosamente su ametralladora, entonando unos lúgubres cánticos en un idioma incomprensible. Strygya, originaria de un mundo donde la religión estaba casi desterrada, tardó en comprender que Managarm estaba adorando a su arma como si fuera algún tipo de reliquia sagrada. Para aquel humano, su armamento no era sólo un instrumento mecánico, sino también religioso, que debía no solo ser mantenido, desmontado, engrasado y revisado sino al que también había que rezar para que funcionase. La hecubiana había oído de mundos humanos que, aislados, habían involucionado a sociedades salvajes y supersticiosas. Quizás, muy probablemente, ese fuese el caso de Managarm.

Alaksmí, la hembra humana, afilaba un cuchillo. Su figura y sus movimientos eran fríos, felinos, precisos, como los de un letal depredador. De pronto, sus ojos se clavaron en los de Strygya, que no pudo evitar desviar la mirada al instante, tragando saliva.

Quizás sus "estudios antropológicos" no fuesen tan buena idea y fuese mejor centrarse en el informe sobre el planeta Automedonte contenido en la tableta que el cabo Daceus le había entregado. Posó sus seis ojos en la holopantalla de nuevo y releyó de nuevo intrigada aquel párrafo que había encontrado horas antes.

"Un extraño fenómeno descubierto en el planeta fue una serie de sendas, ligeramente radioactivas y compuestas de un material viscoso, que corrían por la superficie, a cierta distancia del campamento. Algunos de estos caminos se habían secado y estaban desapareciendo, mientras que otros tenían un aspecto bastante fresco, casi se diría que mucoso. Aunque los colonos los siguieron varios kilómetros, no descubrieron indicios de su procedencia o modelo organizado en su distribución".

Qué curioso. ¿A qué podrían deberse?

Strygya casi chilló sobresaltada cuando una bola de papel se estrelló contra su hombro. Miró sobresaltada en dirección a la litera de donde había provenido el proyectil. Alaksmí sonreía, su rostro tatuado como una calavera con dos ojos que la taladraban.

-¿Algo interesante, hecubiana?

-Mi nombre es Strygya, para tu información.

La humana se encogió de hombros, divertida.

-¿Has descubierto ya a qué vamos a enfrentarnos?

-El informe es vago. Hasta que no podamos realizar una exploración de campo...

-¿Eras una buena xenobióloga en tu planeta?

-Lo era, hasta que los humanos me deportasteis como sierva.

-Diría que noto un cierto rencor en tus palabras. -La sonrisa de calavera de Alaksmí se ensanchó, sin que la hecubiana pudiera saber si su expresión era amenazante o socarrona.

Strygya optó por morderse la lengua. A diferencia del resto de los soldados en su viaje, aquellos dos humanos no la habían puesto la mano encima. Pero aquello podía cambiar si era demasiado sarcástica.

-Sí, era buena. Aprendí de la obra del mejor, de mi padre. -Strygya habló más animada por el recuerdo. -Tras el primer contacto, mi padre fue el primer xenobiólogo de toda Hécuba. Recibió la admiración del resto de científicos y muchos premios académicos. Gracias a él pudimos aprender mucho sobre vuestra raza y...

-Así que era un auténtico cerebrito. -Dijo burlona Alaksmí.

Strygya respiró hondo. ¿Qué demonios estaba haciendo? Había sido una estúpida. Estaba hablando con el enemigo. Humanos. Aquellos seres insensibles, codiciosos y crueles que habían aplastado a su planeta en una terrible guerra, que la habían reclamado a ella como botín de guerra y convertido en una simple esclava a la que explotar.

-No parece que sus conocimientos os sirvieran de mucho cuando empezó la guerra. ¿Qué fue de él?

Strygya tembló de rabia. Aquellos seres eran odiosos y ella estaba hablando con ellos, ayudándoles en sus fines, contribuyendo a que se expandiesen por la galaxia y conquistasen todo a su paso. Se sintió sucia y asquerosa, como una traidora.

-Murió tras la guerra, por la hambruna. Prefirió que sus raciones de racionamiento fuesen para mi madre y para mí. -Strygya levantó el rostro, desafiante. -Mi padre era una buena persona.

-Te creo. -La distorsionada voz mecánica que provino del sintetizador de la garganta de Managarm sorprendió a ambas mujeres, que se giraron hacia él al unísono.

Sus dos ojos rojos circulares y sin vida se posaron en la hecubiana.

-Viendo su destino, así debe ser. Los dioses se llevan pronto, a su lado, a la gente buena, por eso en los mundos sólo perduran los lobos y los monstruos, bajo las órdenes de los demonios. Filósofos y gobernantes te dirán otra cosa, pero esto que te he dicho, comprobarás, si vives lo suficiente, que es la gran verdad que sustenta el universo.

El hombre observó con reverencia el arma antes de depositarla cuidadosamente sobre el catre.

-Y para sobrevivir entre bestias, hay que ser tan terrible y voraz como ellas. No hay otro camino.

Alaksmí se levantó de su camastro y avanzó sinuosa hacia él.

-¿Has visto, Strygya? Nuestro amigo es un auténtico poeta.

La mujer soldado se sentó descaradamente sobre las piernas de Managarm, abrazando su cuello mientras acercaba su rostro tatuado a la máscara metálica del hombre.

-Y además, folla de puta madre...

Strygya se quedó desconcertada, sin saber si había entendido bien. Pero pronto no atinó más que a permanecer contemplando con la boca abierta mientras Alaksmí se quitó su ajustada camiseta blanca por encima de la cabeza, dejando al aire sus menudos pechos.

La hecubiana los observó con curiosidad, deseando tocarlos. Su raza no disponía de ningún tipo de glándulas mamarias dado que eran ovíparos y procreaban mediante huevos. Los senos de la mujer humana eran pequeños, con unos grandes y erectos pezones. Alaksmí sonrió al sentirse observada y, morbosamente, procedió a desabrochar el cinturón, bajar los pantalones de Managarm y liberar su tremenda polla.

Strygya abrió los ojos como platos. La verga del hombre, rozando los veintitrés centímetros, saltó como un resorte y quedó apoyada sobre su estómago.

-Es grande, ¿verdad? ¿Habías visto alguna vez algo así? ¿Gastan los hecubianos herramientas de este calibre?

Strygya tragó saliva y permaneció en silencio, negando torpemente con la cabeza. No, tenía que reconocer que jamás había visto nada parecido en Hécuba.

La mujer de rostro tatuado agarró con firmeza el enorme y venoso falo, primero con una mano, luego con ambas. Movió lenta y firmemente las manos, mientras escupía un par de veces hacia el glande. La respiración metálica de Mangarm pareció entrecortarse, sonando siniestra y antinatural, casi se diría que excitado.

Strygya no salía de su asombro. En tres segundos escasos, los dos humanos habían pasado de conversar sobre las guerras y el sentido de la vida a copular como dos animales en celo, a la vista de ella, sin molestrse siquiera en retirarse a un rincón más íntimo. ¿Era eso lo habitual? ¿Así eran los rituales de apareamiento entre los humanos? Strygya no había creído leer nada parecido en todos sus libros.

Las manos de Alaksmí masturbaban con rapidez al hombre, con un sonido lechoso y viscoso. De pronto, la boca de la mujer dio un par de lametones a la punta del vigoroso falo y fue bajando hasta humedecerla entera y finalmente tragarla hasta casi la mitad. Siguió intentándolo con muchas dificultades. Las venas del cuello de la mujer se hincharon y su piel se enrojeció. La hecubiana pensó que si seguía tragando, la humana moriría asfixiada.

Casi gritando, la mujer soldado sacó la verga de su boca medio ahogada y boqueando, tomando aire, las lágrimas resbalando por su rostro.

-¿Vas a follarme de una vez, cabrón?

El falo de Managarm, viscoso y húmedo, estaba completamente erecto, en todo su esplendor. Sus inexpresivos ojos robóticos parecían contemplar sin ninguna emoción a la mujer. Los de Alaksmí, en cambio, destilaban pura lujuria. Con rapidez, como si le quemasen la piel, la humana se deshizo de sus pantalones, dejando a la vista un sexo con una fina capa de vello oscuro. Mangarm sentó a la mujer a horcajadas sobre su cintura y la dejó caer poco a poco sobre su pene. Hasta que, de pronto, la ensartó completamente en su falo con un violento movimiento de caderas, invadiendo por completo las esponjosas entrañas de Alaksmí.

Sin la menor delicadeza, sujetó a la mujer por sus desnudas caderas, comenzó un movimiento arriba y abajo, en una feroz y frenética cabalgada. La cabeza de Alaskmí cayó para atrás mientras gritaba, Strygya no supo si de dolor o de placer, la saliva escapando de la comisura de sus labios.

-¡Vamos, cabrón, así! ¡Párteme por la mitad, joder!

El sintetizador de voz de Managarm parecía rugir con sonidos inhumanos y bestiales.

Con una fuerza demencial, Mangarm se levantó, sosteniendo a la mujer en vilo y apoyándola contra la pared metálica. Las manos de Alaksmí le abrazaron por el cuello mientras chillaba y era empotrada contra la pared, a la vez que sus piernas se trenzaban en la cintura del hombre.

Los rugidos y sonidos parecieron los bramidos de dos animales hasta que, finalmente, fueron transformados en roncos gemidos y jadeos. Strygya supuso que ambos debían haber llegado al orgasmo. La mujer besó con pasión el metálico rostro del hombre, lamiéndolo a pesar de la ausencia de unos labios convencionales, mientras la fría mano del implante biónico de Mangarm recorría la mejilla de ella, casi con ternura.

Las piernas de Alaksmí temblaban, floja como una muñeca, mientras se dirigía a su catre. Strygya pudo distinguir como un chorretón de semen resbalaba por uno de sus muslos. La hecubiana respiró de nuevo. No fue hasta ese momento que se dio cuenta de que todo ese tiempo había permanecido conteniendo la respiración. Un cosquilleo recorrió su pubis. Los seis ojos de Strygya se abrieron exageradamente de nuevo. No se atrevió a llevar dos dedos hasta su vagina, aunque la humedad que allí sentía le indicó la respuesta a su pregunta. ¿Podía ser...? ¿Podía ser que el acto sexual de aquellos humanos, de aquellas bestias, la hubiera...? ¿...excitado?

Alaksmí se dejó caer pesadamente en su camastro, jadeando, floja y desmadejada como una muñeca a la que han cortado las cuerdas. Su desnudo cuerpo estaba perlado de sudor. El cráneo tatuado en su faz sonreía lascivamente a Strygya.

-Ésta es la gran verdad que sustenta el universo, hecubiana. Nuestras vidas son cortas. Jodidamente cortas. Intenta pasarlo lo mejor posible antes de morir.