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Invasores del Espacio (1)

en No Consentido

El muchacho atravesó la espesa jungla de árboles gigantescos y oscuros. De vez en cuando llegaba a claros que permitían que los rayos del sol acariciaran su desnuda figura musculosa de color del bronce. El sudor pegaba los mechones de negro cabello a su rostro de rasgos duros y agraciados.

 

Miró al claro cielo azul. A pesar de ser pleno día, las tres lunas de Almuric se observaban sin dificultad. Los ancianos  decían que la luna rojiza, la más grande, era la luna de las sensaciones. La amarilla, la mediana, la de las emociones. La blanca, la más pequeña, era la del amor.

 

Se decía que cuando la luna roja y amarilla estaban juntas en el cielo, eso significaba aventura. Cuando aparecían a la vez la roja y la blanca, era época de cambio. Cuando se unían la amarilla y la blanca, significaba un amor apasionado.

 

El muchacho reprimió un escalofrío. Cuando las tres lunas se juntaban en el cielo, significaba sangre.

 

¿Tenía miedo? Sí, podría decirse que Koiran, del poblado de los kothianos, el joven muchacho en tránsito para convertirse en hombre, tenía miedo. Pero no era el temor al enemigo, ni a los terroríficos monstruos que acechaban en el amenazador mundo de Almuric, ni a los peligros sin nombre de las leyendas de los ancianos. Era el miedo al fracaso lo que atenazaba sus entrañas.

 

Toda la aldea confiaba en que pasaría la prueba. No podía defraudarles.

 

Al alcanzar la mayoría de edad, cada muchacho debía acometer en solitario un rito de tránsito que demostraría su madurez, confiriéndole el derecho a ser un hombre de pleno derecho, un guerrero más de la aldea. Sin armas y completamente desnudo, para demostrar su valor, debía traer consigo la cabellera de algún peligroso enemigo al que debería vencer con sus manos desnudas, valiéndose solamente de su fuerza y astucia.

 

¿Qué debería cazar? ¿Tendría el valor de enfrentarse a un carnodonte, el peligroso felino capaz de partir a un hombre por la mitad con sus fauces? ¿Encararse al gran dentado de melena blanca? ¿Sería capaz de mirar a los ojos amarillos de un laitun, los letales reptiles que se deslizaban entre los árboles de la jungla de Almuric? Koiran tembló, intimidado ante la enormidad de su tarea. Pero no fallaría. En la aldea le esperaba Althia, la preciosa Althia. No podía quedar como un cobarde ante ella.

 

Althia y Koiran. Koiran y Althia. Imposible hablar de uno sin hacerlo del otro.

 

Desde pequeños, ambos habían jugado juntos, compartiendo aventuras y travesuras. Aquello no era bien visto en la aldea, una sociedad machista y estratificada en la que el papel de la mujer era relegado a mera recolectora y concubina. Se decía que las mujeres sólo apartaban a los hombres de su deber: la guerra. Koiran no había hecho el menor caso a las tradiciones. Desde que tenía uso de razón se había sentido fascinado por aquella desafiante e independiente gata salvaje de piel canela y cabellos y ojos negros y abrasadores. Con la llegada de la madurez, la amistad dio paso a algo más.

 

Aún sabiendo que debía mantenerse con los sentidos alerta, Koiran no pudo evitar rememorar sus recuerdos de hace unas semanas.

 

-Dentro de dos semanas, tomaré los Ritos de Tránsito. Me convertiré en un hombre, en un guerrero como mi padre y mis hermanos.

 

-A mí me gustas tal y como eres.- Había respondido Althia con voz burlona, mientras le colocaba una flor en el pelo.

 

-¡No te burles! -Algo molesto, Koiran había intentado agarrar a la muchacha por el brazo. Un esfuerzo inútil. Althia era tan ágil como los esquivos felinos de las llanuras. Riendo, la muchacha se apartó con facilidad y se alejó por los bosques sin dejar de mirar a Koiran, quien, maldiciendo, no tuvo más remedio que perseguirla.

 

Pronto la halló, más porque la muchacha quiso que por la velocidad de Koiran.

 

-Eres más rápida que los espíritus de plata de los ríos. Vamos a tener que remediarlo.

 

-Ah, ¿sí? ¿Y qué vas a hacer? -Dijo Althia sonriendo con descaro.

 

-Voy a ponerte un lazo al cuello. Así no escaparás. -Koiran sacó una fina cuerda de su zurrón e hizo una lazada.

 

-¿De verdad? -Althia se acercó, con sus ojos brillando.

 

-Por supuesto.

 

El muchacho colocó el lazo en el cuello de Althia. Por supuesto, estaba tan flojo que a la muchacha le hubiera bastado tirar para liberarse. En vez de ello, Althia avanzó hasta que los cuerpos de ambos muchachos quedaron pegados.

 

-Eres una fierecilla que debe ser domada- Dijo Koiran con severidad. Una erección comenzó a despuntar en su entrepierna, aprisionada contra los muslos de la joven. -Ahora no te separarás de mí y tendrás que hacer todo lo que te diga o te domaré como a un xarniak salvaje.

 

-¿Y qué me ordena mi amo?

 

Koiran casi jadeaba de deseo, su mirada perdida en los negros ojos de Althia.

 

-Podemos empezar por besarnos.

 

Los labios de ambos muchachos se juntaron en un apasionado beso.

 

La inexperiencia de los dos se vio compensada por el deseo y la pasión. La posibilidad de ser descubiertos y castigados por sus mayores no hacía sino añadir excitación.

 

Perdiendo el equilibrio, los dos cayeron al suelo. Althia, con una risilla ahogada, se revolvió y, ágil como un gato, se sentó a horcajadas sobre Koiran. Su voz sonaba enronquecida por el deseo, mientras movía adelante y atrás sus caderas, volviendo loco de deseo al muchacho.

 

-Eres mío... Eres mío y yo soy tuya. Te seguiré al infierno si es preciso.

 

-Siempre estaré contigo. Nunca me separaré de tu lado, Althia.

 

En un movimiento fluido, la mano de Althia liberó su erecta verga, topando directamente con la cara interior de los muslos de ella. El muchacho sentía los pechos de ella aplastados contra él, suaves medias lunas cálidas. Las caderas de Althia proseguían el ligero movimiento de vaivén, hacia delante y hacia atrás, aprisionando su miembro entre sus muslos.

 

Koiran notó la sensación del suave vello sobre su glande, una ligera y resbaladiza humedad. Como por instinto, gimió mientras movió sus caderas. Apenas se dio cuenta de que la había penetrado excepto por un gemido ahogado de la muchacha. Continuaron besándose, mientras Althia cabalgaba sobre sus muslos, gimiendo excitada. La muchacha se movió arriba y abajo, arqueando su espalda como una rama a punto de romperse. Koiran acarició sus generosos pechos mientras creía morir observando cómo la joven mordía su labio inferior para no gritar.

 

Entre jadeos, el orgasmo les sorprendió a ambos. Y ambos dejaron de ser niños.

 

 

 

 

 

 

 

No, Koiran no fallaría. Volvería a Koth con la prueba de su hombría y tomaría a Althia como su compañera.

 

Algo sorprendente le sacó de sus cavilaciones. Le pareció escuchar un lejano rugido en el cielo. Atónito, contempló cómo una gran criatura volaba a gran velocidad acercándose a un claro cercano. Primero pensó en algún tipo de enorme depredador volador. Pronto, desechó la idea mientras un frío escalofrío surcaba su espalda. Las aves no estaban compuestas de hierro. No era un ser vivo, se trataba de un antinatural artefacto volador.

 

Naarianos.

 

Una ira ancestral asaltó al muchacho, mientras escupía y hacía supersticiosamente con los dedos un signo de protección frente a los diablos. Naarianos, seres de otros mundos, invasores que regularmente viajaban desde las estrellas hasta Almuric con la maligna intención de conquistar su mundo, colonizarlo y cazar como alimañas a los hombres y mujeres que allí vivían. Todos los niños de Almuric habían escuchado las historias de aquellos maléficos seres de armaduras negras, criaturas cobardes provistas de objetos mágicos capaces de destruir a distancia al más fuerte de los hombres.

 

Koiran observó cómo la nave se detenía en el cielo, mientras parecía surgir fuego de su parte posterior, y comenzó a descender lentamente hasta terminar posándose sobre el suelo. El muchacho abrió y cerró sus manos nerviosamente, echando en falta una lanza o una espada con la que poder defenderse.

 

¿Qué podía hacer? ¿Debía volver y avisar a su pueblo? ¿Pero y el Rito del Tránsito? Regresar sin el trofeo de un enemigo caído era el mayor deshonor para un kothiano, mucho peor que la muerte. Pero este caso era distinto, ¿no? Se trataba de avisar a la aldea de un terrible peligro que se cernía sobre ellos. ¿Debía huir? Las palabras de su padre resonaron en su cabeza: Aquel que huye y no está dispuesto a pelear es un necio. Aquel que no defiende lo que tiene no merece tenerlo.

 

No. No huiría. Koiran lucharía contra los diablos naarianos para defender a su pueblo. O moriría en el intento.

 

Subido desde las ramas de un árbol, Koiran pudo observar cómo el vientre del monstruo metálico se abría y cinco figuras surgían de sus entrañas. Como en las leyendas, aquellos seres iban ataviados con una armadura negra de los pies a la cabeza, con unos extraños yelmos parecidos a unos espantosos cráneos. Cuatro de ellos sostenían en sus manos unos extraños artilugios de metal. ¿Armas? Probablemente se tratase de aquellos artilugios que, según las leyendas, estaban fabricadas con una impía brujería que paralizaba o mataba a los seres humanos.

 

Una de las figuras pareció dirigirse a las otras y señaló con el dedo hacia la jungla. Koiran supuso que era el líder que les ordenaba asegurar el perímetro. Dos de los naarianos partieron en solitario y se internaron en la jungla.

 

Koiran sonrió. Entrar por separado en la jungla era peligroso, pero aquellos seres parecían no tener miedo a nada. Los diablos eran arrogantes y soberbios, descuidados. Sin duda, consideraban inferiores a unos bárbaros primitivos como los habitantes de Almuric. Aquella arrogancia sería su debilidad si sabía aprovecharla.

 

Rezó una plegaria mentalmente a los dioses. Si consideraban a Koiran digno de ellos, le permitirían cazar a unos de aquellos seres y obtener su cabellera como trofeo.

 

La caza comenzó.

 

 

 

 

 

 

 

Durante más de media hora, el muchacho siguió a uno de los naarianos sigilosamente. No le fue difícil. El naariano  no prestó mucha atención a su alrededor. Como un altanero conquistador, se limitó a caminar engreída y despreocupadamente con aquel armatoste largo y fino de metal parecido a una lanza corta al hombro. Koiran pensó que podía pasar a menos de un metro de aquel descuidado ser sin que éste le descubriera.  El muchacho aprovechó para estudiar al demonio con detenimiento. Era de estatura más baja que él, sacándole el joven más de una cabeza. Debía medir un metro y setenta centímetros y parecía delgado y fibroso bajo aquella ajustada armadura.

 

En un momento dado, aquel ser se detuvo y, dejando su arma apoyada en un árbol, comenzó a quitarse el casco con ambas manos.

 

Koiran no se lo pensó cuando vio su oportunidad. Gritando, se abalanzó contra el naariano. Aquel ser se volvió rápidamente y el muchacho quedó petrificado cuando pudo ver por fin su asustado rostro.

 

Bajo el casco se hallaba un ser humano, de piel más pálida que la suya y cabello rubio hasta los hombros, pero indudablemente humano. Pero lo que verdaderamente le detuvo fue distinguir que aquel naariano era una mujer.

 

Koiran quedó desconcertado, sin saber qué hacer. Las tradiciones de las tribus de Amuric prohibían taxativamente que la mujer se dedicara a la guerra. El arte de la violencia era una tarea dedicada solamente a los varones y era una vergüenza y un deshonor atacar a una mujer. ¿Qué significaba aquello? ¿Era posible que entre aquellos seres humanos de las estrellas las mujeres pudieran ser guerreros al igual que los hombres?

 

Toda su vida había escuchado de sus mayores que las mujeres eran débiles y que su deber como varón y guerrero era cuidarlas y protegerlas. Aquellas creencias se habían tambaleado cuando había conocido a Althia, una mujer  fiera y tan letal con la honda como cualquier hombre. Pero no tuvo tiempo para más cavilaciones.

 

La mujer naariana aprovechó la oportunidad del desconcierto de su adversario. Aferró el palo metálico y una especie de rayo surgió de él, alcanzando al confundido muchacho en el pecho y derribándolo.

 

Koiran gritó cuando cayó al suelo, aturdido. No se sintió herido e intentó incorporarse para saltar sobre su enemiga, pero no pudo hacerlo. Su cuerpo estaba completamente paralizado por una magia antinatural. Intentó mover sus músculos, levantarse, atacar, pero apenas pudo mover la cabeza levemente.

 

Impotente, sólo pudo contemplar desde el suelo cómo la mujer naariana avanzaba con curiosidad, sin dejar de apuntarlo con aquél metálico bastón infernal. Su rostro era duro, despectivo. Rozó con la punta de la bota al muchacho y sonrió con malicia, bajando el arma.

 

Koiran estaba a punto de gritar de frustración. Había subestimado a su adversario y pagaba el precio. Aquel demonio femenino le había derrotado con su innoble magia. La mujer habló en un dialecto incomprensible.

 

-No... no te entiendo... -Masculló Koiran, intentando que su voz sonase desafiante aunque interiormente estuviera muerto de miedo.

 

La mujer se arrodilló junto a él y tocó con su mano enguantada su pecho desnudo. Por un momento pareció dudar como si no supiera si informar a los otros naarianos o hacer alguna otra cosa desconocida con el muchacho. Pronto, Koiran distinguió un brillo en sus ojos. Diversión, cierta curiosidad... y algo parecido a la lujuria.

 

La mujer emitió una queda risilla y tocó la verga de Koiran. Un par de golpecitos antes de subir la mano por su pecho y retorcer cruelmente los pezones del muchacho. Korian rugió de la sorpresa y el repentino dolor. La naariana rio divertida y casi con crueldad, mientras contemplaba cómo el impotente y paralizado muchacho intentaba debatirse futilmente. La mano de la mujer se cerró sobre el falo del muchacho y la subió lentamente arriba y abajo.

 

Para desesperación de Koiran, su verga respondió a las atenciones del demonio y creció hasta alcanzar un tamaño considerable. La mujer le miró con picardía y continuó masturbándole. Koiran se sintió terriblemente humillado: derrotado por una mujer y esclavo de sus lujuriosas torturas sexuales. El muchacho le gritó que parara, que le liberara pero la mujer, evidentemente, no le comprendió o no quiso hacerlo.

 

Sin dejar de masturbarle, su otra mano sobó sus testículos, pellizcándolos y retorciéndolos. Koiran echó la cabeza hacia atrás, suplicando a los dioses que aquella tortura acabara. Pero sus ojos se abrieron de terror cuando sintió uno de los dedos de la mujer posándose sobre su ano.

 

-¡No, por favor, ahí no!

 

La cruel sonrisa de la mujer se ensanchó todavía más, mientras dos de sus dedos franqueaban la entrada del orificio anal del muchacho. El sudor del calor de la selva y un poco de presión hizo el resto. Pronto los dedos de la mujer entraban y salían a velocidad endiablada de su interior, como dos inquietas culebras. Koiran se retorció en el suelo, intentando debatirse y huir, pero seguía paralizado por aquel extraño rayo.

 

La mujer rio de nuevo, pero, de pronto, una expresión de sorpresa y dolor se dibujó en su rostro mientras caía semiincosnciente sobre el cuerpo de Koiran. Una figura abandonó la espesura y se acercó a él.

 

-Parece que he llegado justo a tiempo.

 

-¡Althia!

 

Al contemplar a la morena muchacha, que se acercaba sujetando una honda en su mano, una infinidad de sentimientos encontrados invadieron a la vez al muchacho. Por una parte, gratitud por ver a su amada y alivio por terminar con las torturas de aquel despiadado demonio.  Por otra, una tremenda vergüenza porque su chica pudiera verle en aquella humillante situación: desnudo, derrotado y a merced de una mujer y violado por ella. Durante un momento sintió ganas de llorar: su orgullo de guerrero estaba pisoteado y roto. Ella le había salvado, a él, al hombre. Koiran no era lo suficientemente bueno para su amada.

 

Althia, ajena a sus pensamientos, se arrodilló a su lado y le incorporó, con su rostro visiblemente preocupado.

 

-¿Estás bien, mi amor?

 

Koiran no pudo contestar. Supo que de hacerlo, su voz se quebraría en sollozos. La parálisis había ido remitiendo y pudo moverse de nuevo. Se abrazó a Althia.

 

-Me... me has salvado...

 

La muchacha, furibunda, se giró hacia la mujer naariana, que gemía débilmente, sangrando por la sien donde había recibido la pedrada de la honda de Althia. La firme mano de ésta sujetó el rostro de su enemiga, y le escupió mientras hablaba con voz furiosa.

 

-Malditos seáis... Los naarianos pensáis que podéis pisotear Almuric a vuestro antojo, que nuestros hombres y mujeres son esclavos con los que divertiros... Os enseñaremos lo equivocados que estáis... Te enseñaré lo que sucede si haces daño a mi chico...

 

Ante la sorpresa de Koiran, Althia despojó con dificultad a la mujer naariana de su armadura. Utilizando el cuchillo, cortó la gruesa ropa de combate de los demonios y la utilizó para amarrarla.

 

La naariana había recuperado la consciencia y se debatía desnuda con expresión asustada. Althia y Korian observaron con curiosidad el cuerpo maniatado de la alienígena. Era completamente igual que el de cualquier ser humano que hubieran visto, aunque la piel era más pálida y lechosa. El único detalle más infrecuente era su cabello de color rubio ceniza, aunque se decía que algunas tribus del norte de Almuric tenían ese color de pelo. Althia pellizcó y sobó la carne, extrañada por unas sorprendentes manchas irregulares en su piel, de color grisáceo e incluso metálico.

 

La mujer se mordió los labios para no gemir cuando los inquisitivos dedos de los muchachos pellizcaron sus rosados pezones o incluso abrieron los depilados labios del sexo de la mujer. Althia habló con voz firme mientras colocaba a la mujer boca abajo.

 

-No es tan placentero cuando se lo hacen a uno, ¿verdad? O a lo mejor sí, vamos a averiguarlo.

 

Koiran abrió los ojos como platos cuando la mano de Althia se cerró sobre su verga todavía erecta, conduciéndola hasta las nalgas de la mujer.

 

La otra mano de la muchacha abrió una de las nalgas de la mujer, revelando un oscuro agujerito arrugado. Sonriendo traviesamente, Althia condujo la verga de Koiran hasta el ano de la naariana.

 

-Koiran, sodomízala.

 

El muchacho, excitado más allá de lo indecible, empezó a presionar con su grueso falo, incrustándolo poco a poco por las entrañas de la mujer. La alienígena no pudo evitar chillar y hundió su rostro en la hierba del suelo, debatiéndose y moviendo sus pies inútilmente. Pronto, el glande traspasó su ano como una lanza, mientras la mujer emitía pequeños chillidos y la saliva caía por la comisura de sus labios.

 

La diestra mano de Althia se hundió en la entrepierna de la naariana.

 

-Bufff... estás empapada, cochina. Parece que te gusta.

 

El venoso falo de Korian se hundía sin remisión en las esponjosas entrañas de la naariana, mientras la mano de Althia localizaba el abultado clítoris de la alienígena y lo acariciaba y pellizcaba sin la menor delicadeza, mientras las amarradas manos de la mujer se abrían y cerraban impotentes.

 

No tardó mucho hasta que el cuerpo de la alienígena se agitara presa de un fuerte orgasmo, mientras su esfínter se abría y cerraba convulsivamente sobre la polla del muchacho que, presa del movimiento, llegó a su vez al clímax, extrayendo rápidamente su verga de los intestinos de su enemiga y regando su espalda con chorros de su espesa esencia, mientras rugía sordamente su placer.

 

La alienígena siguió convulsionándose hasta desplomarse sobre la hierba como una muñeca rota a la que han cortado las cuerdas.

 

Althia contempló con la respiración jadeante el grueso falo todavía chorreante de semen de su compañero, que no había perdido la erección. Ambos se miraron con deseo.

 

La mujer naariana se quejó débilmente cuando los cuerpos de los dos amantes se tendieron sobre su sudada espalda, aplastando con su peso el cuerpo de la mujer. A continuación, Koiran penetró a Althia, en una frenética cabalgada. Durante un buen rato, los sonidos usuales de la selva sólo se vieron interrumpidos por los gemidos y quejidos y el húmedo golpeteo de la carne contra la carne.

 

Tiempo después, los dos muchachos se levantaron y se sonrieron.

 

-Gracias por salvarme.

 

-Al principio tuve miedo de que me despreciaras por seguirte y querer ayudarte. Los ancianos dicen que una mujer no debe...

 

Althia apartó la vista azorada. Koiran la atrajo hacia sí mientras la besaba.

 

-Al diablo con los ancianos. Has demostrado ser más valerosa que muchos hombres. Siempre, siempre estaré contigo.

 

El chico se agachó y acercó el cuchillo de Althia hasta el rostro de la alienígena naariana, que chilló asustada pensando que el muchacho se disponía a matarla. En vez de eso, Korian cortó un mechón del rubio cabello de la mujer.

 

-Toma, es tuyo por derecho. La cabellera de un enemigo. Pórtala orgullosa.

 

Althia se sonrojó y le besó con pasión. Finalmente, ambos miraron a su prisionera a sus pies.

 

-¿Qué hacemos con ella? ¿Y con sus compañeros?

 

Althia miró en dirección de la nave espacial de los invasores.

 

-No podemos dejar que localicen la aldea. Hemos descubierto que los demonios de las estrellas no son invencibles. Les cazaremos y les enseñaremos que los habitantes de Almuric no somos presas fáciles que convertir en esclavos. Les mandaremos de vuelta a las estrellas con el rabo entre las piernas.

 

La muchacha sonrió mientras se vestía con su corta túnica de tela y anudaba el mechón de cabello rubio a su cinturón.

 

-Tú, además, necesitas tu trofeo para los Ritos del Tránsito. Conseguiremos cuatro más.

 

Los dos muchachos se prepararon. Comenzaba la caza.