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Xenofilia

en Fantasías Eróticas

I

Año 2197. Sector 65 de la Galaxia Karavenin. Nave militar X1-GDS de Transporte "Rommel", orbitando el planeta Altair. Camarote del oficial de Inteligencia Ian Huller.

Huller se dejó caer pesadamente en el camastro. Resopló nerviosamente mientras contemplaba el metálico techo de su espartano camarote. Debía ser paciente, se dijo a si mismo. Sabía que tras las preceptivas catorce horas de cuarentena, los colonos que transportaba la "Rommel" serían autorizados para desembarcar en Altair. Y entonces podría entregar personalmente el "paquete" al mando Terra. Volvió a sacar el pequeño disco digital de su bolsillo. Las paredes reflejaron su tenue brillo.

No sabía qué información contendría, pero parecía que era de una importancia vital para los karavenin, esos extraños seres. Quizás la guerra pudiese terminar, al fin.

Hacía quince años que se había producido el primer encuentro de la humanidad con una raza alienígena. La Armada humana se dirigió hacia la galaxia Karavenin, en previsión de que el contacto fuese hostil. Un político que Huller no recordaba había dicho una frase que suscribía palabra por palabra. "El triste hecho es que nos preparamos para la paz como débiles pigmeos, y para la guerra como precoces titanes".

El lenguaje de las amenazas dio paso al lenguaje de las armas y los ejércitos midieron sus armas en el campo de batalla, bien fuese la superficie de los planetas, bien fuese el frío vacío del espacio. Y la sangre se derramó, y cubrió la tierra, como tantas otras veces ha sucedido y tantas otras veces sucederá hasta el final de los tiempos. Empezó siendo la Guerra que acabaría con todas las guerras. Después se denominó la Gran Guerra. Y Huller sabía que dentro de varios años, algún historiador añadiría un número para diferenciarla del siguiente conflicto.

Las hostilidades fueron terribles. La tecnología alienígena era sensiblemente más primitiva, pero súbitamente igualó a la humana: motores de hipersalto, deflectores antimateria, armas de pulsos, cañones proyectores de partículas... Cuando se descubrió la razón, ya era muy tarde. Los karavenin eran una raza de cambiaformas, capaces de adoptar cualquier aspecto que se propusiesen. Los espías definitivos.

Tras varios años de interminables batallas, de actos de extrema crueldad rayana en lo insoportable por parte de las dos razas, ambos bandos, extenuados, firmaron una precaria tregua que pendía de un hilo, mientras las escaramuzas continuaron sucediéndose y las dos razas buscaban cualquier oportunidad para imponerse sobre la otra.

Una oportunidad que quizá estuviese en ese momento en las manos del oficial de Inteligencia Huller.

El contacto que le había proporcionado el disco le había asegurado, antes de desaparecer, que los karavenin harían cualquier cosa para recuperarlo, y que había oído rumores de que enviarían a uno de sus mejores hombres: T'Hissar.

T'Hissar. El mejor espía de una raza de espías. El nombre le era dolorosamente familiar. Hacía dos años, el alto mando Terra echaba chispas. La tecnología de los cañones de asalto XRD, uno de los juguetitos más valiosos para los terrestres, había sido robada, y todas las precauciones habían sido inútiles. Se ordenó a Huller que capturase a ese espía karavenin costase lo que costase. No tuvo la menor oportunidad. T'Hissar se escurrió como si nunca hubiese existido. Huller nunca pudo olvidarlo. Su primera misión. Su único fallo.

No volvería a repetirse.

El piloto rojo adyacente a la puerta se iluminó y una voz metálica, pero claramente femenina, se escuchó en el intercomunicador, sacando a Huller de sus pensamientos.

-Soy Sara.

-Pasa. Ordenador: Abre la puerta.

La puerta, obedeciendo la orden verbal, se abrió con un chasquido y una mujer en la treintena entró en el camarote. Su pelo rubio todavía estaba muy húmedo. Vestía una ajustada camiseta blanca y los pantalones de un mono de operario de máquinas donde podía leerse una inscripción: "Sara Karpinski, Técnico". Una cálida sonrisa dulcificaba un rostro quizá algo duro. No era alta, pero sus espaldas eran anchas y su cuerpo firme, templado por el constante esfuerzo al que los operarios eran sometidos en el interior de la nave. Aunque hermosa, nada en ella transmitía delicadeza.

-Buff, casi ni me ha dado tiempo a ducharme. Hoy el turno ha sido agotador. Creí que le partiría la cara a mi jefe. Casi no tengo ganas ni de follar. Bueno... -La mujer sonrió maliciosamente a Huller -... Casi. ¿Y tú? ¿Me has echado de menos?

-Contaba los minutos para verte.

-Mentiroso... Los de Inteligencia sois todos iguales. Seguro que estabas completamente ensimismado en tus tejemanejes con los alienígenas. ¿Me equivoco?

La sonrisa de Huller le delató. Rápidamente metió el disco en uno de los cajones metálicos de su escritorio. Sara rió divertida ante el azoramiento del hombre.

-¿Ves? Siempre con tus juguetitos. Menudo espía eres. No puedes ocultarme nada, y lo sabes. ¿Qué era eso? ¿Los planos de la Estrella de la Muerte?

-Podría decírtelo, pero después... tendría que matarte.

Los dos rieron ante la mala imitación de un mafioso italiano. A ambos les encantaba las películas antiguas de hacía más de dos siglos. Sara se recostó cansinamente junto a Huller en la cama. El hombre se apartó con dificultad para que cupiese. El camastro era estrecho, y Huller, de ascendencia indo-europea, como delataba su corto cabello oscuro y su fina y cuidada barba, era un hombre alto y recio.

-¿Alguna novedad? ¿Te has topado ya con tu fantasma, ese tal Tisar?

-T'Hissar.

-Como se diga. A mi todos esos nombres alienígenas me suenan igual. Si por mi fuera, dejaríamos mañana mismo la galaxia Karavenin. Claro que los avariciosos colonos que transporta la "Rommel" se quedarían sin sacar tajada del pastel.

Huller sonrió. Una de las cosas que más le encantaban de Sara era cómo se expresaba. Cuando otros callaban para no incurrir en un delito militar de derrotismo, Sara no se mordía la lengua y decía lo que pensaba.

-Vamos, Sara, no seas tan cínica. Además, después de todo, hemos firmado la paz con los karavenin, ¿no?

-¿Paz? ¡Ja! No me hagas reír. Hay más muertos ahora que hace dos años, sólo que ahora no los denominan "caídos en combate", sino simplemente "bajas". Además, ¿qué coño se nos ha perdido en esta galaxia? Si por mi fuese, dejaríamos estos estúpidos planetas a esos asquerosos bichos.

-¿Bichos? Son una raza fascinante. Se desconoce si tienen género, sexo o si son hermafroditas. Aunque tengan un aspecto reptiloide, su sangre es caliente. Se dice que son como los antiguos camaleones extintos de la Tierra, pero que pueden adoptar cualquier forma que quieran...

-¿Cualquier forma? Osea, que yo podría ser una karavenin disfrazada, ¿no?

-Jajá, eres taaan graciosa...

-Vamos, no te enfades. Tan solo imagínatelo... ¿No te parecería gracioso? Habrías estado follando desde hace cuatro semanas con uno de esos bichos, en vez de con la hermosa, e inteligentísima, todo hay que decirlo, Sara Karpinski. Serías un zoófilo. ¡Qué asco!

-La palabra exacta sería xenófilo porque no son animales. Deberías estudiar un poco más sus costumbres. ¿Sabías que...?

-Bufff, no me irás a soltar ahora otro coñazo de los tuyos, ¿no?

-Eres tan..., eres... ¡una malhablada! -Ian bufó. No le gustaba que le dejasen con la palabra en la boca. -Desde luego, no sé ni por qué me molesto en hablar contigo.

Sara sonrió con malicia mientras ronroneaba.

-Yo creo que sí lo sé. Si follamos un poco, ¿te callarás?

Ian refunfuñó. -Pero, ¿es que no puedes tomarte nada en serio?

-Anda, ven aquí, tonto. -Sara se acercó aún más a Huller. Éste no pudo evitar sentir un escalofrío cuando notó cómo los pechos de la mujer se aplastaban contra su brazo. -Si la tregua está a punto de romperse, creo que deberíamos aprovechar estos momentos de paz, ¿no crees? Hace mucho frío en esta habitación, ¿por qué no me abrazas?

-¿Ves? Siempre tienes que salirte con la tuya. Crees que puedes manejarme a tu antojo, pero un día...

-Sí, sí, ya sé. Siempre dices lo mismo. ¿No te cansas de repetirte tanto? Reconócelo, anda, no puedes vivir sin mí. Te conozco como si te hubiese parido.

Hombre y mujer se besaron de forma libidinosa. Sara acarició la fina barba de Ian. Primero sacaron la lengua al aire e hicieron que se tocaran sólo las puntas, luego se volvieron a inundar el uno por el otro.

Al poco tiempo ambos estaban desnudos. Los senos de ella eran grandes, generosos y Huller los sintió aplastarse contra su pecho. Un suspiro escapó de sus labios.

-¿Te gustan?

Huller no respondió. En vez de eso, mordió suavemente sus pezones, atrapando uno de ellos y tirando hasta que escapó de su boca y volvió a su posición original. Mientras, la mano de Sara no había perdido el tiempo y había atrapado, casi sin piedad, el pene de Ian, ya duro, muy duro.

La guerra, los karavenin, el disco... Todo quedaba tan lejos... Sara susurraba en su oído.

-No tienes que preocuparte por nada. Sabes que no dejaré que ese Tisar, o como coño se diga, te haga ningún daño. ¿Con quién iba a follar si no?

-Vete a la mierda... mmm. -Ian calló cuando los labios de Sara sellaron los suyos.

Los besos de Sara fueron bajando. Besó el ligeramente velludo pecho de Ian en toda su extensión, estampando pequeños besos por doquier. Y continuó descendiendo.

El pene de Ian estaba duro, en su máxima extensión. Encajó perfectamente en la boca de la mujer, como si hubiese sido construido para ello. Lamió todo el tronco, y luego toda entera. Ian gimió, mientras sus piernas se tensaban, próximo al orgasmo. Sara dejó de lamer su verga y le miró con una taimada sonrisa.

-Ah, ah, de eso nada, todavía no. Nos correremos juntos.

El hombre entró dentro de ella, penetró en su interior, la poseyó, como si esa fuerza de la naturaleza pudiese ser poseída. Ambos perdieron el sentido del tiempo. Sólo ellos parecían tener sentido. ¿Cuánto tiempo transcurrió? ¿Minutos? ¿Horas?

Sara pegó su boca a la oreja del hombre. Su cálido aliento pareció acariciar físicamente su ardiente piel.

-Córrete, vamos, córrete, Ian.

Ian se vació en el interior de Sara. Ambos gimieron y bufaron, mientras se besaban casi salvajemente. Sus sacudidas se volvieron cada vez más lentas hasta detenerse.

Ambos permanecieron unos momentos en silencio, unidos en un íntimo abrazo, sus frentes y cuerpos todavía perlados de sudor, el sexo de Ian todavía dentro de la mujer. Huller notó que Sara parecía dubitativa, como si no se atreviese a hablar. Por fin rompió el silencio.

-¿Ian?

-¿Si?

-Mañana los colonos desembarcarán en Altair y la "Rommel" regresará al sistema solar. ¿Te vendrías conmigo? ¿A la Tierra? ¿A cualquier sitio fuera de aquí?

-Sabes que no puedo.

La voz de la mujer se ensombreció, y pareció temblar ligeramente.

-Lo sé. Ya te lo había preguntado con anterioridad. -Sonrió forzadamente. Sus ojos estaban húmedos. -Pero tenía que volver a hacerlo, ¿no?

Sara se apoyó sobre su pecho, ocultando su rostro de Ian. Éste contempló el techo de su habitación, meditabundo, durante varios minutos, sin saber qué decir. Inteligencia lo era todo en su vida, se había repetido muchas veces. ¿O no? ¿No estaba ya harto de todo? Quizá cuando acabase la guerra... Sí, quizá los dos...

-Sara...

Ninguna respuesta. O se había dormido o fingía estarlo. Normalmente, cuando Ian se despertaba, Sara ya se había ido de su camarote para comenzar el turno de la mañana en la Sala de Máquinas. Mañana, se dijo Huller, acudiría a la sala antes de desembarcar y hablaría con ella. No quería perderla. Nunca había conocido a nadie igual.

La besó en su cabello rubio. Era una extraña mezcla de perfume de gel, sudor por la contienda amorosa y olor a maquinaria.

-Ordenador: Luces fuera. -Dijo Huller lo más bajo que pudo.

La oscuridad inundó la sala.

 

 

 

 

II

Un sonido en la habitación. Casi inaudible, pero suficiente para que el agudo oído de Huller lo percibiera. Un cosquilleo en su nuca, su vello se erizaba... Un presentimiento que había tenido cientos de veces, siempre que su vida había corrido peligro. Lentamente, su mano se deslizó hacia su pistola.

El silencio de la oscura habitación fue roto cuando se amartilló el revolver.

-¡No te muevas! Ordenador: ¡Luces!

Un súbito relampagueo iluminó la habitación. Cerca del pasillo que comunicaba con la entrada se hallaba un ser. Huller abrió los ojos como platos, mientras apuntaba a aquella cosa con su arma. Era la primera vez que veía a un karavenin en su forma original. Las descripciones que Huller había estudiado en Inteligencia eran aproximadas, pero tan frías...

El alienígena era un humanoide alto, rozando los dos metros. Su piel era verdosa, y su cuerpo nervudo y delgado. De cada articulación surgía un corto pero amenazador espolón, y su rostro, aunque casi parecía un hocico, era alargado y fiero, de rasgos marcados y pómulos angulosos. Sus ojos eran totalmente rojos, inhumanos. Fue imposible para Huller no reparar en un curioso detalle: el alienígena estaba completamente desnudo. No parecía haber órganos sexuales visibles.

-T'Hissar, supongo. Parece que por fin nos encontramos.

El karavenin siseó, con aire indiferente. No parecía molesto por su desnudez. Sus ojos carmesíes se desviaron hacia la mesilla metálica al lado de Huller. El oficial de Inteligencia se preguntó durante una fracción de segundo si entendería su idioma. Después cayó en la cuenta de que la criatura frente a él era un espía, el mejor espía de una raza de espías. No debía subestimarle.

-Buscas el disco, ¿verdad, karavenin? ¿Pensabas matarme y cogerlo?

El alienígena habló con voz extrañamente sibilante. Su voz era algo grave pero siseante. Parecía estar ligeramente ofendido.

-No soy un asesino. He tenido muchas oportunidades para matarte y no lo he hecho.

Huller frunció el ceño. Sin dejar de apuntar al karavenin, buscó unas esposas en el cajón del escritorio y se las arrojó al ser.

-Póntelas.

-Como quieras. Ya está. ¿Contento? -El karavenin se sentó en uno de los asientos cercanos a la entrada y, cruzando las piernas, miró fijamente a Huller.

-Por fin te tengo... -La voz del hombre era muy baja, como si hablase para sí, pero el extraterrestre le escuchó sin dificultad. -Mi instinto me decía que estabas en la nave, cerca, acechándome.

Una sonrisa indefinida se dibujó en el afilado rostro del alienígena.

-Parece que tu instinto no te ha traicionado. Bien, por fin me tienes... Y ahora, ¿qué vas a hacer conmigo?

-Te entregaré a las autoridades de Terra en cuanto lleguemos mañana a Altair.

-Sabes que no podrán retenerme. Puedo adoptar cualquier forma, como ya sabes. O por lo menos, deberías saber. -Las palabras eran arrogantes, pero Ian detectó inseguridad en su voz. El karavenin tenía miedo de ser atrapado. Huller aferró su arma con más fuerza. Los animales acorralados eran los más peligrosos.

La silbante voz de T'Hissar volvió a sonar.

-¿No tienes ninguna curiosidad, humano? ¿Ninguna pregunta que quieras hacerme antes de que tus matones de inteligencia vayan a interrogarme?

-¿Qué hay en el disco?

T'Hissar se encogió de hombros.

-Lo desconozco. Tú y yo somos soldados. Obedientes soldados que no preguntan y se limitan a obedecer las órdenes. En tu caso, conseguir ese disco. En el mío, destruirlo. Puede que recoja nuestro código de cifrado o planes de alguna ofensiva. ¿Qué más da? ¿Acaso importa?

La mirada del alienígena se clavó en Huller. -Pero no me refería a eso. ¿No te preguntas cómo he logrado entrar en tu sancta sanctorum?

Fue entonces cuando Huller fue súbitamente consciente de un detalle. La ropa de Sara seguía estando donde la mujer la había arrebujado. No había ido a trabajar a la Sala de Máquinas.

-¿Dónde está Sara, la humana que estaba conmigo en esta habitación?

La sonrisa del karavenin se acentuó malignamente, revelando una hilera de afilados colmillos, como la sonrisa de un cocodrilo.

-¿La quieres? ¿Te gustaría volver a verla?

T'Hissar tenía razón. La puerta estaba cerrada. ¿Cómo demonios había podido entrar? ¿Quizás al salir la mujer, había aprovechado para entrar? Eso ya no tenía importancia. Aquel ser la había raptado y pensaba utilizarla como moneda de cambio. De dos zancadas llegó hasta el esposado alienígena y colocó el cañón de su revolver rozando su rostro.

-¡Escúchame, monstruo inmundo! Tienes cinco segundos para decirme qué has hecho con Sara. Si la has hecho el menor daño, juro por lo más sagrado que te...

-¿Monstruo inmundo? -El extraterrestre habló con fingida indignación. -Anoche no parecías pensar lo mismo.

-¿Anoche? ¿De qué demonios me estás hablando?

Huller abrió los ojos de par en par, como si un puño invisible le hubiese golpeado el estómago y dejado sin respiración. Comprendió.

-Tú... Anoche no fue Sara quien... Sino tú...

Tragó saliva. La noche anterior había... hecho el amor... con esa cosa.

-Pobre, pobre Huller. Creo que no lo entiendes... Sara no existe. No ha existido nunca.

La boca de Ian Huller se secó, incapaz de emitir ningún sonido.

Todo sucedió en un segundo. Ante la atónita mirada de Huller, T'Hissar convirtió una de sus manos en un largo y delgado zarcillo, con lo que el grillete de las esposas resbaló, dejando libre su mano. Violentamente, le golpeó en el arma y el revólver salió volando hasta la otra esquina de la habitación. Los dos hombres forcejearon, y antes de que pudiera darse cuenta, un golpe en la sien sumió a Ian en las tinieblas más absolutas.

 

 

 

 

III

Huller despertó repentinamente. ¿Dónde estaba? El dolor de cabeza remitió. Intentó incorporarse, pero estaba atado con sus propias esposas al cabecero de su camastro. A su izquierda, Sara le observaba. Su rostro era muy grave.

-Sara, por favor, desátam...

Huller se calló repentinamente. Todos los sucesos de la noche anterior volvieron a su cabeza como un mazazo. Sobre la mesilla metálica, estaban los restos del disco digital, destruidos a conciencia. El Alto Mando de Terra le iba a crucificar. Aunque, claro, ahora, eso era el menor de sus problemas.

-Hola, Ian.

La mujer a la que conocía tan bien, a la que creía conocer tan bien, estaba sentada frente a él, a escasos metros. Estaba insoportablemente preciosa. Huller fue consciente repentinamente de su belleza: sus ojos verdes, su adorable ceño fruncido, su nariz recta y pequeña, sus brazos firmes y fuertes, su tórax atlético cubierto únicamente por una ceñida camiseta blanca, los pezones marcándose a través de ésta...

Sólo entonces Huller volvió a repetirse mentalmente que la mujer frente a él no existía. No era sino una ilusión, un vil engaño creado por un monstruo ruin y traicionero.

-T'Hissar.

La mujer apartó la mirada durante unos segundos, antes de volver a clavarla en sus ojos. Permaneció en silencio. Huller intentó pensar lo más deprisa posible. Necesitaba ganar tiempo.

-¿Por qué sigues en esa forma? ¿Quieres seguir atormentándome?

-Es una forma que me gusta, lo creas o no.

-Maldito... ¿Vas a matarme? ¡Hazlo ya de una vez!

-No seas tonto. ¿Para qué entonces me iba a tomar la molestia de atarte? Además, ya te dije que no soy un asesino.

-Asqueroso traidor... ¿Debería darte las gracias?

-Como te dije, ambos somos soldados. Enemigos. He jurado servir al Consejo Xaar, el equivalente de tu Servicio de Inteligencia, lo mejor posible. Esperaba que lo entendieses.

-Sólo entiendo que si pudiera ponerte las manos encima...

-Me haces gracia, Huller. Te crees mejor que yo, cuando en el fondo sabes que somos iguales.

-Yo nunca hubiera...

-¡¿Nunca hubieras?! ¿¡Nunca hubieras qué!? ¡Nos habéis invadido! En la primera semana de invasión murió el 50% de nuestra población, bombardeada por las bombas orbitales de presión RM-86, repletas de armas bacteriológicas. Lo sé. Yo mismo robé los prototipos poco después. Nos estáis exterminando. Desplazáis millones de colonos desde el sistema solar, para ocupar nuestros territorios. No teníamos una palabra para designar el genocidio hasta que llegasteis vosotros. ¿Crees que eres el único que sufre? ¿Crees que yo no he sufrido estas cuatro semanas? ¿Matar está bien y follar contigo para poder robar esos putos planos está mal? ¡Estamos en una puta guerra! ¡No me hables de jodida moralidad!

Paulatinamente, el rostro de Sara había empezado a fluctuar, como si una oscura marea desdibujase sus facciones y las transformase en las de un ser con apariencia reptiloide.

Huller aprovechó el momento. T'Hissar había cometido un error al no haberle atado también las piernas. Flexionándolas, y aprovechando que el karavenin se había acercado lo suficiente, le golpeó en el estómago y le atenazó con ambas piernas. El alienígena perdió el equilibrio y cayó sobre el camastro. Huller entrelazó las piernas , aprisionando el cuerpo de aquel ser por su cintura y apretó con fuerza.

Los dos adversarios se miraron con furia. El cuerpo de T'Hissar era una extraña amalgama, pero todavía seguía en su forma de Sara. Golpeó el pecho del hombre fútilmente e intentó zafarse de él, pero éste era más fuerte. Estaba ahogando a Sara, aplastándola hasta matarla. Pero no era Sara, se dijo. Era T'Hissar, el karavenin, su enemigo.

El miedo asomó a los ojos del karavenin, mientras la respiración comenzaba a faltarle y su rostro se amorataba, incapaz de librarse de la presa mortal. De pronto, la presa cesó. La voz de Huller sonó fatigada, derrotada.

-Maldito seas. No puedo matarte.

El alienígena tosía, intentando recuperar el resuello.

-Lo... sabía. Sabía que... cofff... no podrías hacerlo, débil humano. Te conozco como... cofff... si te hubiera parido...

El ser acercó su rostro hasta quedar a escasos centímetros del encadenado Ian. Gruñía, mostrando los dientes en una mueca de furia. Su cabello rubio caía desgreñado hasta el rostro del hombre. Se limpió la saliva que escapaba de su boca con el dorso de una mano que más parecía una garra. Su rostro había dejado de ser enteramente humano. Sus pómulos se habían hecho más prominentes, su piel se había oscurecido, su rostro era más afilado y sus ojos eran completamente rojos de nuevo. Su voz se había vuelto siseante.

-Maldito humano. Debería... debería matarte... Ahora mismo...

Contradiciendo sus palabras, el alienígena besó a Huller. Rudamente, sin ningún tipo de miramientos. El hombre quiso zafarse pero, al igual que su contrincante, como si sus actos traicionasen sus palabras o pensamientos, se encontró respondiendo al salvaje beso. Era un alienígena, un enemigo, un espía que había jugado con sus sentimientos y le había traicionado, pero su cuerpo no pareció entenderlo. Ni siquiera sabía si aquel ser era macho o hembra, pero ¿acaso importaba? Sus bocas se encontraron, se mordieron rudamente en los labios y las lenguas luchaban por penetrar, por inundar la boca de sus adversarios.

Esta vez no hubo nada de romanticismo.

Sara-T'Hissar chupó su cuello y lo mordió con fuerza, arrancando un gemido de dolor de Ian. Ambos jadeaban mientras el ser rompía bruscamente su camiseta, liberando sus menudos pechos, que casi habían desaparecido, y se despojaba violentamente de su pantalón de mono. Con rudeza, mordisqueó uno de los pezones de Huller, chupando con avidez el ligeramente velloso torso.

El pene de Ian estaba a punto de estallar cuando Sara-T'Hissar se colocó sobre él, presta para montarle. Éste sintió su miembro aprisionado entre los muslos del ser con apariencia híbrida y notó el suave vello sobre su glande, captando sin dificultad la humedad de la vagina. Elevando ligeramente las caderas, la penetró. El alienígena rugió lastimeramente su placer, literalmente empalado por el órgano de Ian.

Huller se hallaba próximo al orgasmo. La saliva escapaba por la comisura de sus labios. Había hecho el amor cientos e veces con esta mujer, pero nunca antes se había sentido así. Ambos se agitaron cada vez más frenéticamente. El alienígena usó una de sus manos para sujetarse, mientras con la otra se pellizcaba con fuerza los pezones, dado que el hombre todavía permanecía atado y no podía tocarle con las manos.

El ritmo frenético continuó durante varios minutos, inundando la habitación con el húmedo sonido de la carne chocando con la carne, hasta que ambos se detuvieron durante un instante. Sara-T'Hissar se acercó a la oreja de Ian y siseó cerca de él.

-Córrete, vamos, córrete, humano.

Permanecieron un segundo en silencio, durante los que sólo se escucharon los roncos jadeos de ambos, y a continuación, la espalda del alienígena se arqueó y bramó, juntando sus gemidos a los del hombre. Ambos llegaron al orgasmo casi a la vez. El semen de Ian inundó las entrañas de T'Hissar, mientras los gemidos alcanzaban el clímax. Como en un curioso déjà vu, los cuerpos se juntaron sudorosos y jadeantes encima de la cama.

Como siempre que terminaban de hacer el amor, Sara (T'Hissar, se corrigió Ian) apoyó su cabeza sobre el pecho perlado de gotas de sudor del hombre. Huller sintió seguir encadenado. Hubiera abrazado y acariciado el pelo de aquel ser a su lado, cada vez con menor apariencia humana. La sibilante voz del ser le sacó de sus cavilaciones.

-¿Qué nos ha pasado?

-No lo sé. Supongo que... Xenofilia. Menudos soldados somos...

El karavenin sonrió mientras miraba a los castaños ojos del hombre con sus ojos totalmente carmesíes.

-¿Y ahora qué? -Preguntó Huller.

-No lo sé... No sé si alguna vez dejará de haber guerra entre nuestras dos razas, pero mientras tanto, supongo que seguimos siendo enemigos.

Huller contempló el disco destruido sobre la mesa. T'Hissar se levantó. Su forma fluctuaba, hasta volver a adoptar una forma totalmente alienígena, como la primera vez que le había visto. Ian se corrigió mentalmente. La primera vez que le había visto, parecía una mujer rubia de anchos hombros y ojos verdes, terca, malhablada e insoportablemente adorable.

Sara.

Pero Sara no existía. Era T'Hissar, tanto si quería admitirlo, como si no.

-¿Sabes, Ian? Cuando regreso con mis hermanos tras cada misión, ya no me ven como uno de ellos. Dicen que cada vez parezco más un humano, que me he... contaminado de vosotros. Que dentro de poco dejaré de ser un karavenin. Yo siempre lo he negado, quizá con demasiada vehemencia.

La rojiza y afilada lengua de T'Hissar apareció durante un segundo, mojándose sus oscuros labios. Continuó hablando con voz amarga.

-Desde que comencé a infiltrarme entre vosotros, hace ya siete años, sufría siempre la misma pesadilla. Estoy frente a un espejo, con la forma de un humano, y cuando intento volver a adoptar mi forma original, no puedo. No puedo... Y me aterrorizo pensando que tendré forma humana hasta morir. Pero hace cuatro semanas, dejé de tener esas pesadillas. Quizá fue... Yo...

El alienígena se interrumpió. Arrojó la llave de las esposas a escasos centímetros de las manos del hombre. Si se estirase podría cogerla.

-Libérate en cuanto haya salido de la habitación. Adiós, Ian.

El karavenin se dirigió hacia la puerta, pero dudó antes de salir. Miró titubeante hacia Huller, como si esperase algo.

-T'Hissar.

-¿Sí?

-Volveremos a vernos.

-No lo dudes, humano.

Huller, sonriendo, no pudo quitarse de la cabeza la impresión de que aquello había sonado como una amenaza. Después de todo, eran enemigos, ¿no?

 

 

 

 

IV

El hangar principal de la "Rommel" era un hervidero, mientras los colonos se dirigían hacia un módulo de descenso hacia el planeta Altair. Mecánicos y operarios dirigían las operaciones apresuradamente, en medio de un ruido ensordecedor de sirenas y motores. Una pequeña brigada de soldados de infantería cumpliría las funciones de escolta y protección. A pesar de la precaria tregua, no era ningún secreto que los karavenin odiaban por encima de todo a los colonos humanos y que atacarían si pudiesen.

El oficial de Inteligencia Ian Huller contemplaba los preparativos del desembarco con aire ausente, mientras a su lado, el capitán de navío de la "Rommel" le hablaba de temas que Huller no hacía ningún esfuerzo por entender. Asintió despreocupadamente, mientras contemplaba a los últimos colonos que embarcaban. Ian no estaba seguro, pero hubiera jurado que uno de los colonos, un hombre alto de largo pelo rojo y poblada barba, le miraba directamente a los ojos y le sonreía misteriosamente, justo antes de que la puerta de la cápsula de descenso se cerrase y comenzase el descenso a la superficie del planeta.