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Colonización Planetaria (1). Incidente.

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COLONIZACIÓN PLANETARIA (1). INCIDENTE.

 

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Nombre del planeta: Automedonte. Tamaño aproximado a Marte, perteneciente a un grupo compacto de cuatro en órbita a la estrella doble 70 Ofiuco. Densidad atmosférica y gravedad algo superiores a las terrestres, haciendo la vida posible. La exploración orbital identificó una aparente abundancia de depósitos minerales valiosos de rango AX-3 y gran parte de la flora indígena parecía apropiada para el consumo humano, como por ejemplo las grandes masas de plantas similares a algas. No se hallaron formas de vida superior.

En 2533, un grupo avanzado de cincuenta colonos de la Federación Terrana de Mundos aterrizaron al norte del ecuador del planeta y se apresuraron a erigir una base provisional para acomodarse y proteger la escasa equipación y suministros que habían desembarcado. El casco de la nave que les había transportado ya había cumplido su función y fue desmantelado para levantar estructuras con las que alojar vehículos y equipo de perforación para disponer de abastecimiento de agua, el primer objetivo.

Los dos meses iniciales fueron extenuantes para los colonos, siendo prioritaria la misión de asegurar las necesidades básicas, en una carrera contrarreloj. Atareados como estuvieron, quedó poco tiempo para la exploración mientras la colonia empezaba a tomar forma, con grandes zonas cultivadas a modo de prueba para descubrir cuáles eran los tipos de semillas más adaptables. Incluso había praderas para mantener a los animales que habían surcado el espacio con los colonos. Pronto, Campamento Deimos quedó oficialmente constituido.

En el mes siguiente, mientras la mayoría de colonos se ocupaban del establecimiento de la colonia, parte del personal exploró su nuevo hogar para identificar recursos para una posible explotación.

Fue entonces cuando las desapariciones comenzaron.

 

 

 

 

Año 2533. Ciudad Virago. Planeta Hécuba.

 

-Ya te echo de menos. -Dijo jadeante Khrysal mientras se tumbaba en la arena de la playa, contemplando las mejillas de su amante, oscurecidas por el esfuerzo amatorio. -Y eso que acabamos de follar.

La chica a su lado sonrió con una expresión de melancolía y tristeza, contemplando las estrellas en la noche sobre sus cabezas. Su pecho, perlado de sudor y humedad, subía y bajaba, extenuada. Las dos muchachas habían nadado durante horas por el cálido océano, y en el crepúsculo, habían llegado a la playa de aquella cala desierta donde acababan de hacer el amor.

-¿Te acordarás de mí ahí fuera? -Preguntó Khrysal, mientras con su mano acariciaba la húmeda piel de la otra joven.

-Oh, vamos, no me lo pongas más difícil.

Khrysal frunció el ceño, enfadada.

-No es justo. Odio a esos asquerosos alienígenas. ¿Por qué tienen que reclamarte, Strygya? No quiero que te vayas.

-Lo que opinemos tú o yo es indiferente.

La mirada de Strygya se oscureció. Las dos muchachas desnudas sobre la desierta playa a la luz de las dos lunas, tenían claramente la fisiología de las hecubianas: altas, piel pálida y la delgadez clásica de los mundos con baja gravedad.

 

El primer contacto con alienígenas de otros mundos fue hacía ya casi veinte años. Los tratados comerciales, fronterizos, arancelarios y tecnológicos se sucedieron, una vez derribadas las barreras idiomáticas. Todo quedó en papel mojado cuando cinco años después estalló la guerra. Unos dicen que Hécuba atacó primero, otros sostienen que las hostilidades se iniciaron en el bando de aquellos seres. ¿Acaso importa? El resultado es que la guerra fue breve, aunque no incruenta. El ejército de los seres del espacio exterior era vasto y superior: cientos de miles de alienígenas enfundados en servotrajes de combate de color negro con armamento láser desembarcaron en la superficie planetaria y aniquilaron la débil resistencia hecubiana.

La bota militar de aquellos alienígenas aplastó inmisericordemente aquel mundo hasta imponer una rápida rendición incondicional. Las cláusulas de capitulación fueron especialmente inclementes: los hecubianos perdían su condición de ciudadanos libres y debían suministrar un diezmo a los vencedores como éstos exigían a los planetas vencidos. El conocimiento es poder, se decía. Hécuba se jactaba antes de la guerra de poseer las mayores bibliotecas de toda la galaxia y consideraban a sus sabios como los más eruditos del sistema. Aquellos monstruos, alienígenas cuyo único dios era el dinero y que sólo respetaban la fuerza bruta, exigieron a los altaneros hecubianos su recurso más valioso: científicos.

Cada año, las naves de los alienígenas descendían sobre Hécuba para deportar a miles de estudiosos que serían repartidos como esclavos vitalicios por los territorios de aquellos monstruosos seres.

 

Los ojos de Khrysal se humedecieron. A pesar de no abrir los labios, Strygya pudo leer en sus negros ojos lo que su amiga callaba: "Nunca más volveremos a vernos". La muchacha permaneció en silencio. Sabía que si intentaba hablar, su voz se quebraría en sollozos.

Khrysal intentó sonreír, mientras una lágrima resbaló por su mejilla.

-T... te daré algo para que... me recuerdes.

La joven bajó su rostro hasta llegar al desnudo sexo de Strygya. Khrysal contempló el sexo palpitante de su amada, sin el menor vello púbico, antes de que su lengua lo recorriera arriba y abajo. Strygya gimió de placer hasta que sus gemidos se convirtieron en un lastimero jadeo.

Khrysal siguió lamiendo con fuerza, paladeando la viscosa humedad hasta que el cuerpo de Strygya, agarrando con sus manos puñados de arena de la playa, se convulsionó y la boca de Khrysal se llenó de los flujos de la joven.

Strygya cerró los ojos. No quería contemplar el adorable rostro de Khrysal. Nunca más la vería de nuevo. Khrysal, Hécuba, sus océanos, la universidad, su madre. Nunca más volvería a verlos.

Poco a poco, los espasmos de Strygya fueron cesando, y sus gemidos se convirtieron en una respiración ahogada, hasta que finalmente, sin poder soportarlo, rompió a llorar.

 

 

 

 

La puerta del crucero espacial de la Federación Terrana de Mundos se cerró con un sonido chirriante tras las filas de hombres y mujeres hecubianos, como si los engullera. El hangar era frío y podía respirarse el miedo y la desesperación. Strygya no pudo evitar temblar, mientras era examinada por un soldado terrano enfundado en un terrorífico servotraje de combate negro.

Las palabras de Sylas, uno de sus poetas favoritos, acudieron a su mente. "Quien mira el universo lo ve por primera vez, siempre. Un lugar frío e inmenso, inabarcable. A veces maravilloso. Siempre cruel."

Al lado del soldado terrano, un oficial la escudriñó. Al contrario que su compañero, no llevaba casco. Por fin Strygya pudo contemplar de cerca a uno de aquellos alienígenas. Su piel era de un extraño color rosado, sus ojos eran de un insólito color azul y, al contrario que los hecubianos, en su cabeza y barbilla tenía una fina capa de vello oscuro.

Las enguantadas manos del hombre se movieron por la holopantalla hasta leer alguna información. Un escáner la enfocó y Strygya pudo contemplar una representación holográfica de ella misma: Un ser muy alto, de piel húmeda de color blanco grisáceo con reflejos tornasolados, sin el menor rastro de vello sobre ella, muy delgada, sin ningún gramo de grasa, largas extremidades que se flexionaban en más de dos codos y rodillas, los dedos unidos por una membrana que llegaba casi hasta las uñas, un cuello largo, seis ojos negros como la tinta agrupados a ambos lados de su cabeza, sin nariz salvo por dos agujeros rasgados en lugar de las aletas, sin cejas, orejas ni labios. Las aberturas de sus branquias se abrían y cerraban nerviosamente.

La voz del soldado interrumpió sus reflexiones. Su tono era ronco, agresivo, desagradable.

-Mmm... Aquí está. Strygya Sibelus, especialista en xenobiología. Mmm... Adscripción a la nave Cinoscéfalos, con destino al planeta Automedonte. En esa cola.

Strygya permaneció inmóvil, sin poder dejar de temblar. En sus fosas nasales, todavía podía oler el aroma del océano.

El soldado comenzó a impacientarse.

-Muévase. ¿No me ha oído?

Los seis ojos de Strygya se llenaron de lágrimas. No podía moverse, aunque hubiese querido. A duras penas logró permanecer sin gritar mientras unas manos la agarraban por sus blancos y alargados brazos.

-No tienen... no tienen derecho...

-¡Muévase!

-¡No! ¡Monstruos!

-¡Soldados! ¡Llévense a este bicho a una de las celdas!

-¡Malditos! ¡Malditos humanos!

Strygya gritó mientras era levantada en vilo y conducida hasta las entrañas de la nave. Nunca más volvería a pisar Hécuba. Nunca más volvería a ver a Khrysal. Strygya gritó de desesperación e indignación, mientras fuertes brazos se cerraban como zarpas sobre ella. Gritó por la impotencia y la angustia mientras aquellos humanos la conducían a la deportación, lejos de su planeta natal. Gritó y gritó mientras un dolor lacerante consumía su alma hasta que, finalmente, no pudo gritar más.