miprimita.com

Leyendas del Reino de Hyrga

en Fantasías Eróticas

 

El terreno se hacía más quebrado. Y más salvaje, como todo en aquella inhóspita tierra.

 

Hyrga. El reino de las nieves. Cuna de montañas, tempestades y bárbaros.

 

La figura, ajena al frío, caminaba con determinación, como si un firme propósito la condujese. Y su camino le llevaba entre suaves colinas, desnudas a excepción de la muerta hierba marrón. A la izquierda, el mar gris retumbaba a lo largo de los acantilados y los grises promontorios de piedra. A su derecha, se alzaban las montañas, oscuras y severas.

 

El viajero iba enfundado en una túnica parda que escondía su rostro y que le protegía del tiempo inclemente. Los ropajes del extranjero, con sus cuidados bordados y la calidad de las telas, indicaban una clase social elevada, algo inusitado en una región tan desolada. A su espalda cargaba con una voluminosa mochila.

 

Cuando el día se acercaba a su fin, un fuerte viento proveniente del mar enroscó las nubes en grises pergaminos volantes y las condujo, retorcidas y dispersas, más allá del borde del mundo. El sol poniente ardió en un frío resplandor sobre el dorado océano y el viajero llegó a un alto promontorio que sobresalía junto al mar.

 

Se detuvo por un momento, e instintivamente llevó su mano a la empuñadura de su fina espada curva.

 

Una mujer le observaba con expresión agresiva, empuñando una lanza.

 

Era una mujer bárbara, una estampa común en aquellas tierras. En regiones salvajes como aquellas, las mujeres combatían al lado de los hombres, vertiendo la sangre de sus enemigos y derramando la suya propia como un igual. Delgada, fibrosa, de pelo rojo rapado salvo por una larga trenza, era una imagen imponente. Su rostro era severo, duro, aunque no debía tener más de veinte primaveras. Portaba una fina armadura de cuero, con pieles para el frío y sandalias en los pies.

 

Era casi tan alta como el extranjero, quien retiró su capa y su capucha, revelando también a una mujer de rostro de tez oscura. Era muy hermosa, con inusitados ojos claros contrastando con su piel de ébano. Su larga cabellera negra de pelo trenzado ondeó al viento.

 

-¿Qué viento maligno te trae a estas tierras, sureña? -El acento de la mujer bárbara era duro y frió.

 

La mujer extranjera la miró largamente antes de contestar. Aunque no era musculosa, su aspecto era ágil y sus movimientos eran precisos y felinos, como los de una pantera. Sus ojos le devolvieron la mirada con firmeza.

 

-No es de tu incumbencia, muchacha. -Su tono no era amistoso. No quería un enfrentamiento, pero en su naturaleza no estaba plegarse a la voluntad de hombres ni mujeres.

 

-Esta es mi tierra. -Respondió la pelirroja, barriendo con un firme gesto la desierta magnificencia del asolado paisaje. -Mi nombre es Karalee, hija de Turgan. Mi pueblo reclama esta tierra y no reconoce amo alguno. Es mi derecho interrogar a cualquier intruso. Así que contesta, extranjera, ¿cuál es tu nombre? ¿Qué haces aquí?

 

La mujer de piel de ébano dudó antes de responder.

 

-Me llamo Yahiriza y provengo del sur, de la lejana Vendhya. Mi camino es el de la venganza. Ahora apártate y déjame continuar mi camino.

 

La salvaje no bajó la lanza.

 

-Puede que estés mintiendo. Puedes haber venido a espiar. Vendrás conmigo hasta mi clan para que te interroguemos.

 

-Mi pueblo no tiene litigios con los Barbas Rojas. Te lo advierto, déjame pasar.

 

-Mi tribu es la de las Serpientes Carmesíes. ¿Quién sabe qué puede estar tramando una espía como tú contra nosotros? Vendrás conmigo.

 

-No quiero luchar. Pero no dudaré en traspasarte con mi acero si es necesario.

 

-¿Me temes, mi negra asesina? -Replicó burlonamente la llamada Karalee. -¿Son tan cobardes los sureños que no se atreven a luchar?

 

La mujer de piel marfileña avanzó lanza en ristre. Un frío sonido metálico se pudo escuchar cuando la morena extranjera desenvainó su cimitarra.

 

Durante varios minutos sólo se oía el aullante viento mientras las dos contendientes se observaban en completo silencio, intentando intuir el golpe del adversario.

 

Por fin, un gruñido de la pelirroja anticipó el golpe de lanza. La sureña lo esquivó con facilidad, a pesar de la aparatosidad de su capa, saltando a un lado. Apenas tuvo tiempo de partir con su cimitarra el asta de la lanza. Karalee gritó e hizo ademán de desenfundar su espada corta, pero un fuerte puñetazo de Yahiriza en el estómago la tumbó al suelo.

 

A pesar de su aturdimiento, la pelirroja se puso en pie de un salto, como una ágil pantera, y extrajo de su cinturón una afilada daga, con la que se abalanzó sobre la negra extranjera, aullando como un demonio. Ésta la esquivó de nuevo y, agarrándola fuertemente por su roja trenza, le dio una terrible bofetada con la mano abierta que hizo que se derrumbara como una muñeca a la que han cortado las cuerdas, quedando inconsciente a los pies de Yahiriza.

 

-Valiente, pero estúpida.

 

Empuñando todavía su cimitarra, la mujer de tez oscura se sacudió el polvo de su cara ropa. Contempló entonces la forma inmóvil de su adversaria a sus pies y vaciló. Posó la punta de su cimitarra sobre el ombligo de la inconsciente mujer, desmadejada como una muñeca. Sería tan fácil atravesarla de parte a parte mientras no podía defenderse...

 

Yahiriza bufó y se arrodilló junto a a ella y la desnudó para quitarle cualquier arma oculta que pudiera portar. En un pliegue de sus pieles bajo la axila, portaba otra daga oculta que arrojó lejos.

 

La oscura extranjera se puso de pie y contempló de nuevo su cuerpo inane y pálido. Desnuda, pudo ver sus abundantes tatuajes, de serpientes y motivos tribales. La mujer negra se encogió de hombros y derramó el contenido de su cantimplora sobre el rostro de la salvaje.

 

La pelirroja de pelo rapado se sobresaltó y sacudió su empapada cabeza, escupiendo agua. Se despejó rápido y, sabiéndose vencida, permaneció en el suelo, desnuda y humillada, alzando la vista hacia Yahiriza.

 

-Me... me has vencido.

 

La pelirroja se arrodilló y bajó la cabeza, ofreciendo su nuca. Así permaneció inmóvil, esperando algo.

 

-¿Qué haces?

 

La voz de la mujer arrodillada intentaba aparentar entereza, pero temblaba ligeramente. Miraba hacia el suelo, arrodillada, sus nalgas sobre sus pies.

 

-E... es costumbre que el vencedor de un duelo decapite al vencido y guarde como trofeo su cabeza.

 

La extranjera torció la cabeza, disgustada, mientras enfundaba su cimitarra.

 

-Por los dioses... Bárbaros, no sois más que bárbaros...

 

-Entonces... ¿no me vas a decapitar?

 

-En mi país, la costumbre es que el perdedor de un duelo se convierta en esclavo del vencedor.

 

Karalee elevó su cabeza, sobresaltada. En su rostro se dibujó una expresión de genuina repulsión.

 

-U... un esclavo... Es... es repugnante... Salvajes.

 

-Los Barbas Rojas sois un pueblo extraño. Nos llamáis salvajes a nosotros, pero pretendes que te decapite. Y, además, hace unos días tuve que escapar de unos amigos tuyos que intentaron cazarme para devorarme.

 

Karalee escupió a un lado.

 

-Los Hijos del Dragón. Perros que se creen hombres. No son mis amigos.

 

Yahiriza se encogió de hombros.

 

-Lo que sea. Sois tantas tribus de bárbaros que os confundo. Pero no deja de tener gracia que nos llaméis salvajes a los sureños cuando vosotros...

 

De nuevo, una mueca de asco en el rostro de la mujer bárbara cuando la interrumpió.

 

-La esclavitud es un destino nefasto.

 

-Claro, sin duda es mucho mejor la decapitación.

 

-¡Por supuesto! Es una muerte digna, con honor. La esclavitud es... algo horrible...

 

-Si quieres puedo cortarte la cabeza. -Dijo con voz socarrona la mujer morena mientras se colocaba detrás de la asustada norteña. Tiró firmemente de su trenza, obligándola a que levantase la cabeza.

 

La pelirroja permaneció en silencio, tragando saliva.

 

-¿Es lo que quieres? ¿Quieres que acabe contigo?

 

-N... no...

 

-No te he oído. -Los carnosos labios de Yahiriza casi rozaron el lóbulo de la oreja de Karalee. La voz de la mujer era suave, ronroneante. -Vamos... ¿quieres que te atraviese con mi espada?

 

-No.- La pelirroja intentaba parecer firme pero temblaba como una hoja.

 

-¿Quieres vivir, entonces? ¿Qué ofreces por tu vida? ¿Serás mi esclava?

 

-S... sí. -Las lágrimas resbalaron por las mejillas de la salvaje.

 

-Ya me parecía. Mejor. Sería una pena arrancarte la vida. Se me ocurren usos más placenteros con una esclava como tú.

 

Las manos de la sureña sobaron rudamente el desnudo cuerpo de la vencida bárbara, en actitud claramente sexual. Le acarició su rapada cabeza, el cuello, sus hombros e incluso le pellizcó con fuerza los pezones, provocando que ahogase un gemido de dolor. Las manos parecieron explorar una mercancía, un animal al que se evalúa antes de comprar.

 

-No estás nada mal. Eres hermosa, en un sentido salvaje. Un poco delgada quizás, y con unos pechos un poco más pequeños de lo deseable... Pero sin duda son muy bonitos.

 

Karalee se descubrió a sí misma inspirando para hinchar su pecho y mostrar más senos. Pero ¿qué demonios estaba haciendo? Debía resistirse, luchar, plantar cara a la extranjera. En cambio, parecía intentar agradarla. Un cosquilleo recorrió su pubis, como si le excitase ser tratada por aquella mujer negra como un pedazo de carne en venta.

 

Los dedos de Yahiriza pellizcaron y retorcieron los pezones de la mujer bárbara.

 

-Aiiii...

 

-Lástima de los tatuajes, son muy toscos. Seguro que bajarían algo el precio, pero no importa. Seguro que muchos ciudadanos y ciudadanas de Vendhya se matarían por gozar de una buena esclava como tú, una salvaje bárbara pelirroja. Podrías proporcionarles y recibir mucho placer.

 

Karalee escupió al suelo, provocadora.

 

-Los perros sureños como tú no sabrían satisfacer ni a una cabra.

 

Yahiriza rio.

 

-Vaya, eres desafiante. Me gustas.

 

Las manos de ébano de la extranjera prosiguieron masajeando los menudos pechos de la salvaje, rozando con toques expertos los pezones, que no tardaron mucho en ponerse duros. Yahiriza se arrodilló a espaldas de la pelirroja, y besó su pálido cuello.

 

-Unnggg... No...

 

Yahiriza se detuvo, aunque sus manos continuaron sobando y acariciando caderas y pechos de la mujer bárbara.

 

-Entre mi gente... Se cree que hacer... hacer esto... entre mujeres... es... es algo prohibido.

 

-Mira que sois raros los norteños. Tenéis tabúes muy extraños: la esclavitud, la homosexualidad...

 

La voz de Yahiriza era insinuante, casi gruñendo de deseo contenido. Con un fiero movimiento, se deshizo del correaje de su túnica, quedando desnuda de cintura para arriba, y aplastando sus grandes pechos contra la espalda de Karalee. Ésta gimió al notar el calor de los senos contra su piel y la dureza de los pezones de la mujer negra contra su espalda.

 

-... pero para ser tan reacia hacia el sexo entre mujeres, estás muy excitada.

 

Los expertos dedos de la extranjera acariciaron la desnuda entrepierna de la mujer bárbara y juguetearon con los rojos rizos de su sexo. Pronto, al introducirse entre los labios de la vagina, quedaron empapados en los flujos de la pelirroja.

 

-Eres hermosa, Karalee... Te deseo...

 

La bárbara pelirroja gimió mientras sentía el aliento de la extranjera contra su oreja, como un cálido viento susurrante. No pudo más que cerrar los ojos y morder su labio inferior para no gemir audiblemente.

 

Los dedos se hundieron más y más en su encharcado interior, y se movieron adelante y atrás, primero lentamente y después cada vez más rápido, hasta entrar y salir de su gruta a una velocidad endiablada.

 

La firme mano de la mujer negra sujetó la barbilla de Karalee y la obligó a girarse, hasta que las lenguas de ambas mujeres pudieron juntarse en un húmedo beso. La pelirroja se preguntó por qué no se resistía y se debatía para golpear a la extranjera y poder luchar, huir... En vez de ello, permaneció paralizada, besando a su enemiga y sintiendo cómo ésta, con una mano estrujaba sus pechos como si fueran fruta y con la otra se internaba en sus esponjosas entrañas.

 

Karalee gimió, más excitada de lo que había estado jamás. Sus caderas se movían adelante y atrás, como si pidieran que la mano de Yahiriza entrase más y más dentro de ella. En un momento dado, Yahiriza se deshizo rápidamente de sus pantalones bombachos de seda, como si su contacto ardiera sobre su piel. Las pálidas nalgas de Karalee se restregaron contra el ardiente pubis de la mujer morena y pudo sentir la humedad del sexo de la sureña, mojando los cachetes de su culo.

 

-Si quieres me detengo...

 

La pelirroja no pudo sino gemir como un animal en celo. Masculló débilmente:

 

-N... no...

 

-¿No? ¿Quieres que siga? ¿Cómo se pide?

 

-Por favor...

 

Yahiriza sonrió, como si hubiera ganado un juego, y su mano apretó con firmeza los labios del sexo de la bárbara. Por fin encontró el hinchado clítoris de Karalee y lo apretujó con agresividad. Como si fuese una señal, la pelirroja se arqueó y gritó, presa de un abrasador orgasmo.

 

El placer se multiplicó oleada tras oleada de fuego que pareció recorrer su cuerpo y cayó a cuatro patas sobre el musgoso suelo. Apenas fue consciente como Yahiriza restregaba su húmedo sexo contra las nalgas y caderas de la bárbara, buscando su propio placer y suspirando fuertemente. La pelirroja, todavía recuperándose del clímax, escondió su rostro contra la tierra, humillada por haber sido tomada por su enemiga.

 

-No... no está mal para... una sureña que no sabe... dar placer ni a una cabra, ¿no? -Rió extenuada Yahiriza.

 

Karalee permaneció sonrojada por la vergüenza y el esfuerzo, desnuda, boca abajo, jadeante, sin atreverse a levantar la cabeza. Ella, una hija de los hielos de Hyrga, se había derretido como un copo de nieve y había sido sometida por una extranjera.