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Leyendas del Reino de Grendopolán (V)

en Bisexuales

Isura y Eressia llegaron hasta la cámara. Era una vacía estancia grande y oscura, de fríos muros de piedra en los que aparecían talladas desgastadas escenas de batallas pasadas. Por el tiempo transcurrido bajando las escaleras de la galería, debían hallarse bastantes metros bajo el nivel del suelo. No había ninguna salida.

-Parece que éste es el final. Y es una habitación vacía. No puede ser…

La princesa miró desesperada a su alrededor, mientras Isura acercaba la antorcha a una inscripción grabada en la piedra en la entrada y la leía en voz alta.

“La sangre despertará a aquellos que duermen esperando

Pues la energía vital de los vivos es el sustento de los muertos

Ay de aquel que no esté preparado cuando los Durmientes se alcen

Pues Sólo la Llama Eterna puede gobernar a los Durmientes.”

-¿Gobernar? ¿Energía vital? ¿Qué significa este galimatías?

El rostro de la princesa se ensombreció.

-Nigromancia… La leyenda dice que el Ejército Durmiente está compuesto por los caídos en la batalla de Adreoddoc, siglos atrás. Si eso es cierto, esos soldados serían espíritus, muertos vivientes… No sé si es correcto alzar a los muertos. Es lo que hace el nigromante de Drakenwald para reforzar sus ejércitos. Si nosotros empleamos sus métodos, nos estaríamos poniendo a su altura. No seríamos mejores que ellos.

-Tenéis razón, mi señora. Pero la situación es desesperada. Amaniel y todo Grendopolán caerán si no lo remediamos.

-Puede que estés en lo cierto, Isura. No tenemos opción. Tan solo rogar a los dioses que nos perdonen.

Ambas mujeres se miraron sin saber muy bien qué hacer. La sacerdotisa releyó el primer verso de la inscripción: “La sangre despertará a aquellos que duermen esperando”. Intentando que su mano no temblara, Isura desenvainó una daga y cortó con ella la palma de su mano. Un hilillo de líquido carmesí resbaló por su palma y unas gotas cayeron al suelo.

-No parece que suceda nada… -La voz de Isura temblaba ligeramente.

La princesa miró a su alrededor. Sí. Algo había cambiado. A pesar de las antorchas, la estancia estaba ahora más oscura, más fría. Murmullos de veladas conversaciones y cuchicheos ininteligibles llegaron a sus oídos. La princesa se giró cuando le pareció advertir movimiento por el rabillo del ojo. Nada. Las dos estaban solas allí.

¿O no?

Eressia pudo verlos en ese momento. Cientos de sombras parecían observarlas desde la lóbrega estancia donde instantes antes no había nada. Sintió más que vio, ojos hambrientos clavados en ellas.

-¡Mi señora! Retroceded hasta la entrada de la habitación. Yo soy una iniciada de la Orden de la Llama Eterna. A mí no me atacarán.

-Deberíamos huir.

-Hacedme caso, mi señora. No nos atacarán.

Eressia dio un par de pasos hacia la puerta, rezando porque la muchacha tuviera razón. Las sombras avanzaban vacilantes hacia la sangre, hacia Isura. Frente a la sacerdotisa, un ser espectral pareció materializarse ante sus ojos, un guerrero de sombras y oscuridad, flanqueado por otras muchas figuras.

Isura chilló cuando las heladas sombras sujetaron sus brazos y la obligaron a arrodillarse. Una docena de manos la agarraron y zarandearon.

-¡Isura!

-¡No avancéis, mi señora! ¡Os matarían!

La sacerdotisa pudo vislumbrar a su alrededor pálidos rostros fantasmagóricos de hombres y mujeres, con amenazadores ojos de fuego, que pronto cerraron el círculo en torno a ella. Isura pareció tragada por la oscuridad, mientras era acariciada por manos heladas como el hielo y ardientes como el fuego. En un violento movimiento, la separaron las piernas a la fuerza, entre susurros ininteligibles y cuchicheos ahogados.

Allí donde miraba no veía más que sombras contemplándola, como feroces depredadores relamiéndose ante el festín de la energía vital de la joven. Eressia temblaba, luchando por no moverse y lanzarse a ayudar a su amiga y amante. Isura se mordió el labio para no gritar cuando le tocaron los pechos y el vientre, estremeciéndose por el gélido toque. Antes de darse cuenta, estaba tumbada sobre el frío suelo, con los brazos estirados y sujetos por encima de su cabeza.

Las sombras la observaban con indisimulada curiosidad. Fríos dedos se posaban sobre sus pechos. La muchacha alzó la vista hacia aquellos famélicos ojos expectantes, asolada por el pánico e incapaz de cubrirse o protegerse. A pesar del terror que la envolvía, el frío de las gélidas manos provocó que sus pezones se erizaran con dureza. La muchacha se esforzó por permanecer quieta, pero decenas de manos acariciaban sus muslos, como si intentasen robar su calor, beber su energía vital. Cada roce de un helado dedo, paradójicamente, la enardecía más.

Isura chilló cuando el tropel de espectrales manos arrancó sus vestimentas y acarició sus pechos, sus nalgas, sus muslos, sus brazos y su cuello. La sacerdotisa gimió cuando unos dedos penetraron en su vagina y la exploraron, palpando su clítoris, deteniéndose en él. Los fluidos brotaban del interior de la muchacha y notaba como los dedos de las sombras parecían examinar la humedad.

La mano de uno de los espectros acariciaba sus nalgas y se deslizaba por el surco de su trasero. Lo que temía la joven sucedió acto seguido, cuando dos dedos fríos invadieron su ano. El contraste entre el frío helador de los invasores dedos y el ardor de sus entrañas provocaron que Isura se retorciera entre las manos que la sostenían, gimiendo incontroladamente. Cerró los ojos. Su cuerpo era ingrávido, se había convertido en pura sensación.

Una boca helada se pegó a su pecho izquierdo. Luego, otra al derecho. Las sombras chupaban con fuerza mientras otros dedos exploraban sus labios púbicos y el interior de su ano. Isura ya no era consciente de nada salvo de la inminencia del orgasmo.

Finalmente, el clímax llegó. Su rostro y pechos palpitaban con ardor y frío. Notó que sus caderas se tensaban en el aire, la vagina se convulsionaba e intentaba atrapar los dedos que acariciaban su clítoris.

Gritó. Fue un grito largo y ronco. Un orgasmo de agonía, frío y calor.

 

 

-¡Issura! ¡¿Estás bien?!

La princesa Eressia corrió hasta la desfallecida sacerdotisa y la abrazó. Su cuerpo estaba frío y durante un segundo temió lo peor. Casi gritó de alegría al localizar el pulso. Sujetó su cabeza mientras acarició sus mejillas. Los ojos de Isura se abrieron poco a poco.

-¿Si… sigo viva, mi señora?

-¡Condenada chiquilla! –Una lágrima resbaló desde el sonriente rostro de la princesa. –Me has dado un susto de muerte.

-Parece… parece que todo ha salido bien, mi señora.

A su alrededor, decenas de espectrales figuras incorpóreas se hallaban arrodilladas en dirección hacia la sacerdotisa, como si aguardasen sus instrucciones.

-Creo que… esperan mis órdenes. Estábamos en lo cierto: El Ejército Durmiente obedecerá a las sacerdotisas de la Sagrada Orden de la Llama Eterna, y los espectros han comprobado que yo soy una novicia de la orden. Así que puedo controlarlos.

-Estoy muy orgullosa de ti, mi pequeña Isura. Eres la persona más valiente que he conocido. Podías haber muerto y decidiste arriesgar tu vida para salvar a Grendopolán.

El rubor tiñó las mejillas de la joven sacerdotisa.

-Mi señora, yo no…

Pero Isura no llegó a terminar su frase. Los labios de la princesa se sellaron con los suyos y se encontró respondiendo al apasionado beso. Sus lenguas se encontraron con timidez, para en breves instantes entrelazarse como dos seres vivos. Las dos mujeres sonreían cuando, poco a poco, sus labios se apartaron.

-Deberíamos darnos prisa, Isura. Puede que el ejército de Mordekai haya llegado ya a Amaniel. Si logramos llegar a tiempo, podremos detenerla. Yo me adelantaré al galope e intentaré coordinar la defensa de la capital. Intentaré darte tiempo hasta que llegues con el Ejército Durmiente.

-Marcharé lo más deprisa que pueda, mi señora. Estoy segura de que lograréis aguantar.

De nuevo, ambas mujeres se besaron. Isura gimió cuando notó la erección de la princesa presionan contra su muslo.

-Oh, lo siento, cariño. Siento ser tan inoportuna…

La voz de la sacerdotisa sonó enronquecida por el deseo:

-Por favor, mi señora… Folladme. Necesito sentiros dentro de mí…

La princesa no tardó en obedecer a la muchacha. Isura gimió cuando notó el glande de Eressia presionando contra su húmeda gruta y cerró los ojos cuando el grueso miembro la penetró. Abrazó a la princesa mientras ésta le penetraba, buscando su boca con la suya.

-Mi señora… mi señora… -Isura gimió, abrazando a la princesa como si pretendiese que sus pieles fuesen una sola, como si quisiera apagar su frío con el fuego de Eressia. Su cabalgada pronto las condujo al clímax. La muchacha jadeó cuando notó cómo el sexo de Eressia derramaba un torrente de flujos y su falo inundaba sus entrañas de caliente esperma. Ambas continuaron en la misma posición un buen rato, mientras se besaban intensamente, la verga de la princesa todavía erecta en el interior de la muchacha.

Los ojos de la sacerdotisa se humedecieron en una especie de tristeza post coito.

-Por favor, mi señora, prometedme que resistiréis. Si algo os pasase…

-Llegarás a tiempo. Todo saldrá bien.

Sus manos acabaron desligándose de mala gana mientras las dos mujeres se separaban. Ambas sabían que no había tiempo que perder. Cada segundo contaba. Eressia no miró atrás mientras salía del Templo de Lady Geneveva. Sabía que, de hacerlo, las lágrimas se derramarían sin control por su rostro como si fuera una niña pequeña.

 

 

-Pero mi señor, yo…

-Silencio, Mordekai. Hemos dispuesto que el asalto a la capital de Grendopolán comience inmediatamente.

La mujer intentó que el disgusto no trasluciera en su rostro. Ante ella, en la tienda de campaña principal del ejército acuartelado, unas fantasmales llamas verdes dibujaban las cadavéricas facciones de Lord Onsnorth, el nigromante monarca del Reino de Drakenwald. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de la mujer cuando el ceño de aquel ser se frunció. La magia siempre le ponía los vellos de punta.

-Vos liderareis el ataque. En cinco días se os unirá el ejército de Lady Rávena para aplastar definitivamente cualquier resto de nuestros enemigos que pueda quedar.

-Mi señor, el ejército de Grendopolán se halla fuertemente pertrechado en las murallas de la ciudad. Mis hombres lo han rodeado y sitiado y mis espías me comunican que las provisiones pronto se agotarán. Si esperamos dos meses, el hambre hará caer Grendopolán como una fruta madura. No creo que un asalto ahora sea una buena id…

-Quizá, Lord Onsnorth, Mordekai tenga miedo.

Los dientes de Mordekai rechinaron de furia al escuchar la femenina voz burlona. Junto a la llama verde del nigromante se dibujaba el rostro de una mujer albina, de aspecto tan hermoso como cruel, otra de las generales del monarca. La guerrera intentó morderse la lengua y permanecer callada, pero no pudo.

-Mis hombres han conquistado las fortalezas del Norte una tras otra hasta llegar a la capital, sin sufrir ninguna derrota, Rávena, más de lo que han conseguido tus chupasangres. Si estás sugiriendo que…

-¡Ja! ¡Si no llego a aparecer en la batalla de Brookmere, esos muertos de hambre te hubieran pateado bien tu culo gordo! ¡¿Por qué no…?!

-¡Maldita zorra! ¡Si ni siquiera eres capaz de…!

-¡Silencio las dos! –La imperiosa voz del nigromante provocó que ambas mujeres enmudecieran. –Mis órdenes están claras. Os he proporcionado cuatro torres de asedio y seis catapultas. El asalto comenzará inmediatamente. Conquistad la capital a sangre y fuego, Mordekai. Sin supervivientes. No me falléis.

La mujer bajó la cabeza y golpeó el pectoral de su coraza con su puño enguantado.

-Se hará como ordenáis, mi señor.

Las llamas verdes fluctuaron hasta extinguirse y desaparecer. Una neblina roja parecía cubrir la mirada de la mujer. Malditos estúpidos. No se daban cuenta de que atacar en ese momento era un desperdicio de hombres. La capital era conocida por sus gruesos muros defensivos. Podía conquistarse, sí, pero la pérdida de vidas entre sus huestes iba a ser brutal. Mordekai mascullaba mientras se ajustaba su coraza. Cogió una frasca de vino y la escanció en una copa de cristal antes de dar un largo trago.

-Estúpidos incompetentes… Va a ser un jodido desperdicio…

Uno de sus hombres entró en la tienda y se cuadró marcialmente ante ella, quitándose su casco ante su superiora.

-Sin novedad, mi señora. Los hombres esperan vuestras órdenes.

-¿Se sabe algo de Lygya?

-Nada, mi señora.

Ahogando una blasfemia, Mordekai arrojó la copa a uno de los pilares de la tienda, rompiéndose en mil pedazos. Lygya era una de sus servidoras más fieles y capaces. Si no había dado signos de vida era que había fracasado en su misión. Esperaba que no… Mordekai apretó los dientes. Si le habían hecho el más mínimo daño a Lygya, lo iban a pagar muy, muy caro. La mujer estaba rabiosa, más allá de lo indecible y necesitaba aliviar la tensión. Miró con furia al tembloroso joven que acababa de informar.

-Túmbate.

-¿Perdón, mi señora?

-¡A cuatro patas, ya! Voy a follarte.

El hombre vaciló sólo un instante. Enseguida obedeció a la mujer mientras ésta comenzaba a desnudarse de su pantalón de cuero.

-Quítate los pantalones, ¿lo tengo que hacer yo todo?

El joven guerrero, tras cumplir lo ordenado, respiraba agitadamente, pero permaneció en silencio mientras la verga de Mordekai se posaba sobre su ano. La guerrera le sujetó por las caderas y gruñó mientras incrustaba su falo trabajosamente por el culo del muchacho.

El guerrero se mordió los labios para no gritar, mientras se sentía literalmente empalado por la descomunal verga de su superiora, quien le dio una sonora cachetada en sus pálidas nalgas. En breves instantes, notaba los golpes de las caderas de Mordekai chocando salvajemente contra sus nalgas una y otra vez.

Sin cesar el movimiento, la mano de la mujer aferró el pene del muchacho, y lo meneó arriba y abajo hasta que éste se derramó en su mano, gimiendo lastimeramente. Mordekai jadeó mientras salía de los intestinos del joven y disparaba varios chorros de semen sobre su espalda, manchando su armadura de su espesa esencia.

La mujer se limpió el semen de su mano en las nalgas del guerrero, se puso el yelmo y se ajustó la armadura. Su rabia no se había extinguido un ápice. A sus pies, el exhausto muchacho permanecía tendido en el suelo, jadeando, el semen resbalando por los muslos desde su ano. Sin mirar atrás, Mordekai salió al exterior y caminó hasta la explanada donde estaban formados los hombres y mujeres de su ejército.

Una línea oscura hasta donde la vista alcanzaba. A pesar de la multitud, sólo se escuchaba el viento a su alrededor. Mordekai contempló en silencio el castillo de Grendopolán en la distancia. Acto seguido desenvainó su espada y gritó.

-¡Soldados! ¡Sin cuartel! ¡Ni pedir ni dar!

Un griterío ensordecedor se escuchó por toda la explanada mientras los guerreros gritaban y hacían chocar sus espadas contra sus escudos. El suelo retumbó cuando los hombres golpearon las lanzas contra el suelo. Mordekai apuntó su espada hacia el castillo y contempló cómo sus huestes se ponían en movimiento en formación. Casi pudo oler el aroma del miedo que llegaba desde las murallas de la ciudad.

El asedio había comenzado.