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Despedida de casada

en Hetero: General

Después de haber pasado las fiestas de Fin de Año y Reyes con mi padre, volvía a la normalidad, como casi todos mis amigos aun estaban fuera decidí salir el viernes por la noche solo, fui a La Pirámide una discoteca que solíamos ir. Me senté en la barra y pedí un combinado, mire a todos los que estaban en el local por si conocía a alguien, me fije en una de las mesas, en ella había tres mujeres, dos de ellas no llegarían a los treinta años, una vestía vaqueros muy ajustados, un jersey grueso, de cuello de cisne, de color beige; tenia melena corta de color castaño, físicamente no estaba mal, aunque el jersey escondía las curvas y el tamaño de sus pechos; la otra joven, algo más baja que la primera, con el pelo corto, también castaño pero mucho más claro, vestía unos pantalones negros anchos, parecían una falda larga, una blusa azul claro, muy ancha, y debajo una camiseta blanca, el conjunto no permitía intuir sus formas; y la tercera, que me recordaba a alguien, rondaría los cuarenta, llevaba puesto un vestido azul entallado, que a diferencia de las otras dos marcaba un cuerpo lleno de curvas, sin dejar lugar a la imaginación. Por más que intentaba acordarme no conseguía ubicarla, podía ser de algún otro local.

Ante mi reiterada mirada a la mesa, la mujer de los vaqueros se dirigió a mí.

-          ¿Nos conocemos?

-          No lo creo te recordaría; pero a una de tus amigas creo conocerla.

Ella miro a la mesa.

-          ¿Cuál de las dos?

-          La que viste de azul.

-          ¡Mi hermana!

-          ¿Es tu hermana?

-          Si, ven te las presentare. Yo soy Mónica.

-          Yo me llamo José Antonio.

Nos dimos dos besos, me levante y la acompañe. A la primera que me presento fue a la otra joven.

-          Esta es mi amiga Eli. Este es José Antonio.

El saludo fue acompañado de un par de besos.

-          Y esta es mi hermana, Lucrecia. Dice que le recuerdas a alguien – dirigiéndose a su hermana.

-          ¡Lucrecia! – dije en voz baja.

Acababa de reconocer a aquella mujer, estaba casi seguro que sabia quien era. Era la madre de una compañera de clase. Le di dos besos a Lucrecia. Y me senté junto a ellas. Nuevamente miraba a Lucrecia, estaba seguro que era quien pensaba, mi compañera de clase se llamaba igual, aunque todos le decían Lucre.

-          Estás intentando saber de dónde me conoces.

-          No, bueno si.

-          Eres muy joven para…

De pronto pareció que ella también me reconocía.

-          ¿Lo has reconocido? – pregunto Mónica.

-          No, no puede ser - dijo con dudas Lucrecia.

-          ¿Eres la madre de Lucre? – pregunte.

-          Si, ahora estoy segura.

-          Pero, ¿De qué os conocéis? – dijo Mónica con cierta ansia.

Lucrecia tras un silencio bastante incomodo.

-          Es un compañero de clase de Lucre.

-          ¿Un compañero de clase...? ¿Entonces tienes…? – dijo asombrada Mónica.

-          16 años.

Mónica sonrió, se había creado un ambiente raro.

-          Sera mejor que nos vayamos – dijo Lucrecia.

-          ¿Por qué? Yo soy la anfitriona, soy la que esta de celebración.

-          Si no es indiscreción, ¿Que celebras? – pregunte.

-          Mi despedida de casada.

-          ¡Despedida de casada!

-          Si hace tres años me separe de mi marido y, por fin, esta mañana me han concedido el divorcio.

Lucrecia cogió del brazo a Mónica, se apartaron unos metros, le dijo algo en voz baja. Imagine que seria sobre mi edad y el que conociese a su hija Lucre.

-          ¿Cómo es que te permiten entrar, con 16 años? – pregunto Eli.

-          Porque no saben que tengo 16 años, aparento tener más, y soy conocido.

-          Nos vamos – dijo Lucrecia.

-          Lo siento me habías gustado; pero la hermana mayor es la que manda.

Vi salir a las tres, supuse que irían a otro local, así que volví a acomodarme en la barra. Media hora después, estaba dispuesto a irme, cuando en la entrada apareció Mónica. Me acerque a ella.

-          ¿Buscas a alguien?

-          Si, a ti.

-          A mí.

-          Si te extraña, ya te dije que me gustabas.

-          Sabiendo quien soy, y los años que tengo te atreves.

-          Hay una parte de mí que quiere salir corriendo; pero otra parte siente cierta curiosidad.

-          Son cerca de la una, ya me iba, quieres que vayamos a otro sitio.

Vi como dudaba.

-          Si quieres seguimos aquí - dije.

-          No, creo que es mejor que nos vayamos.

Salimos fuera.

-          Y ahora ¿A dónde? - pregunte

-          Hace algo de frío, te parece bien si vamos a mi casa.

-          ¿Seguro que quieres que vayamos a tu casa?

-          Claro, recuerda que es mi despedida de casada.

Monte en el coche con ella, nuestro destino estaba cerca, fueron escasamente quince minutos. Su casa era un adosado en una urbanización. Entramos, se quito la chaqueta.

-          Ponte cómodo, como si estuvieras en tu casa. ¿Quieres algo?

Me acerque a ella, la cogí por la cintura.

-          Si a ti.

-          Eres muy directo. Estoy algo confusa.

-          ¡Confusa!

-          No es exactamente confusa, más bien diría nerviosa, como si fuese la primera vez.

Mis manos acariciaban su espalda, su trasero.

-          Supongo que no será tu primera vez – dijo Mónica.

-          No.

Tire de su jersey hacia arriba, quitándoselo. Quedo a la vista el sujetador beige, se lo desbroche con celeridad. Sus pechos quedaron libres, los acaricie.

-          Es de locos, solo tienes 16.

-          Dentro de 3 meses cumplo los 17.

-          ¡Dios! se que no está bien; pero estoy muy excitada.

Le apreté los pezones y se los chupe, ella gimió. Eso hizo que se decidiera.

-          Vamos a la habitación – dijo.

La seguí como un autómata. Ya en la habitación, Mónica se termino de desnudar, se tumbo en la cama.

-          Ven aquí.

Me desnude, me acerque a la cama, me deje caer junto a ella, mi cuerpo rozaba con el suyo. Mientras besaba sus labios, mi mano descendía por su barriga hasta llegar al vello púbico, lo acaricie como si fuera terciopelo, mi mano se introdujo en su entrepierna, estaba húmeda, mis dedos acariciaron su clítoris, y recorrieron los labios vaginales, para terminar introduciéndose en su vagina. Los gritos más que gemidos de Mónica era síntoma de que le gustaba. Mi boca busco con ahínco sus pezones.

-          Métemela, quiero sentirla dentro.

Seguí acariciando su entrepierna, su cuerpo se convulsiono, su orgasmo era inminente, me coloque entre sus piernas y lentamente le introduje mi polla, mientras que recorría su vagina ella alcanzo el orgasmo, su cuerpo se tenso, dio un grito, para seguidamente relajarse, y volver a gemir pues yo seguí entrando una y otra vez, le cogí las piernas por los tobillos sin dejar de metérsela, poco después hacia que pusiera sus piernas en mis hombros, haciendo que su cuerpo por la cintura quedara semi-elevado, cada vez más rápido, más cerca de su segundo orgasmo.

-          Dios, otra vez, es imposible – dijo entre gemidos Mónica, alcanzando un segundo orgasmo este más intenso al sentir como me corría en su interior.

Me deje caer junto a ella, sin dejar de acariciarle los pechos.

-          A sido increíble, creo que nunca he tenido un orgasmo como este último – dijo Mónica, poniendo su mano sobre mi polla – aun la tienes… tiesa.

-          No lo estará por mucho tiempo.

Siguió acariciándola, haciendo que tardara más en deshincharse.

-          Hacía años que no disfrutaba tanto follando.

-          ¿Cuántos años tienes? – pregunte.

-          ¿Cuántos dirías que tengo?

-          No llegas a los treinta, pero pasas de los veinticinco, diría que veintiocho.

-          Casi, casi.

-          Veintisiete, en verano cumplo los veintiocho.

-          Premio.

Seguimos hablando sobre todo de su ex, como se comportaba en la cama, hasta que el sueño se apodero de nosotros, nos quedamos dormidos.

Me desperté, no sabía qué hora era, a mi lado dormía plácidamente Mónica, al igual que yo, totalmente desnuda bajo la sabana y el edredón. Alargue la mano para acariciarle los pechos, y frotar sus pezones, ella gimió, sus pezones se endurecían por segundos. Mi mano se dirigió a su entrepierna, acariciando su muslo primero por el exterior, después por el interior, abrió las piernas permitiéndome profundizar, acariciar su clítoris y sus labios vaginales.

-          ¡Ah! Que delicia ser despertada así. ¿Qué hora es? – dijo Mónica.

-          No lo sé; pero tiene que ser tarde, se ven los rayos de luz.

Mis dedos exploraban el interior de su vagina, ella busco mi polla para acariciarla.

-          Se te está poniendo dura, tiene ganas de follar.

-          Muchas.

Estábamos los dos muy excitados, cuando sonó el timbre de la puerta.

-          Mierda, no le hagamos caso – dijo Mónica.

Íbamos a seguir pero nuevamente sonó el timbre.

-          Ya se cansara, nosotros a lo nuestro.

De pronto sentimos un ruido, como si la puerta de la calle se abriera y seguidamente un portazo.

-          Mónica, te encuentras bien – se escucho fuera.

-          Mierda es Eli, había quedado con ella para ir de compras, tiene la llave de casa, al no abrir ha entrado.

Se levanto corriendo, cogió una bata y se la puso, y salió al salón. Desde la habitación las escuche hablar.

-          Mónica aun estabas en la cama, si son las doce.

-          Las doce, no me di cuenta.

-          Venga vístete, nos vamos de compras, al centro comercial.

Sentí pasos fuertes como tacones, que se dirigían a la habitación, imagine que sería Eli, pues Mónica iba descalza, mire a mí alrededor buscando un sitio donde esconderme.

-          ¡Espera!, no puedes... – dijo con sorpresa Mónica.

-          ¿Qué te pasa? Ni que tuvieras un muerto en la habitación.

-          Un muerto precisamente, no.

-          No me digas que...

-          Si.

-          ¿Con quién? ¿Lo conozco?

-          Sí que lo conoces.

-          No me digas que es tu ex.

-          Nooooooo.

-          Entonces...

-          Anoche, después de dejarte en casa volví a La Pirámide.

-          No, no puede ser, con aquel joven... José Antonio, el compañero de tu sobrina.

Hubo un silencio. Supuse que Mónica habría asentido.

-          Estás loca. No me digas que aun esta aquí. ¿Está en la habitación? – pregunto Eli.

-          Si, estábamos en la cama.

-          Si solo tiene 16, tú mejor que nadie sabes lo que te juegas.

-          Tu lo has dicho loca, enajenación mental transitoria.

-          Pero como se te ocurrió.

-          Iba muy excitada, no sé, me sentí atraída, cuando me di cuenta estábamos aquí, yo medio desnuda, el me acaricio....

-          No sigas, supongo que tu hermana no lo sabe.

-          No, ni quiero que lo sepa.

Volví a sentir pasos en esta ocasión mas apagados, eran de Mónica. Se abrió la puerta. Estaba a medio camino entre la cama y el armario, desnudo. Efectivamente era Mónica.

-          Como te dije era mi amiga Eli, habíamos quedado en ir de compras y comer fuera – dijo entrando y cerrando la puerta tras de sí – te vienes con nosotras.

Comprendí que era una pregunta retorica, pues seguro que lo que estaba deseando era librarse de mí.

-          No, será mejor que me vaya.

-          Como quieras, yo voy a ducharme.

La habitación tenía conectado por una puerta el cuarto de baño. Mónica se metió en el baño, me entraron ganas de seguirla; pero sabiendo que Eli estaba fuera esperando, lo mejor era vestirme. Cuando termine me acerque a la puerta del baño, por el espejo veía a Mónica desnuda.

-          Ya me he vestido, me voy.

-          Bien, adiós, ¿Esta noche iras a La Pirámide?

-          Puede.

-          Si vas allí nos veremos.

Era una invitación difícil de rechazar. Salí al salón, allí estaba Eli, el look respecto a la noche anterior había cambiado, para mejor, vestía un mallot azul oscuro y un vestido de lana justo por encima de las rodillas, todo ello muy ajustado, marcando la figura que la noche anterior escondía. Estaba algo más llenita que Mónica, pechos más grandes pero sin desentonar, en general estaba muy bien.

-          Buenos di... tardes –dije.

Eli sonrió.

-          Buenas tardes.

Eli estaba en medio de mi camino hacia la puerta, así que me dirigí hacia ella. Pase junto a ella.

-          Ya me voy, adiós.

-          Vale, adiós, hasta otra – dijo Eli, con una sonrisa en los labios.

Salí al exterior y me marche. Durante todo el día estuve dudando en ir a La Pirámide por la noche. Llame a varios amigos míos; pero ninguno estaba disponible. A última hora decidí ir. Antes de llegar estuve dando vueltas, sin decidirme a entrar, por fin entre. No tarde mucho en localizar a Mónica, estaba imponente con un vestido rojo de gran escote y corto, muy corto, era el centro de las miradas de los hombres que había cerca.

-          Buenas noches – dije dándole dos besos.

-          Creí que ya no vendrías – dijo, y ante mi sorpresa y la del género masculino que nos rodeaba me dio un morreo en la boca.

-          Vale, tortolitos. No nos pongáis los dientes largos al resto – era Eli que llegaba con dos combinados.

Me separe de Mónica, no sin antes darle un pellizco en su trasero.

-          Hey, esas manos quietas, que después me sale un moratón y... qué coño, no tengo que dar explicaciones a nadie, pero tu si – dijo mirando a Eli.

-          Ni se te ocurra.

Y antes que Eli pudiera evitarlo Mónica le dio un pellizco. Fue entonces cuando me fije en Eli, llevaba al igual que Mónica un vestido de gran escote y corto, como si fuese minifalda; pero a diferencia de Mónica al tener más tetas se le marcaba mucho más el canalillo entre ellas.

Entre risas nos sentamos en una mesa, yo fui a por un combinado. En la mesa ellas hablaban de sus cosas y yo me fijaba en ellas, en sus movimientos, en sus posturas. Mientras Mónica tendía a cruzar las piernas enseñando muslo, Eli permanecía con las piernas medio abiertas, como si tuviera algo entre ellas. Los movimientos de Mónica eran más provocativos, mientras que los de Eli eran más suaves. Mónica me pidió en diversas ocasiones que fuera a por otro combinado, mientras que Eli y yo aun teníamos el primero, eso hizo que Mónica se pusiera chispa en seguida, y no tardando mucho casi sin control.

-          Sera mejor que nos vayamos – dijo Eli – está perdiendo la compostura.

-          Si será mejor – dije mecánicamente.

Las acompañe a por sus abrigos, y salimos, ayude a Eli a llevar a Mónica al coche, la pusimos en el asiento trasero, yo me fui a marchar.

-          ¿Adónde vas? – pregunto Eli.

-          A dentro de nuevo.

-          De eso nada monada, tienes que venir, yo sola no puedo. Además...

-          Además ¿Qué?

-          Nada.

-          Dilo, no te quedes a medias.

-          Que el que iba a terminar en su cama eras tú.

-          Noto cierta envidia.

-          Envidia de que, de que anoche tú y ella... – no termino de decir la frase.

Estaba claro que en sus palabras había cierta quemazón. No quise profundizar, así que me monte junto a Mónica, mientras Eli conducía. Como la noche anterior el trayecto fue corto. Ayude a Eli a meter en la cama a Mónica, esta aunque no estaba borracha del todo lo cierto era que le costaba coordinar incluso los pasos. Ya en la cama Eli le quito el vestido, y el sujetador dejándole solo las bragas, la tapo con el edredón y salimos.

Eli se dirigió al mueble bar, se preparo un combinado. Se acerco hacia mí.

-          Te vas a quedar o te vas.

-          No sé qué hacer.

-          Se te chafó el plan, esperabas pegar un polvo y te ha salido el tiro por la culata.

Se sentó en el sofá.

-          Te puedo hacer una pregunta.

-          Adelante, la cuestión está en que yo quiera responderla.

-          Claro. Es verdad que Mónica ayer....

-          ¿Ayer que? Que te ha contado.

-          Nada, nada solo que disfruto.

-          Supongo que si cuando hoy quería repetir.

-          Que gracioso.

-          ¿Quieres comprobarlo?

Ella permanecía sentada, yo me había acercado.

-          Yo soy una mujer casada – dijo.

Se dejo caer hacia tras, con la mala fortuna que parte del combinado cayó en su escote, dio un salto cayendo sobre mí, la agarre haciendo que mis manos agarraran su trasero, y mi paquete quedase presionado con su cuerpo. Ella no hizo ningún ademan de apartarse, nuestras bocas se juntaron, fue un beso apasionado, mucho más que el que me diera en La Pirámide con Mónica, cuando se separo me miro a los ojos.

-          No puede ser solo tienes 16 años.

-          Y tu veintisiete como Mónica.

-          Si pero ella siempre ha sido más lanzada, mas zorra.

Hice que se girara, mi paquete quedo pegado a su trasero, mis manos abarcaban sus pechos, atrayéndola hacia mí, bese su cuello, se estremeció.

-          Por una vez déjate llevar, se tú la zorra.

-          Soy una mujer casada – dijo con un hilo de voz, casi gimiendo, casi sin fuerza.

Había dicho por segunda vez lo de que era casada, era su protección, Sabía que esta a nada de claudicar, era el momento más delicado la tenía casi, ese casi fue el que me falto.

-          Es una locura – dijo separándose de mí.

-          ¿Por qué? ¿Qué he hecho mal?

-          No eres tú, sino yo. Son muchas cosas.

Cada vez estaba más lejos, había puesto entre los dos el sofá.

-           Uno de los dos se tiene que ir, y el otro quedarse con Mónica. Tal y como esta creo que debo ser yo quien se quede – dijo Eli.

Cogí la cazadora que había dejado en la entrada y me marche.

Cuando me desperté, el domingo por la mañana, estuve tentado en acercarme a la casa de Mónica, para ver como se encontraba; pero todo quedo en pensamiento, pues comenzaron a llamarme mis amigos que habían vuelto de las vacaciones.

El lunes fui al instituto, pocos días iba al instituto con tantas ganas, sobretodo porque quería ver a Lucre. La vi fuera, en un parque cercano, con su novio de turno, dándose un morreo. Lucre no estaba mal físicamente; pero tanto su tía, incluso su madre, le superaban. Ya en clase no podía dejar de mirarla, incluso uno de mis amigos se dio cuenta, comenzó a bromear con ello, lo que nos costó ser expulsados de la clase.

Al mediodía al salir de clase me dirigí a mi casa, me acompaño el amigo bromista. Justo al separarnos un coche se paró a mi lado, enseguida lo reconocí era el de Mónica. Bajo la ventanilla de la puerta del copiloto.

-          José Antonio, entra.

-          ¿Para qué?

-          Tenemos que hablar.

-          ¿De qué?

-          De lo que sucedió el fin de semana. Anda sube.

Subí al coche.

-          Te tengo que dar las gracias por lo que hiciste el sábado por la noche.

-          No hice nada.

-          Ayudaste a Eli.

-          No fue nada.

-          Y referente a lo otro...

-          A lo otro te refieres a lo sucedido el viernes por la noche.

-          Si, como comprenderás fue una locura, yo, tu...

-          No sigas, sucedió y punto. Tú te lo pasaste bien y yo también, y ya está. Tu por tu camino y yo por el mío.

-          Mi sobrina no se debe enterar.

-          ¿Por qué se debería enterar? Yo no le voy a decir nada.

-          ¡Yo tampoco!

Hubo un silencio.

-          Te llevo a casa.

-          No hace falta vivo cerca.

Baje del coche y me fui. Posiblemente ese habría sido el final, una aventura más que contar; pero el destino siempre tiene algo que decir.

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