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Confesiones de teresa (i parte).

en Hetero: General

Hola, me llamo Teresa. Soy una mujer de 60 años que según dicen todavía estoy de muy bien ver.

Hace ya ocho años que me quedé viuda, y desde entonces  mi vida ha sido muy monótona y sedentaria en todos los sentidos. No obstante hace unos días, he conocido a un grupo de mujeres de las cuales, alguna de ellas están viudas como yo y otras separadas.

Todas ellas forman parte de un centro, el cual se dedica a organizar todo tipo de actividades, y yo me he hecho socia de él.

Poco a poco me he ido dando cuenta de todo lo que me he perdido durante estos años y durante toda mi vida. Para empezar, cuando nos juntamos y empezamos a hablar de nuestras cosas es cuando más cuenta me doy de lo atrasada que estoy con respecto a todas ellas. Y es que aunque estuve casada, siempre llevé una vida muy normal, y al ser mi marido poco lanzado, nunca intentamos hacer cosas fuera de lo corriente, ni en lo cotidiano ni en nuestra vida sexual. Así que según ellas, con los años que llevaba ya viuda, creían que había llegado el momento de que recuperase el tiempo perdido. Por eso desde que he llegado, me han hecho ir apuntando a todas las cosas que organizan: fiestas, excursiones, bailes, etc.

La verdad es que a esas edades una piensa que ya no les debe ir la marcha y que debe ser aburrido salir con gente así, pero os aseguro que es todo lo contrario. Quizás una señora de esa edad sola, no se atreva a hacer nada fuera de lo normal, pero cuando se juntan varias, se desinhiben y llegan a ser hasta peligrosas.

Ahora yo también estoy dentro de ese grupo, y aunque todavía me da reparo hacer algunas de las cosas que hacen ellas, intentan cambiar mi forma de ser a cada momento.

Dentro del grupo no solo hay mujeres, también hay algún que otro hombre que están en la misma situación que nosotras, por eso todas van siempre muy bien peinadas y arregladas para ver si así de paso ligan también con alguno.

Ellos suelen ser hombres que buscan compañía y que les gustan mucho las mujeres. Por eso aprovechan cualquier ocasión para piropearlas, toquetearlas y restregarles la cebolleta, que aunque ya la deben de tener flácida la mayor parte del tiempo, con un poco de paciencia saben también cómo ponerla bien firme algunas veces.

Según me cuentan, donde más se aprovechan de ellas es en el baile. Ahí, entre canción y canción tratan de rozarse con sus tetas y sus muslos para que con un poco de suerte consigan tener alguna erección.

Ellas también suelen provocarlos ya que están casi más necesitadas de sexo que ellos, por eso es un intercambio mutuo de fricciones que a ambos les resulta muy satisfactorio.

Yo, aunque voy en el grupo, aún no he llegado a esa situación, pero me fijo bastante en su forma de actuar. Quizás sea porque aún no he encontrado a la persona que realmente me guste.

Hoy vamos a ir de excursión a la montaña e iremos en autocar, por lo que teníamos que estar temprano en el lugar de salida.

Yo me he puesto ropa y calzado cómodo, así que con mi blusa, mi falda tejana y mis zapatillas deportivas, aquí estoy ya esperando para salir a la hora señalada.

Cuando llegué, tan solo había un señor junto al autocar, además del conductor y  la guía. Iba vestido muy deportivo, con un chándal y zapatillas, además de una gorra de visera.

Me fijé enseguida en él, y creo que él también en mí. Así que tras saludarnos mantuvimos una entretenida conversación para ir haciendo tiempo.

Después fueron llegando el resto de viajeros y pude comprobar que la mayoría eran mujeres.

Cuando abrieron el autocar fuimos hacia la entrada y empezaron a subir todos.

Aquél señor muy caballeroso, dejó que subiera yo primero y me fui hacia el final del autocar.

Después, al cabo de un momento llegó él y me preguntó si me importaba que se sentase a mi lado, a lo que yo le respondí que no.

Yo estaba en el asiento de la ventanilla y él lo hizo en el del pasillo. El viaje transcurrió sin problemas. Íbamos hablando de vez en cuando de cosas sueltas y mirándonos de reojo en más de una ocasión, sobre todo él, que no paraba de mirarme las tetas a través de las aberturas de los botones de mi blusa, al igual que mis piernas.

Yo por mi parte, también miraba sus muslos y a veces hasta su paquete, el cual me imaginaba por el bulto que se le veía, que sería como el de mi difunto marido o algo parecido. Y así, disimulando los dos nuestras miradas, nos fuimos dando a conocer.

Él me dijo que se llamaba Santiago, o mejor dicho: Santiago Miralles Luperto, para servir a Dios y a usted, como rigen los cánones. Y eso dicho en estos tiempos, la verdad es que me produjo mucha gracia.

Yo tan solo le dije que a mí podía llamarme tan solo: “Tere”.

Al poco rato llegamos al lugar de destino. Yo me preparé antes para bajar y él se levantó para dejarme pasar. El sitio era muy estrecho, por lo que mi culo pasó rozando bastante por todo su paquete, lo cual me causó una sensación muy nueva y extraña.

Los dos nos pusimos a reír, al tiempo que él dijo: ¡Lo siento!...Y yo le contesté: ¡Tranquilo, no pasa nada!... luego fuimos a tomar un refresco antes de empezar y seguidamente iniciamos la excursión por unos caminos forestales.

Santiago no me dejaba ni un momento, parecía como si la excursión fuese solo para nosotros dos, y así estuvimos caminando juntos casi todo el tiempo.

El paisaje era magnífico y el tiempo acompañaba mucho. Así que al final pasamos todos un día extraordinario.

Al regresar al punto de partida nos despedimos todos de todos y entonces Santiago me pidió mi número de teléfono para poder quedar algún día. Yo se lo apunté en un papel y con un apretón de manos, nos despedimos los dos.

De regreso a casa parecía una colegiala, tan solo pensando en el día tan fabuloso que había pasado y lo simpático y atento que había sido aquel hombre conmigo.

Luego pasaron unos días y yo pensaba ya que él se habría olvidado de mí, hasta que llegado el fin de semana sonó el teléfono y era él para invitarme a ir al cine el próximo domingo. Y así lo hicimos ese día y algunos más, aunque siempre acompañados con gente del centro.

Pero hoy por fin, hemos quedado ya los dos solos. Para ello me he puesto todo lo guapa que he podido. Con una camisa, una falda más corta de lo que acostumbro, unos pantys negros y todo ello rematado con unos zapatos de tacón.

Habíamos quedado en la boca del metro y al salir, vi que él ya estaba allí. Se había puesto también de punto en blanco, así que tras saludarnos, nos fuimos juntos hacia el cine.

Al llegar elegimos la película entre los dos y entramos en la sala, la cual no era muy grande y aún no había empezado la película, o sea que la luz todavía estaba encendida y podíamos elegir buen sitio.

Yo me iba para el medio, pero Santiago dijo que contra más atrás se veía mejor. Así que nos fuimos a la última fila y allí nos sentamos los dos esperando a que empezara. Al apagarse la luz, él me pasó el brazo por encima del hombro y yo me acerqué un poco más a él. Así pasamos un buen rato hasta que noté que con su mano empezaba a masajearme el hombro. Entonces acerqué mi cabeza a la de él, y así con nuestras caras casi juntas, llegaron los primeros besos por su parte en mi mejilla.

Poco a poco fue acercándose a mi boca hasta que por fin, nuestros labios  se juntaron por primera vez. Mi cuerpo se convulsionó como si se hubiera electrocutado. Era mi primer beso dado a un hombre desde hacía muchos años y estaba muy, pero que muy nerviosa. Así que cerré los ojos y me dejé llevar sin decir nada.

Tampoco lo hice cuando Santiago puso su otra mano en mi rodilla y fue subiendo por todo mi muslo.

Así, entre besos y sobeteo de muslos y tetas, me estaba poniendo a cien por hora. Luego siguió hacia arriba con su mano hasta llegar a mi entrepierna. Todo eso podíamos hacerlo sin ningún problema porque la sala estaba casi vacía y no teníamos a nadie cerca. Luego empezó a acariciarme el coño por encima de los pantys, pero no podía hacerlo muy bien ni profundizar más por mucho que yo abriese bien las piernas para facilitarle la faena, por lo que el muy pícaro me dijo al oído que me fuese al lavabo y me los quitase.

Yo, al sentirme ya tan caliente por la situación accedí, y volviendo con ellos en el bolso como si de una gata en celo se tratase, volví a mi sitio para seguir recibiendo más placer ahora ya, sin ningún tipo de trabas. Entonces Santiago metió su mano bajo mi falda, dedicándose solo a masajearme el coño por encima de las bragas, pero al notar que ya estaban humedecidas, las separó hacia un lado y empezó a acariciarme el clítoris y a meterme sus dedos en mi orificio.

Yo creía morirme de gusto y necesitaba gritar, pero él con sus besos impedía que saliera cualquier sonido de mi boca.

Conforme me iba excitando, yo me agarraba más y más fuerte a él. Entonces Santiago cogió su chaqueta y se la puso sobre sus piernas, y cogiéndome una mano, la llevó hasta su entrepierna. Al principio me daba reparo y tan solo acepté a ponerla encima de su paquete, pero él siguió insistiendo y cogiéndola junto a la suya, hizo que le cogiera aquel trozo de palpitante polla aunque por encima de su pantalón.

Al principio éramos los dos los que estábamos masajeándola, pero una vez me convenció, empecé a ser yo sola la que le daba placer. Para mí todo aquello era como nuevo, ya que desde hacía años no tenía entre mis manos una polla como aquella. Pero aun así, de algo sí me acordaba.

Él siguió adentrándose en mi coño y seguidamente se sacó aquella polla aun flácida de su pantalón, que yo empecé a tocarle de arriba abajo con gran dedicación, hasta que tras unos movimientos más, empezó a crecerle y a engordarle un montón. La verdad es que el hombre estaba muy bien dotado y en sus tiempos tuvo que haber sido un buen amante. Y así seguimos los dos hasta que vimos que llegaba el clímax final. Entonces saqué un pañuelo de mi bolso y seguí  meneándosela hasta que se corrió. Mi mano se quedó toda llena de leche caliente de aquella polla que no paraba de chorrear, y yo, tras un orgasmo descomunal, me quedé también relajada y sin fuerzas recostada en mi asiento.

Luego al acabar la película, fui a ponerme otra vez los pantys al lavabo, y Santiago se fue al suyo para aliviar así su próstata.

Luego me cogió de la mano y salimos del cine como dos enamorados. La verdad es que de la película no me acuerdo mucho, pero de lo ocurrido allí sí, y no creo que vaya a olvidarlo durante mucho tiempo. Después me acompañó hasta mi casa y nos despedimos en el portal con un beso. Ahora sí sentía que empezaba a formar parte de lleno de aquel centro como el resto de ellas, pero quería seguir participando aún mucho más.

Durante los días laborables no nos veíamos, pero sí lo hacíamos los fines de semana. Yo aunque estaba sola y no tenía hijos, no quería comprometerme con nadie seriamente y así se lo hice saber a él. Así que cada uno vivíamos en nuestra casa y de vez en cuando y sin ataduras, quedábamos para salir juntos.

Hasta ahora no nos había ido nada mal, aunque él a veces quería ya algo más. Decía que tenía 61 años y que estaba viudo como yo. Que tenía dos hijos  casados y que buscaba en mí una estabilidad, además de amistad y compañía. La verdad es que era un buen hombre y en poco tiempo me estaba haciendo sentir lo que hasta entonces no había sentido nunca, ya que como bien os dije antes, mi marido era muy tradicional y a la vez un machista chapado a la antigua que nunca se dedicó a darme placer.

Para él, hacer el amor era tan solo ponerme con las piernas abiertas y después de unos cuantos mete y saca, correrse. Y así una y otra vez, sin ningún preludio amoroso. Por eso hasta hace bien poco no sabía lo que era un orgasmo, ni tan solo que existía el clítoris en mi coño. Todo lo había descubierto ahora con mi nueva pareja y le estaba muy agradecida por ello.

Así fueron pasando los días junto a él. Descubriendo cada vez algo nuevo. El otro día quedamos para ir a bailar porque resulta que además es un buen bailarín, y a mí el baile me encanta, por lo que estuvimos bailando en la pista casi todo el rato. Primero empezamos con los pasodobles para acabar después con canciones más lentas.

Ahí Santiago se pegaba a mí, poniendo una pierna entre las mías y así con el vaivén de la música, iba notándole como su paquete aumentaba de tamaño. Esa sensación de sentirme otra vez deseada por alguien me volvía loca. Después tras varias canciones más y viendo que aquello seguía creciendo, decidimos ir a sentarnos y tomarnos una consumición cada uno.

Luego cuando todo acabó, quiso acompañarme a casa y una vez llegamos, por primera vez en todo ese tiempo, le dije si quería subir un momento. Él naturalmente dijo que sí, y entonces nos fuimos los dos para arriba. Ya en el ascensor empezó a besarme, pero yo le hice parar por si nos veía algún vecino.

Luego ya en casa le preparé una copa y yo me puse un refresco. Y así ya los dos más tranquilos y relajados nos sentamos en el sofá y estuvimos hablando un rato. Más tarde comentamos cosas sobre el piso y después se lo estuve enseñando. Todo fue rápido y muy bien, hasta que llegamos al dormitorio. Allí Santiago empezó a bromear sobre lo que habría llegado a hacer yo en aquella cama y los buenos recuerdos que me traería, a lo que yo le contesté que de buenos recuerdos nada, ya que desde siempre había gozado bien poco de la vida. Entonces Santiago se puso serio y me dijo que eso con él allí se había acabado para siempre. Que yo sería su reina y que me haría disfrutar en todo momento como una loca. Y acto seguido empezó a besarme el cuello, luego el lóbulo de la oreja y después la boca, empezando con unos leves contactos para acabar sensualmente con nuestras lenguas entrelazadas.

Luego con una mano empezó a tocarme las tetas y con la otra me apretaba el culo hacia él, para que pudiese apreciar que su herramienta iba estando ya preparada para realizar una buena faena.

Instintivamente yo empecé a desabrocharme la blusa, dejando a su merced mis dos redondas y aun turgentes tetas. Él empezó a sobarlas y a besarlas y yo mientras tanto me desabroché y me quité también el sujetador. Entonces bajé mi mano hasta su polla y comprobé que ya estaba bastante dura, por lo que seguí  tocándosela. Luego me llevó hacia la cama y me hizo sentar al borde de ella. Me echó hacia atrás y me quitó la falda, empezando así con una infinidad de caricias por todo mi cuerpo.

Yo, acostumbrada a lo que había vivido con mi marido estaba muy sorprendida, pero él siguió entregándose a fondo, tratando de darme el mayor placer posible. Entonces se quitó la chaqueta y la camisa y yo le acaricié el pecho. Seguidamente fue bajando por mi cuerpo con unos sensuales besos, hasta llegar a la zona de mi bajo vientre. Allí se recreó un poco más y fue abriendo poco a poco mis piernas para dedicarse a acariciar mi ya humedecido coño.

Allí fue lamiéndome toda la raja y separándome los labios con sus dedos para poder introducirme su lengua hasta lo más profundo de mi ser. Él con gran sabiduría me dijo también que a la vez yo me fuese tocando el clítoris con mi mano y aunque no estaba acostumbrada a hacerlo, empecé a frotarme aquel botoncito ignorado por mí hasta entonces.

Aquello era como estar en la gloria, así que cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, dejándome llevar por la situación. Mi coño chorreaba como una fuente un líquido lubricante como jamás lo había hecho, y así estuvo hasta que llegué a sentir en todo mi cuerpo un gran temblor, seguido de un larguísimo y estupendo orgasmo.

Después Santiago que ya no podía aguantarse más, se quitó los pantalones y el slip y acercándose a mi cara, dejó ante mí su gran polla larga, tiesa y palpitante, como jamás había visto ninguna.

CONTINUARÁ EN EL RELATO: CONFESIONES DE TERESA (II PARTE).

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