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Lo que una me empezó, otra me lo acabó.

en Confesiones

Hola, soy Francisco y tengo 35 años. Os escribo para contaros una vivencia que tuve este último verano y que, hasta el día de hoy, no me he atrevido a contar a nadie por miedo a que me tachasen de depravado o algo así, ya que no todas las personas entienden lo que es un gran calentón en algún que otro momento.

Resulta que un día, estando paseando por uno de esos grandes super mercados y cansado ya de dar tantas vueltas, vi en él a una estupenda mujer la cual estaba sola, en la zona de esas anchas neveras donde están los pasteles y los helados, que me dejó embobado, ya que estaba muy buena y además iba vestida muy sexi. Llevaba puesta una blusa blanca muy ajustada, con los botones de arriba todos desabrochados para poder enseñar bien el canalillo, y los restantes apunto ya de reventar debido a la fuerte presión que hacían sus tetas contra ellos, haciendo resaltarle de esa manera, sus dos abultados pezones bajo ella.

Además, llevaba también una cortita falda de color azul, la cual dejaba bien poco a la imaginación, puesto que cada vez que se inclinaba para coger alguna cosa de las neveras, dejaba casi al descubierto toda su braguita blanca, con lo cual me estaba poniendo ya más caliente que una plancha.

Lo mismo ocurría cuando la miraba desde la parte delantera, ya que así y frente a ella, podía verle también aquellas grandes tetas que tenía al igual que su profundo y largo canalillo, consiguiendo de esa forma que entre una cosa y otra, mi entrepierna fuese creciendo bajo mis ajustados pantalones a pasos agigantados, tanto, que ya me daba vergüenza estar por allí así con aquella erección tan a la vista, que no podía disimular de ninguna manera.

Entonces vi allí la sección de los cereales y sin mirar ni la marca, cogí una caja de ellos y me la puse delante tapándome mi tan abultado paquete.

A continuación, volví decidido a tratar de ligar con ella puesto que estaba casi seguro de que lo que ella iba haciendo era para provocarme, pero he aquí que cuando iba acercándome, llegó antes un hombre, el cuál pensé que podía ser su marido, ya que se fueron los dos muy agarraditos. Mientras, yo me quedé allí todo empalmado y pensando que tal vez había sido un mal pensado y ella ni tan solo se había fijado en mí.

Pero de una forma o de otra, aquel tremendo bulto que me había creado entre las piernas (aunque tal vez sin proponérselo) tenía que intentar bajarlo como fuese. Así que solo se me ocurrió irme a los lavabos del centro y una vez allí, aliviarme yo mismo haciéndome una buena paja seguida de una buena corrida.

Una vez decidido y con la caja de cereales delante para disimular mi gran erección, me dirigí hacia allí, dejándola antes de entrar en una estantería. Una vez lo hice, entré tan deprisa que no me fijé en un letrero que había al principio y que decía “no pasar, estamos limpiando”, y aunque me metí bien en los lavabos de caballeros, vi dentro de ellos a una mujer de unos 40 años con una bata azul, la cual estaba limpiando los urinarios con un largo cepillo y que, aunque me miró extrañada, no se atrevió a decirme nada y siguió con su tarea.

Yo entonces, sin decir tampoco nada y con las dos manos tapando mi bulto, me metí rápidamente en una de las cabinas. Una vez dentro me bajé los pantalones y el slip hasta los tobillos y dejé por fin libre mi polla, la cual saltó hacia delante como si fuese un resorte. A continuación. Empecé a meneármela poco a poco, haciendo de esa forma que fuese creciendo aún mucho más entre mis dedos.

Debido a los nervios, la calentura o tal vez las prisas, me olvidé de cerrar la puerta con el pestillo y tampoco me acordé más de aquella mujer que estaba fuera limpiando los urinarios. Yo solo pensaba, en seguir desfogándome conmigo mismo, haciéndome esa paja que tanto necesitaba y mi mano ya no paraba de subir y bajar por mi polla, la cual iba facilitando las cosas arrojando poco a poco, ese líquido preseminal que tan bien me iba para deslizarla a todo lo largo de ella.

Era tanto el gusto y el placer que me estaba dando a mí mismo, que empezaron a salirme de la boca unos ufff… y unos gemidos incontrolados, los cuales debieron de ser oídos por dicha mujer, ya que enseguida y desde fuera me preguntó casi con miedo, si me encontraba bien, a lo que, al no contestarle nada debido a los nervios, empujó la puerta con la mano ( la cual como como ya os dije no había cerrado con el pestillo) y al abrirla, dicha mujer se encontró en la situación de verme allí, recostado sobre la pared del lavabo, con los pantalones y el slip bajados, con los huevos colgando y con una polla de 18 cm en la mano que además estaba más tiesa y dura como las que seguramente  habría visto hasta entonces.

Yo al verla me quedé parado y muy sorprendido y ella tampoco fue capaz de mediar palabra. Se quedó allí frente a mí como petrificada y sin dejar de mirarme la polla, yo diría que hasta con cara de lujuria y todo. Tanto que una vez pasó ese primer momento de sorpresa y vi que no reaccionaba ni para bien ni para mal, se me ocurrió invitarla a que entrase en la cabina, y una vez lo hizo, tras haber mirado muy atenta por si venía alguien, cerré tras ella la puerta con el pestillo y tras ir moviendo mi polla con una mano, le dije si quería ayudarme a seguir lo que había empezado solo, y así tal vez los dos nos podíamos hacer un mutuo favor.

Ella entonces me miró al igual que a mi polla, y sin decir nada siguió en estado contemplativo, aunque con una cara de lujuria que me estaba poniendo aún más cachondo si cabe. Se le notaba que hacía tiempo que no había visto o tocado ninguna polla. Por eso al verla tan necesitada puesto que no paraba de mirarla, cogí una de sus manos bajo la mía y se la llevé hasta ella, animándola a que la tocase todo lo que quisiera para que pudiese notar toda su dureza y suavidad, ya que allí estábamos solos y en la más estricta intimidad.

Así de esa forma empezamos juntos a mover su mano haciendo que a la vez me la fuese apretando para que así poco a poco siguiéramos haciéndome esa paja que antes yo no me había podido acabar de hacer. Luego ya, al verla más convencida, la fui dejando sola y era ya ella la que iba siguiendo con esos típicos movimientos de arriba abajo, aun así, no paraba de seguir mirándola.

Después le aconsejé que se pusiese de rodillas, y una vez en esa posición, siguió masturbándome hasta que me decidí a preguntarle si quería chupármela, ya que me la había puesto tan grande y gorda y la tenía tan cerca de sus labios.

Al oír eso, paró de meneármela y se lo estuvo pensando, pero al verla con tantas ganas y que no se decidía, fui yo quien poniéndole con mucha delicadeza una mano tras su nuca, fui acercando su cara poco a poco, hasta dejar mi polla a tan solo unos centímetros de su boca, la cual mantenía cerrada.

A continuación, me miró a los ojos como dándome su aprobación y yo sin pensármelo ni un momento, empecé a deslizársela sobre sus labios para que notase su suavidad sobre ellos, hasta que poco a poco, noté que fue bajando la presión de sus labios y pude ir metiéndosela toda en aquella boca de labios tan carnosos que tenía.

Luego se la saqué para que colaborase y con un poco de recelo, fue ella la que empezó ya a darme unas tímidas y suaves lamidas en el glande, para después una vez más animada por los gemidos que me había hecho lanzar, acabar saboreándola toda dentro de su boca, empezando a bombear dentro de ella y disfrutando el momento.

Fue así como viendo lo caliente que estaba aquella mujer, que la hice incorporar y le empecé a tocar las tetas atreviéndome a desabrocharle algunos botones de arriba de la bata para dejar así al descubierto su bonito sostén por el cual saqué una de sus tetas y empecé a chuparle y a lamerle aquel pezón tan abultado que tenía. A continuación, hice lo mismo con la otra.

Luego la abrí de piernas y al comprobar que no oponía resistencia alguna, le subí la bata hasta la cintura, y una vez le bajé las bragas como pude, me puse de rodillas ante ella y empecé a lamerle y a chuparle aquel peludito coño que tenía y que estaba ya muy mojado por la excitación, por eso, no paraba de arrojar esos jugos vaginales que tanto me gustaban. A la vez, intentaba también ir masajeándole sus respingonas y apretadas nalgas. La verdad es que aquella mujer estaba todavía de muy buen ver, aunque no sabía su edad, y era una delicia estar con ella en aquella situación, aunque todo el rato seguía sin mediar palabra.

Entonces le pregunté si le gustaba lo que le estaba haciendo, y su única respuesta fue, cogerme la cabeza por detrás con sus dos manos y atraerme así aún más hacia su coño, el cual seguí saboreando.

Cuando vi que ya me empezaba a inundar demasiado la boca con sus jugos, decidí dar el siguiente paso y esta vez ya y sin preguntarle, le cogí una pierna y se la puse sobre la taza del wáter, para que estuviese más alta. Después le puse en la entrada de su coño la punta de mi polla, la cual aún seguía bien tiesa y además con muchas ganas de descargar y empecé a frotársela por entre los labios de su caliente raja. Así poco a poco fui presionando sobre ellos, hasta poder lograr meterle todo el glande dentro.

Aquella mujer entonces, lanzó un pequeño gemido y yo tomándola por las nalgas le dije que, a partir de ahí, fuese ella quien se la fuera metiendo poco a poco hasta que notase como nuestros bajos vientres chocaban entre sí. Y así lo fue haciendo. Tanto que ya notaba como mi polla topaba dentro de ella, hasta lo más profundo de su ser.

Entonces la hice poner de cara a la pared con el cuerpo arqueado hacia atrás y así, la seguí follando a la vez que le iba tocando también las tetas, y ella ponía sus manos sobre mis nalgas, hasta que le escuché soltar unos intensos gemidos de placer los cuales fueron seguidos por unos tremendos espasmos en todo su cuerpo, que hicieron que me calentase aún más de lo que estaba y siguiera bombeando sobre ella con más rapidez y ganas todavía.

Luego, cuando noté por sus continuos espasmos que se había vuelto a correr otra vez, y puesto que yo estaba también a punto de hacerlo, se la saqué de su peludito coño, y dándole la vuelta de nuevo, me corrí como nunca sobre su abdomen, dejándoselo todo bien blanco, como si le hubiese acabado de caer una gran nevada encima.

Una vez acabó todo, recobramos los dos la compostura y abrí la puerta de la cabina con cuidado, y al ver que no había nadie salí de ella, no sin antes haberme girado y haberle dicho a aquella estupenda mujer… ¡Gracias! Ella entonces me miró sin mediar palabra y siguió arreglándose.

Después, cuando salí de los lavabos y volví al bullicio del gran super mercado, sí que vi el letrero de “no pasar, estamos limpiando” en el pasillo, entonces me vino a la mente otra vez, aquella despampanante mujer de las neveras de los helados y me dije a mí mismo, que lo que ella había empezado (quizás sin proponérselo) otra estupenda mujer y tal vez más necesitada que ella, me lo había podido acabar.

FIN.

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