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Experiencia a ciegas

en Confesiones

Hola, me llamo Leticia. Soy una mujer de 50 años, viuda desde hace mucho tiempo y que por lo cual, vivo sola en mi casa desde entonces, ya que nunca me he vuelto a enamorar ni he salido en serio con ningún otro hombre desde hace años, por lo que en algunas ocasiones siento la necesidad de toda mujer de desfogarme, aunque solo sea conmigo misma y con mis queridos deditos, los cuales son los que me suelen proporcionar hasta el momento mis únicos ratos de placer y sexo que tengo.

Tal vez por eso, al estar tanto tiempo sola en casa, me he vuelto una persona muy depresiva, por lo que a veces lo suelo pasar bastante mal.

En esta ocasión me está volviendo a pasar de nuevo y me encuentro muy baja de moral, por eso el otro día hablando por teléfono con una íntima amiga, se lo estuve contando todo y ella me aconsejó que debía de cambiar de aires aunque fuese por unos pocos días, e incluso se brindó a que me fuera a su casa a pasar una semanita con ella, ya que según me dijo, a su marido seguro que no le iba a importar en absoluto, y además tenían sitio suficiente para mí.

Así que como no me encontraba muy bien últimamente, y con ellos siempre había congeniado mucho, decidí aceptar su invitación.

Así al día siguiente preparé mi maleta y me dirigí hacia su casa, la cual estaba ubicada en un pueblecito de la sierra y además muy bien comunicada.

Al llegar me recibieron los dos con mucho cariño. Se notaba que en realidad se alegraban mucho de verme. Luego, tras entrar mi equipaje y saludarnos, me estuvieron enseñando la que sería mi habitación. Seguidamente me dispuse a colocar toda la ropa que había llevado, en el armario.

Después estuvimos hablando en el salón un buen rato de todo un poco para ponernos al día y Ana, que así se llama mi amiga, me comentó que ella ahora iba a clases de zumba y de yoga tres veces a la semana, y que Carlos (su marido) se iba a trabajar muy temprano cada día, salvo los fines de semana que siempre tenía fiesta.

Dicho esto, me estuvieron enseñando el resto de la casa, ya que hacía mucho tiempo que yo no les había vuelto a visitar y habían hecho alguna que otra reforma en ella.

Después dimos una vuelta los tres por el pueblo y sus alrededores y cuando llegó la hora, regresamos para comer. Luego por la tarde volvimos a dar otra vuelta para ver el resto que nos quedaba.

Al día siguiente muy temprano, me desperté al oír cierto ruido en la cocina, y como tenía mucha sed, decidí levantarme e ir a buscarme un vaso de agua, y así de paso podría ver quien estaba allí a esas horas.

Entonces salí de mi habitación y me dirigí hacia allá. Al llegar vi a Carlos en pijama el cual se estaba preparando el desayuno para luego irse a trabajar. Así, tras darle los buenos días, le dije que iba a por un vaso de agua a la nevera. Entonces como la cocina era larga, pero muy estrecha, al pasar por delante de él para ir a buscar el vaso, noté como mi culo rozaba por una cosa muy larga y dura, la cual hacía años que no había vuelto a sentir así. Entonces, aunque él seguía a lo suyo preparándose el desayuno, yo mientras se iba llenando el vaso de agua, pude darme cuenta de que estaba muy empalmado y que debajo de aquel fino pantalón de su pijama, se dejaba entrever una polla descomunal mucho mayor que la de mi difunto marido, tal vez debido a la trempada matinal que suelen tener los hombres al levantarse.

Pero de una forma o de otra, mis ojos desde ese preciso momento, ya no se podían apartar de aquel soberbio bulto, que aunque lo hubiese querido intentar disimular, le hubiese sido casi imposible, aunque ese no fuera el caso, ya que él seguía a lo suyo sin inmutarse para nada.

Entonces yo, con el vaso de agua ya en mi mano y tras aquella visión, tan solo me quedaba esperar el momento oportuno para volver a pasar por delante de él. Así que, en cuanto lo vi en la misma posición de antes, me puse de espaldas a él y volví a restregar mis nalgas todo lo que pude por aquel pedazo de carne dura y palpitante que tenía entre las piernas.

Después le deseé un buen día de trabajo y me despedí de él con un… ¡hasta luego ¡.

Mi amiga Ana seguía durmiendo todavía, así que yo me volví a encerrar en mi habitación. Mi cuerpo temblaba de emoción por todo lo ocurrido, y mi coño después de tantos años, había vuelto a palpitarme de nuevo. Por eso, para acabar con aquel sofoco tan grande, me tuve que masturbar como una loca abrazada fuertemente a la almohada y pensando en todo momento en aquella polla que solo disfrutaría mi amiga.

El orgasmo que tuve ese día fue extraordinario, y a la vez diferente, ya que esta vez habían intervenido en él otros factores además de mis queridos deditos, y era el haber tenido tan cerca de mis nalgas y de mi coño, una polla tan espectacular como la de Carlos.

Así fueron pasando los días y aunque la escena se fue repitiendo en varias ocasiones, Carlos nunca se propasó conmigo, aunque ya debía de desconfiar algo, aun así, nunca comentó nada al respecto ni a mí ni a su esposa, aunque el día anterior al fin de semana sí que se atrevió a hablarme sobre asuntos de sexo.

Entonces me llegó a preguntar con voz entrecortada, cuanto tiempo llevaba yo sin hacer el amor, y si para mí era importante el hecho, porque tal vez era eso lo que me pasaba, y todas mis depresiones radicaban de ahí. Entonces le contesté que desde que mi marido había fallecido nunca lo había vuelto a hacer más, y que solo me aliviaba de vez en cuando conmigo misma y con mis dedos.

Carlos en ese momento se puso muy serio y con pena hacia mí y me dijo que al igual que si yo necesitara dinero o me faltase sal o pimienta para mis guisos él se brindaría a dármelo sin vacilar, de igual forma quería ofrecerme sin ánimo de ofenderme, todo el sexo que necesitase, aunque eso sí de la forma más sincera y sin amor ni ataduras por medio por ambas partes.

Entonces yo le contesté que se lo agradecía mucho y que para nada me había molestado, tan solo que era del todo imposible ya que él era el marido de mi amiga y por nada del mundo la traicionaría por muy necesitada que me encontrase, tal vez si hubiese sido otra persona sí que hubiese aceptado, pero que le agradecía mucho su ofrecimiento.

En ese momento Carlos se puso a pensar y me comentó que él tenía un buen amigo, el cual estaba en igual situación que yo, y si quería, aprovechando que el fin de semana tenía fiesta y Ana como siempre se iría a sus clases cotidianas, podía invitarlo a casa si quería, y luego él se iría para dejarnos solos.

Yo, con lo caliente que me había dejado aquella primera proposición, le dije que sí. Luego él me comentó que a ser posible, ese fuese nuestro secreto, más que nada por si su mujer no llegaba a entenderlo.

Llegado el fin de semana todo ocurrió con normalidad, y a la hora de siempre Ana se fue a sus clases. Entonces, al quedarnos los dos a solas me comentó Carlos que su amigo estaba ya a punto de llegar y que como era muy tímido con las mujeres, le había dicho que solo se atrevería a hacerlo conmigo si yo no le miraba en todo momento y él no pronunciaba palabra alguna. Por eso a Carlos se le ocurrió, si yo estaba de acuerdo naturalmente, vendarme los ojos para que así su amigo se sintiese mucho más seguro de sí mismo.

Entonces yo, con lo caliente que estaba ya ante aquella situación, acepté su propuesta, y una vez me dejó en el salón con los ojos vendados, escuché al momento el timbre de la puerta y a continuación la voz de Carlos invitando a pasar a su amigo. Después nos presentó, aunque su amigo no dijo nada y seguidamente él se despidió de nosotros alegando que se iba a dar una vuelta por ahí, para así dejarnos solos.

Una vez se escuchó el portazo de la puerta de entrada, yo seguía allí en el salón con los ojos vendados y muy cachonda, esperando a que mi amante secreto se pusiese ya a realizar su trabajo.

En ese momento mi cuerpo temblaba como un flan y mi coño empezaba ya a mojarse y a palpitar como hacía años que no lo hacía. Entonces por fin, noté unas suaves manos que me empezaban a acariciar desde atrás, y unos labios que me iban besando suavemente por todo el cuello.

Al momento sentí como un tremendo escalofrío me recorría todo el cuerpo y eso me puso aún mucho más caliente, y más aún, cuando siguió dándome besos por toda la nuca y aquellas manos se fueron apoderando ya de mis tetas, empezando a sobármelas una y otra vez con gran maestría y también a pellizcarme los pezones con los dedos.

Yo ya no podía aguantarme casi de pie. Mi cuerpo era todo un temblor. Seguidamente noté como una de esas manos iba bajando por mi vientre camino hacia mi entrepierna, y allí se quedó bajo mi falda un buen rato acariciándome toda la zona genital sin parar.

A la vez desde atrás, notaba como un gran bulto (que me recordó al del marido de mi amiga) se iba empotrando entre mis nalgas cada vez más. Entonces él siguió frotándome el coño sin parar, y con su otra mano, cogió una de las mías y la llevó hasta aquel gran bulto, ofreciéndome que se lo tocase. Yo entonces accedí y empecé a palpárselo y a presionar sobre aquel pedazo de carne palpitante que cada vez iba aumentando más de tamaño bajo su pantalón.

Entonces le comenté que sería mejor que continuásemos en mi habitación, y una vez allí, me dio la vuelta y presionándome los hombros hacia abajo, hizo que me arrodillase. Yo estaba ya a punto de estallar. Aquella situación me daba un morbo extraordinario.

Después se debió de sacar la polla del pantalón, puesto que empecé a sentir como me iba frotando sobre mis labios con una cosa dura, suave y calentita, intentando que abriese la boca para metérmela dentro. Yo entonces se la cogí, y al notar que era lo que ya me había imaginado, empecé a lamérsela y a chupársela como si me fuese la vida en ello.

Él seguía sin pronunciar palabra, aunque sí emitía algún que otro gemido, pero a mí me daba igual ya que una vez que había rechazado la proposición de Carlos, lo que deseaba ahora era que su amigo me diese todo el sexo que tanto añoraba desde hacía unos años.

Seguidamente me desnudó por completo y él debió de hacer lo mismo. Entonces me tumbó de espaldas sobre la cama, y separándome bien las piernas, empezó a lamerme los labios del coño como nunca me lo habían hecho. Yo, con las ganas que tenía de sexo, cogí su cabeza con mis manos y lo atraje hacia mí, haciendo así que su lengua entrase en mi coño hasta lo más profundo.

Seguidamente me metió aquel pedazo de polla que tenía en mi raja y me folló sin contemplaciones hasta que tuve mi primer orgasmo. Luego me dio la vuelta y poniéndome a cuatro patas, me la metió desde atrás, haciéndome gemir y disfrutar como nunca.

Yo trataba de separar mis redondeadas nalgas con las manos, para facilitarle más la penetración, pero eso propició también que mi virginal culo quedase bien a la vista, y él se dio cuenta de ello. Entonces en un momento noté como su lengua iba lamiendo su negra aureola y seguidamente, y tras ensalivarme bien el agujero, me metió uno de sus dedos en él empezando con un mete y saca tremendo que me estaba volviendo loca.

Luego noté que estaba intentando meterme dos, y una vez lo consiguió, volvió a seguir con aquel mete y saca tan fabuloso. Todo eso era nuevo para mí, pero me estaba gustando un montón, por eso me iba dejando hacer. Seguidamente volvió a lamérmelo y empezó a ir clavándome su lengua poco a poco dentro de mi hasta ahora apretado orificio.

Después, cuando vio que ya lo tenía bien dilatado y ensalivado, me puso la punta de su glande en la entrada del culo y empezó a presionar sobre el hasta conseguir que entrase toda la cabeza de aquella estupenda polla, y seguidamente todo lo demás.

Después empezó a bombear dentro de él como un poseso y yo ya no podía aguantarme más con tanto placer que estaba sintiendo, pero aun así llevé una de mis manos a mis tetas y la otra a mi clítoris, para culminar así más rápido mi próximo orgasmo.

Al rato me corrí como nunca recordaba haberlo hecho y además había probado algo que nunca había hecho con mi marido como era la sodomía y me había encantado.

Mi amante secreto seguía sin decir ni una palabra, tan solo soltaba algún que otro gemido de placer de vez en cuando, y yo con la venda en los ojos todavía puesta, sentía mucho más morbo al no saber con quién me lo estaba haciendo, por eso decidí seguir así, además ya se lo había prometido a mi amigo Carlos.

Después de mi segundo orgasmo, mi cuerpo estaba ya al límite y él no podía tampoco aguantarse más, su momento de clímax total estaba a punto de llegar por lo que podía intuir, así que me la sacó suavemente del culo y dándome la vuelta me puso otra vez de rodillas e intuí que empezaría a pajearse ya que me invitó a que yo hiciese lo mismo y me fuese frotando el clítoris de nuevo, haciéndome a la vez que abriese mi boca para intentar descargar dentro de ella toda la leche que tenía acumulada en sus huevos.

Yo le obedecí enseguida y empecé con una rápida fricción sobre aquel ya abultado botoncito que tanto placer me había proporcionado siempre, a la vez que fui abriendo mi boca tanto como pude y fui sacando también la lengua para que él depositase su leche caliente sobre ella.

Al momento empezó a disparar un líquido caliente y viscoso sin parar sobre ella al igual que sobre mi cara. Yo hasta entonces no había probado nunca el semen de ningún hombre, pero la verdad es que no me desagradó para nada el hacerlo, e incluso intenté tragarme un poco de él para ver que se sentía.

Por mi parte baja, yo seguía frotándome sin parar el clítoris, a la espera de que llegase mi tercer orgasmo, el cual llegó tras unas cuantas fricciones más y unas convulsiones fuertes que desde hacía muchos años no había vuelto a sentir. Entonces al acabar, mi amante secreto me dejó allí en la habitación medio extasiada de placer y se marchó, no sin antes haberme dado un beso en los labios y haber pronunciado una única palabra: ¡gracias!

Al poco rato sentí el portazo de la puerta de entrada y en ese momento me quité ya la venda de los ojos y me fui a asear y a vestirme. En cuanto acabé de hacerlo, sentí otra vez la puerta de la calle. Era Carlos que volvía ya de dar la vuelta que nos había prometido. Entonces me preguntó enseguida como me había ido con su amigo y si había disfrutado de la experiencia, a lo que yo le contesté que todo había ido maravillosamente y que ojalá pudiese repetir todo eso más a menudo, porque de esa forma, seguro que se me quitaban todas las depresiones de golpe. Entonces Carlos se puso a reír y me contestó que se alegraba mucho de verme así de contenta, y que a partir de ahora el resto ya dependía de mí.

Al día siguiente mi estancia allí llegó a su fin. Mi amiga Ana aun sin ella saberlo y Carlos, su marido, me habían hecho un gran favor, y yo volvía a mi casa siendo una mujer nueva y diferente.

Luego durante el viaje, empecé a darle vueltas a todo lo ocurrido y pensé que todo había sido muy extraño ese día. Por un lado, estaba la llegada de su amigo tan apunto y el no mediar ni una sola palabra en todo momento y por otro, la llegada tan repentina de él tan solo acabar yo de vestirme, ya sin contar con la anterior proposición que me había hecho él anteriormente.

La verdad es que todo me daba que pensar. Además, las mujeres tenemos un sexto sentido para esas cosas y yo enseguida me di cuenta de que aquel bulto que había notado en días anteriores rozando en mis nalgas, era el mismo que me había hecho palpar y acariciar aquel supuesto amante misterioso, al igual que las “gracias” del final, las cuales me recordaron enseguida a la voz de Carlos.

Pero si fue así o no lo fue, la verdad es que no me importa ya que no me siento para nada culpable de haber traicionado de esa manera a mi amiga y he de felicitar a su marido por su imaginación y puesta en escena, ya que como bien dice el refrán: Ojos que no ven…

FIN.

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