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El masaje con final feliz de mi esposa.

en Confesiones

Hola, me llamo Alberto. Tengo 42 años de edad y una esposa de dos años menos que yo, con la cual mantengo una relación normal y muy buena, tanto en lo cotidiano como en lo sexual.

Desde hace unos meses me he aficionado a ver por internet algunas de esas películas porno, siendo mis preferidas aquellas en las que hay algunas secuencias de penetraciones anales, así como también las de masajes, esas que siempre acaban con final feliz.

La verdad es que esas dos modalidades me suelen poner siempre a cien por hora, lástima que después no pueda hacer yo lo mismo con mi mujer, ya que siempre que se lo he propuesto sobre todo el anal, me ha dicho que no, alegando que, al hacerlo por ahí, duele mucho al principio según le han comentado algunas de sus amigas, por eso llevo ya bastante tiempo pensando en como convencerla para por fin, poder metérsela por ese culo tan excitante que tiene.

Durante esos días en los cuales estaba viendo una película de masajes, me di cuenta de que esa podía ser una buena excusa para intentarlo de nuevo y sin provocar ninguna sospecha en ella. Así que una vez decidido, me fui una tarde a un sex shop que hay en mi barrio y aconsejado por la guapa dependienta, compré un buen bote de aceite de masaje y ya una vez allí, también un consolador de medidas considerables, el cual tenía en su base una ventosa para poder fijarlo sobre cualquier superficie, puesto que no sabía como podía acabar todo aquello con mi esposa.

Después ya, con todas las cosas metidas en una bolsa muy discreta, salí del local y me dirigí hacia mi casa. Hacía tiempo que no me sentía tan caliente y a la vez tan nervioso, al no saber como iba a reaccionar ella con todo aquello.

Cuando llegué abrí la puerta y me dirigí enseguida a nuestro dormitorio para guardar allí la bolsa. A continuación, me fui al salón en el cual vi que se encontraba mi esposa y una vez en él, la saludé dándole un buen beso con lengua en la boca. Luego nos sentamos en el sofá y ambos empezamos a contarnos como nos había ido el día.

Ella por su parte me confesó que se encontraba muy estresada y que le dolían bastante los hombros y las cervicales, así como toda la zona lumbar, por lo que, a mí, esa declaración me pareció estupenda (en el buen sentido) puesto que así podría intentar sin que ella sospechara nada, darle un buen masaje que, con un poco de suerte, podría acabar también en final feliz como en las películas.

Así que, ya que se me había puesto todo tan a favor, decidí ofrecerme a darle un buen masaje en todas las partes que ella había mencionado. Al principio no se lo tomó muy en serio ni lo veía muy claro, pero una vez que en plan de broma le dije que, aunque ella no lo supiera, estaba ante el mejor masajista y que por esas casualidades de la vida, ejercía justo en nuestro dormitorio, y que si quería podíamos jugar a que ella venía a mi consulta para recibir mis servicios y librarse de su estrés, se puso a reír y al final aceptó.

Dicho esto, me fui a la habitación y puse una música relajante, una luz tenue y una prenda sobre la cama para procurar no mancharla con el aceite que había comprado. Después ya con todo preparado y como buen profesional, la hice pasar y le ofrecí una toalla blanca diciéndole que cuando yo saliese de la habitación, ella se fuera desnudando, se tumbase boca a bajo en la cama con los ojos cerrados y que cuando estuviese lista me llamara.

Al cabo de un instante y siguiendo con la broma me llamó y yo entré enseguida. Al hacerlo la vi allí tendida medio desnuda, con la toalla sobre sus nalgas y esperando recibir mis servicios, cosa que yo no tardé ni un segundo en hacer.

Al principio empecé por sus hombros y sin aceite, pero al ver que mis manos no se deslizaban por su cuerpo como yo quería, disimuladamente le dije que iba a buscar un aceite que me había traído del gimnasio, y sacándolo de la bolsa empecé a embadurnarme las manos con él y seguí con sus cervicales.

Ahora ya era distinto y ella creo que lo notó, puesto que, con cada movimiento de mis manos, veía como se le iban poniendo los pelos de punta, cosa que me fue animando aún más a seguir con todo aquello. Así que fui bajando mis manos por su espalda hasta llegar a su sujetador, entonces le aconsejé que sería mejor que se lo quitara puesto que de esa forma no se lo mancharía. A continuación, se lo desabrochó y levantando un poco su cuerpo se lo quitó y lo tiró al suelo de la habitación.

Luego, cuando volvió de nuevo a su posición, sus tetas quedaron aprisionadas entre la cama y su cuerpo, por lo que al tenerlas muy voluptuosas le salían parte de ellas por los laterales, cosa que a mí al verlo me puso muy nervioso y caliente a la vez, pero aún así seguí haciendo mi trabajo, aunque mi polla estaba ya a punto de estallar y no paraba de crecerme bajo el pantalón del chándal.

A continuación, empecé a resbalar mis manos por toda su parte lumbar una y otra vez, y de vez en cuando aprovechaba también para sobarle las partes de las tetas que le sobresalían por los laterales. Luego bajé hasta sus pies y allí le di unos buenos masajes relajantes al igual que hice también con sus dedos, atreviéndome incluso a chuparle alguno de ellos, cosa que, a mi esposa, aunque le extrañó bastante reconoció que le gustaba un montón.

Seguidamente empecé a subir mis manos a lo largo de sus gemelos y por entre sus muslos. Luego le separé las piernas. Para mí todo aquello era como estar en la gloria puesto que mi esposa está como un tren y yo me sentía mas caliente que nunca y con la polla creciéndome cada vez más ante aquel espectáculo. No obstante, continué con el masaje y seguí subiendo hasta llegar a su entrepierna donde de nuevo le volví a decir que, para no mancharle las braguitas, sería mejor que se las quitase, a lo que ella sin protestar accedió y levantando un poco sus nalgas bajo la toalla, me dejó el camino libre para que se las quitase.

Una vez retiré la toalla y me encontré con aquellas nalgas redonditas y respingonas, divididas por aquella fina tirita de tela de su tanga me quedé petrificado y a la vez deseoso de comérselas por entero, pero como buen profesional, tan solo me dediqué a quitarle dicha prenda y lanzarla al suelo junto al sujetador.

La visión que me ofrecía era fantástica, puesto que podía verle desde atrás, toda la raja del coño, así como la oscura aureola de su culo, la cual parecía estar invitándome a que le diese unos buenos lengüetazos, pero me contuve y seguí con el masaje. Entonces volví a llenarme las manos de aceite y dejé caer sobre ella unas cuantas gotas en los sitios mencionados, cosa que, al estar frías, hizo que se estremeciera por la impresión.

Seguidamente fui pasando mis manos por los alrededores de sus labios vaginales, aunque sin llegar a tocarlos de lleno, e igual hice con la aureola de su culo para dejarla con ganas de querer más, hasta que poco a poco me fui apoderando de ambos sitios y ya con mis dedos, empecé descaradamente a ir sobándole aquellos gruesos labios por dentro y a frotarle su abultado clítoris a la vez que le iba introduciendo también los dedos dentro de aquel palpitante y caliente coño que ya tenía.

Como ella respondía bien a todo aquello, en uno de los sube y baja de dichos masajes incluso me atreví disimuladamente a meterle un dedo en el culo, a sabiendas de que me lo iba a hacer sacar de allí al momento, pero me quedé sorprendido al ver que no fue así ya que seguía con los ojos cerrados y vi que sacaba su lengua para relamerse los labios y empezaba a mover sus nalgas para sentirlo mejor. Por eso decidí realizarle un mete y saca continuo durante un buen rato.

Yo estaba alucinado con lo que estaba pasando, pero al ver que se estaba calentando tanto, la hice darse la vuelta y embadurnando de nuevo mis manos con el aceite, le empecé a masajear las tetas y los pezones, los cuales tenía ya bien duros y tiesos.

Ella continuaba con los ojos cerrados así que me decidí a ir bajando por su vientre hasta llegar de nuevo a su coño, el cual tenía ya bien abierto para mí. Una vez allí le fui introduciendo los dedos de una mano, mientras que con la otra le seguía sobando las tetas y los pezones.

A todo eso, mi polla quería salir ya cuanto antes al exterior, debido a las dimensiones que había adquirido, así que sin dudarlo me la saqué del pantalón y cogiendo una de sus manos se la llevé hasta ella. En ese momento sí que abrió los ojos muy sorprendida, pero al vérmela tan tiesa, empezó a pajeármela suavemente, a la vez que yo le hacía lo mismo a ella.

Así nos pasamos los dos un buen rato hasta que mi ella fue acercando su boca a mi polla y empezó a lamerla y a chuparla como si no hubiese un mañana. A todo eso yo seguí dándole placer a ella mientras me dejaba hacer. Al final, cuando vi que empezaba a convulsionarse y yo estaba también a punto de correrme, la hice parar un momento y poniéndola al borde de la cama, le introduje toda la polla en su hambriento coño y empecé a bombear dentro de él una y otra vez, mientras además le sobaba las tetas y la iba besando en la boca en alguna ocasión.

Luego la hice cambiar de posición y una vez se puso a cuatro patas sobre la cama, seguí follándola con ganas desde atrás, atreviéndome incluso a volver a meterle otra vez un dedo en el culo mientras la iba embistiendo por el otro lado. De nuevo no protestó e incluso noté que aún quería más, por eso volví a llenarme los dedos de aceite y conseguí meterle otro dedo más y además sin ningún problema. A continuación, le pedí que respirase a fondo y se relajase y sin previo aviso, le puse mi glande en la entrada de su redondo agujero y tras darle unos masajes en círculo con él sobre la zona, empecé a presionar sobre aquella oscura diana, ante la incredulidad de mi esposa, aunque no protestó y conseguí enseguida que le entrase toda por completo.

Tras el primer quejido de ella me frené, y solo continué cuando vi que sus nalgas se iban acercando poco a poco hacia mí, para que la penetración fuese ya más profunda y gratificante. A partir de ahí ya todo era placer para ella, la cual no paraba de pedirme más y más, mientras se iba tocando también toda la raja y el clítoris.

Por eso al verla tan entregada y caliente, me animé a seguir aún más con el juego y le comenté que hacía días le había comprado un regalito y que si quería se lo podía dar en ese momento. Así que cogí la bolsa y saqué de ella la discreta cajita entregándosela a continuación para que la abriese. Una vez lo hizo, su expresión de asombro fue mayúscula cuando vio que se trataba de un consolador y de medidas impresionantes, por eso y sin saber porqué lo cogió con una mano y con una sonrisa nerviosa en sus labios, empezó a moverlo en forma cimbreante de arriba abajo, mirándolo y tocándolo bien por todos los lados para notar bien su textura.

Yo entonces para justificar el hecho, le dije que eso era tan solo para salir un poco de la monotonía, y que, ya que ahora había probado el sexo anal y le había gustado tanto, eso nos podía ayudar a realizar otras técnicas como por ejemplo la doble penetración, ya que según había oído decir a la gente, era lo máximo del placer para una mujer.

Dicho esto, y antes que reaccionase o se enfriase, le dije que volviese a la posición del perrito y una vez lo hizo, seguí lamiéndole el coño y el culo sin parar, mientras que ella se tocaba las tetas y el clítoris. Así estuvimos de nuevo un buen rato hasta que la punta de mi lengua se fue metiendo ya sin ningún problema en su apretado agujero.

En ese momento fue ella la que me pidió que por qué no intentábamos eso de la doble penetración, puesto que estaba muy caliente y decidida y necesitaba sentir ya en su culo algo más grande que un simple dedo.

Al oírle decir todo eso, me puse muy nervioso, pero aún así le dije que embadurnara muy bien el consolador con el aceite, así como su coño y su culo y que fuera intentando metérselo en su hambrienta raja. Después yo desde atrás le metería mi polla con cuidado en su culo una vez también bien lubricada, y así lo hicimos. Cuando ella logró meterse toda aquella cosa dentro del coño y empezó a bombear dentro de él, yo le puse el glande justo en la entrada de su culo y poco a poco, fui presionando sobre ella hasta conseguir metérselo dentro y después toda la polla centímetro a centímetro.

Mis huevos chocaban ya sobre sus nalgas una y otra vez y ambos al unísono entrábamos y salíamos de los dos orificios como si nada. Según me decía ella entre gemidos de placer, aquello era lo más delicioso que había probado nunca, y más aún cuando además empecé a sobarle las tetas y ella con su otra mano se empezó a frotar el clítoris.

La sensación de ir sintiendo por el otro lado aquel gran consolador que entraba y salía sin parar y a la vez también me iba frotando la polla era indescriptible. Para ambos todo aquello era una pasada, pero claro, todo lo bueno tiene un final. Por su parte ella se había corrió ya en varias ocasiones y por la mía estaba ya a punto de eyacular, así que una vez que le indiqué que se pusiera de rodillas frente a mí, empecé a pajearme con gran  rapidez y me corrí sobre su lengua, la cual había sacado ya de su boca abierta con antelación y también sobre su cara dejándosela toda llena de un semen viscoso y pegajoso el cual quiso probar tomando un poco con las yemas de sus dedos y llevándoselos a la boca, puesto que eso aún no lo habíamos hecho nunca en nuestras relaciones.

Al final y tras el montaje que habíamos protagonizado los dos, nos relajamos, nos pusimos a reír nerviosamente y nos prometimos que a aquel juguetito que le había regalado, le íbamos a dar los dos el máximo rendimiento durante los próximos días.

Luego nos dimos una buena ducha y tras comentar la experiencia con ella, me di cuenta de que ya no se acordaba de sus dolencias anteriores, y es que no hay nada mejor para curarlo todo… que echar un buen polvo.

FIN.

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