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Mis días siendo forzado: Prólogo

en Hetero: Infidelidad

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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SINOPSIS

La vida Mike Brewster en apariencia es feliz y exitosa. Si bien su trabajo como publicista es reconocido y valorado por sus compañeros y sus jefes, su carrera se ha estancado por su falta de liderazgo. Su matrimonio parece sólido y fuerte, pero sufrirá un duro revés a raíz de un secreto de su juventud que es revelado sin saberlo a la persona que más ama en el mundo.

Linda Brett, su esposa, decidirá imponerle un duro castigo, humillándole de la peor manera posible. Mike, temiendo perderla para siempre, accede sin remedio a llevar a cabo todos y cada uno de sus excéntricos deseos. Una y otra vez, las pruebas y torturas ponen a prueba su paciencia y fidelidad, a medida que el pasado de Mike va siendo despellejado capa a capa ante su esposa. Y más secretos inconfesables salen a la luz.

Pero los planes de Linda acaban llegando mucho más lejos de lo que ninguno de los dos se podía imaginar jamás. Mike se verá metido de lleno en una turbulenta relación a tres bandas con la inesperada aparición en sus vidas de una mujer llamada Amy...

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PRÓLOGO: Un día como otro cualquiera

Lunes, 24 de mayo

Aquel día se convertiría para Michael Brewster en una fecha memorable. No porque fuera digna de ser recordada, sino por todo lo contrario. Aunque él mismo no tenía ni idea de la verdadera importancia de ese día hasta muchos meses después. Esa mañana se despertó como cualquier otro lunes, con el olor del desayuno preparado por su esposa, subiendo las escaleras desde la cocina y los rayos de sol filtrándose a través de las rendijas de la persiana de su dormitorio.

«¡Cinco minutos más!». Le dio un manotazo al despertador para que dejara de zumbar y se hizo el remolón bajo las sabanas.

—Se te va a enfriar el desayuno como no te des prisa y menees el trasero, honey —dijo Linda desde el quicio de la puerta, con los brazos puestos en jarras en una falsa actitud reprobatoria. Acto seguido se giró, descalza sobre sus talones, como si fuera una peonza bailando para dirigirse de vuelta a la cocina.

Como indumentaria de andar por casa, ella llevaba una de las camisas de oficina de Mike. Sin embargo, a diferencia de muchas otras mujeres que suelen vestirse de esa caprichosa manera con la ropa de sus parejas, le quedaba muy corta y no le llegaba apenas para cubrir sus esbeltos muslos. La tela se ceñía a sus sensuales formas femeninas como una segunda piel. Linda tenía una mente astuta y rápida para los negocios bursátiles y un cuerpo esculpido para el placer.

Era una auténtica belleza irlandesa de largo cabello rojo caoba (intensificado con tintes artificiales, pero igual de espectacular al natural), talle fino y curvilíneo como el de un violín y con unos ojos castaños como dos gemas pequeñas y brillantes. Su rostro era pequeño, salpicado de diminutas pecas y de formas redondeadas.

Su tez blanca era un fino lienzo en el que se podían adivinar sus emociones y que a menudo la traicionaba en el cara a cara. Cuando estaba asustada, empalidecía exageradamente, literalmente resplandecía por la falta de sangre. Pero cuando la vergüenza la sobrepasaba, le ardían las mejillas como carbones encendidos. Sus labios, en cambio, podían mudar con tanta facilidad entre el cinismo y la risa sincera, que a la mayoría de sus conocidos y amigos les costaba descifrar si hablaba en serio o se estaba riendo en su cara. Por si fuera poco la esposa de Mike tenía una mezcla de ardiente sangre irlandesa y temperamental carácter tejano que hacían de su forma de ser algo sin igual. Por normal general era imperturbable, pero también podía llegar a ser impulsivamente temeraria.

«¡Soy un hombre muy afortunado!», pensó Mike aquella mañana como todas las anteriores que había compartido junto con ella. Llevaban casi cinco años casados y Mike todavía seguía amándola como desde el primer día.

«¡Que se fueran al cuerno las estadísticas que dicen que el romanticismo se esfuma a los dos años de matrimonio!». En su caso no era así. No es que vivieran en una eterna luna de miel pero, más allá de la rutina diaria de la convivencia con sus más y sus menos, seguían disfrutando de la chispa de la pasión.

Mike esbozó una sonrisa de oreja a oreja ante el espectáculo que le brindó Linda alejándose medio desnuda y se incorporó de la cama estirando los brazos y bostezando a pleno pulmón. Era el comienzo de un nuevo y prometedor día. Él se lo tomó con todo el optimismo y ánimo que podía extraer de sus neuronas carentes de la dosis de cafeína matutina.

El delicioso olor a beicon frito y zumo de naranja que estaba preparando su esposa inundó la habitación abierta. El perro de los vecinos hacía su saludo matinal al sol, ladrando a más no poder, como si se tratara de un gallo de corral mal reencarnado. Por enésima vez Mike se tropezó y se clavó la anilla de su cinturón en la planta del pie cuando pisó la moqueta, siempre iba dejando su ropa tirada en cualquier sitio. Y como de costumbre su esposa había terminado con toda el agua caliente del termo.

En fin. Todo parecía normal, igual que un día como otro cualquiera.

Mientras Mike terminaba de vestirse en el dormitorio repasó mentalmente su agenda en ese ajetreado día. Debía de pasarse a primera hora por la imprenta para recoger las láminas y los folletos antes de entrar a trabajar. Y luego reunirse con Vic para concretar los puntos más importantes de la presentación de las 11:30 ante los de Woman Care Supplies. Mrs. Bledsoe, su inflexible jefa, no admitiría ni un solo error. Todo debía de salir a la perfección ese día.

Con treinta años apenas cumplidos, Mike Brewster era un diseñador artístico de mucho talento que se había ganado un hueco en el difícil mercado de la publicidad. Trabajaba como creativo senior en una pequeña agencia publicitaria llamada Emmerich & Covington Advertising. Mucha gente llegaba a pensar que con las nuevas tecnologías y todas las técnicas por ordenador, el dibujo a mano se había extinguido dentro del mundo de la publicidad, cada vez invadida más por Internet. Lo cierto es que la profesión de Mike sobrevivía adaptándose a los nuevos tiempos.

Su estudio de casa en lugar de estar compuesto de caballetes, pinturas y cuadernos de dibujo, tenía un ordenador conectado a una paleta electrónica donde podía realizar sus bocetos igual de bien que en papel. Había mucha gente que podía hacer maravillas con el Photoshop y unas cuantas fotografías, pero Mike tenía la genialidad de plasmar en una imagen justo aquello que el cliente más necesitaba.

Físicamente, Mike no era muy destacable. Su afable semblante, barbilampiño a pesar de su edad, producía la equívoca impresión de estar hablando con alguien mucho más joven e inexperto. Tampoco ayudaba mucho, de cara al trabajo, que siempre llevara su pelo castaño largo un poco al estilo de Justin Bieber.

Sus ojos verdes se veían ensombrecidos por las gafas de pasta negras que llevaba a todas partes. El poco vello facial que tenía era una ridícula pelusilla en la comisura de los labios, que apenas se advertía desde muy de cerca. Además siempre se había criado delgado y con una constitución estrecha de hombros. Y si bien no era bajito, su metro setenta y cinco de estatura dejaba que desear en comparación con otros hombres más altos, más varoniles y más fornidos.

Mike nunca había tenido una faceta narcisista, pero no pudo evitar mirarse fijamente en el espejo del baño aquella mañana y preguntarse seriamente cómo un hombre como él había podido conocer y enamorar a una preciosidad como Linda.

Cuando al cabo de un rato Mike bajó a desayunar, halló a su esposa sentada en el sofá del salón con las piernas cruzadas y el portátil sobre su regazo. Llevaba el pelo recogido en un pequeño moño con un lápiz y mordisqueaba otro lápiz, más por fuerza de la costumbre de fumar que por nervios, mientras observaba los índices de bolsas y tecleaba de cuando en cuando a una velocidad de vértigo. Apenas le respondió con un ensimismado balbuceo cuando Mike le dio los buenos días con un beso en la mejilla, sin despegar los ojos de la pantalla.

Linda era broker online de una agencia de inversiones, cuya sede estaba emplazada en la bahía de San Francisco. Ella no era muy madrugadora en sus días libres de fin de semana, siempre dormía a pierna suelta hasta el mediodía, pero su horario de trabajo se amoldaba a los rígidos preceptos de la bolsa.

Así pues, su jornada laboral bailaba incesantemente entre las ciudades de Tokio, New York, Londres, Bombay o dondequiera que le tocara ese mes en particular. Lo único bueno de su trabajo era que casi siempre podía desempeñarlo con toda tranquilidad en casa, vestida en pijama (o travestida con la ropa de oficina de Mike cuando le daba por hacerlo), sin tener que chuparse los eternos atascos en la autopista a primera hora. Además tenía muchas más horas libres al día que su marido y solía exprimir al máximo cada instante, haciendo yoga, jogging, shopping o divirtiéndose quién sabe en qué.

Pasaron aquel breve desayuno hablando sobre los planes que tenían para toda la semana y ella le deseó mucha suerte en la presentación de la empresa. Sin apenas ser conscientes de que sus vidas iban a sufrir un drástico cambio en las próximas horas.

* * * * *

Lo había observado atentamente durante las últimas semanas y conocía bastante bien su rutina. Conocía la hora que salía de casa para ir al trabajo, qué camino tomaba, qué plaza de aparcamiento tenía asignada en el edificio de la empresa, cuál era su oficina y su número de teléfono de móvil, a qué bar solía ir con sus compañeros después de terminar su jornada y antes de regresar a su casa…

¡Y menuda casa!

No era uno de esos adosados clónicos que habían brotado durante la especulación urbanística del valle de Los Ángeles. Era una casa grande, de dos plantas con una fachada de ladrillo visto, un porche a la entrada, un garaje (aunque sólo había espacio para que entrara uno de los dos coches que tenían) y un jardín bien cuidado. También tenía un gran árbol cuya copa le daba algo de privacidad a las ventanas de los pisos superiores.

Sólo le faltaba una valla blanca bordeando la casa para rematar el idílico paisaje de su morada a lo Mayberry. A Mickey y a su esposa debían de irles muy bien la vida si podían permitirse comprar esa vivienda. Y eso significaba que él conseguiría una buena pasta con el negocio que tenía entre manos. Le haría pagar con creces las molestias que había sufrido por su culpa en el pasado. Esa mañana también lo estuvo observando con atención, sentado en la parte trasera de su furgoneta, cuando el bueno de “Mickey Mouse” Brewster pasó por delante del buzón de correos sin prestar atención a la banderita levantada, antes de montarse en su coche aparcado en la entrada del garaje.

«Damn it, Mickey!». No había contado con ese jodido contratiempo.

Quiso seguir su vehículo hasta el trabajo, como tenía planeado, pero no podía dejar ese cabo suelto. Pensó en llamar a su teléfono móvil y obligarle a volver a su casa para recoger el correo que él le había dejado, pero el único teléfono que tenía a mano podía dejar un rastro hasta él. Así que lo único que pudo hacer fue esperar sentado mientras su mente bullía de desesperación, pensando en cuál sería el siguiente paso para arreglar el error. Pero unos minutos después observó cómo la esposa de Mickey salía del hogar enfundada en una bata, con el moño recogido con un lápiz, recogía el periódico y su correo.

—¡Oh, shit, no! —masculló entre dientes.

Entre las cartas que el cartero había dejado media hora antes, se hallaba un sobre grande y beige que él mismo había depositado allí para Mickey, no para su esposa.

«¿Qué demonios sabía de ella?». Apenas nada, la había investigado superficialmente cuando comenzó a indagar sobre el actual estado de su viejo amigo Mickey. Al principio había pensado que la mujer de Mickey era ama de casa, pero después de rebuscar entre su basura descubrió anotaciones bursátiles y cartas de un holding de inversiones y llegó a la conclusión de que se dedicaba a la banca o a la bolsa, pero desde su hogar. Al parecer incluso mantenía el apellido de soltera en todo lo referente a su carrera profesional.

«Una de esas feministas de tomo y lomo». Sin embargo, todo su interés se había centrado en Brewster. Quizás si hubiera profundizado más en su esposa, se habría enterado de que el apellido Brett correspondía a una multimillonaria familia tejana poseedora de numerosos pozos petrolíferos, que estaba metida en la industria aeroespacial y de nuevas energías alternativas. Pero sus pesquisas no se habían extendido más allá del estado de California.

«¿Y si ella veía su contenido?». Tenía un mal presentimiento así que hizo lo único inteligente que se le pudo ocurrir al ver cómo se habían truncado todos sus planes. Se sentó en el asiento de la furgoneta, arrancó el motor y cruzó la calle pasando por delante de la casa de Brewster decidido a no proseguir con el plan. Por suerte para él, Mickey no era el único al que podía presionar con esa estafa, y no quería arriesgarse a que su mujer llamara a la policía.

* * * * *

—¿Estás nervioso? —Le sobresaltó a Mike una voz por la espalda cuando iba a tomar el ascensor del edificio de oficinas Whilshire. Era Victor Sterling, “Vic” para los amigos, uno de sus compañeros en la empresa y colega personal suyo fuera del trabajo—. Tienes pinta de estar enfermo. ¿No iras a vomitarles encima como hizo Freddie Loreto con los de Toys`R´us?

—No, estoy bien —le aseguró Mike respirando profundo, aunque el reflejo que pudo ver en las puertas del ascensor le observó con cierto temor soterrado.

Habían estado perfilando los detalles de la presentación durante toda la semana. Si lograban convencer a los directivos de WCS de aquella campaña, tendrían un contrato en exclusiva por los próximos tres años de la publicidad de su empresa. Eso representaba toda la gama de sus productos sanitarios para el cuidado infantil y femenino. Pañales, lociones hidratantes para bebes, toallitas húmedas para las manos, compresas, tampones y demás subproductos del algodón e higiénicos.

Vic también tenía un nudo en el estómago, aunque sabía mejor que él como fingir confianza, pues su trabajo se lo exigía. De todas maneras prepararse aquella campaña había sido un verdadero infierno para él. Y aunque era un vendedor nato, de esos que llegarían a vender hielo a los mismísimos esquimales, se las traía consigo con el último trabajo que les habían encargado.

«Haya o no haya crisis se siguen vendiendo pañales y comprensas», recitó mentalmente Mike recordando lo jugoso que era aquel negocio, la comisión por su pequeño granito de arena podía superar las cinco cifras con facilidad. A Vic también se le cruzaba un pensamiento similar por la cabeza cuando subieron a las oficinas del piso once. Ya que Vic (como soltero empedernido y juerguista de profunda vocación) no era muy amigo de todo lo que tuviera relación con los bebes y con la menstruación femenina.

Cuando llegaron a la sala de reuniones la asistente personal de Brewster, Jessica Phillis, ya tenía a punto todo el material para la presentación y estaba comprobándolo con los directores de los departamentos de medios, creativo y el de arte. Éste último, el ex-jefe de Mike, afirmaba vehemente con la cabeza dando su visto bueno personal. El PowerPoint estaba a punto en la pantalla de plasma y las ilustraciones a gran tamaño que había realizado Mike con tanto esmero durante toda la semana en el caballete.

—En cuanto llegue Mrs. Bledsoe con los directivos de WCS os aviso —informó Phillis derrochando entusiasmo por los cuatro costados, alzó los dos dedos pulgares y esbozó una amplia sonrisa en su rostro, como diciéndoles a todos «¡Vosotros podéis!»

* * * * *

Linda Brett estaba como sonámbula, todavía sin creerse lo que estaba sucediendo. En un primer momento quiso ir a las oficinas de su marido para hablar con él. Pero de inmediato se lo pensó mejor, se cambió de ropa, hizo las maletas a toda prisa, salió de casa, cogió su coche del garaje y se marchó sin mirar atrás.

«¡Necesito largarme lejos de él!». Fue su primer y único pensamiento coherente. Aunque reuniera fuerzas y se plantara cara a cara, no estaba segura de soportar las respuestas que pudiese darle su esposo. Así pues, en el primer desvío que pudo tomar, decidió coger el camino a la autopista 101 para dirigirse hacia la casa de su hermano en Sacramento.

Poco a poco su mente empezó a procesar lo que estaba sucediendo, su teléfono móvil BlackBerry sonaba con insistencia aunque ella no le prestó la menor atención. Su mirada se desviaba siempre al sobre de color beige que había dejado encima del salpicadero del coche. Tan sólo una hora antes había abierto ese sobre destinado a su marido y todo su mundo se había puesto patas arriba.

—Ese hombre no te merece —farfulló Linda.

Fueron las amargas palabras que su padre le dedicó poco después de conocer la noticia de su compromiso con Mike.

En aquel entonces, su comentario le había sonado hipócrita y poco alentador. Pero tal vez hubiera tenido razón en su apreciación.

Linda ya había salido mal parada de un par de relaciones anteriores, y estaba harta de enamorarse del mismo tipo. Autoritarios, engreídos y arrogantes, con complejo de autosuficiencia. Mike en todo caso era lo diametralmente opuesto a sus antiguas parejas, y a los hijos de los amigos de su padre que buscaban el dinero de la familia. Ella había creído ver en Mike buenas cualidades, era compasivo, cariñoso y tenía un desinterés absoluto por su herencia. Pero ahora la imagen que tenía de Mike se había caído del alto pedestal en el que lo había puesto. Demostraba ser como todos los demás hombres, un cerdo degenerado que ocultaba sus secretos y sólo dejaba ver una parte muy superficial de sí mismo.

«¡Como mi padre!»

Linda nunca había creído en la institución del matrimonio, hasta que conoció a Mike y empezó a pensar que podía ser el hombre que había estado esperando tanto tiempo. Pero ahora… Todo aquello le parecía una terrible pesadilla y esperaba despertarse en cualquier momento y ver que nada había sido real.

Durante toda su vida había pensado que era una mujer de fuerte carácter, con el corazón curtido y capaz de soportar toda la mierda que le echasen encima. Y resultaba que en ese decisivo momento se encontraba con los ojos lagrimeando y a punto de sollozar, como una patética adolescente a la que le hubieran dado calabazas en su primera cita. Linda estaba asqueada de mostrar tal debilidad. Los kilómetros de autopista pasaron velozmente ante sus lacrimosos ojos, mientras se replanteaba uno a uno todos los cimientos de la relación con su marido.

Continuará...

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Siempre se agradecen los comentarios constructivos (tanto negativos como positivos) y las puntuaciones sinceras y objetivas para mejorar como autor. Disculpad que no ponga como contacto mi dirección de email personal, pero tuve una experiencia desagradable con un Troll. ¡Hasta que nos leamos!

 

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Honey: en inglés, se traduce como cariño, cielo o mi vida.

Broker: anglicismo para decir agente o corredor de bolsa.

Mayberry: Nombre de una ciudad ficticia en Carolina del Norte que es escenario de dos series de la televisión norteamericana, The Andy Griffith Show y Mayberry R. F. D.

Damn it!: en inglés, se traduce como ¡Maldita sea!

Shit: en inglés, se traduce como Mierda.

 

 

 

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