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Mis días siendo forzado: Capítulo 3 (1 de 2)

en Hetero: Infidelidad

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

 

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Aviso: la serie de relatos comienza en el 'Prólogo', publicado en la categoría de 'Hetero: Infidelidades', no en el 'Capítulo 1', publicado en la categoría de 'Orgías'. Para más información, echadle un vistazo a mi perfil de autor.

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CAPÍTULO 3: Una noche para olvidar (1 de 2)

Viernes, 28 de mayo

A Mike no se le escapó la broma personal de Linda, el nombre que había escogido para hacer las presentaciones.

«¿Rita? ¿Por Rita Hayworth?», pensó con amargura.

Por eso ella se le había adelantado yendo en el coche, quería hacer más retorcido si cabe aquel perverso espectáculo.

—Te los voy a presentar. Éstos chicos tan guapos son Bob, Bill y… —Linda chasqueó repetidamente los dedos, al aturullarse—… vaya, lo siento. No me he quedado con tu nombre.

—Roger —exclamó el tercer hombre, con la mirada fija descaradamente en la curva de los falsos pechos de Mike.

Los tres tipos sonreían bobaliconamente al verles y Mike supo (como hombre que era en realidad) qué clase de bajos pensamientos se les estaban cruzando por sus lascivas mentes. Linda se le arrimó, cuando se hizo un incómodo silencio entre los cinco y le susurró discretamente al oído:

—Tendrás que imitar lo mejor que puedas la voz de una mujer, honey. Por tu propio bien.

Mike intentó acordarse de las numerosas veces que había hecho burlas de su jefa, Mrs. Bledsoe, en la oficina delante de Vic y el resto del equipo de creativos, y elevó el tono haciéndolo una octava más agudo.

—En… encantada de conocerles, señores. —Su voz era apenas un murmullo pero consiguió alzarla un poco—. Espero que me disculpen, pero tengo que entregarle un periódico a una persona.

—¡Oh, no puedes hacernos esto, Rita! —Saltó Linda repentinamente, apretándole firmemente del brazo y haciendo falsos pucheros con la boca. No iba a tener escapatoria—. Quieren invitarnos a unas cuantas bebidas y no creo que quieras quedar mal ante ellos, ¿verdad? Sobre todo viendo lo sexy que te has puesto para esta noche —exclamó soltándole brevemente y dando un paso atrás para enseñarles con mucho énfasis el conjunto que le había obligado a ponerse.

Mike se avergonzó de nuevo ante aquella indirecta tan desconsiderada y asintió con la cabeza al intuir que Linda podía hacerle quedar en ridículo en cualquier momento, si no obedecía.

«¿Quiere que le siga el rollo en este estúpido juego? Pues bien, así lo haré», pensó tras aceptar uno de los brazos que le ofrecieron aquellos hombres.

Mike sonrió de una manera un poco artificial, intentando poner la mejor cara que podía, para enmascarar el pánico que le recorría la espina dorsal. Linda le pescó del otro brazo y le sonrió con malévola dulzura.

Aquellos tipos les llevaron hasta una de las zonas más apartadas del bar y les invitaron a una ronda de chupitos. Al sentarse en el sofá de cuero Mike estaba tan nervioso y atemorizado que se estremeció entero como aquejado de frío. Uno de los hombres (no tenía claro si era Bob o Bill), se dio cuenta y le ofreció su chaqueta para que se la pusiera sobre sus hombros.

«¡Pero por el amor de Dios! ¡No puede ser más falso!», pensó asqueado Mike al ver tal muestra de galantería pasada de moda. Le daban arcadas.

Ninguno de los tres tipejos parecía sospechar que Mike fuera en realidad un hombre. Sin embargo, por la manera en que aprovechaban cualquier pequeña oportunidad para acercárseles con algún roce malintencionado (como cuando les ofrecieron los asientos del sillón o cuando se apoyaron sobre la mesa para pedir las bebidas), él supuso que no tardarían mucho en darse cuenta.

* * * * *

Linda, por el contrario, estaba disfrutando de lo lindo viendo los apuros que estaba sufriendo Mike constantemente. Cuando había entrado en el Holiday Inn, una media hora antes que él, tuvo un golpe de suerte al encontrar aquel grupo de solteros deseosos de jarana en la barra. No dudó ni por un instante en acercárseles y hablarles de la amiga con la que se había citado esa noche ahí.

Le resultó un poco difícil para ella romper el hielo y empezar una conversación para ligar con ellos. Durante más de cinco años no había vuelto a flirtear con ningún hombre y nunca lo había hecho a solas, sin una amiga a su lado. Se sentía un poco oxidada al principio, pero los tres chicos estaban muy interesados y parecía como si la súbita presencia de Linda fuera un regalo caído del cielo.

Comenzaron a conversar animadamente en cuanto llegaron las bebidas a la mesa. Bob y Bill eran los que más charlaban, sobre todo de sí mismos y de sus diversos trabajos. Mike (es decir, Rita) respondía brevemente con un ‘sí’ o un ‘no’, cuando ella le desviaba alguna que otra pregunta con indiscreción.

—Así que los tres sois representantes de ventas de una farmacéutica. ¡Debe ser muy fascinante viajar por todo el país! —exclamaba, falsamente impresionada, Linda inflando, poco a poco, el ego de los chicos—. Mi amiga, Rita, está metida en el mundillo de la publicidad. ¿No es así?

—Sí, un poco —murmuró Mike encogiéndose debajo de la gruesa chaqueta de Bob. Apenas había probado el primer chupito de bourbon y estaba francamente abochornado—. Hago anuncios.

—¡Vaya, sabía que debías de ser modelo o actriz, siendo tan guapa! —emitió Bill después de apurar su trago. Linda casi se atragantó al escuchar tal ocurrencia, mientras que Mike enrojeció una vez más.

—No, no —interrumpió Linda entre risas estranguladas por el alcohol evacuado—. Ella es publicista, no modelo. Elabora las campañas de publicidad y…

* * * * *

Mike estaba pasando las canículas de ver a su esposa flirtear descaradamente con esos tipos. No paraba de reírles los chistes malos, hacerles comentarios halagadores y ponerles ojitos tiernos. Ni siquiera cuando Linda y él comenzaron a salir se había comportado de esa ridícula manera.

«¡Necesito desesperadamente un trago!», pensó Mike cogiendo otro chupito de la bandeja.

Ya había bebido un poco en la fiesta de despedida de James LaBelle pero si quería soportar la humillación que estaba sufriendo por parte de Linda necesitaba aumentar su tasa de alcohol en sangre para insensibilizarse.

A cada persona le afecta el alcohol de manera muy distinta. La mayoría de los hombres se les desata la vena violenta. En el caso de Mike, no tenía constitución para aguantarlo, apenas le bastaban unos tragos de más para volverse tan manso como un cachorrito.

A medida que fue trascurriendo el tiempo, sorbito va sorbito viene, se bebieron varias rondas de mojitos, daiquiris, margaritas y demás cócteles de alta graduación, mientras charlaban de banalidades del trabajo y demás. El alcohol empezó a pasarles factura a Linda y a Mike, y sin apenas darse cuenta el ambiente fue calentándose entre los chicos.

Llegó un momento en el que Bob le propuso bailar a Linda y Bill y Roger la animaron un poco entre risas para que no le rehusara. Mike casi montó en cólera (lo que habría echado por tierra su tapadera) cuando el tipejo le rodeó por la cintura con un brazo y ella le lanzó una breve mirada traviesa a su esposo. Luego comenzó a bailar sensualmente con él, rodeándole con sus brazos su cuello y apoyando su cabeza sobre su hombro. Mike supo que Linda lo hacía adrede para incitarle.

Y estaba camino de lograrlo.

El provocador baile llegó ser demasiado exasperante para Mike. Hubo un instante en que Linda tenía su falda montada sobre los pantalones de Bob y apenas se movían sobre la pista. Tan sólo mantenían la pose, con sus cuerpos acunándose al ritmo de la música.

«¡No puedo aguantarlo más!». Mike quiso salir a la pista y separarlos a los dos a la fuerza. Por desgracia su deseo se cumplió sólo a medias.

—¿Te apetecería bailar conmigo? —preguntó Roger de improviso, arrimándose a su lado. También parecía taciturno y aburrido por el plan de aquella noche. Había hablado muy poco (incluso menos que Mike) y no parecía estar a gusto con sus compañeros. Movido por el enfado repentino, decidió que Linda necesitaba una dosis de su propia medicina.

—Sí, me gustaría mucho —le respondió Mike con una sensual voz que le surgió de improviso.

En realidad no deseaba por nada del mundo bailar, y mucho menos bailar con otro hombre, pero la mirada de curiosidad que le lanzó su esposa al verlo levantarse con Roger fue suficiente para animarle. Mike sabía defenderse en el baile, pero siempre había llevado la batuta y no supo qué demonios hacer con los brazos y los pies cuando llegaron al lado de Linda y Bob.

Roger no le dio tiempo para preocuparse, ya que cuando le llevó al centro de la pista, le cogió de la mano izquierda, le rodeó con el otro brazo la cintura y se aproximó delicada pero firmemente a su cuerpo. Cuando se cruzaron las miradas de Linda y Mike, saltaron chispas entre los dos. La vana y efímera satisfacción que obtuvo Mike al desafiarla duró lo que la canción que estuvo sonando.

—¡¿Qué te crees que estás haciendo con ÉL?! —le susurró su esposa al oído al hacerse el silencio.

—Lo mismo te digo, baby —repuso con su fingida voz femenina.

Linda decidió ignorarle desde ese momento y se apretó aun más si cabe al torso de Bob para hacerle sentir mal. Mike ya no sabía qué más hacer así que se dejó llevar por el ritmo lento de los pasos de Roger, el cual no bailaba nada mal para ser tan callado y tímido. Y al menos no era un asfixiante pulpo como el compañero de baile de Linda.

Mike pudo sentir el frío glacial de odio que emanó de su esposa, cuando volvieron a sentarse a la mesa, después de unas cuantas canciones. El numerito del baile con Roger se lo iba a hacer pagar caro.

—Linda —susurró discretamente Mike, sentándose a su lado—. ¿Podemos irnos a casa ya?

—No, maldito cabrón. —Le fulminó con la mirada.

—Tengo que ir al lavabo, me estoy meando —le suplicó Mike, los nervios le estaban traicionando.

—Cállate y sufre —exclamó Linda con dureza.

Mike estuvo observando cómo ella bailaba dos o tres veces con cada uno de los chicos, mientras él los iba rechazando uno tras otro. Obviamente, le había salido mal la jugada. Linda continuó en la pista de baile durante una interminable media hora más hasta que se aburrió y regresó a la mesa junto a él.

—Linda, tengo que ir. De veras. —Se desesperó Mike, su vejiga ya no podía aguantar un segundo más.

Ella le miró con fiereza y luego su rostro se suavizó hasta formar una falsa sonrisa encantadora. Una sonrisa que Mike estaba empezando a temer.

—Perdonadnos un segundo, chicos —Linda se dirigió a los hombres, que estaban hablando de deportes—. Nosotras dos tenemos que ir un momento al tocador a empolvarnos la nariz. —Agarró negligentemente de la mano a Mike, para sacarle prácticamente a rastras de allí y llevarle hasta los lavabos del hotel.

Los lavabos femeninos, por supuesto.

Mike nunca había entrado antes en un baño de mujeres, siempre se había preguntado para sus adentros qué narices hacían allí las mujeres, porqué nunca iban a solas y en qué perdían tanto tiempo. Tenía la sensación de adentrarse en un lugar sagrado, prohibido para su género y misterioso. Sin embargo se llevó una decepción, no distaba mucho de los baños masculinos. Salvo porque estaban mucho más limpios y parecían más concurridos.

Cuando llegaron estaban ocupados por otras tres mujeres de mediana edad que hablaban por los codos, iban completamente a lo suyo y apenas se fijaron en ellos dos. Linda le indicó de mala manera que entrara en uno de los cubículos y le advirtió en susurros que no se le ocurriera obstruir la puerta con el cerrojo. Las tres mujeres no tardaron mucho en lavarse las manos, cepillarse el pelo y retocarse un poco el maquillaje mientras parloteaban incansablemente.

Mientras tanto Mike se vio obligado a sentarse de nalgas en la fría letrina para poder hacer sus necesidades. Logró desprenderse un poco de los esparadrapos sin gritar de dolor y pudo aliviarse, aunque aquella ropa hacía más engorroso el esfuerzo. Finalmente las tres mujeres se fueron entre murmullos lejanos, y Linda y él pudieron hablar con toda tranquilidad.

—Lo estás haciendo muy bien, Rita —exclamó con descaro Linda.

—Me pregunto si quieres que salgamos con vida de aquí —rezongó Mike de manera pesimista, esa noche no podía acabar bien de ningún modo. Ella volvió a mofarse en parte por el efecto de las bebidas y en parte porque le divertía ver su desesperación.

—El disfraz es más que bueno, Mike. No tienes de qué preocuparte, ni siquiera esas mujeres se han dado cuenta. Ya ves —afirmó Linda cuando abrió la puerta del minúsculo habitáculo. Linda volvió a echarle una mano para colocarle aquellas tiras de esparadrapo en torno a sus genitales.

—Linda, este juego tuyo debe de acabar antes de que pase… —Comenzó a decir Mike.

—Olvídalo, ni lo intentes —le silenció con rudeza Linda, su voz sonaba ronca por la rabia y los azulejos de porcelana—. Y no se trata de un juego. Si no colaboras haré que esos tipos sepan quién es en realidad mi amiga Rita y te dejaré aquí tirado.

—¿Quieres que me quede sentado tranquilamente mientras haces lo que quieras con esos tipos?

—¡Vaya, ya vas pillando de qué va todo esto! —dijo Linda con sorna poniendo los brazos en jarras.

—Fuck! ¡Por todos…! Soy tu marido, tengo derecho a… —Mike intentó no alzar la voz pero toda aquella locura le estaba sacando de quicio.

—¿… a ponerte celoso? ¡Oh, no, Mike! —exclamó condescendientemente ella, acercándose al espejo para retocarse el pintalabios—. Créeme cuando te digo que esta noche has perdido todo el derecho a recriminarme, con tus sucias mentiras —Le mostró el dedo anular sin la sortija y señaló con la mirada la mano vacía de Mike.

«¿Pero qué demonios…?». Era la primera vez que reparaba en la ausencia de su anillo de matrimonio en toda la noche.

Le resultó irónico que solía quitárselo cuando se duchaba para no perderlo por el desagüe, debido a que le quedaba grande y bailaba en su dedo.

—Lo siento mucho, L… —intentó exculparse Mike por enésima vez, pero ella le silenció con un ademán.

—Con tus interminables ‘lo siento’ no arreglas nada, Mike. —El rostro de Linda se ensombreció por un momento. Respiró profundamente y luego habló con franqueza—. ¿Cómo te crees que me sentí cuando te vi en esas fotos? ¿Crees que no me sentí furiosa? ¿Asqueada? ¿Celosa? ¿O traicionada? Esta noche vas a tener que ver lo que haga con esos tipos con tus propios ojos, como yo te vi en esas fotos con tus amigos del instituto. No creas que me gusta hacerte esto, pero te lo mereces por ser un cabrón. Me has hecho mucho daño y ahora es tu turno.

Las duras palabras de su esposa se hundieron en lo más profundo de su corazón. Sus ojos comenzaron a humedecerse y se sorbió la nariz sin quererlo.

* * * * *

«Aquella era mi venganza particular y el que debía sentirse humillado y ultrajado era él». Linda observó cómo su marido parecía estar a punto de romper a llorar de un momento a otro. No pudo evitar sentir un poco de lástima por él.

—Vale, haré lo que tú quieras —dijo Mike intentando mantener la compostura, aunque sus ojos enrojecidos e hinchados amenazaban con desbordar gruesas lágrimas.

—Así me gusta —le respondió Linda sacando de su bolso un klínex para que se sonara la nariz. Inesperadamente se le iluminaron los ojos obnubilados por la ebriedad—. Ahora te diré lo que vamos a hacer. Vamos a volver a la mesa juntos sin rechistar y voy a pedirle a uno de esos tipos tan amables que me masturbe con sus dedos hasta que tenga un buen orgasmo —le explicó Linda serenamente, mientras Mike se arreglaba un doblez del vestido como bien podía.

La mirada que le devolvió su marido fue un poema.

Él sabía que ella ya había hecho una cosa así.

En una cena durante su luna de miel en Honolulu, Linda regresó del cuarto de baño sin la ropa interior… Antes de que llegara el segundo plato pidieron la cuenta y se marcharon a la habitación, pues no habían parado de meterse mano como un par de adolescentes salidos.

Por si no le tomaba suficientemente en serio, Linda se bajó las bragas con un suave contoneo de su cadera y las cogió del suelo. Se las enseñó a Mike a la altura de los ojos y luego las metió dobladas en el diminuto bolsito rojo que su atónito marido llevaba colgado del brazo.

Aquello no era un farol, para nada

—Por favor… —le suplicó Mike cogiéndola con suavidad del brazo cuando dio un paso hacia la salida. Justo en ese momento una pareja de mujeres entraron por la puerta y Mike le soltó. En silencio ambos abandonaron el cuarto de baño y regresaron al bar del hotel, donde el espectáculo debía continuar.

Continuará...

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Baby: en inglés, se traduce como Nena.

 

 

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