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Mis días siendo forzado: Capítulo 4 (1 de 2)

en Hetero: General

Gracias a fantasy y a los demás que (quizá) sigáis la serie en el anonimato. Un saludo y espero tener el suficiente fuelle para terminar​. ¡Hasta que nos leamos!

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CAPÍTULO 4: Poniendo las cartas sobre la mesa (1 de 2)

Sábado, 29 de mayo

A la mañana siguiente Mike se despertó creyendo que todo había sido el producto de una quimera nocturna, no estaba de acuerdo si se trataba de una espeluznante pesadilla o de un buen sueño, tal y como acabó la noche con Linda y él follando salvajemente. Pero le pareció que todo lo que había vivido desde que llegó a casa la tarde anterior había sido tan surrealista como un cuadro pintado por Dalí.

Recibió su primera dosis de cruda realidad cuando se descubrió tumbado en la cama con el camisón de franela de Linda puesto, el esmalte rojo en sus uñas y los falsos pechos de látex abultando notoriamente baja la sabana.

Poco a poco fue reconstruyendo los recuerdos de la noche anterior y profirió un grave gruñido de desaprobación.

Después de que Linda se hubiera aliviado sexualmente con él, le dio a Mike ese viejísimo camisón suyo y le dejó claro que no dormiría en el mismo cuarto que ella si no se lo ponía. Tuvo que acceder a regañadientes, ya que la alternativa no era de su agrado: el sofá del salón.

—Buenos días, Mike. El desayuno está listo en la cocina —le saludó Linda cuando se incorporó sobre la almohada, ella parecía feliz de verle despierto. Como si fuera el comienzo de otro día cualquiera.

—Buenos días —musitó Mike sin dar crédito a su buen humor.

La cabeza parecía a punto de estallarle.

—Vístete y vente a desayunar cuanto antes —dijo ella desapareciendo por la puerta de la habitación en una exhalación. Un repentino escalofrío de terror le recorrió por la espalda al pensar en la ropa que quería que llevara y miró a su alrededor asustado. Encima de la silla del tocador, donde Linda acostumbrada a dejarle la ropa durante la noche, estaban su pantalón de chándal, su calzoncillo bóxer, sus calcetines de algodón y su camiseta… toda su ropa normal.

«¡Uff, menos mal!», pensó Mike reconfortado, saltando de un brinco de la cama y quitándose con rapidez la sofocante peluca, el camisón, las bragas, los restos de esparadrapos y el despiadado corsé.

Delante del espejo del baño lucía un aspecto horrible y bochornoso, no sólo porque su rostro seguía aparentando ser el de una mujer sino porque el maquillaje que Linda le había aplicado cuidadosamente se había estropeado durante las horas de sueño.

Tenía los ojos cubiertos con manchones negros de rimel y el lápiz de labios descorrido por toda la cara.

Recordó que su esposa siempre solía desmaquillarse antes de irse a dormir y que en su parte del armario del baño tenía muchos productos para ello. Al rato de trastear con los cajones encontró toallitas desmaquillantes, algodones y un bote de quitaesmalte, entre toda clase de cremas de noche. No hacía falta ser un genio para usarlos y Mike había visto a Linda usar todo aquello cientos de veces delante del espejo del baño. Después de quince minutos, y mucha agua caliente, bajó por las escaleras de la casa con el aspecto de siempre. Con sus gafas de pasta y su pelo medio despeinado, como si el disfraz de Rita no hubiese existido jamás. Aunque le había dejado huella por dentro.

—Honey, ¿Puedo preguntarte una cosa…? —Tanteó con cautela Mike, cuando llegó a la cocina y vio a Linda, preparándose su desayuno, de espaldas. Ella se giró intrigada cuando le escuchó y le miró inquisitivamente—. ¿… me vas a obligar a ir a buscar el periódico en bata y rulos?

—No me des ideas, Mike. —Sonrió Linda cruzándose de brazos, como si fingiera que todavía estaba enfadada—. No creas que lo olvidé, aquello sólo fue un pequeño cebo para que fueras al hotel.

—¿Sigues enfadada conmigo por lo de las fotos?

—¿Quieres saber la verdad? Pues sí lo estoy —dijo ella bruscamente, agitando su melena en un gesto airado—. Cualquier otra mujer en mi lugar te habría pedido el divorcio de inmediato o te habría echado a la calle como a un perro…

—Linda, por encima de todo quiero tu perdón —le suplicó Mike acercándose a la mesa y girándola de los hombros para que le mirara directamente a sus ojos verdes—. Quiero que me dejes de mirar de esa manera. Como si cada vez que me ves revivieras esas fotos. Por eso hice todo lo que me ordenaste, por eso acepté pasar por el aro. Y haría cualquier otra cosa.

 

—¿Cualquier otra cosa? —repitió Linda con la voz enternecida de pronto y los ojos vidriosos.

—Ya creo que te lo demostré anoche —Mike extendió los brazos, como dándose por rendido y se encogió de hombros cómicamente—. Hasta me disfracé de mujer porque tú me lo pediste.

—La verdad es que estabas muy guapo vestido de Rita —exclamó Linda en son de burla y se enjuagó los ojos con el dorso de la mano—. Pero yo, no sé qué me sucedió… He estado pensando mucho sobre lo que hice anoche en el Holiday Inn. Me comporté contigo de una manera tan… tan… tan…

—¿Maquiavélica? ¿Vil? —sugirió en broma Mike al ver que se le atropellaban las palabras a su esposa.

—Holy shit! ¡Hablo muy en serio! —Soltó un exabrupto al ver que Mike se lo tomaba a la ligera—. ¡No sé qué demonios estaba pensando! ¡Tenías toda la razón! ¡Podían haberme violado esos tipos! ¡Yo…!

—Pero pudimos escapar los dos. No pasó nada.

Mike consideraba que lamentarse por lo que podía haber pasado era una pérdida de tiempo y una comedura de coco inútil. Si la noche hubiera seguido al mismo ritmo que cuando habían dejado el bar, seguramente él se habría despertado en la habitación de Roger en lugar de en su casa. Y seguramente ambos habrían tenido que lamentar muchas más cosas aparte de la resaca mañanera.

* * * * *

Linda sabía que no podía hacer borrón y cuenta nueva. La vida no era un libro de balances en el que pudiese compensarse un ingreso con una salida.

Había intentado volver a hacer las cosas como si la última semana de su vida no hubiera existido, pero en cuanto Mike empezó a bromear sobre lo sucedido la noche anterior con su habitual carácter mordaz y sincero a partes iguales, toda su fachada de indiferencia se le había derrumbado.

—Hay algo que te quiero devolver —Linda sacó de dentro del horno los anillos de matrimonio que había heredado de sus padres y el sobre beige grande. Pero un segundo antes de dárselo retiró la mano y frunció el ceño como replanteándose su relación con su esposo—. Mike, si quieres recuperar esto, de ahora en adelante no debe de haber mentiras entre nosotros, ¿lo entiendes? Pase lo que pase no debemos mentirnos.

—No habrá más mentiras, te lo juro —Mike recogió su sortija con decisión y se la puso en el dedo.

—Anoche me preguntaste de dónde habían salido estas fotografías —Linda señaló con la mirada el sobre que contenía aquella vergüenza—. Te dije que no debía de importarte su origen, pero creo que te mentí por culpa de mi resentimiento. Como me dijiste que no recordabas las fotografías, yo me enfadé y…

—Espera, Linda. Rebobina un momento, por favor —le pidió Mike—. ¿Me lo puedes contar todo desde el principio?

«¡Desde el principio! ¡Puff!». Linda tomó aire e hizo memoria para relatarle lo sucedido después de que se despidieran el lunes por la mañana. Cómo había recogido el correo y encontrado ese sobre. Cómo lo había abierto sin pensar que se tratara de algo tan personal, de la misma forma que hacía con el resto de la correspondencia que recibían. Y qué había hallado en su interior realmente. Sacó del horno una hoja de papel que había escondido antes de que Mike llegara a casa la noche anterior. Las letras de la carta estaban formadas por recortes de periódico pegados con cola. Era un anónimo que decía así:

Si quiere conseguir los negativos, deje 20.000 $ en la papelera del cruce de Santa Mónica Blvd con North Kings Rd el próximo viernes a las 8:30 AM. O las fotos aparecerán en todos los periódicos. No llame a la policía.

* * * * *

—¡¿Es un chantaje?! —prorrumpió Mike. Veinte mil dólares era muchísimo dinero, más del que normalmente podían reunir en todas sus cuentas corrientes. Pero la imagen del cheque de la comisión apareció claramente en su mente tan oportunamente como un chaleco salvavidas en un naufragio. Al seguir leyendo con detenimiento se le cayó el alma a los pies—. Pero… el plazo expiró ayer por la mañana.

—No te preocupes, no has salido en los periódicos —le serenó Linda de inmediato—. En realidad ningún diario podría o querría imprimirlo. No eres actor, ni deportista, ni político. Los escándalos sexuales siempre se ceban en los famosos. Para mí que esa amenaza carece de todo fundamento.

—¿Y qué hay de Internet? —Mike alzó el tono de voz sin proponérselo—. ¿Acaso no te das cuenta de que pueden colgarlo en una página web?

Con la llegada Facebook, Twitter y YouTube, cualquier contenido audiovisual podía llegar a dar la vuelta al mundo en cuestión de minutos. Mike lo sabía muy bien, una parte importante de su trabajo consistía en colaborar con los diseñadores de páginas web de sus clientes para coordinar las campañas.

—Ya lo he pensado, te he buscado en Internet y no aparece nada más que lo habitual —Linda se fue un momento de la cocina para volver de inmediato con su portátil y su BlackBerry—. Puedes comprobarlo tú mismo si no me crees. Las fotos no se han divulgado.

Mike no solía cometer ese moderno acto de vanidad, el cual caracterizaba a los oficinistas que trabajan constantemente con Internet, y que consistía en buscar su nombre en Google. Su colega, Vic, lo hacía a diario y además mantenía siempre actualizado su perfil en Facebook todas las mañanas.

Las búsquedas que había realizado Linda sobre él aparecían en varias ventanas independientes, así que Mike fue cliqueando de una a otra:

Su nombre aparecía en un memorandum de uno de sus clientes, su rostro aparecía etiquetado en una antigua fotografía de cuando tenía diez años con toda su familia, en el perfil de Facebook que tenía su hermana Megan; también aparecía su nombre en las portadas de varios libros que años atrás había ilustrado y en la web de Emmerich & Covington Advertising, donde se exponían sus trabajos más recientes.

Incluso aparecía un último añadido: un curriculum online que había escrito durante la última semana (pensando en buscar trabajo dentro del sector artístico) para cuando Eric Jenkins ascendiera a director creativo y le diera la patada de la empresa. Pero las fotos comprometidas que el chantajista había enviado a su hogar no estaban.

—Pero en la carta dice que debía…

—Olvídate de lo que dice en esa carta. —Le cortó su esposa cerrando la pantalla del portátil—. No creo que quién envió este sobre pensara jamás en publicarlo, ni tampoco te iba a dar los negativos. ¿No lo entiendes?

—Pues no —respondió, lisa y llanamente, Mike.

Ella suspiró y puso los ojos en blanco de manera muy teatral.

Le exasperaba cuando su esposa daba por evidente algo que, para él, a todas luces no captaba. Linda siempre se daba unos aires de superioridad.

—¿Qué obtiene un chantajista sacando a la luz un chantaje? —Aquella enigmática frase parecía una pregunta trampa. Mike no supo qué contestar—. La respuesta es nada. Te amenaza con mostrarlas públicamente para forzarte a actuar movido por la vergüenza. Y luego te ofrece una alternativa para comprar su silencio por un precio. Pero en realidad tiene mucho que perder si esas fotos aparecieran publicadas. Se abriría una investigación policial y poco a poco acabarían estrechando el cerco en torno al chantajista.

—Entonces lo mejor será llamar a la policía, ¿no?

—Ni por asomo —pronunció Linda—. No creo que ese tipo se atreva a publicar las fotos, pero ten por seguro que si hay una investigación acabará por filtrarse a la prensa, de mano de la propia policía.

A Mike le parecía que le iban a estallar los sesos entre la resaca de la noche anterior y ese rompecabezas que le planteaba su esposa.

—Así que, ¿cuál es tu plan? ¿Ignorarle? —dijo Mike en una actitud recriminatoria.

—Yo no he dicho que tuviese un plan —se defendió Linda cruzándose de brazos—. Lo que me extraña es que esta mañana no apareciera otro anónimo en el buzón alargando el plazo de entrega o amenazándote de nuevo. ¿Qué clase de chantajista no insiste cuando tiene la oportunidad de conseguir dinero?

Mike volvió a coger el sobre beige grande, las fotografías y el anónimo, y empezó a mirarlo con ojos nuevos. Al principio creyó que las fotografías podían proceder de alguien de su pasado que quisiera hacerle daño después de tantos años, no podía pensar en cuál de todos ellos tenía tanto resentimiento acumulado. No obstante el chantaje lo cambiaba todo, lo convertía en un asunto monetario, frío y deshonesto.

«El sobre no ha sido franqueado». Se fijó atentamente, así que el chantajista (ya fuera mujer u hombre) debía de haberlo dejado en mano dentro de su buzón. Es decir que había estado terriblemente cerca de ellos. Además le había debido de estar vigilando pues sabía perfectamente qué ruta tomaba cada mañana. El lugar donde debía de realizar el pago no le era desconocido, estaba justo enfrente de una gasolinera donde solía repostar.

«Las fotos no se han revelado en un tienda». Mike había trabajado con varios fotógrafos que preferían el carrete de toda la vida en lugar de las novísimas cámaras digitales, y casi todos revelaban sus trabajos a mano para impedir que acabaran siendo extraviadas. El papel no era de calidad, pero carecía de las marcas de las máquinas de revelado automático.

—¿No habrás recibido otro sobre y te lo has callado, Mike? —preguntó con disimulo Linda.

—No, te lo aseguro —se apresuró a decir Mike—. Ayer fue la primera vez que lo vi.

«Hay algo más… Algo importante». Mike sabía que algo se le estaba escapando, mientras observaba los rostros de su antigua pandilla de instituto, pero no podía concretar el qué. Le sucedía lo mismo que había mencionado su esposa cuando le enseñó las fotografías, era incapaz de reconocerse a sí mismo.

* * * * *

Linda no dudó de su marido, la expresión que había puesto el día anterior al ver aquel sobre era de pura sorpresa. Pero seguía sin creerse del todo su amnesia.

—¿De verdad que no recuerdas estas fotos?

—No, no recuerdo nada —Mike estaba angustiado.

—Pero una maratón de sexo, drogas y alcohol no es algo que te sucediera todos los días, ¿verdad? —Linda observó cómo su esposo tragaba saliva con dificultad y miraba desenfocado las fotos—. Quiero decir que, un suceso tan trascendental como ése, no se puede olvidar en toda la vida, ¿no crees?

—Supongo que así es —afirmó Mike aturdido por su pasado—. Pero no lo recuerdo. Y eso me preocupa más que el propio chantaje… ¡¿Cómo demonios pude olvidar que me follé a todos mis amigos?! ¡¿Y cuándo cojones sucedió esto?! ¡¿Y por qué nunca hablaron conmigo de lo que ocurrió entre nosotros?! No lo entiendo, Linda… De veras que no lo entiendo.

«¡Esas son muy buenas preguntas!». Linda había dedicado tanto esfuerzo en condenar la culpabilidad de Mike durante toda la semana que en ningún momento lo había considerado como una víctima.

Quizás el recuerdo de la orgía fuese tan traumático que su mente lo enterró profundamente en su subconsciente. O simplemente las drogas que tomaron esa noche le produjeron la amnesia. Linda sabía que existían drogas que podían usarse para realizar violaciones (aunque no sabía cuales), porque dejaban a la víctima indefensa y sin recuerdos del suceso. Durante su época universitaria había escuchado rumores y en varias hermandades habían circulado panfletos avisando que las chicas tuvieran cuidado con las bebidas en las fiestas porque podían adulterarlas.

De todas maneras no dejaba de sorprenderle la imagen de su marido adolescente fumando un porro.

—¿Sabes, honey? —exclamó con vigor para sacar a Mike de su letargo—. Siempre supuse que tú eras de esos freaky de instituto que se pasaban los fines de semana jugando a Dungeons & Dragons con el resto de sus colegas inadaptados en el oscuro sótano de su casa —Linda emitió una risita ahogada y contempló cómo su marido sonreía tímidamente.

—En realidad más de una vez jugamos una partida de rol —admitió Mike riéndose modosamente.

—Pues yo no te tenía por un fumeta —bromeó ella.

—Ni yo me tenía por un sex machine —comentó en voz baja Mike, casi para sí mismo. Durante unos eternos segundos se hizo un molesto silencio en la cocina y luego estallaron los dos en carcajadas—. ¡No me puedo creer que acabe de decir eso!

Aquella era sin duda la conversación más extraña que habían mantenido en sus cinco años de matrimonio. Pero al menos la tensión entre los dos se había disipado por completo, al echarse unas risas.

—¿Así que fumabas mucha 'María' en el instituto, Mickey? —preguntó Linda alargando las palabras de manera cómica. El nombre de su marido escrito en el sobre le sonaba raro en su boca—. ¿Qué otras locuras hacías por aquel entonces?

—Pues no gran cosa… —comenzó a relatarle Mike.

Linda ya conocía de antemano la tirante relación que su marido había tenido con su padre desde que falleció su madre en un accidente de tráfico a los doce años. Pero jamás le había contado los detalles de su etapa de rebeldía adolescente y de las numerosas muestras de desafío contra la autoridad de su padre. Ella se quedó de piedra al descubrir que con tan sólo trece años, Mike había robado las llaves del coche de su padre para, según sus propias palabras, dar una vuelta y presumir ante sus amigos. También le reveló que a los catorce, a raíz de una apuesta entre chicos, se coló furtivamente en los vestuarios femeninos del pabellón deportivo para robarles toda la ropa interior.

Había comenzado a beber a los quince y poco después jugueteó con las drogas (marihuana, aunque también había probado el éxtasis y el LSD un poco), aunque jamás llegó a experimentar con drogas más duras como el crack o la heroína.

Además, las numerosas pellas y llamadas de atención en clase le habían valido varias llamadas al despacho del director junto con su padre. Éste respondía a su continuada insubordinación con mano dura y no dudaba en aplicarle severos castigos.

Por ejemplo, una semana antes de la fotografía del anuario escolar le rapó el pelo al estilo Jarhead, porque no quería que su hijo pareciera un hippie en las fotografías. Mike contraatacó una semana más tarde gastándose todos los ahorros que había conseguido reunir trabajando en verano en una moto Yamaha.

—Fuck it! ¡Eras todo un rebelde! —Linda no se salía de su asombro.

En comparación, su voto personal de silencio para con su padre por el divorcio de su madre, era la pataleta de una niña pequeña. Poco a poco, mientras desayunaban los dos en la cocina, el relato de las aventuras juveniles de Mike fue desviándose de nuevo al sobre beige del chantaje y a las personas que habían sido inmortalizadas en esas imágenes.

Linda por fin pudo ponerle nombre a las caras que le habían perturbado el sueño los últimos cinco días: Jimmy Evans, Sarah Rosenberg, Tom Vasili y Emily Van Horne. Su marido le fue explicando, uno a uno, quienes eran y cómo los había conocido.

Sarah Rosenberg, la rubia oxigenada con síndrome de anorexia, que le había prestado a Mike su sostén y le había pintarrajeado los labios, resultó ser una animadora y vecina de él. A Linda le sorprendió mucho que una de esas tontas agita-pompones se relacionara en los mismos círculos de amistades que Mike. Hasta que se enteró de que Tom Vasili, el cachitas alto y atractivo que le había dado bien por detrás a su marido, era su novio además de jugador del equipo de rugby.

«¡Vaya tópico más manido! ¡La animadora y el quarterback!», pensó Linda.

Aunque resultó que el tal Tom Vasili no era el quarterback del equipo y que se pasaba la mayor parte de los partidos en el banquillo como suplente.

Jimmy Evans, el joven afroamericano que aparecía compartiendo una clase para principiantes de sexo oral con Mike y fumando también marihuana, era un alumno de sobresaliente, no muy popular entre las chicas, que apenas salía de casa y aficionado a los ordenadores Apple y a las películas de ciencia ficción de Star Trek y demás. A juicio de Linda era, lo que se dice, todo un nerd. Pero parecía esconder debajo de su fachada de perdedor unas buenas cualidades, sobre todo en su entrepierna. Lo último que supo Mike de él era que había terminado su carrera en la universidad de UCLA y que trabajaba para una compañía informática antes de que explotara en el año 2000 la burbuja de las empresas punto com.

Emily Van Horne, la morenita de cabello motoso y cuerpo de bailarina de doce años, fue durante mucho tiempo la única chica del grupo de amigos de Mike, hasta que apareció Sarah Rosemberg en escena. Compartía las mismas clases con Mike y siempre le ayudaba con sus deberes. Además era miembro del grupo de audiovisuales y fotógrafa de hobby.

—Supongo que las fotografías debieron de salir de su cámara —razonó Mike volviendo a echarles vistazo rápido—. Pero no me la imagino chantajeándome con esto después de tantos años. ¿Sabes, Linda? Siempre sospeché que ella estaba un poco colada por mí.

—Eso precisamente la convertiría en una sospechosa —puntualizó Linda alzando un dedo en un alarde de teatralidad—. Puede que estuviera indignada contigo por pasar de ella. Y ya sabes el dicho: “No hay furia en el infierno como una mujer despechada”.

—¡Mira quién habla! —repuso Mike frunciendo el ceño. Por un segundo temió que su marido desviara la conversación en esa dirección. Pero su rostro no mostraba ningún signo de enfado y parecía decidido a olvidar lo sucedido la noche anterior. Así que de inmediato cambió de tema—. Linda, sobre el asunto del dinero del chantaje, creo que debemos de hablar.

—Supongo que te refieres a esto —Linda sacó del interior del horno el cheque de veinticinco mil dólares y lo dejó encima de la mesa. Mike pegó un respingo al verlo y puso cara de desconcierto.

—¿Qué más tienes escondido ahí dentro? —preguntó Mike medio en broma, medio en serio.

Continuará...

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Freaky: en inglés, significa Rarito o Monstruo de feria.

Dungeons & Dragons: un juego de rol muy conocido en Estados Unidos.

Sex machine: en inglés, significa Máquina sexual.

María: En español.

Jarhead: en inglés, significa Cabeza bote, el corte de pelo típico de los Marines de los Estados Unidos.

Quarterback: anglicismo para una posición del fútbol americano.

Nerd: en inglés, se traduce como Cerebrito o Empollón.

UCLA: siglas de University of California: Los Angeles en inglés, se traduce como Universidad de California: Los Ángeles

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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¡Hasta que nos leamos!

 

 

 

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