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Mis días siendo forzado: Capítulo 5 (2 de 2)

en Dominación

CAPÍTULO 5: Asuntos domésticos (2 de 2)

A Linda le supieron a gloria las tortitas con jalea de fresas y nata que Mike le preparó y el generoso tazón de café con leche que le sirvió atentamente.

Ese domingo Linda decidió que no iba a dedicarlo a continuar con la limpieza doméstica. Mike ya había realizado un extraordinario trabajo el día anterior y ella quería explorar otras posibles formas de castigo para él, aparte de las labores del hogar.

Además se moría de ganas de comprobar hasta qué punto le sentaría bien la ropa de mujer. Incluso con el rostro sin maquillar y los trapitos que llevaba, su aspecto inducía al engaño.

—Por hoy se acabó el turno de limpieza —musitó con un ansia morbosa, mientras su marido se servía el desayuno. Mike alzó la mirada interesado.

—¿Eso significa que no tendré que limpiar los platos? ¿Ni barrer los suelos? ¿Ni fregar los baños? ¿Ni…? —súbitamente Mike se frenó al ver el rostro sonriente de Linda—. Espera un momento, ¿cuál es la trampa? ¿Qué es lo que voy a hacer en lugar de la limpieza?

—Nada que tengas que temer —le aseguró Linda, quitándole hierro al asunto con un despreocupado gesto de la mano—. Quizás nos pongamos unos cuantos vestidos a ver cómo te quedan, y luego probemos algunos maquillajes, y quizás practiquemos andar con los tacones, y… Aún no he decidido qué más hacer.

—¿Y para qué quieres que haga… todas esas cosas de chicas?

—Bueno, servirán para profundizar un poco en tu lado femenino, Amy —Linda observó cómo su marido no estaba muy de acuerdo con la idea y se cruzaba de brazos a la defensiva igual que ella solía hacer.

Linda le agarró del codo para llevarle a la habitación como otras tantas veces, pero Mike se quedó enclavado en medio de la cocina sin moverse un ápice.

—Venga, por favor, hazlo por mí —exclamó tirando de él un poco, pero sin llegar a arrastrarle por los suelos.

Durante unos segundos permanecieron en esa absurda posición hasta que Mike decidió volver a someterse a la voluntad de su esposa.

—Que te conste que lo hago porque me lo has pedido ‘por favor’ —exclamó Mike meneando la cabeza.

«Siempre se cazan más moscas con miel que con hiel». Linda se había pasado la tarde anterior leyendo acerca de la dominación femenina y lo único que había sacado en claro era que se trataban de majaderías inútiles.

Era cierto que Mike tenía un carácter que podía denominarse sumiso, tenía baja autoestima y era fácil de persuadir, pero de ahí a que Linda se convirtiera en su Ama había todo un abismo. En esos sitios de Internet se aseguraba que con una buena dosificación de castigos y premios se podía subyugar a un hombre hasta convertirlo en un esclavo obediente.

No obstante, Linda no quería transformar a Mike en una patética versión de sí mismo. No quería que la llamara Mistress, ni que besara el suelo que pisara. Más bien todo lo contrario, cuando vio a Mike disfrazado de Rita saliendo a la pista de baile con Roger, captó en sus ojos una confianza y determinación que nunca había visto en su marido como hombre.

Así fue cómo Mike se convirtió en una especie de maniquí viviente para Linda durante la mañana de ese domingo. Le llevó a su dormitorio y fue probando en él todos los vestidos y zapatos que había en su armario, incluso aquellos conjuntos que ella no se ponía desde hacía años y algunos que todavía no se había atrevido a estrenar.

Mike obedecía resignado los deseos de Linda y no paraba de cambiarse una y otra vez de ropa, desfilando delante del espejo con estoicismo mientras ella no paraba de hacerle comentarios sobre lo bien o lo mal que le quedaban ciertas prendas de ella. Sin embargo, lo que peor llevaba de todo, eran los broches de los sujetadores y las cremalleras de los vestidos largos.

Constantemente tenía que pedirle ayuda a Linda.

—¡Maldito cierre del demonio! ¡Linda, por favor! —exclamó furioso Mike cuando su paciencia se quebró con un sujetador de algodón blanco que se le resistía por enésima vez—. ¡Los diseñadores de sostenes deberían de probar sus propios productos, alguna que otra vez! ¡Parecen hechos a mala conciencia!

Linda se divirtió con aquella sincera y acertada observación de su esposo.

—¿Ahora comprendes porqué las mujeres tardamos tanto tiempo en vestirnos? —bromeó ajustándole la ropa interior y volviendo a colocar bien las prótesis sobre su torso.

Poco a poco, Linda fue reorganizando el armario de la habitación en tres partes. Por norma general el lado izquierdo lo tenía reservado para ella y el derecho para Mike, sin embargo, ahora existía una franja intermedia que correspondía a la ropa que mejor le sentaba a Amy, la versión travestida de su marido.

Hacia el mediodía, Linda le explicó a Mike que iba a darle una buena sesión de belleza para que luciera mejor su rostro. Básicamente iba a depilarle el entrecejo, perfilarle las cejas, rizarle las pestañas y maquillarle un poco los párpados. Pero para la hora de la comida ella sólo había logrado depilarle la ceja izquierda, dejándole un semblante desigual muy caricaturesco cuando se contempló en el espejo. No obstante, le habían molestado tanto a Mike los tirones de las pinzas sobre su piel, que le propuso a Linda hacerlo él mismo después de terminar de comer.

—¿Estás seguro de que quieres aprender? —le preguntó Linda con marcado escepticismo. Le sorprendió que la actitud displicente de su marido se hubiera disipado por completo y de pronto fuera sustituida por una participativa disposición.

—Supongo que es como cuando te dan un pellizco, es más doloroso si te sorprende —razonó Mike juiciosamente—. Quizás me moleste menos si espero el dolor cada vez que tiro —añadió acertadamente.

Linda decidió no sólo enseñarle a su marido a depilarse con las pinzas y usar el rizador de pestañas, sino que se propuso instruirle en el elegante y secreto arte del maquillaje femenino durante aquellas horas de la tarde.

El rostro aniñado de Mike resultaba ser un interesante campo de pruebas para experimentar, así que le pidió que probara todo su repertorio de cosméticos delante del tocador:

Coloretes, lápices de labios, esmalte de uñas, perfiladores, iluminadores, sombras de ojos de todos los colores y demás cosas que iba sacando de los cajones.

Linda observó atentamente todos sus avances con una especie de retorcido orgullo por su parte, riéndose a veces descaradamente de sus fallos y en otras ocasiones simplemente comentando el modo correcto de usar los cosméticos. Mike se lo tomaba como si se tratara de un pequeño examen que debía superar. Pero Linda rápidamente comprobó que, su buena mano con el dibujo y el diseño gráfico, se extendía tanto al manejo de un lápiz como al de un pintalabios. Sus brochadas se hicieron, poco a poco, más suaves y precisas, mientras se esmeraba en mejorar en cada intento y se enjuagaba el rostro una y otra vez.

—¿Qué tal me ha quedado, Linda? —le preguntó Mike, inseguro todavía del resultado final.

—¡Vaya! ¡Muy bien hecho, honey! —exclamó realmente conmovida.

Mike se había aplicado una tenue máscara en la cara, con unos suaves toques de color oscuro acentuó las líneas curvas de los pómulos y le dio una forma redondeada a sus ojos verdes. Incluso habiendo prescindido por completo del pintalabios y del rimel, su rostro se percibía mucho más andrógino, confusamente femenino y delicado. Pero a la vez Linda creyó que podía reconocer su verdadera identidad si sonreía o le miraba de cerca.

* * * * *

Mike pensó que todo iba de perlas entre los dos, se reían despreocupadamente de nuevo mientras bromeaban sobre la ropa y el maquillaje. El transcurrir de las horas ya no le parecía una tortura. Si bien al principio había acatado las ordenes de su esposa con abandono, empezaba a gustarle todo aquello un poco.

No es que sintiera excitación hacia la ropa femenina.

En absoluto.

Pero cada vez a Mike le incomodaba menos contemplarse en el espejo disfrazado y maquillado de mujer. La tarde estaba siendo buena hasta que metió la pata al hacer un desafortunado comentario cuando terminó de adecentarse.

—¿Sabes qué me hace más gracia, sweetie? Anoche me moría de miedo imaginándome el castigo que tenías reservado para mí y resulta que no es para tanto —se sinceró con su esposa mientras se abrochaba unos leggings negros muy ceñidos y se ponía una camiseta muy ancha de color marfil. Linda dejó de ordenar los cosméticos que estaban desperdigados por doquier y se paró a escucharle con atención—. Hacer las cosas de las mujeres no es tan duro como me temía —añadió riéndose.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Linda con los ojos abiertos como platos. Mike asintió distraídamente mientras se contemplaba en el espejo, por lo que no pudo observar el brusco cambio que experimentó el rostro de su esposa en un visto y no visto—. ¡¿De veras crees que todo esto es motivo de chiste?! ¡No tienes ni la menor idea de lo duro que es ser una mujer de verdad! —Aquel giro de ciento ochenta grados en el tono de su voz sobresaltó a Mike.

* * * * *

El enojo de Linda inundó cada uno de sus pensamientos y sofocó cualquier atisbo de compasión y reconciliación dirigido hacia él.

«¡Esto no está sirviendo para nada!», reflexionó Linda mirándole de pies a cabeza. El maquillaje y la ropa no eran suficientes para que empezara a comprender. Su apariencia podía ser una imitación perfecta de una mujer, pero para él sólo se trataría de un burdo disfraz muy bien realizado. Para que Mike realmente aprendiera la lección, para que realmente fuera un castigo, debía de sufrir y sentir como una mujer de verdad.

Linda decidió tomar medidas más extremas.

—Baby, lo siento mucho. No quería decir eso, simplemente estábamos pasando un buen rato y pensé… ¿Ahora qué vas a hacer? —se preocupó al verla chasquear los dedos inesperadamente, una mala señal de que acababa de ocurrírsele alguna otra genial idea. Y por la traviesa expresión con la que se dirigió al cuarto de baño, no le inspiró mucha seguridad. Cuando ella regresó, al cabo de unos minutos, escondía una pequeña sorpresa detrás de su espalda y una sonrisa aviesa bailó en la comisura de sus labios—. Linda, por favor, olvida la estupidez que he dicho.

—No te preocupes, honey, no tiene la menor importancia —repuso ella con un tono de voz demasiado acaramelado y con un gesto de la mano le ordenó que se girara sobre sí mismo. Mike accedió lleno de curiosidad por ver lo que se proponía—. ¿Podrías ponerte de cara a la cama e inclinarte por la cintura? Así, lo más que puedas, como si quisieras tocarte los pies con la punta de la nariz. Eso es, muy bien —comentó Linda mientras él apoyaba el rostro sobre la colcha y se agarraba del filo de la cama, en una posición que recordaba más a la de un cacheo policial que a cualquier otra cosa.

Linda recorrió con el dorso de la mano el elástico de nylon y las bragas que cubrían su trasero. Después fue bajándole ambas prendas hasta la altura de sus rodillas, deslizándolas lentamente una a una.

—Abre las piernas —ordenó Linda con determinación mientras le acariciaba la raja del culo con los dedos, haciendo círculos concéntricos. Aquello resultaba extrañamente interesante para Linda y morbosamente inquietante para Mike al mismo tiempo.

* * * * *

«¡¿Pero qué demonios…?!». De sopetón Mike percibió algo menos tibio y más rígido que el dedo de Linda entre sus piernas, presionando la sensible piel de su recto de una manera muy incómoda. Sintió cómo ella aumentaba la presión sobre su ano e instintivamente comprimió las nalgas.

—Extiende más las piernas y abre bien el culo, Amy —le pidió, con un deje de insolencia, Linda.

Él se agachó más sobre la cama, intentó relajarse y la punta de aquel instrumento entró por fin en su trasero. Luego Mike notó cómo algo fino y largo se deslizaba tortuosamente entre sus cachetes, dentro de él, merced a los movimientos de Linda.

Se desplazaba hacia dentro, más y más, en un suave meneo de vaivén, adelante y atrás, hasta que lo tuvo muy hondo en su interior. Luego ella dio un rápido e inesperado tirón de ese objeto hacia afuera, que le dejó sin respiración.

—Fuck! —profirió groseramente Mike con la cabeza todavía tumbada en la cama, le temblaban tanto las piernas que apenas habría podido tenerse en pie y notaba una sensación muy singular que jamás había experimentado en su recto, como si estuviera henchido o abultado.

—Tenías toda la razón, Amy. ¿A qué no es tan difícil ser mujer? —se burló Linda. Fue entonces cuando ella lanzó un pequeño tubo de plástico rosado encima de la colcha para que lo viera Mike. Era la cánula de un tampón para la menstruación usado. De la marca WCS de productos sanitarios para ser más precisos, la misma marca que le había hecho ganar a Mike veinticinco mil dólares esa semana.

La casualidad no le hizo esbozar una sonrisa.

—¡No puede ser…! —se negó a admitirlo Mike, pero la innegable verdad era que aquel trozo de algodón prensado estaba incrustado muy dentro de él.

—¡Oh, sí puede ser! —dijo Linda con amargo sarcasmo.

Mike apretó impotente los puños sobre la colcha, cuando ella dio un suave tirón del cordel que sobresalía vergonzosamente entre sus muslos y emitió un débil sollozo. Linda había logrado recuperar un poco de control sobre su castigo y de nuevo estaba exultante.

—Voy a enseñarte lo que significa ser una mujer, en cuerpo y alma, Amy. No te quejes tanto por esa cosita de nada, yo he tenido que vivir con uno de estos durante una semana al mes, todos los meses, desde los doce años. Levántate, a ver cómo te sientes.

Mike estuvo a punto de doblarse de rodillas de cómo le molestaba aquel insidioso tampón. Era muy desapacible y, a cada movimiento que realizaba, lo notaba moverse por dentro sin cesar.

—Esta noche dormirás con él puesto, para que te vayas acostumbrando y mañana por la mañana te lo quitaré —le explicó con toda naturalidad—. Después lo cambiaremos por otro nuevo, así como cuando necesites hacer tus necesidades, uno tras otro.

—¡¿Te estás quedando conmigo?! —se quejó Mike levantando la voz, pero sin dejar de hablar como una mujer, mientras se subía la ropa.

—Lo sé, es una injusticia —dijo Linda dándole un cruel beso de Judas en la mejilla y haciéndose la indiferente ante su réplica—. Pero así es la vida. Todas las mujeres tenemos que vivir con estas molestias cotidianas.

«¡Solo que yo no soy una mujer!», quiso gritar desesperado, pero comprendió que sería inútil razonar con su esposa. Su castigo iba a ser ese: Estar en el pellejo de una mujer, exactamente como había dicho Linda. El vejatorio tampón de su trasero era el método más inmediato que había encontrado para lograrlo.

Continuará...

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Mistress: en inglés, se traduce como Señora.

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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¡Hasta que nos leamos!

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