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Mis días siendo forzado: Capítulo 6 (2 de 3)

en Lésbicos

Gracias a todos por vuestros ánimos y seguimiento de la serie. Me ha sorprendido mucho porque este relato nunca fue muy popular anteriormente. Lo borré hará unas semanas de mi perfil para editarlo de manera definitiva, porque lo tenía en un rincón de mi disco duro olvidado. Y había vuelto a comenzar a escribir unas cuantas lineas. En un primer intento, envié los ocho capítulos (incluyendo el prólogo) de una vez a la web.

 

Por alguna razón desconocida fueron eliminados antes incluso de aparecer. Intenté enviar a través de la tablet (porque me he quedado temporalmente sin ordenador de mesa e internet y estoy usando la WIFI de mi hermana) el primero, pero la página se colgó en cuanto lo copié. Creo que desde que han colocado el videochat al final de la página va más lenta que el caballo del malo.

Probé varias veces a copiar una parte menor del texto y aproximadamente​ con menos de 5000 palabras se mantenía estable.

Fue entonces cuando tuve que «trocear» en fascículos (como dice Fantasy) este relato. Pero aún así se me bloqueaba al intentar mandar el segundo cada vez sacándome de la cuenta incluso. Esa es la razón por la que hay este goteo constante de capítulos, uno a uno. No esperaba que llamara tanto la atención en esta ocasión.

Lamento mucho si alguno le molesta que sean tan pequeños, no ha sido por capricho mio, pero resulta que cuando lo había publicado anteriormente se me quejaban de que eran demasiado extensos. Ya veis, nunca llueve a gusto de todos.

Cuando termine de enviar el último trozo que tengo escrito (por ahora) se acabará el goteo por fin. No os preocupéis (que veo que algunos me seguís diariamente), si queréis estar al tanto de cuando lo continuaré echad un vistazo a mi perfil de escritor de semana en semana. Siempre que envío algo, lo indico en ÚLTIMA PUBLICACIÓN junto con el día y la hora en que lo mandé. No sé si esperabais que esto siguiera así, pero este ritmo de publicación no hay cuerpo que lo aguantase.

Una vez más, muchas gracias por vuestro apoyo y por volver a darme las ganas de continuar con este relato.

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CAPÍTULO 6: Girl’s Day Out! (2 de 3)

Linda no recordaba la última vez que había compartido con Mike una tarde de fiesta yendo de compras a las tiendas de ropa. Sin embargo fue toda una novedosa experiencia ir con él vestido de Amy.

Al principio pensó que estaba todavía un poco verde para ir a un sitio tan concurrido como el Hollywood & Highland Center, pero después de la comida dejó de contenerse tanto y se tomó muy en serio su papel. Linda y él fueron cogidos del brazo como dos buenas amigas mientras pasaban por delante de los escaparates para ver los modelitos expuestos en los indiferentes maniquíes sin cabeza. Mike no estaba muy dispuesto a probarse las prendas de temporada. Nunca se había sentido a gusto en los vestuarios y mucho menos con su pinta actual. Pero Linda logró convencerle de que al menos le acompañara.

—No te pienso obligar, pero te agradecería que me ayudases a elegir —apeló a su sentido del deber.

—¿Me juras que no me voy a desnudar? —Mike se cerró el chaleco de cuero un poco para ocultarse, como si se avergonzara, pero no de su femenino vestuario sino de su masculino cuerpo. Linda asintió conformemente y seguidamente entraron en una tienda de última moda llamada ANGL.

Linda cayó en la cuenta de que cuando su marido se encontraba más nervioso era cuando mejor podía ver a través de su disfraz quién era realmente. Mike tenía, por ejemplo, un pequeño tic que consistía en subirse las gafas con la mano después de que se le bajaran al agachar la mirada. O también la costumbre de estrechar los labios con fuerza cuando se callaba algo para sus adentros.

En esos pequeños momentos a Linda le parecía totalmente evidente el hecho de que se trataba de un hombre travestido.

Pero cuando él notaba que estaba siendo observado o no estaban a solas, Mike actuaba de una forma diferente. No es que le saliera pluma de pronto y se pusiera a actuar como una locaza. No, era algo más sutil y efectivo. Se refugiaba bajo una falsa actitud apocada y curiosa, como de paleta pueblerina que acabara de llegar a la gran ciudad.

—Dime, ¿qué tal me sienta? —le preguntó tras entrar a cambiarse de ropa y salir con un pequeño traje de noche negro con lentejuelas brillantes.

—Bien, te queda genial.

—No, ni hablar —negó profundamente con la cabeza Linda, decepcionada por aquella respuesta tan sosa—. Eso es lo típico que contestaría un marido aburrido a su mujer.

—Bueno, yo… —Mike no se atrevió a reprocharle por temor a que le escuchara la dependienta—. ¿Qué quieres que te diga? Me parece bonito el traje.

—Quiero que me contestes con la verdad cruda y dura, como si fueras una amiga más que otra cosa —le reprendió plantándose enfrente suyo y dando una vuelta para le que contemplase desde todos los ángulos—. Una amiga diría, por ejemplo, que el color del tejido me hace las caderas anchas o que los tirantes me hacen los brazos feos o que el escote en V enseña demasiado los pechos…

—Ya, ya… Voy pillándolo —Mike hizo un esfuerzo por cambiar de mentalidad y tras un largo vistazo se atrevió a ponerle una pega—. Creo que no te sienta nada bien las lentejuelas negras, no sé… Te hacen la tez de tu rostro diferente, como más pálida y pecosa.

—Sí, la verdad es que estaría de fábula este vestido sin ellos —convino Linda mirándose en el espejo del vestuario y recogiéndose el pelo para ver cómo le sentaba el cuello con un moño—. ¿Ha sido tan difícil?

Mike alzó la mirada, como clamando a los cielos, cuando ella volvió a entrar en el probador de la tienda con otro vestido diferente. Eso era quizá lo más típico de los hombres, no aguantaban alargar más de lo necesario el tiempo para hacer las compras.

Durante los siguientes tres cuartos de hora se estuvo probando media docena más de vestidos, sólo para que Mike se fuera acostumbrando a tener paciencia al ir de compras. Intentó tantearle un par de veces para que se probara alguno de los rechazados por ella, pero su marido seguía empecinado en sus trece. Al final se decidió por un par de vestidos de cóctel (uno negro y corto y otro de color esmeralda más recatado que de costumbre), pero se quedó con las ganas de ampliar el repertorio de ropa de Amy.

Después de eso estuvieron deambulando un poco hasta dar con el escaparate de Claire’s Boutique donde se enamoró a primera vista de un par de pendientes de plata en forma de lágrima. Y luego se pasearon delante de Blackjack Clothing, la tienda en la que compraba la mayoría de la ropa de calle de Mike, mientras la noche se les echaba encima.

—¡Linda! ¡Eh, aquí! —Una voz familiar le sorprendió por detrás, mientras caminaba cogida de la mano con su marido. Tenía en mente ir a Carmen Steffens (pensando en que Mike no encontraría reparo alguno en probarse unos cuantos zapatos y ver unos bolsos) pero se vio abordada de improviso.

—¡Susanne! —exclamó emocionada al girarse en redondo e identificar a la mujer que le había llamado—. ¡Estás estupenda! ¡Casi no te he reconocido!

—Me cuesta mucho privarme de los antojos, pero me estoy recuperando gracias al instructor de pilates —reconoció entre risas Susanne, dándole después un beso en cada mejilla a Linda. Mientras tanto Mike se había situado a su lado un par de pasos atrás, manteniéndose en un discreto segundo plano.

—Pensaba que hoy estarías ocupada con los críos, como es día de fiesta sin colegio. ¿Y dónde has dejado apalancado a tu marido? —Linda se interesó olvidándose momentáneamente del suyo.

—Está con los gemelos y con la pequeña en la tienda de golosinas. O al menos eso espero —repuso Susanne.

—¿Y qué nombre le pusisteis al final al bebé?

—Rose Marie, el nombre de la abuela de Tim, aunque yo la llamo Rose a secas. —Sacó su teléfono móvil y empezó a mostrarle varias fotografías de la pequeña con los ojos cerrados—. Un día de estos juro que lograré hacerle una foto cuando esté despierta.

Justo en ese momento Mike tosió discretamente y la amiga de Linda se percató de su presencia. No estaba muy claro si había sido un acto premeditado para llamar la atención de las dos, debido a que su carraspeo se oyó muy natural y accidental.

—¡Oh, por poco me olvidaba! ¡Qué desconsideraba que soy! —Linda hizo las presentaciones e improvisó lo mejor que pudo una breve historia para explicar su presencia—. Ella es Amy, mi mejor amiga del instituto. Se ha mudado hace poco aquí desde Texas. Amy, ésta es Susanne…

—¡Así que ésta es la famosa Susie! —exclamó Mike con la falsa voz de Amy.

Le dio rápidamente a Susanne dos besos en la mejilla después de unos segundos de vacilación por su parte. Su marido sólo conocía personalmente a dos o quizás tres de sus amistades, pero Linda a menudo le había hablado de las veces que había salido con Susanne en sus conversaciones de alcoba.

—¿Has estado chismorreando mucho a mis espaldas? —le recriminó Susanne en plan de broma a Linda—. ¿Y dónde está el soso de tu marido, Mike? Pensaba que le conocería un día que por fin coincidiéramos.

«¡Mucho antes de lo que te imaginarías!». Iba a contestar con alguna banalidad que se le ocurriese cuando le interrumpió inesperadamente su marido, agarrándole del brazo de manera muy coqueta y lanzándose al vacío sin cable.

—Es que queríamos salir las dos juntas, ya sabes, un plan sólo de chicas —exclamó Mike sonriendo de oreja a oreja con sus labios pintados de carmín—. No creo que le hubiese gustado mucho venir. ¡Es taaaan aburrido!

—Lo siento, Susanne —Linda captó el retintín irritado de su esposo—. Pero, si me disculpas, teníamos planeado ir a probarnos unos zapatos las dos…

—No te preocupes —Susanne echó un somero vistazo a su reloj de pulsera y pareció darse cuenta de lo tarde que era—. Encantada de conocerte, Amy. Un día de estos deberías quedar con nosotras a tomar algo y contarnos algunas cosas interesantes sobre Linda de joven.

—Sí, sí —respondió Mike despidiéndose efusivamente con otro beso en la mejilla de Susanne—. Me gustaría mucho.

* * * * *

Cuando se alejaron una distancia que consideró adecuada, Linda se encaró directamente con él.

—¿A qué ha venido todo eso? ¡¿Un plan de chicas?! —Le hizo chanza.

—Tan sólo me he mantenido en el papel, tal y como me dijiste —argumentó Mike fingiendo hacerse el indiferente, se paró en seco y luego puso los brazos en jarras en una proverbial imitación de su esposa cuando se enojaba con él—. ¡No me digas que has vuelto a enfadarte conmigo!

—No, en absoluto —Linda volvió a cogerle del brazo y siguió hacia adelante—. Es tan sólo que me has dejado con la boca abierta, Amy.

—¿Dónde está esa tienda en la que quieres que nos probemos zapatos? —dijo Mike animado. Llevaba tantas horas con aquellos botines altos en los pies que estaba dispuesto a cualquier cosa por tal de quitárselos.

—Ya he captado el mensaje, honey —emitió Linda encogiéndose de hombros—. Basta de ir de shopping, por hoy hemos tenido suficiente, ¿no crees?

Mike soltó un suspiro de alivio y acompañó a Linda llevando las bolsas de la compra en sus brazos hasta el parking del centro comercial. El día se le había hecho extraordinariamente largo y agotador, pero se sentía a gusto de haber pasado aquellas horas con su mujer. Había sido aleccionador, aunque muy sufrido.

—Linda. ¿Hablas mucho de mí… quiero decir del soso de tu marido Mike con tus amigas? —La curiosidad le entusiasmaba tanto que incluso se refería a sí mismo en tercera persona en broma.

—Si quieres saberlo tendrás que aceptar la invitación de Susie y venir un día con el resto de las chicas y conmigo. —Le arrojó el guante Linda con descaro, mientras subían al coche después de dejar las compras en el maletero—. Pero te aseguro, Amy, que todavía no estás preparada para ello. Te escandalizarías mucho.

—¿Adónde vamos? Pensaba que ya volvíamos a casa —Mike se mosqueó ligeramente cuando su esposa tomó la dirección de Highland Avenue, al recordar la humillante noche del viernes en el Hollywood Inn, pero al pasar por delante del hotel y no desviarse hacia Franklin Avenue, se alarmó de veras.

—Aún hay un sitio más al que quiero ir —exclamó Linda tomando la autopista 101 en dirección norte, como para salir de la ciudad. Pero a los pocos kilómetros de trayecto su esposa tomó la salida de North Hollywood que daba a Sherman Way.

Mike se percató de que miraba constantemente los nombres de las calles, como si le costara encontrar su destino, pero no logró adivinar a qué lugar quería ir hasta que prácticamente estuvieron allí. La fachada con rótulos de neón centelleante que divisó cuando doblaron en la esquina de Coldwater Canyon Avenue le era muy conocida.

—¿Qué te parece ese sitio de ahí? —preguntó Linda, aparcando enfrente.

—También sabías lo de este lugar. —No preguntó Mike, sino más bien afirmó, mirándola con recelo a ella y después al club de stripteases al que contadas ocasiones había ido: Déjà Vu Showgirls.

Era un local que Vic le enseñó una noche que tuvieron una reunión con unos clientes. Su compañero los convenció de renovar el contrato con la compañía un año más, bajo el cautivador influjo de las bailarinas quitándose la ropa a ritmo de música dance.

Funcionó muy bien, pero a Mike la idea le pareció muy ruin y desvergonzaba incluso proviniendo de Vic.

—Encontré esto en el bolsillo de tu chaqueta una noche que regresaste muy tarde —explicó Linda, sacando de la guantera una cajetilla de cerillas con el logotipo, el nombre y la dirección de aquel sórdido lugar. Linda no se mostraba disgustada ni furiosa con él, era la curiosidad la que abarcaba su semblante. Quería algunas explicaciones sin ambages, ni excusas, ni mentiras, como cuando le había revelado sus bochornosas infidelidades.

—He venido unas cuantas veces —declaró Mike, usando su voz de Amy. No recordaba concretamente la cantidad en ese momento—, Vic me enseñó este sitio una noche que salimos y desde entonces hemos venido juntos algún que otro viernes a ver a las chicas bailar y a tomarnos unos tragos. Pero te juro que no ha habido más. —Su esposa enarcó una de sus cejas de manera muy escéptica y elocuente, así que Mike se explicó con más claridad—. Las chicas sólo se desnudan. En esta clase de locales los clientes nunca pueden tocar a las bailarinas. Si quebrantas esa norma te echan a la calle de inmediato… ¡Eh! ¡Espera! —Linda había abierto la puerta del coche y había enfilado con la mirada la entrada del local—. ¡¿Qué estás haciendo?!

—Ya te he dicho que vamos a divertirnos las dos, Amy —repuso cuando Mike la acompañó vacilantemente hasta la otra acera. —¡¿Ahí dentro?! ¡No, no, no, no! ¡No es una buena idea! —exclamó Mike de manera atropellada presa del pánico, pero Linda no frenó el paso—. Éste no es un buen lugar para que una mujer entre sola, Linda. Ahí dentro hay hombres muy depravados y malintencionados. Peores, mucho peores, que Vic o que yo. —La tomó de la mano en actitud de súplica y para evitar que diera otro paso más.

—No voy a entrar sola, ¿recuerdas? —le contradijo Linda girándose y tirando de Mike. Su sonrisa juguetona le heló el corazón—. Las dos vamos a entrar juntas, las mujeres nos protegemos las espaldas las unas a las otras, Amy. ¿O es que acaso quieres dejarme aquí plantada?

«For God’s sake!», pensó Mike cogiéndole prestado a Linda una de sus maldiciones más empleadas.

El guardia de la entrada se sobresaltó un momento al verles, pero luego les dejó paso sin queja alguna. Aquello le resultó terriblemente irónico a Mike. Desde que había alcanzado la mayoría de edad legal había tenido problemas para entrar en toda clase de locales y bares, por su aspecto de joven adolescente.

Con veintiuno había sido divertido restregarles por la cara a los guardias de seguridad su carné de conducir. Con veinticinco había resultado halagador que lo tomasen por un adolescente de instituto. Pero cuando empezó a vislumbrar la meta de los treinta años era sumamente embarazoso que le siguieran pidiendo la documentación una y otra vez.

Sin embargo, vestido de mujer, había tenido vía libre para entrar.

El local seguía siendo el tugurio que Mike recordaba de sus anteriores visitas. Aunque por motivo del Memorial Day ondeaban varias banderitas de barras rojas y blancas, tachonadas de estrellitas blanquiazules, adornando los rincones del lugar. Pero era el olor lo que más los impactó al entrar, a pesar de que el local usaba esencias de diferentes perfumes y el embriagador aroma de las bebidas alcohólicas.

El olor a sexo.

Húmedo, cálido y perturbador.

—¡Qué emocionante es todo esto! ¡Nunca había estado en un lugar como este! —pronunció Linda con un ligero estremecimiento en su voz, que era producto del miedo. Acarició suavemente las uñas lacadas de Mike y apretó su mano, buscando la firmeza de su respuesta. Era muy cierto, Linda nunca había hecho algo tan atrevido en su vida. Pero también era cierto que, desde que había comenzado esa locura el viernes por la tarde, Linda había hecho muchas cosas que nunca hubiera imaginado antes.

Linda y Mike se sentaron en una de las sombrías mesas del local. En realidad daba igual en cual fuera porque todas estaban próximas a la iluminada pista de baile con forma de ‘T’. Mike pudo observar que varios de los clientes se giraron interesados hacia los dos, pero se sorprendió mucho cuando algunos de ellos negaron con la cabeza, como si estuvieran decepcionados, y volvieron su atención de nuevo a las chicas que se contorsionaban en las barras.

Lo dedujo a los pocos segundos.

—Parecemos una pareja de lesbianas —le explicó en susurros a Linda.

Dado que el único atractivo de aquel local eran los desnudos de las chicas. Era obvio que ninguna mujer vendría con ánimo de ligar con los hombres. Linda se quedó estupefacta al ver cómo una de las strippers se quitaba el sujetador mientras estaba colgada bocabajo de la barra. Tenía una expresión muy cómica, con sus ojos abiertos de par en par.

—¿Os apetece beber algo? —intervino la camarera que estaba vestida tan sólo con un conjunto de lencería.

Mike estuvo a punto de pedirle un par de cervezas con su voz masculina de siempre por la fuerza de la costumbre de venir con Vic.

—Un Bloody Mary para mí y… ¿qué quieres de beber, Linda? —preguntó Mike improvisando un poco. Ella vaciló unos prologados segundos, pero acabó pidiendo un Dry Martini.

Mike escrutó a su alrededor preocupado, al recordar que este club era uno de los preferidos de su compañero Vic. Temía que se hallara allí en ese preciso momento. Consideraba muy difícil que Vic le descubriera con su aspecto actual, pero a Linda la reconocería en cuestión de segundos. Si llegaba a ver quién era su acompañante… sería la comidilla de la oficina durante muchos meses.

—¿Te parecen atractivas las strippers? —le sondeó Linda desviando la mirada de la pista de baile, todavía tenía asida la mano de él entre las suyas.

Mike afirmó con la cabeza de una manera muy franca. Ella en cambio parecía que estaba completamente lejos de su ambiente, como un pez fuera del agua. Linda también asintió después de pensárselo unos segundos y dio otra ojeada a la pista en la que bailaban media docena de muchachas.

—Sí, he de admitir que son muy guapas. Esto… Si te soy sincera, honey, no tengo ni la más mínima idea de lo que se hace en un lugar así. Quiero decir que… Los hombres… ¿llaman a las chicas con un silbido para que bailen delante suyo, o qué? —Linda miraba a su alrededor ávida de conocimientos.

Mike evitó reírse a carcajadas al ver su desconcierto, podía enfadarse que le pareciera tan inocentemente divertida su ignorancia. Pero se sintió más relajado al ver que tenía ventaja sobre Linda en aquel lugar.

—El dinero es el reclamo —contestó Mike con un suave susurro en su oreja y arrimándose más a ella, Linda era todo oídos para sus palabras. Le señaló discretamente a una de las chicas que meneaba el trasero delante de un cliente morbosamente obeso. Inmediatamente después terminó la canción y se acercó a otro grupo de tres hombres que parecían estudiantes universitarios—. Enseñas los billetes para que los vean y ellas se acercan para hacerte un baile. Luego o bien le colocas el dinero en el tanga o se lo dejas a sus pies en la pista.

* * * * *

«Todo se resume en la oferta y en la demanda». Reflexionó Linda observando el ir y venir de las strippers delante suyo.

Aunque al principio le había parecido indigno el trabajo de aquellas mujeres y se había mostrado escandalizada al ver tantos cuerpos femeninos desnudos, no apartaba la mirada de las chicas ni para parpadear. Resultaban sumamente hipnóticos sus suaves movimientos y la forma en que escondían y exhibían su piel bajo los focos de la pista de baile.

En su trabajo como broker también a menudo se valía de sus armas de mujer para lograr sus objetivos. No había mejor manera de que un hombre bajara la guardia en un negocio si estaba distraído con la idea del sexo. Linda jamás iba más allá de un poco de flirteo inocente y un trato amable. Pero a diferencia de otras mujeres en su misma posición (que intentaban demostrar a los hombres su valía en los negocios) no dudaba en vestir de manera femenina.

Linda mostraba su profesionalidad con sus números, no vistiendo como un marimacho.

—¿Quieres probar? —le retó Mike después de que la camarera trajera sus bebidas.

—¿Yo? ¿Ahora? —respondió Linda sorprendida.

—Por supuesto, vamos a divertirnos, como tú dijiste. —Su marido esbozó una amplia sonrisa con sus voluptuosos labios pintados.

Linda sacó la billetera del bolso e intentó seguir el consejo de Mike, pero no pudo evitar que le temblara el pulso al sostener el billete en el aire. Una stripper de larguísimo pelo negro recogido en una trenza y vestida con un corsé azul de estrellitas blancas a juego con el tanga, se arrimó hasta la mesa en la que estaban. Se inclinó meciendo sensualmente las caderas y se humedeció los labios a pocos centímetros del rostro de Linda.

—Hola, chicas —ronroneó la stripper mirándoles de arriba abajo.

—Ho… la —murmuró Linda con voz estrangulada.

Continuará...

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Stripper: anglicismo para decir bailarina de striptease o de desnudos.

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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¡Hasta que nos leamos!

 

 

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