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Mis días siendo forzado: Capítulo 7 (2 de 4)

en Grandes Series

Quisiera señalar las categorías que NO van a formar parte de este relato en posteriores capítulos:

AMOR FILIAL: posiblemente no, aunque nunca me queda del todo claro si las relaciones con la familia política (suegros, cuñadas, primos, yernos, etcétera) se consideran incesto para la categoría igual que las relaciones consanguíneas. Entonces quizás...

CONFESIONES: aunque habrá más misterios desenterrados ninguno entra dentro de esta categoría porque la obra es enteramente ficción.

CONTROL MENTAL: no habrá lavado de cerebro de Mike, sino más bien un corte y acondicionado...

ENTREVISTAS / INFO: nop.

EROTISMO Y AMOR, SEXO VIRTUAL y TEXTOS DE RISA: habrá de estas categorías un poco entremezclado pero como no predomina​ frente a otros temas no lo encasillaré en ellas.

FANTASÍA ERÓTICA: no habrá vampiros, alienígenas, fantasmas, duendes u otras cosas parecidas. Tampoco los acontecimientos descritos serán fantasmagorías, alucinaciones o delirios de los protagonistas.

GRANDES RELATOS: por motivos de edición (indicados antes), no puedo enviar textos muy largos.

MICRORELATOS: procuraré que los textos superen siempre que sea posible las 3000 palabras (si aguanta la tablet).

PARODIAS: no, tendrá algo de sentido del humor, pero no se parodiarán otros trabajos ni se crearán situaciones sexuales de personas reales.

POESÍA ERÓTICA: me gustan las figuras retóricas pero se me dan fatal hacer rimas.

SEXO CON MADURO/AS: me pasa otro tanto que amor filial, (¿cuando se considera «maduro/a»?) porque los protagonistas no son núbiles mancebos precisamente. Seguramente, no.

TEXTOS EDUCATIVOS: si queréis leer algo mío en esta categoría ya tengo escrito unos pocos tutoriales para autores.

ZOOFILIA: ni Mike, ni Linda (ni ninguno de los otros personajes de la serie) le van a dar por montárselo con perros, caballos, burros, serpientes y demás fauna.

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CAPÍTULO 7: Fuera de juego (2 de 4)

Phil Morrison frecuentemente se aburría como una ostra sentado durante horas en su despacho de las oficinas centrales de River Highs Investing Agency, la correduría de bolsa online en la que trabajaba desde hacía tres años.

Para matar el tiempo y combatir el hastío, en su cubículo había varias consolas de última generación, junto a un diana empotrada en la pared y jalonada de dardos, así como una máquina de pinball al lado de la fotocopiadora. Posiblemente no fuera el ejemplo perfecto de un despacho serio y profesional. Pero Phil Morrison consideraba un tanto degradante su trabajo en esa agencia de inversiones.

Quizás lo más humillante de su puesto fuera que, siendo una empresa online, en la que la mayoría de las operaciones se realizaban vía videoconferencia y que tenía alrededor de ochenta empleados trabajando en sus hogares a lo largo de la costa de California, Oregon e incluso Nevada, él tuviera que presentarse cada mañana en la sede vestido de traje ejecutivo.

Pero era una parte inherente de su contrato con los mandamases, para evitar dar con sus huesos en una cárcel federal. A sus veinticuatro años Phil ganaba un sueldo más que aceptable por hacer unas cuantas chapucillas informáticas como técnico de seguridad. No se había matriculado con honores en el instituto, ni había realizado un master en el MIT, pero sus aptitudes con los sistemas de redes y los ordenadores estaban más que demostradas.

Phil había sido un hacker. Bueno, decir que había sido era un poco incorrecto, para el FBI y la NSA todavía estaba en activo y era considerado un peligro para la seguridad nacional. Sin embargo llevaba tres años limpio y sin ningún delito a sus espaldas gracias al acuerdo que pactaron.

El timbre de su teléfono le hizo perder una partida de Call of Duty MW2 al recibir un disparo directo en la cabeza. Normalmente nadie se molestaba en llamarle excepto cuando el sistema operativo de alguno de la oficina se colgaba o necesitaban usar la fotocopiadora y casi nunca recibía llamadas del exterior.

—Phil Morrison al aparato, dígame —contestó con pereza observando las cuatro paredes sin ventanas de su oficina. Se preguntó si aquel sitio podía llegar a ser mejor que un calabozo de verdad.

—Me llamo Linda Brett, quería conversar con usted unos minutos, si es posible. —La seductora voz al otro lado del auricular no le hizo bajar la guardia.

«¿Linda Brett? ¿Dónde habré oído ese nombre antes?», se preguntó unos instantes hasta que recordó de golpe el lunes de la semana pasada.

«¡¿Número 27?!». Phil no solía tener trato directo con los brokers que coordinaban las operaciones bursátiles, tan sólo aparecían en su terminal como números anónimos. Pero Linda Brett había hecho saltar todas las alarmas ese día dentro de la agencia de inversiones River Highs.

La intranet estaba monitorizada por el departamento que gestionaba Morrison para evitar que hubiera duplicidades en los accesos, controlar los horarios de entrada y salida y supervisar la labor de cada uno de los empleados online. Para ello se valía de un sistema parecido a la palanca del hombre muerto de los trenes de metro.

Un keylogger, que registraba la actividad de cada ordenador que se conectaba con la clave interna a la web y vigilaba en qué estaba ocupado cada uno de los brokers realmente.

En ningún momento se violaba la intimidad de los empleados, el programa no registraba minuciosamente lo que se tecleaba, ni a qué se accedía en concreto fuera de la intranet. Tan sólo informaba de cuándo y cuánto tiempo permanecía un terminal conectado sin usarse y cortaba el acceso en el caso de que se prolongara más de lo necesario.

Aquel lunes, número 27 (Linda Brett) había sido bloqueado de esa manera minutos antes de que tuviera que realizar una importante llamada a un cliente de un holding de negocios en Hong Kong.

Así que Phil tuvo que informar urgentemente de su estatus de “desconectada” a su superior. Accedió remotamente a su cámara web para ponerle en videoconferencia directa con Ivan Borosky, pero lo único que pudo observar fue un sofá tapizado completamente vacío, y el GPS de su móvil le indicó que estaba viajando por la autopista en dirección norte.

—¿Qué es lo que desea? —preguntó acomodándose mejor en la silla.

Por un segundo Morrison se temió que fuera a echarle algún tipo de sermón. Pero número 27 empezó a soltarle una extraña cháchara acerca de que precisaba obtener información más detallada sobre determinadas personas.

Su trabajo en River Highs incluía realizar cierto tipo de investigaciones sobre futuros clientes que podían considerarse como actos de espionaje industrial. En realidad Phil se valía de todas las herramientas disponibles y de bases de datos públicas para acceder a la información fiscal que le pedían sus superiores. Si esos datos estaban colgados en la red y eran accesibles (ya fuera con permiso o sin él), los consideraba de dominio público.

No era nada extraño que le solicitaran revisar la contabilidad de un cliente que pudiera comprometer el buen nombre de la agencia de inversiones. Su puesto de trabajo lo había ganado justamente de esa manera.

Cuatro años antes, en un pueblo llamado Hopkinsville en Kentucky, un sinvergüenza desapareció de la noche a la mañana con los ahorros de la jubilación de su abuela materna (así como de tres docenas más de pensionistas) gracias a un burdo fraude piramidal.

Phil no tenía ni idea de cómo seguir el rastro del dinero que se había esfumado pero con la ayuda de varios amigos suyos (hackers también) se dedicó dos meses a rastrear a ese cabronazo, convirtiéndose de paso en un todo experto escudriñando movimientos bancarios. Al parecer era un timador que había repetido su estafa a lo largo y ancho de cinco estados, y quería limpiar su dinero usando la agencia de inversiones River Highs.

Phil les avisó anónimamente de sus antecedentes y de la ilegitimidad de la procedencia de los cientos de miles de dólares que quería blanquear. Así que al cabo de unos días la noticia de su arresto saltó a los titulares. Lo que nunca se esperó es que, una semana más tarde, el FBI acudiría a la puerta de su hogar, armas en ristre, para pedirle explicaciones.

Si no hubiese sido porque el CEO de River Highs, Roland Hannover, intercedió por él en el juicio y retiró la demanda judicial por su intrusión ilegal, su destino habría sido la prisión y una orden de por vida que le impidiera volver a tocar un ordenador.

El propio Roland le entrevistó después del juicio y le ofreció un trabajo legal. Así pues, ahora ponía al servicio de la empresa sus habilidades bajo el respaldo suyo.

Sin embargo esa mañana se encontró con que la petición del número 27 era un tanto inaudita. Normalmente tenía que investigar los posibles nuevos clientes de uno en uno, nunca le habían pedido cuatro a la vez.

—¿Para cuándo puede hacerlo? —le preguntó Linda después de darle los nombres de cada uno de ellos. Había algo alarmante en su voz, como recelo.

—Necesitaré más datos, una fotocopia del carné de conducir, el número de la seguridad social, la fecha de inscripción en el registro mercantil o de nacimiento, el número de empadronamiento, una fotocopia del pasaporte o del permiso de residencia, cualquier cosa de ese tipo me valdría —respondió concisamente después de anotar los nombres.

—Es que resulta que no tengo mucho más —dijo número 27 a modo de justificación—. Me preguntaba si usted podría conseguirme al menos sus números de teléfono o sus direcciones.

«¡Estupendo! ¡¿Pero qué se cree que soy?! ¿Un genio de la lámpara?». Era muy bueno en su trabajo pero de ahí a obrar milagros había un abismo.

Desde que se había hecho famosa cierta saga sueca de intriga protagonizada por una hacker, todo el mundo sobrevaloraba sus aptitudes. La minería de datos era una tarea ardua y mucho más complicada de como la pintaban en los best-sellers y en las películas.

—Con tan sólo cuatro nombres lo único que puedo ofrecerle es una guía de teléfonos para que se entretenga leyendo un rato —exclamó de manera mordaz esperando que cortara la llamada y le dejara en paz. Pero no fue así, en su lugar número 27 permaneció en silencio unos dilatados segundos. Phil no sabía si se había excedido en su comentario y había herido su sensibilidad, como le sucedía de costumbre con las mujeres—. ¿Sigue usted ahí, Mrs. Brett?

—Espere unos minutos, creo que tengo algo de lo que me ha pedido —respondió número 27 tras oírse algo chascar de fondo y dejando la línea abierta unos minutos que Morrison dedicó a cambiar de juego en su Xbox—. Bien, ya estoy aquí. Anote…

Le fue detallando las fechas de nacimiento de cada uno de los cuatro nombres, así como sus lugares de origen. Tres de ellos habían sido en una localidad llamada Santa Rosa, al norte de la bahía. Si bien aquello no era de mucha ayuda para su investigación le llamó la atención a Phil de inmediato.

—¿De dónde acaba de obtener esos datos?

—¿Acaso le importa a usted algo eso? —El tono de voz del número 27 era desafiante.

«¡Madre mía! ¡Qué suspicaz que es!». Morrison estuvo tentado de colgar en ese preciso instante, pero en realidad no tenía nada urgente que hacer en ese momento. Suspiró resignadamente y se reclinó en la silla de oficina. Al cabo de unos instantes número 27 cambió de idea.

—Discúlpeme si he sido un poco maleducada. Es que acabo de encontrarlo en el anuario escolar de mi marido.

«¡Ah, ya entiendo!». No era la primera vez que alguien del trabajo le pedía discretamente que le obtuviera la dirección de alguna persona que no fuera un cliente. Normalmente solían ser hombres de mediana edad que querían echar una canita al aire o cónyuges que querían descubrir los trapos sucios de sus parejas para divorciarse.

Ahora entendía porqué número 27 se mostraba tan reacia, era poco ético aprovecharse de su puesto en el trabajo para fines personales y hasta quizás habría gente que lo consideraría un poco ilegal.

—¿De qué se trata? ¿De una reunión de antiguos alumnos del instituto? —le preguntó Morrison quitándole hierro al asunto.

No iba a juzgarla.

—Sí, una reunión… o algo por el estilo —murmuró al otro lado de la línea con desconfianza.

—¿Podría decirme de qué instituto es el anuario y el año en concreto?

—Es el Santa Rosa High School y el curso de 1997-98… ¿le sirve eso de algo? —preguntó con desconcierto.

—Sí, puede que me ayude saberlo —se limitó a decirle. No iba a explayarse en explicarle de qué manera usaba el historial escolar para comprobar quién había o no proseguido con estudios superiores y dónde los había cursado. Así cómo luego podría acceder a la vida laboral de la base de datos de hacienda y lograr la meta del número de la seguridad social, que le abriría las puertas a muchas más cosas—. Me llevará unos cuantos días más de lo habitual, tal vez unas tres o cuatro semanas como máximo. ¿Le viene bien?

—Sí, sí, sí —respondió con celeridad.

—¿Tiene algo más que decirme que pudiera ser de ayuda para acelerarlo?

—Bueno, quizás… —exclamó de manera reticente número 27.

Parecía que le estaba sacando la información con un sacacorchos.

Comenzó a enumerar algunas pesquisas que había descubierto por sí misma. El estudio de fotografía de EVH (tal y como Phil había anotado en su libreta las siglas de Emily Van Horne) sería un buen punto de partida para acceder a su información fiscal y la dirección de su domicilio, revisando los inmuebles a su nombre en Los Ángeles.

Otro tanto de utilidad serían las multas de SR en Sacramento de las que podría obtener el número de matrícula de su coche de aquel entonces y los datos del seguro (vinculados también a un permiso de conducir). Pero quizá lo que dejó un poco trastocado a Phil Morrison fue la fecha de defunción de TV.

—¿Qué es lo que quiere que haga? No soy capaz de hablar con los muertos —bromeó con humor negro.

—¿Podría obtener la dirección y el teléfono de su viuda? ¡Ah, hay algo más que quería pedirle!

—Ya lo sé. —Le atajó de inmediato—. No quiere que llegue a oídos de nadie más en la empresa, ¿verdad? No se preocupe seré muy discreto.

—No… bueno, sí… eso también. —Las palabras se le amontonaron en la boca—. ¿Podría realizar una investigación fiscal completa de los últimos meses? Ya sabe, movimientos bancarios, estado de cuentas, etc…

«¿Quiere que revise toda su contabilidad?». Phil empezó a preguntarse realmente qué tenía planeado número 27, porque seguramente no se trataba de una reunión convencional de antiguos alumnos.

—Vale, haré lo que pueda —exclamó ocultando su curiosidad en aumento.

—¿Y en cuanto al pago? ¿Qué le debo por…?

Cobrar un sobresueldo por realizar actividades que no se correspondían con sus responsabilidades laborales en horas de trabajo se podía calificar de moralmente deleznable, pero Morrison lo consideraba igual que una propina que se le daba al botones por llevar las maletas hasta la habitación de un hotel.

Una simple compensación por el tiempo invertido.

—No se preocupe, hablaremos de ello al terminar el trabajo. —No se atrevió a proponerle un precio, para no parecer demasiado interesado—. Acepto cheques regalo y vales de descuento para Domino’s Pizza.

—¡Ja, ja! ¡Muy gracioso! —se divirtió número 27.

—Sí, muy gracioso —Phil echó un vistazo a torre inclinada de cajas de pizzas que había en la papelera de su oficina y se rió con amargura—. Ya le llamaré cuando lo termine. Adiós.

Después de colgar el teléfono ya no le parecía tan interesante jugar con su Xbox360. Una investigación de cuatro perfectos desconocidos no le hacía saltar de alegría. Pero la actitud intrigante del numero 27 le había picado la curiosidad.

Continuará...

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MIT: siglas de Massachusetts Institute of Technology en inglés, se traduce como Instituto Tecnológico de Massachussets.

Hacker: anglicismo para decir pirata informático.

CEO: siglas de Chief Executive Order en inglés, se traduce como Director general.

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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Siento mucho que este capítulo sea el más aburrido de todos (me merezco TERRIBLEs por él), ya me sugirieron que lo eliminase o acortáse de algún modo. Pero no he podido, porque aunque parezca insustancial era básico para la continuación de la trama.

¡Hasta que nos leamos!

 

 

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