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Mis días siendo forzado: Prólogo (3 de 3)

en Hetero: Infidelidad

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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PRÓLOGO: Un día como otro cualquiera (3 de 3)

La visita del inspector de policía Paul Fergusson nunca era de su agrado, por muchas precauciones que tomara antes de presentarse. Cada vez que le importunaba con su presencia en su apartamento su pellejo se ponía en riesgo innecesariamente.

—No pareces contento de verme.

—Me diste esos móviles trucados del depósito para que nos comunicáramos. No hace falta que nos veamos cara a cara —se quejó dejándole entrar en el sucio apartamento y sentándose en el sillón que parecía haber sido rescatado de un contenedor de basura.

—Lo dices como si creyeras que me gusta ver tu asquerosa cara de rata —exclamó el inspector después de cerrar la puerta y echar un vistazo al apartamento de su informante. Un año antes jamás se habría atrevido a hacer tratos con delincuentes como él. —Yo no soy una rata. —Le dio un sorbo a la cerveza que tenía en la mano y fingió contemplar el programa de televisión como si su visitante no existiera, mientras fumaba tranquilamente un Marlboro.

—¿En qué estás metido últimamente? —Su mirada se posaba repetidamente en los montones de revistas viejas amontonadas en un rincón, en el viejo tablón de corcho que tenía varias chinchetas pinchadas y en la puerta entreabierta del baño desde la que podía verse los frascos con los productos para revelar fotografías y las cuerdas donde dejaba secar las fotografías en la oscuridad. Se asomó en medio de la oscuridad pero no encendió la luz—. ¿No estarás montando un laboratorio de anfetas?

—No, lo uso como cuarto oscuro, así que te agradecería que no tocaras nada —respondió de mala gana. Por suerte todo el material sobre Mickey Brewster y los demás estaba bien guardado, fuera de su vista.

—No sabía que te gustara la fotografía. —Se rió el inspector de manera sardónica—. ¡Eres todo un jodido hombre del renacimiento, cara de rata!

Sabía que intentaba cabrearle llamándole ‘cara de rata’ para hacerle sacar de sus casillas, forzar un enfrentamiento y darle una puñetera excusa al agente de la ley para que le partiera la cara. A Fergusson le encantaba dar palizas a los narcotraficantes y él resultaba ser su saco de sparring particular. Pero esta vez no iba a picar en su sucio juego.

—¿Por qué coño estás aquí? —exclamó terminando su cerveza y encendiendo un nuevo cigarro con la colilla del anterior. «He tenido un mal día, hijo de puta». Quiso decir en vez de lo anterior, al notar que el inspector le estaba tocando los cojones como de costumbre.

—La información que me diste resultó ser una puñetera mierda —dijo el inspector Fergusson con voz áspera. Estaba muy enfadado con él y tenía toda la razón para estarlo.

—¿En serio? ¿No acudieron al muelle que te indiqué a esa hora para recoger el cargamento de coca? —Fingió sorpresa lo mejor que pudo, pero sabía perfectamente que su soplo era falso. Él mismo se había inventado todos los detalles—. Me sorprende que no funcionara. Eso es que el departamento de policía tiene más agujeros que un colador.

—¡No me jodas! —se sulfuró Paul Fergusson.

—¿Alguien aparte de ti lo sabía? —le tanteó.

—¡Nadie más que yo lo sabía! —El inspector de narcóticos no dudó ni una décima de segundo en responder—. ¡Me mentiste! —gritó a todo volumen. Eso era una buena señal. Estaba visiblemente enfadado y con toda la razón del mundo. Pero aquella mentira había servido a su propósito: Paul Fergusson había fracasado ante sus jefes, por primera vez después de diez meses de éxitos con las redadas, incautaciones y pinchazos telefónicos.

—Es difícil obtener información fiable estos días. La calle es un hervidero de rumores falsos. —Se limitó a contestar dejando a un lado el cigarrillo.

—Tenemos un trato y si me entero que me has mentido voy a…

—¿Vas a hacer qué? —le atajó de inmediato al inspector—. ¿Llevarme a la cárcel de nuevo? ¿Les explicarías a tus superiores lo que hiciste para sacarme de la penitenciaria?

—Tan sólo tienes la condicional, me basta una llamada a tu agente —amenazó Paul Fergusson creciéndose un poco ante él.

—Tú mismo lo has dicho, tengo la libertad condicional —admitió sin achicarse—. Pero por desgracia eso me hace más difícil mi trabajo. Según las condiciones del acuerdo no puedo relacionarme con otros delincuentes y es difícil obtener una migaja de información sin poder echar mano de mis contactos.

—No te pases de listo conmigo —dijo el inspector de policía apuntándole con el dedo índice—. Tan sólo eres un puto camello con mucha suerte.

«¡Sí que tengo suerte! ¡Me tocó la lotería al conocerte!», pensó con ironía.

—Hablando de droga —exclamó como si de golpe hubiera recordado algo a raíz del comentario de Fergusson. Se sacó una hoja de papel doblado del bolsillo de la camiseta y se la tendió al agente—. Estas son las señas y el nombre del nuevo sicario de Ramírez.

El inspector de policía cogió el papel como esperando que estallara de un momento a otro en sus manos. Esbozó una mueca de reproche al leer el contenido. Quizás en ese momento estaba replanteándose cómo de fiable era la información de dicho sicario. Eso era muy bueno. Durante las últimas semanas, las peticiones del inspector habían ido convirtiéndose más en órdenes y amenazas, a medida que el éxito se le había ido subiendo a la cabeza.

—¿Qué te debo por esto? —dijo Fergusson sacándose de la cartera del bolsillo de la chaqueta un par de billetes de cincuenta. Normalmente habría regateado otros cien pavos, pero en vez de ello rechazó la pasta con un gesto de la mano.

«No soy una rata».

El rostro del inspector de narcóticos era todo un espectáculo.

—No quiero nada. Considéralo una compensación por los problemas que te haya causado —dijo con parsimonia. Tenía un negocio entre manos mucho más jugoso. A su lado el dinero que había recibido del inspector Fergusson durante esos diez meses había sido una limosna—. Pero espero que recuerdes el trato que tenemos. Si mi nombre sale a la luz…

—Nadie de la oficina sabe que tú eres mi informante —le aseguró Paul Fergusson, guardándose recelosamente el dinero en el bolsillo—. He sido muy discreto contigo.

—De eso no me cabe duda —dijo el informante anónimo. Con seguridad había algún policía vendido dentro de su departamento, Fergusson así lo sospechaba desde hacía casi un año.

Pero no podía acudir a asuntos internos sin destapar el origen de sus soplos y hasta donde estaba pringado de mierda. Había robado pruebas, engañado a varios compañeros de trabajo y ocultado información vital en un caso.

—Pero se me ocurre una manera de solucionar tus problemas —exclamó con un tono nada conciliador. Paul Fergusson se preguntó qué más iba tener que verse forzado a hacer en manos de esa sucia rata.

* * * * *

Tres horas antes, Mike había recibido este mensaje en la pantalla del ordenador de la oficina:

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De: Victor Sterling <Sterling.Victor@E&CAdvertising.com>

Fecha: 26 de mayo de 2010; 14:08 (PDT UTC-7)

Para: Michael Brewster <Brewster.Michael@E&CAdvertising.com>

Asunto: Te sigo viendo con muy mala cara, Mike

Llevas todo el día de un humor raro. No sé qué te sucede, pero desde que has hablado a solas con la ‘Reina de Hielo’ estás de un gris cenizo.

¿Se puede saber qué es lo que te ha dicho esa maldita bruja liposuccionada y ultrabronceada? Necesitas despejar la cabeza, tomarte unos tragos y olvidar a esa amargada.

¿Qué tal si celebramos el éxito de hoy a la salida del curro? Sabes que no aceptaré un ‘no’ por respuesta

Vic, tu colega, no el nuevo Director de cuentas.

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No estaba de ánimos para salir a beber en el bar del edificio, pero para cuando quedaban quince minutos del cierre decidió contestarle:

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De: Michael Brewster <Brewster.Michael@E&CAdvertising.com>

Fecha: 26 de mayo de 2010; 16:43 (PDT UTC-7)

Para: Victor Sterling <Sterling.Victor@E&CAdvertising.com>

Asunto: Vale, acepto… Nuevo director de cuentas. ¡Ja, ja!

Mrs. Bledsoe no es una bruja y como se entere que dices esas cosas, te va a convertir en un sapo verrugoso. Estoy ‘depre’ eso es todo, pero ya se me pasará.

Mike.

PS: ¿Qué tal si vamos al japonés de enfrente? Me apetece un poco de sake.

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Así que después de media docena de chupitos de sake y una ración entera de sushi, Mike se encontraba de mucho mejor humor y el enfado casi se le había pasado. Vic y él estaban comentando la bochornosa derrota en el último tiempo de Los Angeles Lakers contra los Phoenix Suns en los playoffs.

—¿Piensas serle infiel a tu mujer? —La inoportuna pregunta de Vic le pilló de golpe a Mike.

—¡¿Por qué narices me preguntas eso?!

—Llevas jugando con eso diez minutos —exclamó su colega señalando el anillo de matrimonio de Mike encima de la mesa. Se lo había sacado del dedo casi sin darse cuenta y había estado dándole vueltas delante de él con la mirada perdida—. Con ese gesto estás enviando una señal muy clara a todas las mujeres de este lugar: Estoy muy casado, pero esta noche quiero un poco de marcha.

—¡Venga ya, no estoy pensando eso! —le reprochó Mike incrédulo, pero dejando por un segundo de dar vueltas al anillo.

—¡Ya! Eso díselo a la aspirante a modelo de Victoria’s Secret de esa esquina que te lleva comiendo con los ojos desde hace diez minutos —dijo señalando con la mirada a una joven de veintipocos que los observaba con fijeza.

Era una rubia con un cuerpo de curvas escandalosas y un vestido azul eléctrico ceñido que dejaba poco trabajo a la imaginación. Mike pensó que su amigo se estaba equivocando y que, en realidad, era Vic el centro de su atención. Hasta que volvió a colocarse la sortija en el dedo y la chica hizo un gesto de disgusto apartando la vista de él.

—¡Menuda vergüenza! —murmuró Mike incómodamente excitado y abochornado, poniéndose un poco ruborizado.

—Podías haberla invitado a una copa al menos. Para que hablásemos con ella —comentó Vic animadamente—. Que tú estés muerto en vida por culpa del matrimonio no significa que yo no pueda divertirme.

Aquel bochornoso malentendido le trajo a la mente el recuerdo de Mrs. Bledsoe de nuevo y de su sermón.

—Definitivamente no tengo instinto depredador —repitió las palabras de su jefa en un susurro.

—No entiendo… ¿De qué hablas? —dijo Vic con la mirada un poco obnubilada.

—Eso es lo que Bledsoe me ha dicho. Lo que me ha puesto de tan mal humor —se sinceró Mike con su amigo después de apurar un vaso de licor.

—¿Y a ella qué demonios le importa si te vas de ligoteo? —Vic se había bebido casi una botella de sake el solito y estaba más espeso que de costumbre.

—No, verás, es que… —Mike comenzó a explicarle la conversación que habían mantenido con la directora esa mañana. Vic empezó a despejarse poco a poco.

—¡Vaya montón de mierda! —espetó agriado—. Te lo dije, es una bruja mal follada. No tienes que hacerle ni puto caso a esas gilipolleces. Puede que se te den mal los clientes pero serías un jefe estupendo.

—Ya, muchas gracias, colega. Pero, lo que no entiendo es, ¿por qué narices me lo ha tenido que decir en persona? —Mike no lograba comprender a Mrs. Bledsoe, primero lo alababa por su trabajo y segundos después le dejaba por los suelos—. Habría estado mucho mejor si no me hubiera dicho nada de nada. ¡Es verdad eso de que la ignorancia es la felicidad!

—Supongo que es para que te vayas haciendo a la idea de que Eric Jenkins va a ser tu nuevo jefe.

—¡¿QUÉEEeeeeeee?! —bramó ultrajado, para Mike esa noticia era lo peor que le podía ocurrir.

—¿No me digas que no sabes que LaBelle se jubila? —comenzó a explicar Vic—. Ésta es su última semana, por eso cerramos el acuerdo con WCS de manera tan apresurada, Labelle quería que fuese el broche final dentro de la empresa.

James LaBelle era el director creativo de Emmerich & Covington Advertising, desde hacía treinta años y jefe suyo desde que le descubrió en un brainstorming sobre unos cereales de desayuno. Si no hubiese sido por ese hombre, Mike todavía estaría realizando storyboards, e ilustraciones como freelance dando tumbos de una empresa en otra.

Sabía que llevaba varios años quejándose de su edad y diciendo que pensaba marcharse, pero Mike suponía que era una de sus estrategias para ver si lograba un aumento. Y para comprobar de paso cuánto peso tenía dentro de la empresa. Ni por un segundo pensó que realmente lo dijera en serio.

—¿Y tú cómo demonios te has enterado de eso?

—Tengo mis fuentes —Vic mantuvo el misterio durante unos instantes bebiendo otro trago de sake, pero no se pudo contener mucho más—. Loreen, de recursos humanos me comentó que el papeleo lo ha llevado personalmente la ‘Reina de Hielo’ la semana anterior. Al parecer Labelle planea marcharse a Florida y pasar sus años dorados rodeado de caimanes junto con su esposa. Además, este viernes van a hacerle una fiesta sorpresa aunque no quiera que nadie se entere de su marcha.

—¡Eres una completa maruja cotilla! ¡Sólo te faltan los rulos en el pelo y una bata de guata! —bromeó Mike.

Mike y Vic siguieron hablando un rato más acerca del capullo de Eric Jenkins antes de marcharse. Eric Jenkins era un pelota redomado cuya falta de originalidad no le había impedido ir ascendiendo en la empresa. Ambos se preguntaron cuánto le había tenido que besar el culo a Mrs. Bledsoe para lograr encaramarse como director creativo de la agencia y si después se le habían quedado helados los labios.

La enemistad entre Mike y él se remontaba a sus primeros años como creativo a tiempo parcial, cuando tenía que repartirse entre los departamentos de arte para terminar los bocetos y acudir a reuniones con LaBelle y el resto de los monos escritores.

De alguna forma que Mike no llegó a descubrir, Eric Jenkins se hizo con un slogan que tenía planeado presentar ante LaBelle para una red de concesionarios de coches usados. Quizás Jenkins se lo había sustraído de su maletín en una de sus idas y venidas, pero para cuando él se dio cuenta de la falta, Jenkins ya se había apoderado de la idea y era demasiado tarde. Lo peor de todo fue la reacción de Mike ante el atropello: lo acusó públicamente del robo (mejor dicho, lo acusó delante del cliente) y todo el asunto se volvió bastante embarazoso. Jenkins por su parte ni se molestó en negarlo y parecía estar esperando que despidieran a Mike por su denuncia.

—Será mejor que cuides tus ideas como si fuesen tus propias hijas. No dejes que nadie le meta mano a ninguna de ellas —le recomendó LaBelle después de solucionar el incidente y dar la cara por él.

Mike se alegró de llegar a su hogar sin que la policía le hubiera detenido. Acabar en los calabozos de Hollywood hubiera sido el colmo de un día pésimo. Mientras conducía pensó en qué iba a contarle a Linda acerca del día que había tenido. Recordó entonces el cheque de veinticinco mil dólares que tenía en el bolsillo de la chaqueta y decidió no relatarle la charla de Mrs. Bledsoe. No quería preocuparla más de lo que se merecía.

Al enfilar Mariposa Avenue se llevó una sorpresa al divisar su hogar.

«¡Si sólo son las ocho y media!». Se extrañó al observar la fachada de su casa con las ventanas en absoluta oscuridad. Mike pensó que era demasiado pronto para que Linda se hubiera ido a la cama, aunque tuviera que madrugar a la mañana siguiente. Normalmente se quedaba a esperarle grogui en el sofá, pero entonces la luz del televisor encendido se vería por la ventana.

Sintió la primera señal de alarma en cuanto abrió la puerta del recibidor y se asomó al salón encendiendo las luces: Había restos del desayuno de esa mañana y el portátil de Linda estaba encima de la mesita tal y como lo había visto por última vez. Que él supiera era más probable que Linda se deshiciera de uno de sus riñones que de ese ordenador.

—¿Linda? —Nadie contestó en medio del sepulcral silencio—. ¿Linda?

Repitió la llamada varias veces a medida que iba encendiendo las luces, pero no estaba. Echó un vistazo a su móvil para ver si le había dejado algún SMS, pero tampoco había nada.

El contestador del teléfono estaba repleto de mensajes:

—Linda, si estás ahí contesta a tu móvil. —Una voz masculina con un acento de Europa del Este brotó del aparato. Mike reconoció la voz aunque nunca le había visto en persona, era el jefe de Linda, Ivan Borosky—. Venga, no te hagas la ausente… ¿Qué es lo que ha pasado? Piiiii…

«Eso mismo digo yo, ¿qué ha pasado aquí? ¿Y dónde narices está mi mujer?». El resto de mensajes de Borosky seguían con la misma tónica, pidiendo a Linda que contestara a su móvil o a sus e-mails. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Mike de arriba abajo.

Algo terrible había sucedido para que su esposa dejara de improviso todo.

La casa parecía estar normal… Sí, bien, los platos de aquella mañana todavía estaban sin fregar aunque Linda era muy abandonada a veces al respecto. No había signos de que hubieran forzado la cerradura ni faltaba nada de valor en la casa, salvo algo de ropa en el lado de Linda del armario y una maleta grande. Era como si ella hubiera preparado de improviso el equipaje. Llamó a su teléfono móvil, pero no contestó. Linda no tenía buzón de voz porque lo consideraba inútil, prefería los SMS. Volvió a llamar al cabo de cinco minutos.

Nada de nada.

*Linda, he llegado a casa. ¿Dónde estás? ¿Qué te ha pasado? Tu jefe ha llamado varias veces, ¿has hablado con él? Estoy muy preocupado.*

Envió el SMS con los dedos temblorosos por la adrenalina y por el sake. No era normal que Linda desapareciera del mapa y que no contestara a las llamadas. Había estado tan ofuscado todo el día en el trabajo que no había pensado ni por un segundo en ella. Ni siquiera le había avisado de que iba a tardar en regresar a casa un par de horas más. Cinco minutos más tarde, cuando su paciencia empezó a mostrar signos de quebrarse y estaba decidido a llamar a su jefe y a la policía, Linda le respondió con un SMS:

*Stoy n Sacramento, con mi rmano. Problmas familiars, lgo t qento. tdo solucionado nl trbj. Volvré n 1s días a ksa. No t preoqps x mi.*

«¡En Sacramento!». Debía de haber tomado el coche a primera hora de la mañana para llegar allí, eran al menos seis horas de autopista. El mensaje parecía de ella, siempre racaneaba en palabras y artículos, como si se tratara de un telegrama. Usaba inextricables contracciones y a menudo le daba patadas al diccionario por tal de ahorrar en caracteres.

Aunque había algo fuera de lo corriente, ella solía acompañar sus mensajes con emoticonos de caritas sonrientes y otras expresiones, para añadir algo de sentimiento a sus crípticas palabras. Mike no se quitó de la cabeza la sensación de que algo iba mal, pero no sabía concretar el qué.

Quizás a Zack, el hermano de Linda, le había sucedido una desgracia o algo así. No podía dejar de preguntarse por la última frase del SMS.

No te preocupes por mí… ¿Qué habría querido decir?

Continuará...

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Rata: en la jerga de los barrios bajos significa chivato o soplón

Brainstorming: en inglés, tormenta de ideas. Una técnica creativa que consiste en la libre asociación de ideas referidas a un producto puestas en común.

Storyboard: resúmenes visuales de campañas dibujadas a mano alzada.

Freelance: profesional en un campo que trabaja por su propia cuenta.

 

 

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