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Mis días siendo forzado: Capítulo 2 (2 de 2)

en Transexuales

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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Aviso: la serie de relatos comienza en el 'Prólogo', publicado en la categoría de 'Hetero: Infidelidades', no en el 'Capítulo 1', publicado en la categoría de 'Orgías'. Para más información, echadle un vistazo a mi perfil de autor.

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CAPÍTULO 2: No hay furia en el infierno como una mujer despechada (2 de 2)

—Esto no es ni por asomo como el disfraz de Rita Hayworth —manifestó su esposa con una pizca de orgullo y crueldad.

Su primera intención había sido realizar un disfraz que pudiera superar un examen muy superficial, pero sus expectativas habían sido logradas más que sobradamente. Linda sonrió de oreja a oreja por la ironía del resultado final.

En Halloween el fabuloso trío de disfraces que habían llevado consigo los amigos de Mike fue (a falta de una palabra mejor para describirlo) esperpéntico. Una completa sátira de los mitos sexuales de mediados de siglo.

Su colega Vic había llevado unos abultados calzoncillos debajo de las faldas ondeantes al viento, el chico de contabilidad había traído una pamela de talla extragrande y los guantes de Mike se le caían constantemente de lo anchos que eran. Además, los tres habían lucido las piernas completamente velludas y sin medias, el maquillaje había sido caricaturesco y el relleno en los falsos pechos había consistido en unos calcetines doblados y pegados con cinta americana.

Nada que ver con el magnífico aspecto que lucía Mike en ese momento.

«Casi aparenta… no. Aparenta ser una mujer de verdad», pensó distraídamente Linda. Apartó de inmediato ese pensamiento de su mente y volvió a redoblar la indignación que había sentido por su culpa.

La idea de travestir a Mike había surgido a raíz de aquellas escandalosas fotografías de su adolescencia. Verle vestido con el sujetador de esa chica y los labios pintarrajeados le había hecho recordar el bochorno que tuvo pasar la noche de la fiesta de disfraces. Empezó a conectar pensamientos cuando pensó en la maleta, el armario repleto de ropa suya y se imaginó a su marido con esas prendas puestas. Linda quería que Mike se sintiera literalmente la mujer más humillada del mundo. Quería que se avergonzara de sí mismo, que estuviera humillado y dolido profundamente por culpa de otro. Quería, en fin, que se sintiera como ella se había sentido al ver las fotografías.

Y lo había logrado.

Linda lo supo de inmediato al ver su rostro ruborizado por la vergüenza e incapaz de mirar fijamente su propio reflejo. Pero quizás le había salido el tiro por la culata. No se llegó a imaginar que Mike resultaría más atractivo de mujer, que como lo era de hombre.

Ella escogió de su armario un vestido largo hasta las rodillas de color rojo y de estilo Cheongsam con motivos bordados de dragones y un cuello ajustado arriba. Así como un par de zapatos rojos de tacón stiletto. Linda le ayudó a ponerse aquel traje de noche (después de prestarle un desodorante suyo) que le quedaba un poquito holgado de caderas y prieto de cintura. Y luego le abrochó los botones del costado con cuidado. El rimbombante vestido de noche exhibía bastante las piernas de Mike debido a una vertiginosa abertura que tenía a la derecha de la falda y que le llegaba hasta más arriba de los muslos. Era un traje muy insinuante (algo común dentro del vestuario de Linda) que ella ya apenas usaba.

También le echó una mano a Mike con los zapatos y le ató rápidamente las finas tiras que rodeaban los tobillos. Linda consideró que serían muy incómodos de llevar, ya que no se amoldaban del todo a los pies de su marido (aunque ambos usaban una talla parecida de calzado) acostumbrados a zapatos de oficina y amplias deportivas. Mike no era de todas formas muy alto para ser hombre, más o menos igual que Linda. Pero cuando se enderezó sobre esos altísimos tacones, añadió al menos diez centímetros a su estatura.

—Camina un poco —le pidió, en un tono innegociable, Linda y sonrió discretamente cuando comenzó a perder el equilibrio. Hasta ella tuvo que admitir que le costaba mantenerse de pie sobre aquellos tacones—. ¡Vas a necesitar un poco más de práctica! —le indicó, riéndose entre dientes, para que se paseara por la habitación y se acostumbrara a la cadencia de los pasos. Cuando Linda consideró que Mike había cogido la suficiente soltura para andar, le colocó unas pulseras de color rojo y naranja en las muñecas. Y examinó su joyero buscando unos pendientes que pudiera llevar. No pensaba hacerle los agujeros de las orejas, eso sería excederse demasiado en su tortura.

«No había necesidad de que la sangre llegara al río».

Así que buscó hasta encontrar unos pendientes de aretes dorados de pinza.

—¿Ya has terminado? —preguntó Mike asustado.

—Una cosa más que casi se me olvida —añadió Linda haciendo morritos y chasqueando los dedos. Fue al tocador y cogió uno de los perfumes de entre todos. Se acercó a Mike y con un dedo le aplicó dos gotas alrededor de su cuello, rozando su pequeña nuez de Adán. Su mano se quedó unos instantes paralizada, mientras observaba la profundidad de los ojos verdes de su esposo. Por una décima de segundo, tuvo la tentación de darle un beso.

El perfume olía de maravilla, sensual y atrevido, e inundaba sus fosas nasales.

—Ya está, ha quedado perfecto el disfraz, ¿no crees? —Le giró de nuevo para que se viera en el espejo de cuerpo entero—. Dime cómo te sientes, honey.

* * * * *

—Hundido hasta el mismo fondo. —Aceptó Mike apesadumbrado. El embotamiento inicial había sido sustituido paulatinamente por una resignación forzada. Fuese lo que fuese que tenía planeado Linda le haría pasar una vergüenza incomparable. Linda le observó con sus brazos cruzados bajo su pecho en una actitud recriminatoria como diciéndole: «Avergüénzate de ti», y se colocó delante.

Ajustó los falsos pechos, apretándolos sensualmente y los examinó para ver la caída que dibujaban bajo el ajustado vestido. El cuello mao cerrado no dejaba piel al aire y era perfecto para lograr el engaño.

—Ahora, Mike, vas a hacerme un pequeño favor y vas a obedecerme al pie de la letra si es que realmente me quieres —exclamó repentinamente seria Linda, se humedeció los labios y le dio un diminuto bolsito rojo que tenía los mismos bordados orientales que el vestido chino—. Quiero que me traigas un periódico.

Mike rápidamente pensó en lo que se le venía encima.

Había un periódico del día anterior en la encimera de la cocina. Pero él sabía muy bien que ella estaba al tanto y, con un pequeño quejido que emitió, supo a qué se refería exactamente. Ella quería uno nuevo y no porque quisiera leerlo.

Linda jamás leía la prensa escrita teniendo acceso a un ordenador, consideraba que era una industria en vías de extinción con la aparición de los blogs. Si quería enterarse de las noticias accedía por Internet a las páginas web de las principales agencias del mundo.

—El de hoy, evidentemente. Y quiero que me lo traigas del Holiday Inn de Highland Avenue —añadió Linda haciendo hincapié en el sitio concreto, para que no hubiera duda alguna, ni confusión: El lugar donde habían celebrado su banquete de bodas casi un lustro antes—. Ven conmigo —Linda le condujo con dificultad desde la habitación hasta el mismo recibidor y le lanzó una última advertencia—. Si tú no me traes ése periódico de ése sitio, vas a tener que dormir esta noche en el hotel vestido así. Porque no pienso dejarte que vuelvas a entrar sin él —Mike visualizó mentalmente el cajón de la prensa que estaba situado en el vestíbulo del hotel, se encontraba a poco menos de diez minutos en coche de la casa.

—¿Tan sólo quieres eso? ¿Nada más?

—Sí, pero no creas que va a ser fácil, Mike. Irás a pie.

«¡QUUUuuuééeee!». Los ojos de Mike casi se le salieron de las órbitas.

—Linda, pídeme… —Mike rogó clemencia al ver que ella abría la puerta y al otro lado del umbral se veía la casa del vecino de enfrente.

—¿…cualquier otra cosa menos esto? —Terminó la frase Linda en son de burla—. Si te pidiera algo sencillo de hacer, no valdría realmente la pena, ¿no crees? Aquí tienes el dinero para el periódico. Y quiero que mientras des el paseo, pienses en cómo me he sentido humillada por tu culpa —exclamó con dureza su esposa antes de echarle a la calle a trompicones, cerrándole la puerta en las narices.

Mike quiso gritar y aporrear la puerta para pedirle que le dejara entrar de nuevo, pero se le estranguló la voz al darse cuenta de que si armaba un escándalo los vecinos curiosearían o incluso llamarían a la policía.

La inmensidad de la noche le sobrecogió cuando se giró sobre los tacones. Se echó el diminuto bolso al hombro y tembló de pies a cabeza. Estaba metido en un verdadero embrollo del que no sabía cómo salir.

Por un instante se le ocurrió que quizás podía llegar hasta el Holiday Inn, acortando por los callejones o atravesando los patios traseros de las vistosas fincas de la urbanización. Pero rápidamente descartó la idea al darse cuenta de que le sería completamente imposible con esos tacones de muerte y seguro que se engancharía con el vestido en las vallas.

«Keep calm and carry on», se dijo a sí mismo para darse ánimos.

Tendría que enfrentar aquel mal trago y caminar por la acera a la vista de todos los vecinos. Se le pusieron los pelos como escarpias del miedo, pero finalmente se enderezó lo mejor que pudo y empezó a avanzar. Caminar sobre los tacones fue una experiencia que jamás habría formado parte de sus peores pesadillas.

Aunque no era la primera vez para él.

Durante la fiesta de Halloween había llevado un par de zapatos casi tan altos como esos. Pero apenas había caminado con ellos y no se había molestado en andar como una mujer. Mike no paraba de tropezarse y resbalarse casi a cada tramo que daba. Correr era imposible, por mucho que quisiera acelerar el paso para terminar antes. Así que Mike se conformó con una marcha mucho más lenta, pero segura.

Los tobillos le ardían de dolor al poco rato. Estaba acostumbrado a un calzado mucho más cómodo y aquellos tacones estaban torturándole sus pies. Casi en seguida se dio cuenta de que estaban manufacturados para ese cruel propósito, la forma de aquellos zapatos forzaban las caderas para que se tambalearan de acá para allá, arriba y abajo incesantemente y la parte inferior del vestido se deslizaba constantemente a la contra, rozándole.

—¿Quién narices inventaría un instrumento de tortura como éste? —murmuró Mike, escéptico de que existieran mujeres que les gustasen los tacones tan altos.

Aquella suma de pantis altos en las piernas, ajustado corsé en el torso, angosto vestido largo y la sofocante peluca, hacían que se sintiera comprimido como una sardina en una lata de conservas.

Antes de que pudiera abandonar el vecindario un coche lleno de adolescentes redujo su velocidad cuando se acercó a su altura y bajaron las ventanillas para obsequiarle con un concierto de silbidos y comentarios soeces.

—¡Eh, sugar! ¿Por qué no vienes con nosotros?

—¡Tía buena! ¡Ven a probar mi churro!

«¡Por todos los demonios!». Se abochornó Mike profundamente al oírles, pudo reconocer a uno de los ocupantes como Ray Thompson, un vecino suyo de diecisiete años que todos los domingos por la mañana cortaba el césped de su jardín por unos pocos dólares. Rezó para que no le reconociera y siguió avanzando con decisión, ignorándoles por completo. Si aquellos adolescentes hubieran sospechado lo que se escondía debajo del vestido, habrían huido corriendo o (peor aún) habrían parado el coche y se hubieran mofado de él un rato.

Un largo minuto después, ellos también decidieron ignorarle y se fueron acelerando el motor en busca de más diversión rumbo a Hollywood Boulevard.

Mike no pudo evitar llamar la atención cuando alcanzó la concurrida Franklin Avenue, ya que como pudo comprobar el conjunto rojo ardiente que llevaba, aunque no enseñaba prácticamente nada, era tan llamativo como unos fuegos artificiales. Pero todo lo que pudo hacer Mike fue seguir contoneando el bolso y los brazos (y sus caderas también, por culpa de esos tacones) y caminar de frente.

Cuando Mike logró recorrer más o menos la mitad del camino sin romperse la crisma y se paró en un semáforo en rojo, vio pasar su coche rápidamente con Linda al volante. Ella no se molestó ni por un instante en dirigirle la mirada. Se la veía enfurruñada consigo misma, nada compasiva.

—¿Quiere asegurarse de que no hago trampas…? ¿Pero quién se cree que soy? —musitó irritado Mike mientras retomaba la caminata.

Se estaba rebajando sumisamente a lo más humillante que le había pedido en la vida sólo por ella y no confiaba en su palabra. «De eso se trata, ha dejado de fiarse de mí». Cayó en la cuenta mientras reflexionaba con dificultad.

* * * * *

«¡Se merece lo que le pase! ¡Ese jodido cabrón se lo merece!», se repetía una y otra vez Linda, intentando acallar los remordimientos cuando cerró la puerta de su hogar. Mike necesitaba aprender una lección sobre la humillación y esa noche iba a recibir un cursillo acelerado.

Con gran dificultad logró quitarse el anillo de matrimonio, tenía los dedos hinchados y temblorosos. Además, en muy pocas ocasiones se desprendía de su alianza. Luego subió las escaleras para cambiarse de ropa en su habitación. El plan que había pensado para Mike estaba en marcha y aunque tuviera ganas de echarse atrás y perdonar a su marido, el recuerdo de aquellas fotografías estaba muy vívido en su memoria.

Linda se adecentó a toda velocidad, para poder adelantarse a la llegada de su marido al hotel. Aún no había decidido cómo iba a hacer para que Mike quedara en ridículo, pero quería estar presente para no perdérselo. Linda se maquilló en un visto y no visto, escogió del armario un vaporoso vestido de algodón azul y blanco con una amplia falda en los bajos y unas sandalias con plataforma de color celeste.

Luego escondió el cheque de Mike, los dos anillos y el sobre de las fotografías a buen recaudo en la bandeja del horno de la cocina y agarrando el bolso con la billetera y las llaves del coche de su esposo, se encaminó al Holiday Inn con presteza.

No vaciló ni por un segundo al divisar la estampa de Mike embutido en el ajustado vestido rojo cuando pasó por su lado. Si aparcaba y paraba el motor para hablar con él, Mike acabaría por convencerla de que desistiese con el plan. Pero al menos ella se alegró de que siguiera entero y su disfraz no hubiera sido descubierto… todavía.

* * * * *

Le llevó más de una hora realizar el trayecto, pero Mike finalmente llegó hasta el Holiday Inn, después de soportar todo un desfile de transeúntes curiosos, conductores obscenos que le tocaban el claxon y demás gente que reparaba en él. La caminata se le hizo extraordinariamente larga, pues al carecer de reloj, la noción del tiempo dejó de tener sentido. Mike medía su trayecto por cada manzana que lograba cruzar a paso de tortuga. Nunca había reparado realmente en la distancia que había entre cada una de la calles de Los Ángeles.

Finalmente Mike llegó hasta su destino. Atravesó atropelladamente el vestíbulo del Holiday Inn, ignorando a las personas que se hallaban allí y se encaminó directo hacia su objetivo. Tal sólo tenía que meter unas monedas en el dispensador, sacar el periódico, buscar a Linda y abandonar lo más rápido que le fuera posible aquel sitio antes de que alguien pudiera llegar a descubrir la verdad.

Pero nunca tuvo realmente una oportunidad.

Al echar mano del bolsito rojo no encontró moneda alguna, tan sólo un par de lápices de labios, un tampón sin abrir, maquillaje en polvo y otros productos cosméticos. Lo agitó un poco, para ver si estaban en el fondo, pero no le llegó el sonido de algo metálico.

Linda había dicho que le había dejado el dinero ahí dentro, pero no era así.

«¿Cómo espera que compre un periódico, si…?».

—¡Ah, ahí está! ¡Rita! —La voz de Linda cruzó de lado a lado el inmenso vestíbulo, como el crujido de un glaciar desgajándose en medio del silencioso océano. Mike vio a su esposa y a otros tres hombres caminando en su dirección—. Ya os dije que Rita era una preciosidad, estoy segura de que querrá tomar unos tragos con nosotros —añadió Linda dirigiéndole una traviesa mirada y cogiéndole del brazo para que no huyera cuando llegó a su lado.

Mike descifró qué le estaba diciendo con sus ojos: «Esto no ha hecho otra cosa que empezar».

Continuará...

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Keep calm and carry on: en inglés se traduce como Mantén la calma y sigue adelante. Fue un lema del gobierno británico en 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de subir la moral de la ciudadanía del país bajo amenaza de una invasión inminente.

Sugar: en inglés, se traduce como bombón o ricura.

Ven a probar mi churro: en español.

 

 

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