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Mis días siendo forzado: Capítulo 6 (3 de 3)

en Sexo Anal

Capítulo dedicado a Agueybana, porque parece que lo estuvieses viendo venir (más o menos) desde el comienzo. Espero que lo disfrutéis todos.

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CAPÍTULO 6: Girl’s Day Out! (3 de 3)

Desde que Mike había entrado en el bar, una creciente y molesta presión en la entrepierna se había ido extendiendo por todo su cuerpo como un reguero de pólvora prendido. Él quería mantener la calma y no excitarse, pero el ambiente era tan abrumador y estaba repleto de multitud de estímulos que le estaba poniendo gradualmente más acalorado.

Los esparadrapos y las ceñidas bragas mantenían firmemente aferrados sus genitales dentro de una cruel prisión de la cual pugnaban por escapar. Así que Mike pensó que aquella stripper era la gota que colmaría el vaso y que la cremallera del prieto pantalón iba a reventar cuando empezó a menearse delante de su esposa.

Linda no perdía de vista a la stripper bailando, tenía la boca ligeramente entreabierta de admiración y soltaba algún que otro jadeo entrecortado cuando se aproximaba a ella contoneándose como una serpiente. Sus mejillas se tiñeron con un intenso rubor, cuando descubrió sus tetas y le acarició con el corsé.

Al concluir la canción, Linda terminó su Martini y se atrevió a dejarle el billete en el tirante del tanga. La bailarina se acuclilló a su lado y le susurró algo al oído, reclinando ligeramente su cuerpo desnudo sobre el de ella.

—¿Qué es lo que te ha dicho, baby? —Quiso curiosear Mike al alejarse la stripper de la mesa.

—¿Qué es un lapdance? —preguntó Linda frunciendo el entrecejo un poco, como confundida—. Me ha dicho que por otros cincuenta pavos nos ofrece un lapdance a ambas.

—¿Le has dado un billete de cincuenta? ¡Vaya! ¡No me extraña en absoluto que le hayas provocado tan buena impresión a la chica! —comentó divertido Mike con una sonrisa de oreja a oreja. Pero al ver la expresión hosca de Linda decidió explicarse—. Lo normal es venir a estos sitios con muchos billetes de un dólar, para ir soltándolos poco a poco, pero veo que tu táctica funciona muchísimo mejor…

—¿Pero qué es? —insistió Linda.

—Verás, un lapdance es un baile privado en una de esas salas del fondo. Son mucho más íntimos que los bailes de aquí —le explicó Mike señalando el lugar en cuestión, cuando la stripper se fue de vuelta a los vestuarios. La sala VIP estaba custodiada por un matón contratado por el dueño del local. Debía de medir más de dos metros de altura, era más negro que una sombra en la noche y su camiseta corta a rayas marineras dejaba al descubierto unos musculosos brazos del grosor de una cabeza humana. Su cara de poco amigos resultaba muy disuasoria.

—¿Por qué? ¿Qué tienen de especial?

—Bueno, ¿recuerdas que te he dicho que los clientes nunca pueden tocar a las bailarinas? —Mike fue muy cuidadoso al escoger las palabras detenidamente, no quería que las malinterpretara—. Pues esa regla no se aplica en ambos sentidos. En un lapdance las chicas tocan a los clientes, se sientan en sus piernas, se desnudan encima de su cuerpo y demás cosas así. Siempre y cuando no haya relaciones sexuales.

—¿Y cómo sabes tú eso? —se interesó Linda.

—Por lo que me ha contado Vic —Mike se excusó de inmediato—. A mí nunca me han ofrecido uno, no todas las chicas los hacen. Acababa de romper el código secreto del honor de los hombres, acusando a un camarada. Pero suponía que era excusable, si Vic se encontrara en su misma situación no hubiera dudado un segundo en traicionarle.

—¡Vamos a probar! —exclamó Linda enardecida, levantándole de la mesa y llevándole de la mano casi a la fuerza. Mike nunca había visto a su esposa tan impulsiva y desvergonzada. El gorila les abrió la cortina con una sonrisa burlona, para darles paso a una pequeña habitación con varios sillones dispersos por doquier. La espera se les hizo un poco larga, pero en unos minutos apareció por la otra puerta la bailarina de la larga trenza.

—Me llamo Sheila —se presentó la stripper—, he hecho una excepción por ser vosotras dos. Nunca hago privados con los hombres.

—Yo soy Linda —dijo ella después de titubear un segundo, como si se hubiera olvidado de su nombre—, y ella es Amy —añadió al recordar que estaba acompañada. Mike estaba también ligeramente distraído, todavía le costaba creer del todo que su disfraz fuera capaz de engañar a otra mujer.

Y menos aún a una bailarina de stripteases acostumbrada a ver hombres.

—Poneos cómodas y sentaos —indicó Sheila señalando los asientos de cuero.

—No bailes para ella, está cumpliendo un castigo —atajó Linda con algo de reproche hacia Mike, cuando se sentó delante de la bailarina.

—¿Así que castigada? ¿Has sido una chica muy mala, Amy? —Sonrió de manera pícara la stripper.

—No te puedes imaginar cuánto. —Se limitó a decir su esposa, mirándole de reojo.

—Que se quede a mirar pues. A lo mejor le gusta el castigo —comentó Sheila, antes de que la música comenzara a sonar y sus caderas empezaran a moverse al ritmo de los primeros compases. La bailarina empezó a danzar rozando sensualmente las rodillas de Linda con sus muslos y se posó de manera breve en su regazo—. No seas tímida, por favor. Estamos entre mujeres —le pidió Sheila mordiéndose los labios sensualmente.

Linda perdió la timidez de golpe, cuando la stripper se quitó el sostén y, rodeando su cuello con él, aprisionó la cabeza de Linda entre los firmes senos.

—Oh, my God! —musitó la esposa de Mike, después de inhalar profundamente la dulce y seductora fragancia de aquella mujer. Linda era un amasijo de impulsos contradictorios, por un lado se moría de ganas de palpar aquella sedosa piel de melocotón que no dejaba de acariciarle repetidamente las piernas y el cuello. Pero por otro lado intentaba mantener la poca integridad que le quedaba.

Ninguno de los dos apartó la mirada de la larga trenza de Sheila, cuando se sentó a horcajadas sobre una pierna de Linda dándoles la espalda.

Una canción terminó en ese preciso momento y Linda se decepcionó un poco al pensar que el espectáculo había concluido, sin embargo Sheila no se incorporó cuando sonó otra melodía diferente. Los miró a ambos por encima del hombro, mientras movía sinuosamente su cintura, después desabrochó los tirantes del tanga y tiró de él lanzándolo al suelo.

Linda soltó un pequeño gruñido de sorpresa cuando Sheila comenzó a frotar lentamente su entrepierna contra su muslo. Su cuerpo se puso en tensión al sentir el cálido y húmedo contacto de su sexo acariciando su sensible piel. Al principio Sheila se restregó al ritmo de la música, pero luego llevó las vacilantes manos de Linda a su cintura y aceleró la cadencia de los meneos de su cadera.

Mike ya no supo qué hacer con las manos, se había aferrado a los brazos del sillón para contenerse, pero aquello era demasiado excitante. Sheila bajó el ritmo guiada por las manos de Linda que ganaron seguridad en torno a su cintura y comenzó a gemir como si de un violín frotado contra un arco se tratara. Ladeaba su cabeza constantemente y su trenza se bamboleaba de un lado a otro igual que un metrónomo viviente.

Sus gemidos fueron in crescendo a media que ambas aumentaban la intensidad de sus movimientos hasta que la joven llegó al clímax con un grito sofocado y se dejó caer exhausta, reposando su espalda desnuda sobre Linda. Luego, en un lánguido movimiento, Sheila se dio la vuelta sobre el regazo de Linda y apoyó sus turgentes pechos sobre los de ella. Se contemplaron como si de un momento a otro fueran a besarse apasionadamente.

—Gracias, ha estado muy bien —dijo Sheila cuando la canción finalizó levantándose del sillón. Linda le tendió el billete de cincuenta dólares con cierta vacilación, tenía la respiración acelerada y toda la pinta de haberse despertado bruscamente de un buen sueño—. Hasta la vista, chicas. Ha sido todo un placer conoceros. —Sheila abandonó el pequeño habitáculo después de recoger sus escasísimas ropas, se despidió con la mano y agitó su interminable trenza que le llegaba hasta donde terminaba la espalda.

* * * * *

«Holy shit!». A Linda le embargaba un frenesí incontenible por todo el cuerpo, una sensación de pleno gozo que le recorría como una corriente eléctrica que chisporroteara por su piel.

Durante unos breves minutos había sentido verdadera pasión por aquella stripper, por sus suaves caricias, por su mirada de ángel, por sus húmedos besos con esos labios que hablaban sin palabras. Linda la había deseado (¡A una mujer igual que ella!) como nunca había deseado a un hombre y lo más extraño de todo es que no tenía ningún remordimiento.

—Linda, ¿estás bien? —preguntó Mike viendo que ella estaba todavía mirando al vacío que había dejado Sheila al despedirse.

—Nunca he estado mejor. —Soltó un hondo suspiro para serenarse y después añadió mirando fijamente a Mike—. Llévame a casa… ¡Ahora!

«¡Ay! ¡Joder, no me puedo creer lo caliente que estoy!», pensó al notar el ardor que inflamaba sus entrañas y su rostro.

Cuarto de hora después Linda todavía seguía muy excitada, a pesar de que el largo trayecto en coche se le hizo una eternidad. Casi no le dio tiempo a Mike a cerrar la puerta de la casa cuando cruzaron el umbral. Linda se abalanzó a sus brazos y comenzó a besarle y acariciarle con una inusitada intensidad.

—Dime, honey… ¿tú también… te has… puesto muy cachonda… cuando Sheila se… montó encima… de mí? —Alcanzó a decir Linda entre beso y beso.

Mike afirmó con la cabeza efusivamente mientras, coordinando esfuerzos los dos, subían escaleras arriba hasta la habitación. Deseaba quitarse toda la ropa que le estorbaba y follar hasta que no pudiera más.

—Quiero que te desnudes para mí, Amy —le pidió Linda cuando se tumbó en la cama y su vestido turquesa se le subió un poco. Mike se quitó las ropas de una manera muchísimo menos sexy que la stripper, pero Linda no se quejó, le miraba con una lujuria desbordada cuando se quedó tan sólo con la ropa interior de encajes. Linda tuvo una repentina inspiración al contemplar su femenino y atractivo semblante.

Le hizo una seña para que se tumbara a su lado y se arrimó al oído de Mike:

—Voy a hacerte el mismo favor ahí abajo que el que me hiciste el viernes. Porque ése es tu castigo, sucia furcia adúltera —dijo en un sensual susurro.

—Este es el mejor castigo que he tenido en toda mi vida —murmuró Mike ebrio de alcohol, de sexo y de su aroma de mujer.

Linda fue besándole en sus labios, mordisqueándole el apetitoso carmín y sonriendo pícara. Luego le besó su grácil cuello con ternura, poco a poco descendió hasta los falsos pechos manoseándolos con deleite y le quitó el corsé con una rapidez increíble, bajando más y más hasta postrarse entre sus muslos.

Le quitó las bragas riéndose entre dientes con su cantarina voz y contempló embelesada el miembro palpitante y erecto que se elevó como un mástil sin bandera, cuando lo liberó cuidadosamente de las ataduras de los esparadrapos. Pero las aviesas intenciones de Linda eran muy diferentes a las que se esperaba su esposo. Sus labios se dirigieron más abajo y cambiaron de rumbo de improviso. Con un brusco tirón del cordel sacó el tampón de su culo, lo tiró lejos y acercó su boca para darle un húmedo beso.

—¡Hey! ¿Qué demonios estás…? —protestó Mike al notarla ahí más abajo.

En seguida ella introdujo uno de sus diminutos dedos profundamente hasta que los nudillos chocaron contra sus nalgas. Linda empezó a maniobrarlo y moverlo por dentro con la ayuda de la saliva, con mucha calma y delicadeza pues era la primera vez que hacía algo así. El ano de Mike se contrajo espasmódicamente por la molestia y atrapó el dedo índice con firmeza.

—Relájate, por favor, Amy —le exhortó Linda con una voz melodiosa.

Después volvió a inclinarse para besarle intensamente aquel profundo y oscuro agujero prohibido y sus largos cabellos rozaron sus piernas haciéndole cosquillas que se extendieron hasta las puntas de los dedos de los pies.

—Relájate, por favor —repitió su plegaria como una oración.

Paulatinamente, Mike empezó a tranquilizarse y su esfínter empezó a dilatarse lentamente, a medida que la mano firme de Linda comenzaba a tomar confianza. Un segundo y un tercer dedo de Linda se unieron al primero cuando repitió la jugada de los besos.

Linda repentinamente alcanzó su meta y acarició la sensible próstata con sus inexpertos toqueteos de principiante. Mike cerró los ojos y se retorció entre quejidos de inesperado malestar que recorrieron cada fibra de su cuerpo.

—¡Ahhh! ¡Nooooo, por favor! ¡Ahí, no! ¡Para! —gritó Mike con una voz estridente como de genuina mujer.

«¡Bingo! ¡Lo encontré!». Linda redobló sus caricias con ahínco y la sensación que abrasaba las entrañas de Mike se transformó ipso facto en algo diferente que dejó sin respiración a su marido. Un estallido de placer demoledor y deleite sin fin, oscilaba en intensidad mientras Linda movía sus dedos dentro de su trasero.

—Dime, Amy, ¿te gusta lo que te estoy haciendo? —preguntó Linda después de unos minutos, pero Mike era incapaz de contestar con algo más que gemidos. Se mordía los labios con fuerza, reprimiendo un grito de éxtasis. Al oír su silencio quejumbroso, ella se enfureció y le dio un pellizco con malicia en la zona que había estado manipulando con tanta dulzura—. ¡¡Contéstame, puta viciosa!!

—¡Síííííí, sí me gusta! —prorrumpió Mike en un sollozo cuando se encogió por culpa del dolor. Su figura se había estremecido de pies a cabeza, parecía frágil y completamente indefenso.

—Te he profanado tu maldito culo, Amy. Eres una jodida zorra que se ha acostado con todo lo que se le ha cruzado por el camino. Pero ahora te voy a enseñar lo que de verdad te mereces. Te voy a follar una y otra vez hasta que me harte. Porque eres toda mía —dijo Linda en susurros a media que volvía a introducir sus diminutos dedos y lograba apaciguar su maltratada próstata con sus suaves caricias. Mike no se volvió a resistir, sino que se dejó hacer con plena entrega, ansiando el contacto de nuevo—. ¡Dímelo! ¡Venga! ¡Dímelo, cerda infiel! ¡Dime que eres mía!

—¡Sí, lo soy! ¡Soy toda tuya! —capituló Mike finalmente cediendo ante lo inevitable. Arqueó la espalda y se retorció como un pez atrapado en una red.

«¡He encontrado tu talón de Aquiles, honey!».

Linda contempló cómo el pene de Mike se puso, en un acto reflejo, completamente erecto ante ese masaje íntimo. Seguidamente lo agarró con la mano zurda, sorprendida de sus dimensiones actuales. Nunca le había parecido que la polla de su marido fuera más pequeña de lo normal, estaba dentro de la media con el resto de los hombres con los que se había acostado a lo largo de su vida sexual antes de conocerle. Aunque a Linda jamás se le había ocurrido hacer un estudio estadístico con la cinta de medir en mano. Pero le dio la impresión de que el pene de Mike había crecido más de lo habitual. Quizás era por efecto del masaje o una ilusión óptica al ver su miembro rasurado completamente.

Le daba del todo igual.

Linda besó con fruición la punta de la polla de Mike y comenzó a agitarlo arriba abajo, gradualmente más y más rápido.

Luego fue lamiéndola despacio con su boca hasta sus testículos, mientras que con los dedos de la mano diestra continuaba describiendo suaves círculos en su próstata. Cuando Mike comenzó a gemir más escandalosamente ella se llevó la mano con la que había asido su miembro hasta sus muslos y notó que tenía su entrepierna húmeda y caliente como nunca.

Con una sonrisa pícara en los labios se encaramó por encima del cuerpo desnudo de Mike para ponerse a caballito sobre él, hasta que su prominente polla encajó dentro de ella. Aferró sus muñecas con brusquedad para que no se moviera, al ver que su marido intentaba alcanzarla para acariciarla. Linda se dispuso a cabalgarle toda la noche hasta domarlo completamente, sin dejar que la tocara.

Porque ése iba a ser su castigo.

Continuará...

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Lapdance: en inglés, se traduce como Baile en el regazo.

Hasta la vista: en español

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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¡Hasta que nos leamos!

 

 

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