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Mis días siendo forzado: Capítulo 5 (1 de 2)

en Transexuales

Un sincero agradecimiento a Fantasy, Argo, agueybana, HombreFX (que me temo que me abandonó allá por el capítulo 1), flecter, Alfonso, jesuskas, raymundo y a todos los demás de cuyo nombre no puedo acordarme por mi pésima memoria... ¡Y porque no me he hecho una lista! Espero de todo corazón que disfrutéis de esta historia allá dónde os lleve (aunque puede que os parezca que no os vaya a gustar) y que le deis una oportunidad de ser leída.

 

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PARTE II: CASTIGO

CAPÍTULO 5: Asuntos domésticos (1 de 2)

Sábado 29 de mayo – Domingo, 30 de mayo

Al otro lado de la ciudad, en la comisaría central de la policía situada en el número 100 de Main Street, Paul Fergusson acababa de terminar una entrevista de tres horas con unos detectives de asuntos internos. No estaba al tanto del chantaje que habían recibido Mike y Linda, ni tampoco de las consecuencias que se estaban desencadenando.

Si se hubiera enterado de cómo se había puesto patas arriba la vida matrimonial de ellos dos seguramente su cargo de conciencia le hubiera hundido del todo. Pero en ese momento su mayor preocupación había sido informar a asuntos internos de la muerte de su principal confidente, Manuel Vázquez, un joven puertorriqueño de apenas veintiún años. Y sus sospechas confirmadas de que dentro del departamento de narcóticos había un topo que vendía información a la banda de Ricardo Ramírez.

Después de meses manteniendo oculto el nombre de su fuente y tras muchas presiones por parte de sus superiores, acabó inscribiendo a Manuel Vázquez en el fichero de informantes con todos los datos que le había suministrado. Tres días después, ése sábado de madrugada, unos tipos hallaron el cadáver del joven en una cancha de baloncesto de los suburbios. Cuando salió de las oficinas, los detectives de asuntos internos le aseguraron que removerían hasta la última piedra para encontrar la fuga de información. Fergusson se dirigió calle arriba hasta encontrar una cabina de teléfono y descolgó el auricular.

Sin embargo simuló marcar un número de teléfono mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie le observaba. Sacó un móvil de su bolsillo con la otra mano y pulsó el botón para rellamar. Se tapó con la mano el oído de la otra oreja ocultando el diminuto móvil mientras fingía escuchar por el otro oído una llamada realizada desde la cabina. Ese era un truco que había visto hacer a varios narcotraficantes.

—Tenías razón, lo han encontrado muerto, hoy temprano —exclamó el inspector después de oír cómo respondían al otro lado de línea y escuchaba una respiración familiar.

—Lo sé. —Hubo una sonora pausa que Fergusson se imaginó que fue para exhalar el humo de un sucio cigarrillo—. Las noticias vuelan en el barrio. Ya te dije que funcionaría, dos pájaros de un único disparo.

Paul Fergusson sintió un malestar creciente en el estómago desde que le habían comunicado la muerte de Manuel Vázquez. Su verdadero informante seguía vivito y coleando, pero el nuevo sicario de Ramírez estaba en un congelador del depósito con un disparo de una 9 mm en la sesera.

—Asuntos internos va a comenzar a investigar en profundidad mi departamento —exclamó nervioso.

—No te investigarán a ti, eres quién ha denunciado la filtración —repuso su confidente de la cara de rata—. Quedarás como un jodido héroe cuando pillen al poli que vende la información.

—Y si descubren… —comenzó a decir el inspector.

—Para los hombres de Ramírez, ese tipo era tan sólo un soplón —exclamó con sorna—. Para los periodistas es una noticia morbosa más que escribir y para ti un ticket para ascender en el escalafón. ¡Qué más da quién fuera!

—Eres un hijo de puta, ¿lo sabías?

—Sí, lo sé —admitió divertido—. Pero soy un hijo de puta que vas a necesitar vivo. Y gracias a ti ya no sospechan en absoluto de mí.

«¿No sospechan?». Fergusson empezaba a preocuparse por la manera que su fuente de información lograba sus excelentes resultados. Ya se le había pasado por la cabeza que estuviera dentro la propia banda de Ramírez, pero descartó esa posibilidad. Su agente de la condicional le aseguró que tenía un trabajo legal.

—¿Eso quiere decir que seguirás informándome sobre los envíos de droga?

—Nuestro trato sigue vigente. —Su tono de voz era travieso, como si cabrear a una banda de narcotraficantes que no dudaban en ejecutar soplones fuese un juego de niños—. Mantén mi nombre fuera de cualquier caso policial y te ofreceré la cabeza de Ramírez en bandeja de plata —añadió antes de cortar la llamada.

«Como Salomé y Juan el Bautista». No pudo evitar recordar esa alegoría bíblica, el inspector se temía que el precio a pagar fuera demasiado alto.

* * * * *

Cuando regresaron a su casa, Mike no llegó a sospechar que aquella modesta comida juntos sería la última salida social que harían Linda y él como marido y mujer en muchísimo tiempo.

Si lo hubiera sabido tal vez habría saboreado con más detenimiento esas horas de libertad inapreciada. Pero el castigo que su esposa planeó llegó igual que un tsunami a la playa, cuando lo vio venir ya fue demasiado tarde para ponerse a salvo.

—¡Ya lo tengo! —Linda chasqueó los dedos triunfalmente al cruzar el umbral de la puerta. Mike iba cargado con las bolsas de la compra del supermercado bajo los brazos y se giró al escucharla, al parecer ella acababa de encontrar la solución a su dilema personal para suplicio de su esposo—. Ve conmigo arriba. —Le cogió de la mano y le llevó a la habitación de matrimonio en cuanto dejaron toda la comida en la cocina. Linda le quitó las gafas de pasta de los ojos y, con un aire risueño y juguetón, sacó la peluca de su madre del cesto de la ropa sucia donde la había dejado Mike—. Ya sabes, vete desnudándote.

—¿Otra vez quieres que me disfrace de mujer? —exclamó sin dar crédito a lo que le proponía ella. Linda asintió muy emocionada. Luego fue sacando ropa suya del armario y tendiéndola en la cama con prisas—. ¿Pero por qué?

—Ayer fue porque quería humillarte públicamente —comentó su esposa de una manera mezquina y tajante—. Mi plan inicial era quitarte la peluca y mostrar tu verdadero aspecto frente a todos los del Holiday Inn —confesó sin remordimientos Linda—. Pero me divertí tantísimo viendo cómo sufrías, que no quise terminar con la farsa tan rápido. Esto es muy diferente… Quiero que realices todas las tareas del hogar que yo desee… ¡pero vestido con ropa de mujer!

—Shit! —musitó Mike con un hilo de voz y luego tragó saliva con dificultad.

—Vas a ordenar la casa, fregar los platos, barrer los suelos, limpiar el polvo, cocinar para mí, —Fue enumerando con los dedos de la mano, tarea tras tarea—, y todo lo que se me vaya ocurriendo, ¿entendido? Harás lo que se supone que una buena esposa tiene que hacer a su maridito. ¡Ya verás, será muy divertido!

—¿Es que para ti soy alguna especie de bufón o payaso? —preguntó atónito Mike.

—Sí, la respuesta es sí. Eres un completo hazmerreír, un adúltero y un pervertido —le insultó Linda cruzándose de brazos frente a él en una actitud retadora. Provocándole para que se atreviera a negarle la verdad—. Te mereces un castigo ejemplar por serme infiel con tu secretaria… ¡y por si fuera poco con ese tipo de Utah! Pienso que estar en el pellejo de una mujer te hará bien. Aprenderás unas cuantas cosas que nadie te enseñó jamás sobre nosotras.

—¿Qué ocurriría si… si me niego? —le sondeó Mike.

—No te voy a amenazar con echarte de casa, si es eso lo que tanto temes —se explicó Linda sentándose en el filo de la cama, para recoger un sujetador—. Si de verdad quieres ganarte mi perdón, será de ésta manera y bajo mis condiciones.

—Pero… ¿Qué pasa si se enteran nuestros vecinos o amigos? ¿Qué pasa con mi trabajo? ¿Acaso quieres que me despidan? —Empezó a farfullar Mike, horrorizado ante la idea de presentarse en la oficina vestido como la noche anterior. Había caído de la sartén al fuego, la descabellada opción de Linda no parecía mucho mejor que la sucia extorsión de las fotografías.

—Si te portas bien no tienes nada de qué preocuparte, sólo quiero que te vistas de mujer para mí. —Le lanzó el sujetador a Mike con un lánguido movimiento de muñeca. Él examinó desconsolado el intrincado encaje semitransparente y palpó la sedosa suavidad de la tela—. Me lo debes, Mike, ¿vas a hacerlo o no?

«Se lo debo, por ser un capullo infiel», pensó apesadumbrado Mike.

No tenía otra alternativa que resignarse a la absurda y excéntrica idea de Linda. Se aflojó la corbata a rayas del cuello y la dejó caer al suelo en señal de derrota, como la toalla en el ring de boxeo. Linda sonrió de oreja a oreja al ver aquel gesto y se levantó de la cama para ayudarle a que se quitara la ropa.

En esa ocasión, Linda fue mucho más agradable y considerada que la noche anterior, su crueldad malintencionada había sido sustituida por la excitada curiosidad de un niño la mañana del día de Navidad que tuviese un juguete nuevo con el que entretenerse. Cuando estuvo desvestido le llevó delante del espejo para que se contemplara de cuerpo entero. Sus piernas todavía seguían sin lucir vello, ni pinchaban al tacto. Linda se estuvo deleitando un rato viéndolas de arriba abajo, admirando embelesada lo mucho que se parecía a las piernas de una mujer de verdad.

—¿Sabes, Mike? Para ser un hombre, tienes un trasero muy bonito y unas piernas delgadas que serían la envidia de muchas modelos —exclamó ella dándole un travieso pellizco en el cachete. Mike se ruborizó al girarse para contemplarse de costado y comprobar que su esposa tenía mucha razón. Su trasero era prieto, de forma un poco redondeada y algo respingón.

Una vez más, Linda asistió a Mike en todo el duro proceso. Poco a poco, le fue transformando delante del espejo en otra persona distinta. Una versión parecida a Mike, pero en mujer. Escogió con especial atención la ropa interior para la ocasión, fue colocándoselas con delicadeza sobre su cuerpo desnudo y maquillándole cuidadosamente aquel rostro de facciones sempiternamente adolescentes.

Linda no le obligó a llevar nada tan escandaloso e incómodo como el traje de fiesta rojo de la noche anterior, sino que le prestó una blusa blanca, unos shorts vaqueros y unas zapatillas que ella solía llevar en casa cuando tenía que hacer las tareas domésticas. De todas maneras, seguía siendo muy fatigoso para Mike llevar los genitales empaquetados con el despiadado esparadrapo, así como las prótesis de látex en el corsé y la molesta peluca plantada en toda la mollera.

—Bien, esto ya está terminado. Ya es hora que te pongas manos a la obra, la casa está hecha un desastre por tu culpa —exclamó Linda cuando completó el disfraz y quedó satisfecha con el resultado de su rostro. Apenas le había aplicado maquillaje a Mike, sólo un toque de colorete en las mejillas, un pintalabios muy clarito y sin sombra de ojos (un look de cara lavada). Pero era sencillo a la par que muy femenino.

El resto de aquella tarde de sábado, Mike lo pasó haciendo limpieza de todo lo que era susceptible de necesitarlo e incluso de más. Las lámparas del techo, los rincones polvorientos, los bajos de los muebles del salón, las estanterías de su estudio personal, las bandejas del frigorífico, los azulejos de los lavabos, la cristalería fina y un largo etcétera que no parecía tener fin.

Nada se le escapó al examen de Linda.

Con una postura marcial fue ordenándole, tarea tras tarea, sin darle apenas tiempo para que se tomara un descanso. Le resultó extraño a Mike verse reflejado constantemente en los espejos y en los cristales con esa ridícula apariencia femenina. Pero, al cabo de unas horas, el cansancio no le dejó fuerzas para preocuparse de su aspecto y desistió de contemplarse intranquilo.

* * * * *

«¡Esto sí que es verdadera justicia poética!», pensó Linda con descaro al ver cómo su esposo hacía la limpieza general. No es que Mike fuera un vago en casa y no realizara ninguna tarea. Ellos dos solían compartir los turnos de lavar los platos y las coladas, pero tener un respiro el fin de semana no estaba nada mal.

Mientras Mike estaba ocupado fregando el lavabo, Linda se entretuvo buceando en Internet. Llevaba varios días desconectada de la red y lo primero que hizo fue echar un vistazo rápido a sus e-mails.

Ivan Borosky le había llenado la bandeja de entrada con una ingente cantidad de mensajes el lunes que desapareció inoportunamente. También le había enviado un resumen pormenorizado de los últimos movimientos de los activos que ella manejaba y de las decisiones que había tenido que tomar en su ausencia. Su jefe le aseguraba que podía tomarse los días que quisiera de descanso, ya que había acumulado muchos días libres durante meses y esperaba que sus problemas personales se arreglasen pronto.

Como tenía su portátil encendido, Linda aprovechó su tiempo de descanso y decidió dejarse llevar por su curiosidad. Comenzó a teclear una serie de palabras en Google. En tan solo un único clic de ratón al botón de “Buscar” encontró miles de páginas en las cuales aparecieron las palabras “travestido”, “feminizar”, “marido” y “castigo”. Linda se vio en un principio apabullada con tanto contenido disponible en la red, pero después empezó a hacer una criba y separó el grano de la paja.

Muchas de las páginas web que aparecían en los primeros puestos trataban sobre la feminización forzada y ciertos tipos de dominación femenina. Eran páginas de contenido sexual explícito que hablaban de términos que a Linda le sonaban a un puro galimatías: BDSM, sissification, petticoating, pegging…

En casi todos ellos, aparecían parejas en las cuales el hombre era obligado a disfrazarse por la mujer con ropas y maquillaje femeninos. Linda se sorprendió de la variedad de disfraces curiosos que exhibían aquellos voluntarios sumisos: de atenta azafata de avión, de ardiente enfermera con ligeros, de cándida colegiala con coletas y faldita, de doncella de la limpieza francesa, etcétera… una colección patética de estereotipos degradantes de las mujeres a su modo de ver.

Pero aquellas prácticas sexuales no dejaban de ser meras fantasías de alcoba para matrimonios que habían caído en la rutina. Sin embargo, algunas de esas morbosas sesiones llegaban a tales grados de dominación, humillación y crueldad, con mujeres armadas con fustas de cuero para dar azotes, esposos inmovilizados con mordazas y oscuras habitaciones parecidas a mazmorras repletas de toda clase de artilugios de tortura, que la curiosidad de Linda se estremeció.

—Wow! —musitó Linda, cuando logró parpadear ligeramente excitada.

Era incapaz de creerse que hubiera tantos hombres que disfrutaran siendo forzados y vejados mientras aparentaban ser mujeres.

Otros sitios de Internet, foros de discusión en su mayoría, era menos sórdidos y mucho más formales, ofrecían testimonios de esposas cuyos maridos se travestían en secreto, anhelando en el fondo de su corazón ser más como sus mujeres.

Había opiniones de todo tipo al respecto entre las foristas. Desde mujeres que echaban sapos y culebras contra sus cónyuges cuando descubrían quién le cogía a escondidas la ropa del armario. Hasta el otro extremo, en el que se hallaban esposas que incluso conociendo de antemano las inclinaciones fetichistas de sus parejas, habían decidido compartir su particular estilo de vida a su lado.

—Ya he terminado con los baños, Linda —le interrumpió Mike mientras ella estaba ojeando un artículo de la Wikipedia sobre las doncellas sissy y la feminización. Linda estaba tan ensimismada leyéndolo que su esposo tuvo que repetirle la frase dos veces más hasta que pudo reaccionar y asentir con la cabeza.

—Espero que hayas dejado el cuarto de baño como los chorros del oro, Amy —soltó Linda de improviso cuando tuvo una inesperada vena de inspiración—. O tendré que castigarte severamente.

—Espera, ¿cómo acabas de llamarme? —Quiso saber Mike al oír tan extraño nombre. Su esposa le dejó que viera la página web que estaba examinando.

En la pantalla del portátil aparecía una doncella de la limpieza, ataviada con un uniforme de estilo francés negro con multitud encajes blancos. Pero que en realidad era un muchacho caracterizado completamente de mujer.

Mike se quedó de piedra al verlo.

—Por lo visto una de las costumbres más comunes, en esta clase de cosas, es cambiar el nombre del hombre por una versión en femenino del mismo. Ya sabes, Jack por Jacqueline, Donald por Donna, Richard por Rachel, etcétera —comentó Linda mientras él seguía con los ojos abiertos de par en par.

—Pero, ¿qué coño…? ¿En qué clase de…? ¿Cómo demonios es posible que…? —Mike intentó aclarar sus ideas y articular una frase en condiciones—. ¡¿Quieres que me vista de doncella de la limpieza?!

—No, ni hablar. No te pienso obligar a llevar nada que ni yo misma llevaría —negó rotundamente Linda al instante. Consideraba completamente inadecuada aquella ropa, era demasiado artificial, exageradamente sexista. Incluso las poses de aquellos hombres sumisos mientras limpiaban, andando a cuatro patas como los perritos o agachándose para enseñar el trasero cubierto de bragas, le parecían ridículamente obscenas—. Pero me parece una buena idea lo del nombre, ¿no crees?

—¿Pero qué hay del nombre de Rita? —Mike hizo un mohín extraño con la cara, de desagrado.

—Rita es un nombre horrible de mujer, no se lo desearía ni a la peor de mis enemigas. Además no te pega nada Michelle —titubeó Linda y luego esbozó una sonrisa comedida—. Amy en cambio me parece que es un nombre mucho más acorde para ti. Era el nombre de una gatita que tenía cuando era pequeña. Era muy tierna y cariñosa conmigo. —Durante unos segundos tuvo la impresión de que Mike iba a negarse rotundamente a continuar con sus tejemanejes.

—Amy —Mike masculló aquel nombre en voz baja durante unos segundos, después se encogió de hombros y le sonrió a Linda—. Vale, de acuerdo. Llámame como te plazca.

Linda le sonrió de oreja a oreja y le plantó un beso en la mejilla.

Había omitido parte de la historia de su vieja mascota, Amy era una gatita muy tierna y cariñosa, sí. Pero también era una ramera que se dedicaba a pasear todas las noches por el rancho de su padre con el celo encendido apareándose con todos los gatos salvajes que podía encontrar. En los doce años que vivió se quedó en cinta más de quince veces por culpa de sus numerosos escarceos nocturnos.

* * * * *

Linda se pasó el resto de la tarde-noche llamándole por ese ridículo nombre.

A Mike tanto le daba que le llamara como fuera, supuso que tan sólo era otra forma más de humillarle. Lo que sí le preocupaba era que su esposa estaba trasteando en el lado más oscuro de Internet y acababa de encontrar algo espeluznante y perturbador. No es que él fuera aficionado a la pornografía, ni mucho menos.

Pero su colega, Vic, de vez en cuando solía enviarle links de páginas web para adultos de todo tipo con algunos comentarios obscenos. Mike no estaba muy asombrado, sin embargo siguió con las tareas que Linda le iba encomendando, mientras rezaba para que su mujer fuera misericordiosa con él.

Cuando Mike terminó de adecentar las habitaciones del segundo piso y limpiado a fondo el pasillo, su esposa ya había preparado la cena y puesto los cubiertos en la mesa para que comieran juntos.

—No ha sido para tanto, ¿verdad, Amy? —le preguntó con sorna a Mike, después de cenar en el salón. Le estaba dando un buen masaje en la espalda a Linda, sentados los dos en el sofá. Él no le contestó pues (aunque había aceptado voluntariamente aquél ignominioso castigo) estaba agotado tanto física como anímicamente—. Mañana continuaremos con más cosas —añadió ella al advertir su mutismo. Según parecía Linda no pensaba obligarle a hacerlo todo el primer día de castigo.

—¡¿Pero cuánto tiempo…?! ¿Cuánto tiempo tendré que ir disfrazado de mujer? —preguntó recuperando el resuello de golpe. Mike había esperado ingenuamente que, después de unas cuantas horas, ella acabaría cansándose y decidiría concluir con el castigo.

—Todo el que haga falta, Amy —le respondió Linda girándose y dándole un beso de buenas noches en los labios—. Supongo que hasta que pueda perdonarte del todo y estemos en paz.

Sus labios se mancharon con el suave carmín de tono pastel de Mike y eso le hizo recordar a Linda que debía quitarle el maquillaje para no manchar las sábanas de la cama. Ella le llevó al cuarto de baño recién lavado y durante quince minutos le enseñó la mejor manera de hacerlo.

Mike se pasó la mitad de aquella noche en vela. Llevaba puesto el camisón de franela que Linda le había prestado, y su esposa estaba durmiendo a pierna suelta apoyada sobre uno de sus falsos senos de látex.

No paraba de imaginarse toda clase de ideas acerca de lo que podía tener planeado Linda para él y cada cual era peor que la anterior. Limpiar toda la casa no le había parecido mal a Mike, (aunque había sido incómodo y bochornoso hacerlo vestido de mujer) de todas formas él había dejado el hogar patas arriba durante los últimos cinco días.

Era un castigo razonable y, hasta cierto punto, casi salomónico.

Pero conocía a Linda muy bien y sabía que cuando se entusiasmaba, era capaz de excederse hasta límites insospechados. Por lo que cuando Mike finalmente se quedó dormido, pasadas las cuatro de la madrugada, tuvo una horrible pesadilla llena de corsés, bragas y sujetadores que le perseguían incasablemente por toda la ciudad.

—¡No, no son míos! ¡Se lo juro! —exclamó Mike sobresaltado al despertar. En la pesadilla un dependiente de un 7-Eleven le había cobrado unas medias que estaban en su carrito de la compra y no le daba suficiente con el dinero que llevaba encima. Mike miró a su alrededor todavía con el corazón en un puño, reconociendo su habitación y escuchando el familiar sonido del cortacésped dominical de su vecino Ray en el patio. El olor de la hierba recién segada que se colaba por la ventana acentuó el aroma femenino que todavía embebían las sábanas de su cama, sin que él llegara a darse cuenta de que no era el perfume de su esposa.

Linda le lanzó el periódico a sus pies cuando le vio desperezándose de cuerpo entero. Y Mike dio un respingo de sorpresa y terror al verla, por un segundo pensó que un extraño había allanado su hogar.

Ella se había vestido con uno de sus trajes de diario: pantalón, chaqueta, camisa blanca, corbata y zapatos.

—¡¿Pero es que ahora vas a llevar TÚ los pantalones?! —preguntó patidifuso Mike, al ver que Linda se divertía a lo grande, travestida con su ropa de hombre. A Linda le quedaba todo el conjunto como un guante, igual que la ropa femenina de ella a Mike. También llevaba recogido el cabello en un pequeño moño y tenía un aspecto muy elegante y masculino.

—No creas que he ido así vestida afuera para recogerlo —Linda estalló en carcajadas y luego empezó a cambiarse de ropa, tirando la de Mike por el suelo despreocupadamente—. Sólo quería tomarte el pelo un poco.

«¡Menudo sentido del humor que tienes, baby!», pensó Mike ofuscado por el enfado. Al menos aquella pequeña broma pesada era de tipo personal y doméstica, algo que más o menos él podía tolerar o incluso disfrutar.

—Hoy vas a hacerme el desayuno —ordenó Linda como si fuera un hecho innegable, dándole la espalda y marchándose escaleras abajo. Mike se apresuró a vestirse con la ropa desperdigada del día anterior y bajó a la cocina en pos suyo.

—¿Qué te apetece tomar? ¿Huevos revueltos? ¿Un batido de frutas? ¿Tal vez tortitas con sirope? Hacía mucho que no te preparaba el desayuno, desde que éramos recién casa… —comenzó a decir animado, nada más ponerse manos a la obra tras los fogones. Linda le silenció de golpe con un gesto enérgico del dedo índice, como si estuviera regañando a una niña pequeña.

—No, no, no. De esa manera, no, Amy —dijo ella efusivamente, meneando la cabeza en señal de negativa. Mike se quedó helado sin saber exactamente qué es lo que había hecho esta vez que le pareciera incorrecto a Linda—. Cuando vayas vestido así debes de comportarte y hablar como una verdadera mujer, ¿no crees? —Mike no se había dado cuenta de que había usado su tono normal y masculino cuando habló en voz alta.

No es que tuviera un timbre de voz muy varonil de por sí, pero no encajaba para nada con su aspecto y le producía cierta grima a Linda. Fue sin pretenderlo por su parte, no tenía la suficiente práctica para sostener la voz aguda más allá de una frase corta.

—¿Qué te apetece desayunar? Pídeme lo que quieras —le volvió a repetir la oferta procurando que su voz sonase más femenina. Continuará...

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BDSM: acrónimo formado por las iniciales de: Bondage (en inglés y/o en francés, se traduce como esclavitud o cautiverio), Disciplina/Dominación, Sumisión/Sadismo y/o Masoquismo.

Sissification: práctica de feminización forzada que consiste en invertir el género de un sumiso mediante el travestismo y cambios en su conducta.

Petticoating: práctica de feminización forzada similar a la sissification pero centrada en la ropa de la Época Victoriana y en la humillación del sumiso.

Pegging: práctica sexual en la cual una mujer penetra el ano de un hombre con la ayuda de un consolador unido a un arnés en su cadera.

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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¡Hasta que nos leamos!

 

 

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