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Mis días siendo forzado: Capítulo 7 (4 de 4)

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CAPÍTULO 7: Fuera de juego (4 de 4)

Victor Sterling solía despertarse con hermosas mujeres en sus brazos (o entre sus piernas para darle un feliz “Buenos días”, como a su compañero Mike), varios días entre semana y todos los fines de semana.

No se consideraba a sí mismo un crack del arte del ligoteo. La mayoría de las veces él no iba buscando un rollo de una noche, ni tampoco le entraba a las mujeres en los bares que solía frecuentar, pero era incapaz de decir no a una mujer que se le ponía a tiro. Sabía que tenía un físico destacable y dedicaba media hora de gimnasia matutina para tonificar su cuerpo y mantenerlo a punto. Con treinta y seis años ya empezaba a notar que la edad no perdonaba, le costaba más y más esfuerzo conservarse yendo al gimnasio, la tableta de chocolate de su abdomen había perdido algo de definición últimamente y su bronceado exhibía algunas arrugas que no había esperado ver tan pronto.

Pero el ejercicio no le servía tan sólo para mantenerse físicamente, le subía el ánimo y le vigorizaba de la misma manera que una taza del café para la mayoría de la gente. Nadar en la piscina del ático de su bloque de pisos de lujo o correr en la cinta andadora, le permitía librar a su mente de toda la mierda que no había podido deshacerse durmiendo.

Su trabajo en el departamento de cuentas (primero como ejecutivo y luego de supervisor) siempre había consistido en satisfacer a los clientes. Mantenerles contentos y a gusto para hacer que el resto del equipo creativo pudiera convencerles con sus ideas. Acudía a fiestas de cóctel, discotecas de moda, restaurantes de lujo y toda clase de entretenimientos (desde partidos de baloncesto a club de stripteases, pasando por cualquier cosa imaginable) y hacía de niñera para evitar que otras agencias se llevaran a sus fieles clientes. Era un trabajo relativamente sencillo que apenas suponía un verdadero reto para él. Desde bien joven había tenido carisma de sobra para triunfar.

Victor llegó con dieciocho años apenas cumplidos a la ciudad de Los Ángeles con la intención de ser un gran actor de Hollywood. Pero pronto se vio abocado a realizar cutres trabajos a media jornada para pagarse las clases de interpretación de la escuela nocturna y sobrevivir para no terminar en la indigencia.

Pronto quedó claro que su buen don de gentes era su mejor baza.

De trabajos de carretillero, dependiente, mozo de almacén o reponedor de un 7-Eleven, rápidamente pasó a vendedor a domicilio, agente de seguros y un asiento tras la taquilla de una sucursal de una conocida empresa de créditos financieros quebrada.

Su puesto en Emmerich & Covington, de hecho, fue el primer contrato no temporal desde el comienzo de su carrera profesional y la oportunidad de su vida para establecerse económicamente.

Su carrera artística había muerto varios años atrás.

Para lo más que pudo estirar sus estudios de interpretación fue para hacer de extra en varias películas de serie B y una diminuta aparición en la mítica serie de la saga Law & Order con una frase más pequeña: ‘Aquí tiene su informe, inspectora’. A menudo se preguntaba qué hubiera pasado de haber triunfado en la gran pantalla en vez de acabar convertido en un bufón de chaqueta y corbata encargado de unos clientes que jamás lo valorarían adecuadamente.

Seguiría teniendo éxito profesional y dinero, quizá mucho más dinero, pero, ¿al menos no tendría una sensación de vacío en su interior?

Lo único realmente bueno de su trabajo en Emmerich & Covington eran las mujeres. De las 127 personas que conformaban la plantilla de la empresa 77 eran mujeres y la mayoría eran solteras disponibles.

Victor ya tenía tantas muescas en el cinturón que éste se le caía a cachos.

Sus únicas normas al respecto eran no liarse con mujeres casadas (los maridos celosos eran un peligro en potencia), ni comprometerse con ninguna. Tampoco le hacía ascos al físico, entre sus conquistas había algunas rellenitas o poco agraciadas que eran una verdadera sorpresa en la cama. De pequeño había sido gordo como una bola de bolos, hasta que pegó el estirón de la adolescencia y sabía de primera mano lo que era ser condenado al ostracismo sexual.

—¡Hoy es un gran día, Mike! —saludó a su colega cuando lo vio pasar de largo camino a su despacho, se le veía un poco despistado—. ¡Carne fresca y jugosa!

—¿De qué estás hablando? —exclamó abotargado.

—¡Recursos Humanos está haciendo una selección para el personal y hoy toca el turno de las nuevas secretarias del departamento directivo! —explicó presa del furor Victor. Para él se trataba de un buffet libre de atractivas mujeres que desconocían sus artimañas y que quedarían cautivadas con sus encantos—. ¡Las hay de todas las razas, colores y sabores, Mike! Pelirrojas, rubias, morenas, pecosas, bronceadas, pálidas, altas, bajas y mis preferidas de todas… las que tienen unas piernas de infarto y no dudan en lucirlas.

—Pues date el gustazo y ve a verlas —exclamó Mike con desánimo—. Pero recuerda que como cabrees a las chicas del departamento de Recursos Humanos, vas a acabar con un cardo de secretaria, otra vez.

—¿Crees que pienso esperar a que ellas elijan? —Victor ya sabía que había quemado algunos puentes entre las chicas de la empresa. Quizás por eso, su última asistente personal respondía al nombre de “Tony”.

—¡Ah, espera, Vic! —saltó Mike antes de que él desapareciera por el pasillo rumbo a su objetivo.

Se había acordado de que su esposa le había dado permiso para poder asistir al partido. Victor meneó la cabeza en señal de disconformidad al ver cómo le mangoneaba Linda. No tenía nada en contra de ella, pero el pobre Mike no parecía del tipo de marido cabronazo que se mereciera una castradora por esposa.

Le caía bien ese enclenque de gafas gruesas de pasta que tenía un sentido del humor difícil de captar. Mike había sido un buen amigo y compañero de trabajo desde que él entró a trabajar. Se conocía la empresa de cabo a rabo y no tenía problemas en colaborar con quien hiciera falta (incluso con Eric Jenkins) por tal de terminar una campaña publicitaria.

Victor veía en él una profesionalidad ejemplar que echaba mucho de menos en el departamento de cuentas. Allí reinaba la ley de la selva y cada cual intentaba pisarle los clientes potenciales a los demás para engrosar su cartera personal y sus méritos.

Sin más demora se encaminó raudamente a ver qué nueva remesa de secretarias había disponibles, mientras silbaba con alegría. No estaba inquieto por su reciente ascenso como Director de cuentas.

Había coincidido el anuncio ante la plantilla con la fiesta de despedida de James LaBelle y la mayoría de la gente no le había tomado mucha importancia en ese momento. A Victor tan sólo le preocupaba si tendría un despacho grande y con buenas vistas en la nueva ala de la planta que estaban acondicionando. Era un hombre de gustos sencillos, y fácil de complacer.

* * * * *

Mike no pudo evitar comparar el STAPLES Center con el recuerdo que tenía de su infancia de la antigua sede de los Lakers, el Great Western Forum, cuando llegaron Vic y él a la fila de la entrada.

Mientras que la fachada del Forum se asemejaba a un templo griego con largas columnas blancas e impolutas cuya forma redondeada recordaba al Coliseo romano y transmitía la sensación de estar entrando en un lugar en el que se veneraba el deporte. El STAPLES era tan sólo un gigantesco escaparate de vidrio y acero con un gran letrero de neón brillante que era el colmo de la vanidad de la empresa patrocinadora.

—¿Otro SMS? —le preguntó Vic cuando se percató una vez más de que estaba trasteando con el móvil.

—¿Qué más te da?

Mike llevaba enviando mensajes cortos a Linda desde que había salido de casa esa mañana temprano en el coche de Vic, tras venir a recogerle a Los Feliz en su BMW deportivo. En total debía de rondar ya la docena de SMS, a razón de más de uno por hora. Aunque Linda no le había contestado a ninguno ellos con algo más extenso que un “OK”, “Estupendo, honey” o “Sigo aquí, no me he fugado”.

—¡Eres todo un marido calzonazos, Mike! —le recriminó Vic, mientras iban avanzando por la cola.

—Tú no lo comprendes, porque no estás casado.

—No, ni pienso estarlo nunca, viéndote a ti. Parece como si a todos los casados que conozco les hubieran cortado los cojones, se los hubieran freído con cebolla picada y servido a sus esposas en bandeja.

Aquella denostada mención a sus genitales le hizo tragar saliva con bastante dificultad. No es que estuviera de acuerdo con la opinión de su colega, pero sin pretenderlo se acercaba peligrosamente a la realidad.

—Linda y yo estamos viviendo una situación… un tanto peliaguda en una nuestra relación. —Vaciló Mike buscando un eufemismo conveniente—. Pero si para ti ser atento con la mujer que amas es sinónimo de castrado, ya entiendo porqué te comportas así de mal con las mujeres.

—¿De qué manera me comporto? ¡Me encantan las mujeres! Nunca las he maltratado de ningún modo.

—Ya, sí —exclamó Mike mientras comprobaban en la entrada los tickets—. Dime, ¿cuántas novias formales has tenido en tu vida? Ya sabes, relaciones que durasen más de unas pocas noches.

—Pues, pues yo… —Era la primera vez que Vic se mostraba inseguro y vacilaba al hablar—. ¿Y qué más da si no me quiero comprometer? Soy muy atento con las mujeres, me agrada hacerlas feliz mientras están conmigo. Y en todo momento les dejo bien claro que no quiero una relación a largo plazo. Si ellas se imaginan algo diferente, es su problema.

«Es como un niño grande y desconsiderado, cree que no se merece la culpa de sus actos». Mike sentía lástima hacia su compañero de trabajo.

—Lo que tú haces es seducirlas y agasajarlas hasta que acaban por caer rendidas a tus pies —le contradijo Mike, mientras los dos cruzaban los corredores de grandes arcadas acristaladas, camino de la pista—. Para mí ser atento significa tener un detalle sin buscar nada a cambio.

—¡Vale, vale, lo que tú digas! —Vic se había irritado un poco ante los reproches de Mike—. ¿Podemos hablar de cualquier otra cosa? ¡Hemos venido a ver un jodido partido de baloncesto, no a que me martirices!

Al parecer Mike había tocado hueso con el tema de las mujeres y el compromiso. Como no había sido él el que había sacado el asunto a colación decidió dejarlo de lado para no estropear la diversión.

«Oh, my God!». Los asientos en primera fila que había conseguido Vic eran realmente impresionantes. El estadio STAPLES estaba a rebosar de fieles espectadores de los Lakers, que jaleaban a su equipo favorito y a pie de pista el volumen de la algarabía alcanzaba niveles extraordinarios a medida que los minutos pasaban y se aproximaba las seis de la tarde.

Vic aplaudió como el que más cuando el equipo de animadoras de Los Angeles Lakers salió a pista para hacer un par de coreografías mientras por megafonía empezaban con los preámbulos del partido.

—¡Sois maravillosas! ¡Brilane! ¡Michelle! —Soltó un silbido subido de tono que se escuchó bien alto—.¡Deanna! ¡Heather! ¡Sois fabulosas! ¡Erin! ¡Angel! ¡Sois las más guapas! ¡Verónica! ¡Erica! ¡Bria! —Siguió enumerando nombres de las chicas, repartiendo piropos y más silbidos durante unos minutos.

Hasta que por fin entraron a pista los dos equipos de la noche y las hermosas animadoras hicieron su mutis por el foro para el desconsuelo de su compañero.

—Deberías comprarte un pase de temporada, Vic. Creo que también te da acceso a los entrenamientos de las animadoras —exclamó Mike al ver el entusiasmo que derrochaba Vic, cuando el estadio enmudeció al anunciar a los jugadores de los Boston Celtics. El partido comenzó con Rajon Rondo ganando la posesión de la pelota tras disputársela en el centro de la pista los capitanes de los equipos. Y a los pocos segundos de juego los Boston Celtics ya habían estrenado el marcador con un 2-0 fulminante.

—¡Lakers, Lakers! ¡Vosotros podéis! —gritó Mike a pleno pulmón como casi la totalidad del estadio.

* * * * *

Linda no estaba muy atenta del partido de baloncesto que emitían.

Tenía la televisión encendida y apenas se había molestado unos minutos en buscar de fondo la silueta menuda de Mike entre los asientos de la primera fila. Después de comprobar que su esposo decía la verdad, volvió a hundir la cabeza en la pantalla encendida de su portátil.

Llevaba toda la tarde de compras en Internet, desde que había encontrado una jugosa página web llamada www.thebreastformstore.com que se dedicaba a la venta de artículos especializados para transexuales y travestidos. Vendían desde prótesis mamarias de silicona ultrarrealistas, hasta maquillaje y joyería para los hombres que querían aparentar ser más femeninas.

—¡Tú la pagas, honey! —musitó Linda añadiendo otro objeto más al carrito de la compra con un clic. En esta ocasión media docena de pelucas de pelo sintético de varios tonos y medidas. Ella había cogido a escondidas la tarjeta de crédito de Mike y estaba usando sus datos para rellenar el formulario de PayPal.

Normalmente Linda no hubiera tirado la casa por la ventana comprando de forma tan compulsiva. Pero el día anterior había ingresado en el banco el cheque de la comisión de Mike por el contrato de WCS y tenía efectivo de sobra.

En vez de emplearlo para liquidar un buen pedazo de la hipoteca de la casa o poner los veinticinco mil a un fondo a plazo fijo, decidió invertirlos en algo mucho más entretenido: en Amy.

Las viejas prótesis de látex de su madre estaban para el arrastre. Ya habían tenido lo suyo durante los dos años que las utilizó y no estaban diseñadas expresamente para el torso masculino, eran un artificio estético paliativo nada más. Además la peluca falsa de su madre le sentaba a Mike como a un cura dos pistolas.

O quizás era a Linda la que le daba la impresión.

Por suerte (o quizás, desgracia), la susodicha tienda online ofrecía un servicio 100% discreto y privado. Los envíos se realizaban de la manera más reservada posible y los cargos al extracto del banco no estaban pormenorizados. Linda se hubiera divertido mucho contemplando a su marido pasar por un brete con todos esos indecentes artículos a las puertas de casa ante la vista de todos los vecinos. Pero sólo había sido una idea peregrina surgida en los recovecos más perversos de su mente, una travesura infantil que no iba a hacer realidad.

«¡Quiero a Amy para mi sola!». Por irónico que le pareciera, Mike nunca le había provocado celos, ni tampoco había estado observando descaradamente a otras mujeres. Su marido era atractivo a su manera (si se deshiciera de las dichosas gafas de pasta negras y de su ridícula melena de colegial), con su carita de no haber roto jamás un plato y sus rasgos juveniles tenía un encanto que llamaba la atención de muchas más mujeres de las que él llegara a percatarse. No era del estilo seductor metrosexual de George Cloney en Ocean’s Eleven, sino más bien de dulce pimpollo de Leonardo DiCaprio en Titanic.

Pero Amy era una película muy diferente.

Cuando al principio había sospechado que su marido era en realidad homosexual, había sido un verdadero varapalo a su autoestima creer que durante cinco años había compartido cama con un hombre que no sentía nada por ella. Así que regresó de Sacramento con la idea de sonsacarle esa confesión si era del todo necesario y hacer de tripas corazón para divorciarse. Pero después había descubierto que Mike no tenía escrúpulos en acostarse tanto con hombres como con mujeres y que le quedaba muy bien la ropa femenina.

Sin embargo, después de haber experimentado con el alter ego de Mike (tanto fuera como dentro de la cama), ella empezaba a replantearse su propia heterosexualidad. No estaba segura de si disfrutaba tanto practicando el sexo con su marido vestido de mujer porque le amaba con intensad a pesar de la pinta que tuviera… O precisamente le tentaba la idea de hacerlo con una genuina mujer y Mike transformado en Amy tan sólo era un sucedáneo a mano.

Linda no se consideraba a sí misma lesbiana.

Estaba muy convencida de que le iban las pollas, pero de todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida había escogido para comprometerse, precisamente a uno que no era muy masculino. Quizás Mike no tuviera el soberbio físico varonil de sus conquistas de New York, ni el formidable aguante sexual de los machotes tejanos que había cabalgado en su adolescencia. Pero los talentos que su querido marido no había exhibido en la cama los había compensando con creces durante años en una relación estable de pareja.

Amy, en cambio, era todo un descubrimiento inesperado para Linda.

Nunca se había sentido atraída por los pechos de otra mujer ni le había excitado la visión del cuerpo femenino al desnudo. Pero desde que había compartido un par de noches de sexo sin igual con ella, se había sorprendido a sí misma admirando fascinada a las modelos de los spots de televisión o incluso a las animadoras del partido de los Lakers que bailaban durante el intermedio.

Su mayor temor era que ese pequeño experimento casero se saliese de madre. Que Mike decidiera convertirse en Amy para siempre y acabara por abrazar del todo la mujer que podía ser. Era una remota posibilidad que rayaba en la locura. Pero Linda se sentía instigada a ir más y más lejos en sus planes. Y probablemente todo ese disparate acabaría con Amy abandonándola y mandándola a freír espárragos tal y como se merecía por forzar las cosas con Mike.

«¡¿Pero qué demonios estoy pensando?!». Linda agitó incrédula la cabeza, mientras meditaba acerca de su situación actual. Empezaba a pensar en Mike y en Amy como si fueran dos personas diferentes, con sus propias opiniones, cuando en realidad eran lo mismo: su marido. Sus sentimientos hacia ella no se habían alterado en absoluto, por mucho que cambiara su aspecto físico o incluso de que revelara nuevas facetas de su personalidad. Mike estaba llevando a cabo el bochornoso castigo por deseo expreso suyo, para demostrar cuánto le amaba.

A Linda le sacó de su ensimismamiento otro solícito SMS de Mike informándole en directo que acababa de terminar el primer cuarto de tiempo con el marcador 21-26 ganando Los Angeles Lakers. Quizás hubiese sido más fácil que se hubiera abierto una cuenta en Twitter para mantenerla informada a cada momento o regalarle de una vez por todas una BlackBerry como la suya para instalarle el WhatsApp.

Mike no lo sabía, porque no había podido trastear con el teléfono de Linda, pero cada vez que ella recibía una llamada o un SMS de parte suyo aparecía en pantalla una fotografía de él vestido de Amy, que ella le había robado discretamente, el día que los dos fueron al centro comercial de Hollywood & Highland center.

«¡Amy necesita ropa nueva!» decidió Linda de inmediato al recordar aquella tarde de compras, accediendo a la sección de lencería y ropa interior de la página web y buscando alguna prenda sexy para que se la pusiera en la cama en lugar del viejo camisón de franela. Su pequeño experimento matrimonial iba a pasar a las siguientes fases lo quisiese o no Mike.

Continuará...

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Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, marcas registradas, lugares, acontecimientos o hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se emplean en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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En mi perfil pondré en breve un enlace para descargar (gratuitamente, por supuesto) el relato en formato PDF.

¡Hasta que nos leamos y más allá!

 

 

 

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