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Dominando a Amelia (II)

en Dominación

No le dio tiempo a hacer otra cosa que a cerrar los ojos de forma instintiva cuando el marroquí empezó a correrse sobre su cara. Recordaba como el calido liquido la salpicaba y como las arcadas le subían desde la boca del estomago hasta la garganta. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por no vomitar allí en medio. Recordaba como se habían empezado a formar preguntas “¿Qué hago yo aquí? ¿Por qué no estoy en el colegio?” pero todavía recordaba con mas intensidad haber percibido, unos segundos después de la eyaculación, una descarga de sensaciones, de calor y luz que se había iniciado en el huevo vibrador que albergaba  su joven coñito. Recordaba como subía por su columna hasta llegar al cerebro y allí, casi instantáneamente, la transportaba a un mundo de un placer inexplorado para ella. Quería estar allí siempre. No le importaba como había llegado, pero sabía que no quería marcharse.

Tan rápido como se había iniciado la vibración,  noto que se paraba. Poco a poco, Amelia regresaba del mundo de Oz volviendo a estar en aquel bar de currantes. Seguía rodeada por dos moros con las pollas babeantes de leche, un camarero que la miraba con ojos lascivos y el hombre a quien llamaría “Amo” el resto de sus días y que controlaba el aparato que la acababa de hacerle correr como nunca antes. Progresivamente se dio cuenta que todavía tenia la falda en la cintura, mostrando todo su coñito peludo y su mano seguía moviendo la piel del marroquí, produciéndole espasmos de placer. Su cara y la blusa estaban totalmente empapadas de semen amarillento y pegajoso, brotado del primer hombre al que había masturbado hasta el final. Con sus amigos del colegio había jugado a esto alguna vez, ya que era una chica muy popular entre ellos, tanto por su belleza como por sus formas, que ya empezaban a despuntar, pero cuando sus compañeros empezaban con los espasmos anteriores a la corrida dejaba el rabo erecto y decía que no quería seguir “jugando”, provocando muchos enfados entre los chicos. Ahora, sin embargo, había masturbado a un completo desconocido hasta el final. Y no solo eso. Había permitido que se corriera sobre su cara, cubriéndole los ojos, la nariz y penetrando incluso algún cuajo en su boca. Aquel gusto amargo empezaba a bajarle por la garganta y sintió otra arcada al recordar que era.

El placer iba dejando paso a la vergüenza y del orgasmo ya solo quedaba un mar de flujos en su coñito. Amelia parpadeo, como si despertara de un largo y placentero sueño que no recordaba muy bien, pero que le había encantado.

- En pie, Amelia. Es hora de irnos - ordene a mi aprendiz - tenemos muchas cosas que hacer antes de que vuelvas con tus padres.

Cuando se levanto, el morito mas joven le puso una mano en la teta y mientras se la magreaba con fuerza, restregando el semen de su compatriota por la otrora blanca camisa de mi pupila le pregunto, en un tosco castellano, si se la quería pelar a el también. Soy partidario de que una esclava ha de acatar todas las órdenes que se le dirijan durante su vida, pero se ha de filtrar quien se las da.

- Disculpe caballero - le dije al inmigrante, en un tono deliberadamente pomposo - la señorita ha terminado su ejercicio y ahora nos marcharemos.

- No jefe - contesto- niña no marcha hasta que haga paja a mí.

Como en otros aspectos de la vida, no me gusta usar la fuerza cuando no es precisa, así que me aproxime al morito y con un rápido movimiento aprese el carro de la cremallera y lo subí apenas dos dientes. Esto de por si no tendría que aplacar al magrebí, pero me asegure que entre esos dientes se encontrara parte de la bolsa testicular. Cuando su cerebro recibió los impulsos dolorosos que emanaban de sus cojones, decidió que era mucho mas importante librarse de la presa del pantalón que vaciar se contenido.

Mientras que el morito saltaba por el bar, en un intento de liberar sus genitales del pantalón, pague las ultimas consumiciones y salí del bar con mi joven alumna pegada a los talones. Un frenazo brusco  de una camioneta de reparto y un par de exclamaciones soeces del conductor hacia la cría que tenia a mis espaldas hizo que me girara hacia Amelia. Con la luz artificial del bar, no me había dado cuenta que tenia la cara totalmente empapada en una lefa amarillenta que le resbalaba por la barbilla y caía sobre su blusa blanca. Durante el magreo del segundo moro, un par de botones se habían desabrochado y ahora se podía ver el sujetador de la aspirante a sumisa. Era una monada de encaje que peleaba duramente por mantener el par de tetas de Amelia dentro. Sin embargo, lo que no conseguía el sujetador era que no se transparentaran los pezones de la chiquilla. Pese a estar todavía poco desarrollados, se le dibujaban bajo las dos capas de ropa y evidentemente, eso era algo que no podía pasar por alto. Estire la mano, la metí entre los botones desabrochados y  sortee el sujetador sin problemas, hasta notar el contacto de su caliente piel. Tenia la respiración agitada y el corazón le iban a mil por hora, pero allí estaba, sin marcharse. Seria un buen ejemplar. Con mi dedo índice empecé a jugar con pezón, pasándolo un par de veces por encima, hasta que decidí agarrarlo con la ayuda del pulgar. Lo retorcí un poquito, nada serio al principio, pero poco a poco, fui incrementando la presión.

- Ay – fue la respuesta de mi nueva cachorrita tras una buena dosis de presión. Su cara se había ido congestionando conforme iba incrementando la presa sobre su indefenso pecho, pero no se había movido ni dicho nada hasta aquel preciso momento.

- ¿Pasa algo, aprendiz? Le pregunte como si no supiera que estaba dejando sin riego sanguíneo su pezón.

- Amo, me duele – fue su escueta respuesta

- Ya lo se. Estoy mirando tus niveles antes de aceptarte en mi piara. Tienes prohibido abrir la boca ni que sea para quejarte sin mi permiso. Cualquier incumplimiento de esta orden será corregido con azotes. Volvamos a intentarlo.

Esta vez, apreté con ganas y sin previo aviso el dolorido pezón de la chiquilla. Amelia gimió, se retorció de dolor, pero no abrió la boca para nada, ni cuando amarrándole el otro, hice que se pusiera de puntillas para que no le arrancara las tetas. Se había portado bien, así que era normal que le diera su azucarillo. Metí la mano en el bolsillo y conecte el huevo vibrador a minima intensidad. Cuando el artilugio volvió a zumbar, Amelia dio otro gemido, esta vez de placer y se agarro a mí. Le habían fallado las piernas del gusto que notaba con aquello dentro de su infantil coñito. Lo deje haciendo su trabajo un par de minutos y luego lo volví a desconectar.

- Sube al coche. Esto empieza a tener mucho publico – Ordene – pero antes, despelotate completamente, no quiero que me manches la tapicería.

La verdad es que la gente del polígono se había dado cuenta que estaba pasando algo raro delante del bar cuando dos camiones casi chocan al mirar como un adulto le estaba retorciendo las tetas a una cría, sin que esta dijera nada ni intentara marcharse, pero las alarmas saltaron cuando la niña, antes de subir al coche, se quito absolutamente toda la ropa, quedándose solo con los calcetines largos y los zapatos.

Cuando Amelia subió al coche, le explique que a menos que yo le ordenara otra cosa, ella subiría por la puerta del copiloto y se pondría de rodillas a los pies del asiento. Todavía no se había ganado el derecho a sentarse en mi presencia y menos con aquel aspecto que presentaba. Tenia la cara llena de semen medio seco que le caía hasta sus ahora desnudas tetas y le seguía resbalando por su estomago hasta su pobladísimo coño. Sin embargo, acato la orden sin problemas y se quedo de rodillas donde el indique, mirando al suelo.

- Lo primero que vamos a hacer es llevar al tinte tu uniforme. Cuando te devuelva a casa esta noche, quiero que parezcas las niñita que todavía ven tus padres y no la aprendiza de esclava que voy a fabricar hoy.

Así pues, puse en marcha el coche y me dirigí a un gran centro comercial, de los que hay en las afueras de la ciudad. Un monstruo de tiendas donde todo es posible y donde todo se compra o se vende. Escogí uno donde ya había estado con anterioridad y conduje hasta él. Sabía a ciencia cierta que era discreto. Se accedía a la lavandería por un lateral, justo al lado de donde estaban los muelles de carga, separados de estos por una bonita vaya de color azul. Durante el trayecto le explique como había de colocar sus brazos para que las grandes tetas que tenía pudieran ser accesibles sin ningún problema. Era parte de la postura de ofrecimiento y consistía en algo tan sencillo como cruzar los dedos detrás de la nuca y abrir los codos todo lo que le fuera posible. La ejecuto perfectamente y durante el trayecto, me entretuve jugando con sus pezones. No estaban todavía totalmente desarrollados, pero ya eran muy sensibles a los roces y tras un ratito de jugar con ellos, se quedaban salidos, desafiantes, sobre sus grandes aureolas. Sus ojos, sin embargo, seguían mirando al suelo. Solo se lo había explicado una vez, hacia tiempo y eso lo tenía clarísimo. Una esclava, a menos que se le ordene, no puede mirar los ojos de su Amo. Es una norma básica de respeto.

Cuando llegamos, le dí a mi perrita una cazadora deportiva de baseball. Evidentemente, no era de su talla y llamaba la atención. Sus largos calcetines de colegiala delataban que la prenda superior tenia que ser una falda de colegio de monjas, pero en lugar de eso, no se veía nada debajo de la chaqueta que llegaba justo un palmo por debajo de su coñito y que dejaba al descubierto gran parte de sus muslos. También le ordene que plegara su ropa de forma conveniente para que cuando la entregara, vieran en la lavandería que era lo que quería limpiar, ya que el manchurrón de semen quedaba justo encima.

- Ahora bajaras del coche y nos dirigiremos por separado a la tintorería – le explique a mi aprendiz – yo iré detrás de ti por si pasa alguna cosa, no te preocupes por tu seguridad. Te dirigirás al fondo del pasillo y le dirás al dependiente si ellos te pueden limpiar una mancha en la ropa, que te gustaría que estuviera para esta tarde a las seis.

- Si, amo.

- Si te preguntan de que es la mancha, le dirás la verdad: que se ha corrido sobre ti un moro que no conocías después de hacerle una paja en un bar y que no quieres que tus padres la vean cuando llegues a casa

- Pero Amo...

- Amelia, no te lo repetiré mas – le dije con gesto severo mientras le cruzaba la cara con una sonora torta que le dejo los cinco dedos marcados – si me vuelves a cuestionar, se termina ¿Queda claro? 

- Perdón, perdón, Amo – Me dijo mientras se frotaba la cara y las lágrimas asomaban en sus ojitos – pero es que me da mucha vergüenza hacer lo que me ordenas.

- Pues te aguantas. Tú has elegido servirme, no te he obligado yo. Si no puedes seguir el ritmo, me lo dices y se acaba. Si te da vergüenza las chorradas que te ordeno ahora, no quiero ni pensar como te comportarías cuando empiece a darte las verdaderas ordenes.

Tras este pequeño acto de duda (que esperaba sinceramente que fuera el último por que no toleraría otro) le explique que una aprendiz de esclava como pretendía ser ella, tenia que decir siempre la verdad; no podía mentir a nadie y menos para ocultar su condición. Evidentemente y puesto que tenia solo 14 años, tenia que hacerlo con sus padres y familiares directos, a menos que le dijeran que la habían visto. Entonces ya veríamos que se podría hacer para que mantuvieran la boca cerrada.

- Cuando termines en la lavandería, te dirigirás a la farmacia y compraras un enema. El más grande que tengan. ¿Lo has usado alguna vez?

- No Amo. No se ni lo que me pides que compre.

- Un enema es un producto de limpieza que utilizaras a partir de ahora todos los días de tu vida. Es, básicamente, agua para meterte por el culo y limpiarte la parte final del aparato digestivo. – Le explique a Amelia – No pongas esa cara. ¿Te creías que no iba a usar tu culo como, cuando y donde me plazca? Pues te equivocabas. Es mas, hasta que me apetezca penetrarte por tu coñito, será el único agujero de entrada que usare, a parte de la boca, por supuesto. Así pues, te conviene tenerlo limpio, puesto que pasare de uno a otro sin mayor problema.

- Muy... muy bien, Amo – Su voz entrecortada y cara de aprensión denoto que se estaba imaginando mi polla entrando en su boca después de salir del recto sin una buena limpieza. Le había contado muchas veces como con mis otras sumisas tenia sesiones de sexo anal durante horas, ya que retenía mi eyaculacion y sustituía mi polla por un consolador o por otros juguetes cuando me acercaba.

- He estado aquí otras veces y he visto al farmacéutico, así que se que es un vejete la mar de simpático. Puesto que no lo has usado nunca, le pedirás que te explique como se pone y una vez recibidas todas las instrucciones y aclaradas todas las dudas que tengas sobre como te has de limpiar bien el recto para mi, si te dice si quieres algo mas, le dices que quieres vaselina de uso anal (yo se que no existía esa denominación en la farmacia, pero ella no) así le quedara bien claro para que quieres el enema. Cuando salgas de la farmacia, te iras al baño de mujeres, te pondrás el enema tal como te abran explicado y vendrás a buscarme al Mc Donal’s que hay en junto a la salida norte. ¿Te queda claro?

- Si Amo. Me queda claro.

Amelia permanecía de rodillas sobre el suelo del asiento del copiloto y antes de abrir los seguros para bajar, deslice mi mano bajo la cazadora, en busca de un indicador de su estado de ánimo. ¡Bingo! Su coñito estaba totalmente empapado. Parecía que se había meado encima y sus fluidos incluso resbalaban por sus muslos. “serás una buena esclava” le dije mientras le acariciaba lentamente el clítoris. Ella sonrío, agradeciendo el piropo. Quería ante todo que yo me sintiera orgulloso de ella y que cuando hablara con ella, la viera como a una autentica mujer capaz de hacer lo que fuera por complacer a su Amo, pese a que su instinto le dijera otra cosa. Cuando empezó a poner cara de placer, pare, le di una toallita húmeda para que se limpiara la cara de la leche reseca del moro y le ordene que bajara. Afortunadamente no había nadie en el aparcamiento cuando la cachorrita bajo del coche. Si alguien la hubiera visto salir, habría podido observar perfectamente su culo, ya que tuvo que apoyar sus manos en el suelo para poderse volver a poner de pie. Cuando bajo del coche, se quedo esperando a ver que le decía. Repase su ropa y aspecto y le hice un gesto con la cabeza. Nos encaminamos por separado a la tintorería, ella unos metros delante mío.

Cuando la vi cruzar las puertas del centro comercial, me di cuenta que la cazadora le cubría bien el coño, pero que le venia tan justa que tenia que estar constantemente tirando de ella hacia abajo para que no le asomaran las nalgas, puesto que al tener una goma elástica en la parte de abajo, se le arrapaba a las piernas y tenia tendencia a subir. De eso también se dio cuenta un vigilante de seguridad que se encontraba allí y que tras pasar mi aprendiz por la puerta donde estaba, les comunico a los de la sala de control que tenían “una putita provocativa” en el centro, que la siguieran por las cámaras y que ya le enseñarían la grabación de seguridad. La idea de que mi nueva adquisición despertara el interés en otros hombres me gustaba y si de forma casi involuntaria había atraído sus miradas lascivas, estaba seguro que cuando lo hiciera a posta, los hombres no podrían quitarle la vista de encima. De hecho, no fueron pocos los que se giraron después de cruzarse con ella en el pasillo.

Cuando llegamos a nuestro primer destino, la suerte quiso que estuviera prácticamente vacío, a excepción de una maruja que entro justo después de mi aprendiz. Como que solo había un dependiente, no le quedo más remedio que hacer cola y esperar a que Amelia terminara de entregar la ropa. El morbo me pudo y quitándome la chaqueta, entre también, para ver como se desenvolvía mi aprendiz en su primer encuentro no tutelado.

- Buenos días, señorita – le dijo el dependiente, un chico de unos veintipocos años, con gafas – ¿En que puedo ayudarla?

- Buenos días – Contesto Amelia. Tenía la cara roja como un tomate. En su forma de hablar se notaba que estaba muy nerviosa, ya que tartamudeaba y no tenia fluidez en las palabras. – me he manchado el uniforme ahora mismo y me gustaría que lo tuvierais limpio para esta tarde, antes de las seis, por favor.

- Claro que si, señorita – respondió el dependiente mientras manipulaba el uniforme. Cuando desplegó la camisa y vio el manchurrón amarillento le cambio la cara. Siguió manipulando la ropa y encontró el sujetador y una falda que tenia los mismos restos que la blusa. El chaval sabía perfectamente la respuesta, pero hizo la pregunta del millón - ¿Y sabes de qué te has manchado, guapa? Lo digo por que es mucho mas fácil limpiar una mancha que conoces de que es que una que no tienes ni idea.

Tras ponerse mucho mas nerviosa de lo que estaba y empezar a sudar copiosamente, Amelia respondió la verdad: que había sido un moro desconocido, tras hacerle una paja en un bar la que la había puesto perdida de semen y que no quería que sus padres la descubrieran con esa mancha en el uniforme del colegio. Cuando escucho esto, el chico se puso colorado también, pero mas de cachondez que por vergüenza y la mujer que tenia detrás, tras soltar un sonoro “pero que golfa” se marcho de la lavandería, no sin antes decir que la juventud estaba perdida y que se vivía mucho mejor cuando había menos libertinaje y Franco era el jefe del estado.

- Joder, que bueno!! – dijo el chaval cuando la clienta ya había salido de la tienda y aprovechando que yo estaba mirando una publicidad (o al menos, eso creía él) – ¿has pajeado a un tío que no conocías?

Amalia asintió, roja de vergüenza. En su cabeza estaban mis palabras, explicándole que alguien que se entrega libremente a otra persona, no ha de esconder lo que en realidad es a menos que se le ordene. La siguiente pregunta del joven fue si las bragas no se las había manchado, respondiendo Amelia que no, que se las había quitado antes de hacerle la paja y que se las había quedado el dueño del bar. Entonces el dependiente le dijo que si se lo hacia a él también, le tendría el uniforme listo para una hora y que no le cobraría los gastos. Fue entonces cuando la aprendiza se bloqueo y me miro, pidiendo instrucciones con un “Qué le digo, Amo?. El chico se tensiono cuando mi golfita me miro y por un momento creyó que había hablado mas de la cuenta.

- Oiga, yo... lo siento... no quería... si hubiera sabido... – empezó a disculparse el jovencito, totalmente pálido

- Tranquilo, no pasa nada – le conteste – Si puedes cerrar la tienda cinco minutos, mi esclava hará lo que le has pedido siempre y cuando tú cumplas tu palabra y tengas listo el traje escolar antes de una hora.

Sin pronunciar una sola palabra, el dependiente salió de detrás del mostrador  y a la carrera, cerro la puerta, hizo girar el pestillo y dijo que por supuesto, que lo limpiaría él personalmente a mano si hacia falta, pero que le encantaría que esa muchachita le hiciera una paja. Convenimos que sin ningún problema y un minuto después, estábamos en la trastienda.

- Golfita, quiero que te quites la chaqueta y la dejes perfectamente plegada sobre esa silla – ordene a la aprendiz. Cuando dejo la prenda en su sitio, le dije – ahora, quiero que te pongas en cuclillas, delante de este caballero, le saques la polla de la bragueta y lo masturbes como has hecho con el moro del bar ¿Has entendido?

-Si, Amo – fue la escueta respuesta de Amelia

Cuando las tetas de la cría pasaron por delante de la bragueta del dependiente, su trempera era más que evidente. Amelia estaba francamente nerviosa. Hacia poco que había masturbado a un desconocido y ahora se disponía a hacérselo a otro. El tacto de las pollas adultas era algo que todavía no conocía, ya que todas las que había tocado hasta aquel día eran de compañeros suyos de colegio. Las que ahora tenía en la mano era una polla de tamaño más bien normalito. Nada que ver con el pollote del moro del bar. Pese a todo, estaba roja y de la punta manaba una gota de fluido viscoso que mostraba la excitación del chico. Cuando la aprendiza la agarro y empezó a moverla arriba y abajo, el dependiente puso los ojos en blanco. Tal como le había ordenado, inició la paja al dependiente a escasos centímetros de su cara, tal como tenia la polla del moro en el bar. Me gusto el detalle y decidí recompensarla con un mínimo movimiento del huevo vibratorio. El pitido me indico que esté había empezado a vibrar justo en el momento que Amalia dio un pequeño saltito y también puso los ojos en blanco. Aquel movimiento, desconocido por ella hasta ahora era una motivación suficiente como para que obedeciera las ordenes que le daba. En lo mas profundo de su ser, sabia que si obedecía, le suministraría placer con aquel aparato y todavía, de una forma totalmente inconsciente, sabia que lo que hacia estaba bien. No sabia el porque, pero le importaba poco.

Tras unos minutos de meneo, la gotita se havia convertido en un hilo blanco y la rojez del miembro, había ganado intensidad. Amelia también había incrementado el ritmo de la masturbación, ayudada por el juguete que albergaba en su interior. La polla del chico seguía moviéndose a escasos centímetros del angelical rostro de mi sierva y esté no perdía un solo detalle de lo que le hacia mi proyecto de golfa.

- Golfa, saca la lengua y saborea la gotita de semen que te ofrece este caballero – le dije irónicamente

El solo roce de la punta de su infantil legua provoco el orgasmo instantáneo del trabajador. El capullo se hincho de golpe y se vació con largos chorretones en la cara y boca de la niña. Si la anterior vez, solo algún resto de semen le había entrado en la boca, es esta ocasión, al tener la boca abierta para lamer, le había entrado hasta la garganta el primer chorretón completo. Una arcada le subió desde la boca del estomago al notar el gusto y la textura del semen de otro desconocido, pero esta vez intento por todos los medios reprimirla, no sin conseguir que de forma casi automática, se le abriera la boca para vomitar. Afortunadamente para ella, lo controlo y continúo aguantando estoicamente los lechazos del chaval hasta que le vació las pelotas. El resto de la leche que la salpico lo hizo en su cara y tetas; incluso la que tenia dentro de la boca termino resbalando y añadiéndose a la que le recorría en dirección al coño. Se había portado como se esperaba de un animal como ella y era la hora de la recompensa. Volví a meter la mano en el bolsillo e incremente el movimiento del dispositivo que conduciría a mi esclava a un nuevo orgasmo electrónico.  Efectivamente. Un minuto después, la pequeña se corría otra vez con tanta fuerza que le fue imposible reprimir una larga meada. Cuando termino, apague otra vez el aparato, consciente de que se había corrido como una perra por segunda vez en menos de media hora.

- ¿Te he dado yo permiso para que mees, cerda? – le pregunte en tono autoritario

- No, Amo. Lo siento.

- Ahora solucionaremos esto. Ponte de rodillas y límpialo con ese trapo – ordene a la muy cerda – y tu, será mejor que le pongas algo en la boca, para evitar los chillidos.

El dependiente no sabia muy bien a lo que me refería hasta que vio como me quitaba el cinturón y como me ponía detrás de mi perra. Ahora tenia claro que le iba a azotar el culo y si chillaba, resultaría evidente para todo el centro comercial que algo pasaba dentro de esa pequeña tienda. Miro desesperadamente a su alrededor, buscando algo para ponerle en la boca antes de que cayera mi primer latigazo y justo en el momento que mi cinturón mordía sus blancas nalgas, le puso un par de calcetines ya limpios que algún cliente vendría a buscar.

Amelia no se lo esperaba. Sabia que si hacia alguna cosa mal, el castigo seria inmediato y en forma de azote. Se lo había contado hacia tiempo, pero no se esperaba que de una forma tan inmediata y brutal. Cuando el cinturón estaba a punto de llegar a sus nalgas, con un brusco gesto de muñeca hice que restallara y que impactara con más fuerza sobre su desprevenido culo.

- El castigo por mearte sin permiso serán diez azotes – avise a mi sumisa - No intentes esquivarlos o se multiplicaran por dos.

Uno tras otro, los nueve latigazos restantes se estrellaron contra su culo. Cada estallido del cinturón sonaba como una seca palmada y era seguido por un mugido ahogado por los calcetines que tenia la infractora en la boca. No intento zafarse en ningún momento, pese a que los últimos cuatro fueron dados con verdaderas ganas. La chica sabia perfectamente que había actuado sin el consentimiento expreso de su Amo y que aquello no se podía permitir de ninguna manera, así pues aguanto los latigazos mientras se repetía a si misma que no volvería a pasar, que no podía volver a desobedecer de aquella forma tan tonta. Mientras el cuero castigaba las posaderas de la cría, el chaval se había vuelto a recuperar y al tercer fustazo, ya se la estaba pelando otra vez como un mono. Para cuando termine el castigo, se había vuelto a correr en la cara de Amelia, que ahora chorreaba de dos corridas.

Al final no fue un castigo muy duro comparado con los que le separarían mas adelante, pero si que fue una buena toma de contacto para que viera que toda acción tenía una reacción. Con cinco fustazos en cada nalga, se le empezaban a poner coloradas, a coger algo de color. Sus ojos se volvieron a llenar de lágrimas, pero era mas por el susto y la humillación de los azotes ante aquel desconocido que por el dolor que sentía en sus posaderas. Cuando termine el correctivo, me volví a agachar tras ella y comprobé que su coño todavía seguía tan húmedo como cuando se acababa de correr. Le saque los calcetines de la boca y le seque el coño con ellos. Luego se los tire al chaval, que los olio y se los guardo en el bolsillo. Por un momento pensé que excusa le iba a dar al dueño.

- ¿Comprendes que no me queda otra opción que castigarte severamente cuando hagas una cosa mal? – Argumente a mi sollozante aprendiz

- Si Amo. He sido estúpida y no me he comportado como tendría que haberlo hecho. Te pido perdón, pero es que ha sido algo que no he podido controlar. Ha sido brutal.

- Procura controlarlo la próxima vez o no seré tan suave. Ahora límpiate la cara de las corridas del pajillero, ponte la chaqueta y vete a la farmacia a por el enema. Cuando te lo hayas puesto ven a buscarme. Te esperare en el Mc Donal’s. Si surge algún imprevisto, improvisa. Imagina que es lo que yo te ordenaría que hicieras y aplícalo. Ve.

Amelia se limpio con celulosa y se volvió a poner la chaqueta. Pese a que su cara estaba limpia, uno de los chorretones de la segunda corrida le había manchado el pelo y con las prisas y el escozor del culo, no se dio cuenta. Cuando salio por la puerta, mi primer pensamiento fue como acabaría de cachondo el farmacéutico si mi aprendiz hacia todo lo que le había ordenado.