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Dominando a Amelia (III)

en Dominación

- Así pues, dentro de una hora estaremos por aquí – le dije al dependiente, una vez había salido Amelia de la tienda y él se había repuesto un poco de sus dos corridas ante mi aprendiz.

- Por supuesto, caballero – respondió en un tono servil que no era necesario

Salí de la tienda y me dirigí al restaurante donde había quedado con Amelia. La verdad es que llamar “restaurante” a aquello era mucho, pero bueno… era un lugar tranquilo y se podía encontrar fácilmente en el centro comercial. Pedí una cerveza (que sacrílegos, en vaso de plástico) y me senté a esperar tranquilamente mientras leía el periódico.

La verdad es que estaba muy satisfecho de los meteóricos progresos de mi aspirante a discípula. Cuando empezamos ha hablar hace tiempo y le empecé a decir como iba este mundo, se intereso muchísimo, pero no la veía predispuesta a entrar en él. Cuanto más le contaba, más se interesaba y hacia preguntas más especificas, dejando las generalidades al margen. Quería que le contase cosas que había hecho con otras esclavas entrenadas y cuando lo hacia, se interesaba por los detalles, por como lo había hecho y que sentían ellas. Siempre le he explicado que el verdadero placer de una sumisa entregada a su amo era el que él se sintiera orgulloso de ella, de sus acciones y de sus reacciones. Que no hay placer mas intimo para cada una de ellas que ver la altivez en los ojos de su amo mientras obedecen y hacen quedar a este como un caballero que sabe adiestrar a sus cachorritas, ya sea en privado o en publico.

Amelia llevaba un muy buen camino. No eran todavía las once de la mañana y había recibido ya tres corridas en la cara y otra en la pierna de tres hombres de los que no conocía ni el nombre. Lo había hecho sin protestar demasiado y sabiendo como me dijo que le producía asco que le salpicaran el rostro. Era cierto que tras cada corrida, había recibido su dosis de placer mediante el huevo vibrador que llevaba en el coñito, pero eso no quitaba merito a sus acciones, ya que mientras lo hacia, el aparato estaba desconectado. Estaba usando con ella la vieja táctica de la zanahoria y el palo, pero por mucha zanahoria que le diera, en forma de estimulación vaginal, si no llevara interiormente esos deseos de sumisión y sometimiento a las órdenes de alguien, no los haría públicos y obedecería sin preguntas.

A sus catorce años presentaba ya unas tetitas más que desarrolladas para una cría de su edad. Sus aureolas apenas se perfilaban todavía, pero tenían un buen tamaño y sus pezones no eran más que una pequeña protuberancia de carne en medio de ellos. Pese a ello, cuando se había excitado, se le ponían duros y se marcaban en la ropa. Su coñito era poco más que intuible bajo una mata de pelo que no se había recortado nunca en su corta vida. Pese a ello, los labios se veían replegados sobre si mismo y presentaba la típica forma de “hucha” cerrada que tanto gusta en una mujer. Hacia tiempo me había contado que un novio suyo le había metido la punta del capullo, pero cuando noto la resistencia del himen, a conveniencia de los dos, no apretó más y que estuvo haciéndolo así con él durante los dos meses que duro su relación. Su culo, el gran desconocido, hasta ahora solo había servido para sentarse y defecar, era duro como no puede ser de otra forma en una chica de esa edad que practica deporte. Era un diamante en bruto que se había de pulir para que reluciera su verdadero valor antes de poderla engastar en un anillo. Es este caso, el anillo lo llevaría en el collar.

Aproximadamente diez minutos después de salir de la lavandería, vi como mi cachorrita se acercaba por la galería comercial. Llevaba la chaqueta totalmente estirada, pero no tapaba demasiado de sus piernas. Traía la cara congestionada y pese a venir de la dirección contraria a los servicios, caminaba de una forma rara.

- Perrita, te he dicho que no vinieras hasta que pasaras por el baño y te pusieras el enema. ¿Lo has hecho?

- No he ido al baño, Amo. El hombre de la farmacia me dijo que ya me lo explicaba él y que si quería me lo pondría con mucho gusto y así lo ha hecho.

- Explícamelo todo

Me explico que tal como le había ordenado, se dirigió a la farmacia y pregunto si allí le podían vender un enema. El farmacéutico, muy aplicado, le pregunto para qué lo quería y si era por un problema de tránsito intestinal. Como le pregunto y yo le había dicho que una sumisa ha de decir siempre la verdad, le soltó que su Amo la estaba esperando fuera y que quería el enema por que lo mas seguro era que la fuera a desvirgar y no quería que tuviera el culo sucio. El farmacéutico la miro extrañada y aviso a la chica que tenia en la rebotica. Cuando salio, le dijo que atendiera si entraba otro cliente, que él tenia que ayudar a aquella niña con un medicamento y que ahora saldría y entraron en la rebotica. Cuando entraron, el boticario agarro un enema clínico, bastante más grande de los que se comercializan habitualmente y con toda la tranquilidad del mundo, le dijo que se pusiera de rodillas sobre la mesa.

Amelia subió y se puso tal como le dijo el hombre. La siguiente instrucción fue que bajara la cabeza hasta tocar la mesa y por descontado, la cumplió.

Cuando sus hombros tiraron de la cazadora, su culo y su coñito, del que salía la antena del juguete sexual que llevaba en su interior, quedaron al descubierto ante los ojos del farmacéutico. Evidentemente, al verla desnuda bajo la prenda de abrigo, le pregunto donde estaba su ropa y  siempre diciendo la verdad, le explico toda la historia, desde las nueve de la mañana y como su ropa había terminado manchada de semen en un bar. Afortunadamente, el dueño de la farmacia era un hombre mayor ya y no tenia la virilidad de antaño, pero todavía conservaba el morbo de sus años mozos y le fue preguntando cosas mientras le introducía por el culo la cánula que llevaría la solución hasta sus intestinos. Le pregunto si estaba excitada con lo que le hacia su Amo. Le pregunto si tenía ganas de entregarse sin reservas y le pregunto si estaba dispuesta a obedecer las órdenes dadas. Todas las respuestas fueron afirmativas. También le pregunto que era ese cable que le salía del coño y le dijo que era un huevo vibrador con el que su Amo la recompensaba cuando se portaba bien.

Con la excusa de que para hacer una introducción eficiente, su coñito no tenía que tener nada en el interior, el farmacéutico tiro del cable y saco el juguete del coño de la perrita. Estaba casi totalmente blanco de flujo y aprovechando que Amelia tenía la cabeza tocando la mesa y sus propias rodillas impedían que viera al farmacéutico, este lamio el artilugio, saboreando con avidez el flujo de la casi niña que tenia ahí encima. Luego le dijo que se separara las nalgas, que así seria más fácil ver su ojete, ya que su vista no era muy buena y aprovechando el ofrecimiento, saco un par de fotos de uno de los últimos ojetes ofrecidos que vería en su vida, al menos sin pagar. Luego, poco a poco, disfrutando el momento, introdujo la cánula en el esfínter de la sumisa. Cuando termino de introducir el liquido, con la misma parsimonia, retiro el aplicador y le dio unos lametazos en el ojete para “limpiarla” según le dijo. Tras eso, la hizo bajar de la mesa y tras introducirle nuevamente el juguete en su infantil y encharcado coño, desearle suerte, le dio recuerdos para el hombre afortunado que la iba a desvirgar por el culo.

Indudablemente, se había ganado un rato de placer y puse en marcha el aparato. El inicio de la vibración la volvió a coger desprevenida y se cogió a la silla que tenia mas cerca. Había juntado las rodillas y parecía que estaba agotada tras una larga carrera.

- Ve a buscarte algo con lo que te ha sobrado del enema -  Le dije

- El farmacéutico no me ha querido cobrar, Amo – Me dijo con la voz modulada por el placer del huevo y la presión del litro de enema que llevaba en su interior - Necesito ir al baño, Amo.

- Después

Por suerte, a esas horas de la mañana, no había mucha gente en el sitio, por que si no, habrían visto a una niñita de raros caminares dirigiéndose hacia la barra, a la vez que ponía caras raras y se agarraba la barriga. Cuando llego a la barra active a máxima potencia el aparatito que llevaba en el coño durante unos segundos y luego lo apague de golpe. La chica que la atendió le pregunto rápidamente si estaba bien o si necesitaba algo y la aprendiz le dijo que estaba bien, que solo necesitaba una Coca-Cola. Terminado el pequeño dialogo, considere que se había ganado una corrida y volví a activar el huevo. Amelia se estremeció y se agarro a la barra hasta que la chica, realmente preocupada, le sirvió la coca cola y vio como se alejaba hacia mi mesa. Suponiendo que yo era algún familiar suyo, negó con la cabeza y siguió con su trabajo. Si se hubiera fijado en sus muslos, habría visto como un pequeño hilo de flujo bajaba por la parte interior de estos.

- Por favor, Amo – Dijo Amelia totalmente congestionada – necesito ir al baño, ya.

- Aguanta – Le dije yo mientras me esforzaba por beberme aquel mejunje que habían osado llamar “cerveza” – Has de aprender a controlar tus esfínteres. Tus orgasmos y tu cuerpo dependen de tu cerebro. Y este, como el resto de tu cuerpo, me pertenece a mí.

- Amo. Por Dios – imploro – si no voy ahora, me lo hare encima

- Si te cagas encima, perra, me levantare y me marchare, dejándote aquí, con el culo lleno de mierda – le dije sin sombra de emoción, como quien explica algo cierto – y, por supuesto, me llevare mi chaqueta, así que tendrás que llegar desnuda a la tintorería. Disfruta de ese dolor y esa necesidad que tienes ahora. Atesóralo y procura de recordarlo siempre. Porque cuando empiece las sesiones contigo, lo que ahora sientes, será un verdadero placer comparado con lo que te hare.

          Amelia estaba realmente blanca. Cometía el error de cualquier novata y se concentraba en el dolor en lugar de obviarlo. Era algo muy común entre las que empiezan en este mundo y este era el mejor método para que se diera cuenta.

- Si lo que me has contado es exacto – le dije a mi sudorosa aprendiz – lo que te ha metido por el culo el farmacéutico es un enema clínico, diseñado para hacer efecto en aproximadamente unos cinco minutos. Ahora llevas aproximadamente siete. Cuando pasen diez, nos levantaremos y nos dirigiremos por aquella puerta al aparcamiento.

- Si Amo

- Cuando estemos en marcha, te daré mas indicaciones – le dije – y ahora, tomate la coca cola. No me gusta pagar algo que no se va a consumir.

          Amelia se tomo la bebida mientras se retorcía. Sudaba copiosamente a causa del esfuerzo de retener todo aquel líquido en el interior de su joven cuerpo, pero pese a ello, lo iba consiguiendo. Aprendió rápido a pellizcarse para distraer la atención del dolor e incluso metió una mano bajo la chaqueta para pellizcarse un pezón cuando ese primitivo método dejo de distraerla. Mientras, yo contestaba algunos correos electrónicos desde mi teléfono móvil. Cuando transcurrieron quince minutos (no los diez que le había dicho) le di la orden de ponerse en pie.

- Amo… no puedo… - dijo con los ojos muy abiertos – Si doy un solo paso… me cago.

- No me importa lo que tengas que hacer, perra, pero te vas a levantar y vas a venir conmigo ahora mismo – le dije

          Y uniendo el movimiento a la palabra, me puse en pie y me dirigí hacia la puerta que le había indicado. Amelia jugo su última carta y bajando la cremallera de la cazadora algo mas, cruzo los brazos sobre el pecho y agarrándose los pezones, tiro fuertemente de ellos mientras que los apretaba. El dolor momentáneo en sus pechos la distrajo lo suficiente como para poder levantarse. Apretaba las nalgas con desesperación, pero pese a todo, un fino hilo de sustancia empezaba a deslizarse por el interior de sus muslos. Los veinte metros que había entre el establecimiento de comida rápida y la puerta se le hicieron eternos. Tras cruzar las puertas correderas, gire a la derecha, seguido de la aprendiz.

- Ahí! – Le dije señalando una jardinera situada en una más que discreta esquina – Siéntate, levanta la chaqueta y caga.

          Amelia no se lo pensó, recorrió los cinco metros que le quedaban hasta su liberación, salto sobre la jardinera y dejando los pies colgando (la altura del borde de la misma era de aproximadamente 120 cm) saco el culo y pego la cagada mas gustosa de su vida. A parte de dejar salir todo el litro de liquido que le había metido el farmacéutico, la cría soltó una buena mierda, estando seguro que dentro de su intestino grueso, no quedaba un solo gramo de excremento. Mientras ella se iba por la pata abajo, saque mi teléfono móvil y grave toda la escena. No es que me gustara verla cagar, pero sí que tenia a un par de amigos que apreciaban mucho este gesto y, puesto que compartíamos ganado, siempre que podía, les enviaba un buen video.

          Cuando Amelia termino de defecar se dio cuenta que no tenía nada con lo que limpiarse y empezó a mirar a todos lados en busca de algún material que llevarse a su dolorido ojete con el que pudiera limpiar los pocos restos que le quedaban. Al no encontrar nada, me miro a mí, suplicando con la mirada una solución.

- ¿Qué pasa, Amelia? ¿Por qué me miras así?

- Yo… esto… - respondió la sumisa – no tengo nada con lo que limpiarme después de… después de cagar, Amo.

- Otra lección que has aprendido, pequeña – le respondí – siempre has de llevar encima pañuelos de papel o toallitas húmedas. Nunca sabes cuándo será la próxima vez que tengas que limpiar algo y si no las llevas encima, usaras tu lengua

- Si… Si, Amo – Y diciendo esto, la pequeña aprendiz paso dos dedos por la raja de su culo, procurándolo dejarlo lo más limpio posible y luego, se los llevo a la boca.

          Una ráfaga de placer interrumpió su gesto, quedando la mano con restos de mierda a escasos centímetros de su boca. Aquella chica valía mucho. Sin habérselo ordenado, ella había tomado la iniciativa y había supuesto que su deber era llevar papel encima y al no llevarlo, tomo la iniciativa de limpiarlo con la boca. Esa iniciativa era lo que había provocado que yo apretara el botón del control remoto a máxima intensidad. Ahora, sentada encima de la jardinera, con la cazadora a media espalda, cosa que ofrecía una generosa vista de sus agujeros y a pocos metros de una vía de acceso a un centro comercial, la pequeña Amelia se estremecía de placer mientras le llegaba un nuevo orgasmo e interiorizaba que la obediencia era placer. Cuando volvió de su pequeño “viaje” me miro, como preguntando que había hecho para merecer el orgasmo. Después de explicárselo y darle unas toallitas húmedas le ordene que se limpiara y luego, bajando de la jardinera, se girara y abriera sus nalgas para que viera si tenía el agujero del culo limpio y preparado para ser usado. Después de cumplir esas instrucciones, que fueron debidamente grabadas con el teléfono, nos dirigimos a los baños de la última planta de aparcamientos subterráneos.