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La portera

en Hetero: General

Gabriel Soto Sautú

Buenos Aires, Argentina

donatien_ss@hotmail.com

 

La portera

Era un ascenso. Pasaba de sirvienta a portera de un colegio público de renombre de la ciudad de Pilar. Ahora utilizaba un guardapolvo bordó y practicaba cierta prepotencia innecesaria con los alumnos de octavo o noveno tan sólo para deleitarse y sentirse más satisfecha consigo misma. La respetaban, aunque más que nada, la odiaban. Externamente era fácil de odiar. De baja estatura, su piel oscura y curtida (víctima de fríos y sol) hacía juego con el pelo negro azabache que se mezclaba con unas desagrupadas canas nacaradas de maldad. Pero como toda petisa, tenía (y a pesar de sus largos años) unas curvas agradables. Buenas tetas, aunque progresiva y gradualmente comenzaban a marchitarse; buen trasero gordo, aún firme y duro, y una esbelta figura atractiva. Lo único apetecible era su cuerpo, y estos jóvenes, en plena edad de la pubertad, fantaseaban perversiones lúbricas con la portera, y ella lo sabía. Vieja zorra.

Comenzaba a trabajar a las siete y media de la mañana y su turno terminaba a la una de la tarde en punto. Después, tenía el resto del día libre, que lo ocupaba bebiendo cerveza y vino patero (cortesía de un ex novio camionero que le traía el vino desde Mendoza), pero esto a nosotros, ya no nos interesa, solamente deseo ocuparme de su labor en la escuela.

Pasaron dos semanas y ya saludaba a todos los profesores y secretarias por su nombre, incluso, saludaba a la directora, que entraba al colegio como si fuese una reina en pleno apogeo. Se había hecho amiga del profesor de física en particular. Este era un hombre de madura edad, tendría medio siglo de ausencia encima, y desde el primer día en que ella empezó a trabajar las miradas no cesaron de hacer contacto. Ella veía en él un hombre centrado, elegante, culto, tan distinto a sus parejas anteriores, enseguida regaló secretamente su entrega. Él veía en ella, la oportunidad de satisfacer sus ganas, y positivamente se encontraba necesitado; hacía un año que se encontraba cultivando un forzoso celibato y solo la masturbación era su satisfacción.

Luego de meses en donde las palabras cariñosas del profesor eran respondidas por muy pícaras risas seductoras de la portera, culminaron los preparativos. La clase de física se encontraba de lo más aburrida, y el profesor sentía que las agujas estaban fijas, que no se movían; por un momento, empezó a cuestionar el tiempo físico, y contempló una incertidumbre espacial, y vaciló sobre su vida, sobre la clase, sobre las caras repletas de granos de los alumnos, y se estremeció y no lo aguantó más. Chicos, me leen desde la página 45 hasta la 187, ahora vuelvo... se quedan en silencio, me entendieron. Si profe...

Cruzó el patio, el gimnasio y llegó a la portería. No estaba. La comenzó a buscar por las puertas subsiguientes hasta que la encontró. Sin decirle nada, apartó la escoba de su mano, cerró la puerta, la abrazó y metió toda su babosa lengua dentro de la boca de la portera que la succionó como si estaría chupando un chupetín. Ambos poseían experiencia en el tema. Tantos años encima les había hecho ganar alguna que otra habilidad. Lo que hicieron, se los dejaré a su imaginación. Cómo sigue la historia? Este hecho se comenzó a repetir todos los martes y miércoles. La portera ligaba un polvo, una alegría esfímera y un desvelo de su degradante trabajo. El profesor, vaciaba sus ansiedades y se escabullía por ahí acortando el tiempo físico (de esta forma, el tiempo parecía acelerarse, y cuando se daba cuenta, faltaban sólo diez minutos para la hora de la salida). Y por último, quedan los alumnos, los que más beneficio sacaban, se quedaban en hora libre, riéndose de su fortuna y aguardando que el profesor de química siga el mismo ejemplo que el de física.

Fin

Gabriel Soto Sautú

donatien_ss@hotmail.com