Los 3 crímenes animales de la calle Posadas.
El aire caliente de verano recorre las calles de Barrio norte
con un tufo burgués que ahuyenta a los cartoneros que ubicados en el otro
extremo de la pirámide social se sienten mal y desilusionados con la vida que
les tocó, e ir, simplemente haría que decaigan en la melancolía escéptica, así
que recorren lugares más populosos, o céntricos, donde la mirada que los choca
es de indiferencia, y no de rechazo y lástima como en la coqueta calle Posadas.
Solo aquellos cartoneros más desesperados o cara dura son los que recorren el
sector aristocrático burgués.
Pero bien sabe el lector avispado, que incluso en los sectores altos de la sociedad, que representa, digamos, más o menos el cinco por ciento de la ciudad, hay excepciones de genialidad y brillantez. ¿Y qué? La historia de la humanidad es la historia de la clase dominante. Sócrates era pobre y andaba descalzo pero se codeaba con la sangre azul, sólo ellos tenían tiempo de pensar y charlar. El grueso de la población debe trabajar duro para el pan, lo que conduce invariablemente al embrutecimiento intelectual. Traedme un gran pensador, te apuesto un rubí que durmió en cuna de oro.
Y bueno, nuestro antihéroe de este relato corto y malo por capricho mío de autor
omnipotente, creador supremo, bello y magnánimo, ha sido inventado bajo los
efectos de la mariguana y se me ocurrió lo siguiente: nuestro sujeto pertenece a
la clase muy alta argentina, es feo estéticamente, (pobrecito), a varios
kilómetros del concepto ideal de la belleza contemporánea. Es petiso, muy
delgado, nunca ha hecho ninguna actividad física. Jamás ha transpirado. Su vida,
más bien, se asemeja al estar cotidiano de una niña tímida que prefiere jugar en
la sombra con las muñecas que sudar bajo el sol corriendo tras una pelota en la
ventura de la diversión. Luego su cara deforme con unos dientes irregulares y
amarillos que sobresalen para afuera en extremesía, hace que la gente lo tilde
de estúpido estúpidamente basándose en prejuicios rudimentarios. No
necesariamente porque siempre babea y su labio inferior brille por la saliva es
un retrasado. Incluso para un meticuloso, su nariz pequeña sea quizá un poco
agraciada, lástima los ojos negros muy grandes y oblicuos, rompen enseguida la
armonía de la composición natural. Hermano, de verdad, qué grotesco y deslucido
éste pibe.
Pero antes de proseguir, para que la ficción se eleve y pueda vislumbrarse la magia, creo oportuno (oportuno porque con esto generaré expectativa y jugaré un poco con la teoría del arte) (para) aclararle al lector que deberá creer con fervor en las letras del artista, no ciegamente, puesto que quien lee no es boludo y posee amplia libertad de discernimiento; lo que se pide por lo tanto es que se penetre la historia, o dicho de un modo mejor, que uno se mimetice con la obra, y purgue finalmente sus propios males. Al fin y al cabo es el lector quien da vida a la obra. El artista virtuoso solo debe hacer que lo ficticio sea verosímil. Que lo irreal, parezca real. No sé qué genio griego dijo no textualmente pero algo así como que cualquiera preferiría una mentira verosímil que una verdad inverosímil. Con humildad dispongo al universo una ficción que tal vez peque de no serlo, puesto que puedo mentirle al lector diciendo que todo lo que escribo es imaginación propia, cuando por el contrario, la historia narrada sea un fiel testimonio recogido de la realidad, de la no ficción. Sucede que aunque pertenezca a esta última categoría, mi visión siempre será parcial y subjetiva, y si me alejo de la verdad, de la no ficción, ya sea por error de captar lo real, ineficacia o negligencia para analizar lo sucedido, o simple visión particular de la verdad, estaría pisando la ficción nuevamente. Un idealista tomando cerveza ya con los pómulos rojos diría no sin reírse ampulosamente que yo mismo fabrico los hechos. Por eso mismo, ya que no soy un artista virtuoso, insinúo a usted, destinatario de arte, sea lector mediocre como yo, o usted lector culto, instruido, crítico legítimo, por no decir ¡Oh señores magníficos! que hacen que una obra sea buena o mala, a todos ustedes dispongo que piensen que mi personaje maldito es bien real, de carne y hueso, que coexiste con nosotros, como uno más; incluso probablemente sea más real que ustedes, porque como dije antes, pertenece a la alta sociedad. Y si llegan a creer realmente en este personaje, tal vez al final del relato sus vidas cambien para siempre.
El personaje por azar se llama Eduardo, (pues justo miré a mi biblioteca y el
primer libro que vi fue Fungía). En nuestro caso siniestro y amargo, Eduardo
vive en la calle Posadas, casi Libertad. Está en la edad que despunta la barba.
Tiene pretensiones de filósofo. Es esa excepción de brillantez que se produce de
vez en cuando en la clase dominante. Toda su vida se le hizo difícil
relacionarse con los demás. En el colegio era la burla. Con cuánta maldad esos
niños se reían de su aspecto bobalicón. Tampoco alguna vez tuvo novia. Ni
un besito tierno en la boca o un simple piquito. Por lo tanto, cuando terminó la
primaria, se concentró en la biblioteca ampulosa de su padre que era político y
que si bien no había leído los grandes tenía el dinero suficiente como para
poseer una biblioteca que decoraba pomposamente y que más de una universidad de
Bolivia envidiaría. En este cuarto creció Eduardo. En los libros refugió su
alma. Comenzó con el mundo literario pero pronto su extraordinaria
capacidad intelectual tuvo necesidad de la filosofía, pues tenía muchas
preguntas que la ficción le había generado. Este adolescente había adquirido
gran conocimiento, mucho más que el hombre medio, el mediocre, porque él leía y
entendía a tipos monumentales como Kant, Hegel, Marx, Nietzsche y así. Y mierda
cómo pensaba de elevado. Un militar podría haberlo acusado, y con justa razón,
por exceso de pensamiento. Y lamentablemente por más que yo sea el escritor soy
muy ignorante, y no sé qué bicho le picó al pendejo y se consideró de un día
para el otro un ser destinado para la revolución. Estoy sobre el bien y el mal,
solía decir mientras alucinaba, y nada podrá forzarme a que no me comporta como
un animal, pues todos somos salvajes e ignorantes. Él generó un duro rechazo a
la gente, como especie, o sea como ser humano, por tantas guerras y pestes y
desigualdades en el mundo, por la contaminación desmedida de nuestra madre
tierra, por la matanza de los animales, por la cruenta deforestación, por la
ambición del hombre que no para ante nada.
¿Pero si somos humanos y somos animales por qué la diferenciación en los
derechos, por qué el hombre tiene soberanía sobre el mundo? ¿Y por qué se nos
juzga si nos comportamos como animales? ¿No son los animales más puros en cuanto
a su autenticidad, no son más fieles cuando aman, menos desinteresados que los
propios humanos? ¿Si atacan, no lo hacen simplemente porque se sienten en
peligro, atacados? Pero el individuo posee la palabra y se cree superior,
incluso se proclama único poseedor del pensamiento. Los animales no piensan
dicen casi todos los istas. Otros más dogmáticos alegan con fe que los animales
no tienen alma.
¿Y saben qué? Eduardo salió con una macabra idea. No la comprendo del todo,
porque va más allá de mi entendimiento. Algo así como que iba a demostrar que
somos animales, cometiendo actos extremos no digno de seres humanos racionales.
Con esto quería demostrar simplemente que él muy racional, igual era un animal.
El mundo despertaría y comprendería la nueva especie que se llamaría simplemente
humana a partir del hallazgo. Con esto omitiría la palabra ser en nuestra
denominación animal, puesto que se burla el principio de contradicción: un ser
no puede ser y a la vez no ser, por lo tanto si es humano, significa de por si
que ya es, y no podría no ser. El descubrimiento de la nueva especie se llamaría
humano. El animal humano.
¿Cuáles son los 3 atentados que nos distinguen de los animales, según los
existencialistas? Primero: no matarás a tu prójimo. No es de civilizado asesinar
a un hombre, pero sí podrás matar (en algunos casos hasta el exterminio) a
cualquier ser viviente extraño a la especie humana. Un político yankee tomará
como extraño a la especie humana a cualquiera que peligre sus intereses
hegemónicos de imperio, en este momento, el ejemplo de su cruenta persecución,
invasión y asesinato en masa, lo podemos ver en lo que les está sucediendo
a nuestros hermanos musulmanes. Segundo principio diferenciador: no comerás
carne humana. Pero los individuos mastican y cagan el mundo. Tercero, no
fornicarás a tu madre. Y un tabú de censura impone el mutismo en este asunto.
Eduardo dice entonces, yo voy a violar a mi madre escuchando sus gritos, luego
la mataré con un cuchillo común de cocina, y finalmente, con el mismo cuchillo,
cortaré y me comeré su vagina. Con esto voy a demostrar que el humano es animal,
pues no hay duda que soy hombre. Incluso tengo en claro que soy un adelantado y
no se me comprenderá y querrán encerrarme pero jamás toleraré semejante
humillación, y tampoco corro como los cobardes. Mi vida habrá servido para
vislumbrar un futuro mejor, evolucionando el ideal natural, lejos de la
hipocresía burguesa de la represión. Así que mataré a mi mismo luego de
aniquilar a mi madre. Junto a ella y mi grandeza muere el ser. Los últimos serán
los primeros. Efectivamente, los últimos humanos serán los primeros.
Si se analizaba particularmente el caso, él pensaba, la razón argumentaría que está mal moralmente matar a alguien. ¿Pero qué tal si esa muerte es un avance científico que conducirá finalmente a la libertad del individuo como miembro natural y pleno de este mundo, haciendo que en el mañana menos engañoso conciliemos nuestras almas animales con los seres vivientes de la tierra y aprendamos a atesorar la naturaleza y respetemos a todos por igual? Es obvio que a un hombre no se lo puede matar porque es un igual. Imaginen si el hombre se considera un animal y respeta el mismo mandamiento de no matar a su igual y comienza a tratarlo como tal, como un igual, como un humano con los mismos derechos. Se respetaría la naturaleza como habitad de nuestros hermanos animales y las futuras generaciones de nuestra especie animal, la humana, sobreviviría mejor, en un habitad natural y descontaminado con una calidad de vida superior. El cosmos sería tal. Por lo tanto, la muerte de mi madre y la mía, beneficiará por la eternidad a la humanidad. Somos el puente hacia el superhombre.
Gracias a su alto nivel social, la familia, compuesta por mamá, papá, e hijo
feo, viajaban frecuentemente por el mundo. Incluso el próximo fin de semana
viajarían a Miami de shopping. ¿Quién quiere ir a yanquilandia? murmuró con odio
mientras miraba el cielo porteño y azul a través de la ventana del living
aguardando la llegada de su madre.
Ese día de primavera nefasto hacía mucha calor. Estaba muy nervioso. Sabía que
convertiría su casa en una carnicería dentro de unos minutos. Las palmas de su
mano estaban mojadas. Rígido su cuerpo. Cuánta angustia, tremenda obligación
llevar a cabo el nacimiento de la nueva concepción humana.
Su vieja era de esas típicas amas de casas desesperadas que están muy buenas y
les meten los cuernos a su marido habitualmente. Nunca podía imaginar que su
hijo raquítico le clavara un cuchillo tramontina en la yugular cuando regresaba
de fornicar con un socio de su padre. Aún en su mente persistía el reciente
encuentro con el pene vigoroso. Ni tampoco imaginaba que a partir de ese
momento, en que el cuchillo salía del cuello junto a un chorro espeso del rojo
más sanguíneo, su hijo siguiera clavándola con una fiereza animal y asesina. La
habitación se llenó de sangre. No pudo violarla con vida como había torpemente
planeado. Un frenesí salvaje se había apoderado de él y en su trance no pudo
contenerse. Murió con los ojos abiertos y no pudo soportar que ella lo mirara
del más allá y le quitó los ojos que salieron fácilmente y rodaron por el piso
dejando una casi imperceptible huella de lágrimas. La madre vestía una pollera
corta lo cual no hizo falta sacar. Solo su bombacha blanca con manchas de
sangre. Ni bien se bajó los pantalones estaba listo, su pequeño pene erguido y
duro peleaba por lograr la penetración, pero no lograba entrar en ese interior
del cual él alguna vez salió. Quizá por la sequedad (solo había unas gotas de
sangre que lubricaban la concha), quizá por su inexperiencia total en el arte
del amor, no lograba la penetración. Así, añadiendo cólera a la cólera, balbuceó
insultos incoherentes y apuñalo varias veces la concha y toda destruida y
abierta quedó lubricada por sangre y pudo finalmente ser penetrada.
Mientras la fornicaba, de su boca malvada colgaba una baba del diablo. Se vio así echado sobre su madre, que yacía con las piernas y boca abierta, sin ojos, toda llena de sangre. Manoseó las tetas mutiladas (la izquierda sin pezón) con fervor hasta que culminó su única descarga sexual. Cuánto placer. Pero inmediatamente sintió, una vez consumido el deseo, asco por su progenitora y acuchilló su rostro sin ojos un par de veces más. Luego, comenzó a cortarle la concha para comérsela. Él se había imaginado que al cortar la cajeta iba a salir harta sangre, pero no, al contrario, al no tener circulación el cuerpo muerto, apenas unas gotas salían a la superficie. No pudo cortar bien la vagina como también se había imaginado, él creía sacarla como una argolla propiamente, y comerla de una pero estaba muy dañada por los cuchillazos previos y tuvo que consumirla en varios bocados. La vagina no tiene gusto a pescado como creyó, sino a cordero y se dio cuenta en ese instante que muchas cosas no estaban saliendo como él creía que iban a salir. ¿La finalidad de esta acción, surtirá el efecto deseado? Ya daba igual. Siempre con el mismo cuchillo, cortó las venas de ambos brazos sintiendo mucho dolor y luego enterró el cuchillo en su garganta y lo dejó enterrado y se acostó sobre su madre de modo que entre ambos cuerpos echados formaban una cruz, simbolizando la muerte del ser humano, siendo él mismo, el Mesías. Así esperó la muerte con extremo sufrimiento, emanando litros de sangre. Sus últimas palabras al aire con escupitajos rojos fueron: Qué horror dirá el mediocre, es que ignora lo que es el arte.
Fin
Gabriel Soto Sautú