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Cuzco

en Parodias

Cuzco

Llegué a Puno poco después del mediodía. Ganaba una hora con la diferencia horaria respecto a Bolivia.

En la terminal tenía dos opciones. Podía tomarme un ómnibus que salía en media hora, y llegaba cerca de la medianoche a la desconocida y peligrosa Cuzco, o podía esperar hasta las ocho de la noche, que salía otro ómnibus y llegaba allí a la mañana, ya de día y mucho más seguro para aquel turista mochilero que anda con bienes materiales encima. Pero esto implicaba largas y tediosas horas de hacer huevo hasta la noche en una terminal aburrida y quieta, y mi frénesi aventurero me obligaba a estar en perpetuo movimiento. Qué mierda, llegaré hoy a la capital incaica y allí saldré a tomar unas cervezas.

No hacía mucho frío aunque lloviznaba tenuamente. El taxi me dejó en la plaza de armas. Es agradable el simple estar en tal lugar, por la presencia histórica que se percibe. Allí había florecido una raza indígena que había avanzado en tal grado su civilización que había adoptado movimientos imperialistas, y como estos movimientos son imposible sin la violencia, se convirtieron en feroces guerreros motivados por la valentía y el coraje en la lucha cuerpo a cuerpo, si es que estas cualidades se puedan considerar por separado. Pero un día llegó alguien que pertenecía a otro movimiento imperialista muy lejano, un movimiento mucho más ambicioso y cruel y sangriento y codicioso, y se trajo consigo un arma letal y desencadenante para la historia: la pólvora. Caían a millares los indíos ignorantes de tales potencia.

Pero la pólvora sóla no fue la única encargada de asesinar. Enfermedades inmunes a los europeos, pero mortales a los salvajes, como la viruela y no sé qué otras enfermades así, de mierda, que matan, lograron diezmar a los valientes. Con esto, la victoria estaba asegurada. Pero no la explotación de las riquezas. Allí surgen historias sangrientas de esclavización, engaños y traiciones, de sometimientos que lastiman la compasión, y que por respeto no pueden ser resumidas en unas simples lineas, sino que para hacer justicia a eso que podemos llamar verdad, deberíamos escribir tomos enciclpédicos al respecto. Y ahora, en este mismo momento, la historia de choque de dos culturas, deja una realidad ambigua, mezclada. Pero es como la mierda, puede ser diferente, pero tiene el mismo olor.

A pesar que aún no era la medianoche en el hotel todos dormían. Luego de esperar unos minutos un tipo me muestra una habitación compartida, en la que no había nadie en ninguna de las tres camas de una plaza. Genial amigo, me quedo.

Me pegué un baño rápido y salí a explorar la noche cuzqueña. Fui a un pub donde tocaba una banda muy buena música folclórica fusionada vaya a saber uno con qué otros estilos ya fusionados. Lamentablemente tocaron dos temas solamente. Había llegado justo para el final. Me tomé otra cerveza y con la soledad y mis pensamientos me fui acompañado, como de costumbre. Fui después a otro bar. Allí tocaban una música de mierda, onda punk con pop comercial y mezclado muy mal, como sin gana, como carente de la pasión del arte, movidos por impulso, similar a los operarios de una fábrica. Encima el cuba libre tenía mucha coca, y como no tenía intenciones de encarmelarme con ninguna de las presentes, además eran los rubios gringos los que conquistaban por tradición a los incas, me fui a dormir.

Pero antes de llegar al hotel, justo en la esquina, había un boliche muy ruidoso. Decidí entrar en él. Pedí un cuba libre. Amigo, con mucho ron.

Había al lado mío, en la barra, dos chicas muy guapas. Ambas muy sexys y cachondas. Una con un micrófono y la otra con una filmadora y reflector. Esta era robusta en pechos, y su cara profesional transmitía sexo salvaje puro. La otra, la del micrófono, menudita, de pechos erectos, caballera negra y lacia que le llegaba casi a la cintura, hablaba y comentaba, aparentemente sobre el lugar. Lo que más me fascinaba era su porte aristocrático. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida.

Me quería casar. Simuladamente me acerqué lo suficiente hasta que llegué a oír lo que decía en un acento bien gallego... la noche cuzqueña se encuentra caliente, aquí en Pirómanos la fiesta arde, todo el mundo la está pasando bien, se divierten, se toman todo, la pasan genial, aquí al lado tenemos a un cuero, preguntémole a él cómo la está pasando. Ahí nomás la tetona me enfoca con la cámara y la hermosa mujer me pregunta, cómo la estas pasando, lindo?. Bien, genial, el lugar es maravilloso, las mujeres son divinas, tu eres la más linda de la noche, la más linda de la noche en cualquier lugar y en cualquier tiempo.

Luego de la entrevista superficial, le invito un trago. Era de Barcelona y estaba realizando un trabajo sobre la noche cuzqueña para el famoso canal yankee E entetainment. Se me ocurrió que con el pelo mojado se vería muy salvaje y bella. Andá al baño, y mojate bien el pelo. Pero qué es lo que quieres, me responde. Andá al baño, y hazlo. Para mi sorpresa accedió. Cuando volvió, todo el pelo estaba empapado, pegado a sus mejillas. Le di un beso y ella aceptó. Nuestras lenguas se entrecruzaron placenteramente. Era muy fogosa, apoyaba sus entrepiernas en mi bulto y movía sus caderas sensualmente, sintiendo mi sexo en el suyo. Has terminado de trabajar, acómpañame al hotel. Es que no puedo dejar a mi amiga sola. Anda vamos.

Cuando llegamos, ni bien atravesé la puerta, empezó a besarme muy apasionadamente. Comenzamos a desverstirnos. Su cuerpo era muy ondulado, peligroso. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Era perfecta. Quedó casi desnuda, solo sus tacos altos y tanga vestía. Sus senos pequeños me apuntaban y parecían listos a dispararme. Fueron objeto de mis besos y chupadas. Era muy caliente. Todo el tiempo gemía. Su fogocidad se sentía calcinante, realmente su piel estaba ardiendo y toda su sensualidad me derretía.

Mientras me entretenía con sus senos, dulcemente acariciaba su mojadita vulva. No aguantó mucho, y bajó a mi obelisco que estaba erecto y desafiante, duro como un adoquín, y se lo empezó a comer con amor, con delicadeza, podría decirse, que hasta con suma pasión. Su lengua subía y bajaba serpenteante. Jugaba y me llevaba a zonas placenteras dionisíacas. Después me tiró el cuero todo hacia atrás y empezó a lamerme debajo de la cabeza; al principio me producía cosquillas y mucho no me agradaba, era la calentura atroz que por inercia me hacía gozar, pero luego, gradualmente, el placer fue aumentando de tal manera, que hacía que me retorciera del placer. Además era doble este, no solo me la estaban chupando de maravilla, sino que quien lo realizaba, por su hermosura, hacía que el placer fuera aún mayor: un verdadero éxtasis. Sin que deje de chupar, se invirtió y puso su conchita mojada en mi cara. Su olor a mujer me invadió de erotismo y metí media lengua dentro de su vagina para degustarla.

Mi lengua se vio envuelta de una baba caliente y pegajosa, simultáneamente le acariciaba el agujero del ano. Que rica que era. De a poco fui aumentando el ritmo de los lenguetazos, tanto en su orificio vaginal, anal, como en la clítoris. Resultó que era muy sensible en esta parte, y con solo rozarle la clítoris con la punta de mi lengua, para que se retorciera de placer. Por la cantidad de flujo, y por cómo apretaba mi cara con sus piernas, y por sus gemidos apagados por mi pija en su boca, noté que había acabado y obtenido un rotundo orgasmo. Ahora era mi turno de acabar. Puse mi preservativo y la penetré en la posición más natural en el sexo occidental: hombre arriba bombeando, mujer abajo con las piernas abiertas recibiendo. Comenzamos ya por la calentura con un ritmo acelerado y fuerte. Comenzamos a movernos rítmicamente muy parejos y ella comenzaba a gemir cada vez más. Por momento aflojaba el ritmo para alargar el placer.

A veces el bombeo se hacía semicircular, luego para los costados, y jugando asi, logré que ella acabara por segunda vez. Yo controlaba mi eyaculación,la retenía. Era la mujer más bella con quien había estado y no quería apurar nada y dejar nada por hacer. Date vuelta cariño, que por la puerta de atrás no ingresé. Gritó y creo que se le piantó un lagrimón cuando la penetré a secas y de un solo pijazo. La tomaba de la cintura y le daba bomba y ella se quejaba y asumía su rol pasiva, pero luego fue ella quién comenzó a moverse frenéticamente. Asi estuvimos una media hora, creo yo, tal vez más, tal vez menos, hasta que acabé como nunca antes y llené todo el maldito preservativo de esperma. Caí tumbado sobre ella, y nos reíamos a carcajadas por haber experimentado el éxtasis. Oye, me pregunta, cómo te llamas. Erasmo, y tu. Qué importa.