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Esa era su noche

en Orgías

Esa era su noche. Sábado por medio sus padres las dejaban salir a bailar. Ambas eran menores de edad; una tenía 18 y la otra recién acababa de cumplir 16.

El camino desde su casa hasta el pub, donde se juntaba toda la barra, era oscuro y tétrico, asustaba el paso popular que se dirigía por la Av. de Mayo, que quedaba solo a unas tres cuadras. Pero ellas, tal vez por un instinto salvaje de rebeldía al paso corriente de todos, o solo por exponerse a un riesgo osado donde la aventura saborea el paso triunfal sobre el peligro con gusto y satisfacción, o, o... no sé, como simple mortal que soy, y, a pesar de que ocupo el privilegiado lugar de redactor, no puedo introducirme dentro del alma de cada personaje y descifrar el enigmático código de los sentimientos, simplemente me contento con detallar los eventos; y una que otra vez, cuando la obviedad lastima mi vista, doy una muy modesta opinión, como ahora, que opino que estas mujeres, cruzaban esa fúnebres 4 cuadras, por puro accionar de sus músculos físicos y ni se daban cuenta del peligro eminente que corrían. O no.

Sucedió que se encontraba Erasmo de regreso en el barrio; era un joven, digamos, algo excéntrico y fascinante, cautivaba la muchedumbre con sus charlas profundas, relatando sus anécdotas de los innumerables orfanatos y reformatorios en los que había estado, y cómo había aprovechado fortuitamente las bibliotecas que los padres de la comunidad que con los impuestos habían pagado, y de muchas otras historias que sólo inventaba para no sentirse abandonado, dado que realmente no tenía más que a sus discípulos errabundos como familia.

Los sábados por la noche eran las peores veladas para él. Sus fieles, esa mágica noche donde muchos amores se consumen, no podían visitar a su maestro por razones obvias y el pobre Erasmo que no tenía dinero para entrar a los lugares que sus alumnos iban, se quedaba solo, mirando la nada, por que allí encontraba, a veces, algo. Pero esa noche encontró mucho; dos muchachas, que sumando sus edades no superaban la suya, venían caminando por ese camino que pocos utilizaban. Rápidamente, sin dar respiro al arrepentimiento, desgarró de su timidez valentía, y con una voz que no era suya, sino prestada de un personaje confidente en amores, dijo -Mujeres jóvenes, aguarden que una sinceridad he de compartir con ustedes- creo que he dicho que era muy hábil con la lengua, prosiguió - el destino que todo lo sabe me ha dicho que debía preparar una bebida alcohólica cualquiera, vengan, que sus oídos han de ser la puerta de entrada a mis mensajes penetrantes, revolucionarios de sentimientos de amor.

Las chicas al mirarlo, y al ver que se trataba de un hombre relativamente joven, bastante apuesto, dieron unas risas vergonzosas y mirando de soslayo emprendieron la marcha hacia Erasmo. Entraron en su departamento sin decir demasiado, solo contestando con lo preciso las triviales preguntas de Erasmo, que no eran otras que las típicas preguntas que realizan los seres para entrar en confianza: cómo se llaman? cuantos años tienen? etc. etc. etc. etc. Porque cuando hay que socializar, los grandes chamulladores saben dejar su grandeza para la culminación de la escena, reservando energía y creatividad para dar el último detalle a la obra monumental.

La frutilla en la copa de helado. En fin, las chicas rápidamente entraron en trance con las dulces palabras de nuestro personaje, y a medida que las palabras de Erasmo se ponían más intensas, fuertes, cargadas de pasión, las muy poco usadas vaginas de las crecidas niñas comenzaron a humedecerse, hasta que llegó el momento en que una frenesí sin precedentes atacó a la hermana menor. Esta, sin vacilar en el pudor, quitó con furia y desesperación su ropa y se tiró sobre él, y como él no era ningún lerdo, enseguida sus cuerpos se entrelazaron hasta que de ambos, se hizo uno. La mayor, que conservó su integridad moral, se limitó a mirar, sin embargo lo que veía le gustaba, y cómo le gustaba.

Su excitación se oía, gemía al compás del placer de los protagonistas. Sus ojos estaban dentro del calcinante sexo, y su cuerpo saboreaba deseos de goce. Sin poder evitarlo, la humedad de su bombacha se había expandido hasta su recto, y paulatinamente chorros de apetito se vertían imperceptiblemente, hasta que una sutil y casi graciosa catarata de flujo vaginal se formó desde su asiento hasta el piso. Erasmo seguía embistiendo salvajemente a la hermana menor que cabalgaba en un estado ignorado hasta el momento; el éxtasis.

Cuando ella hubo de alcanzarlo, él, que era un experto en el arte de amar, sacó su glande del aparato femenino y lo colocó sobre la cara de la menor. -Pajéame, y preparate a saborear litros de leche viril- Haciendo caso más por instinto que por las órdenes austeras, ya que las palabras ofuscadas por la lujuria apenas se entendieron, la pequeña empezó su manoseo hasta que la explosión bañó todo su cuerpo. Para esto, mi querido lector, la hermana mayor, había mojado increíblemente todo el piso con su savia natural. Erasmo, dio cuenta de este detalle y se le acercó, y apoyó su pene, que aún estaba duro, en su boca. Inocentemente, ella apretó los labios, pero sin poder resistir su instinto abrió su boca y dejó introducir la carne. Podría seguir relatando, pero mis fuerzas me están abandonando, y tengo al lado mío una mujer y esto de escribir me ha despertado el apetito lascivo de la carne. Resumiré: la hermana mayor, al ya haber transgredido la barrera de la decencia y al verse inundada en sensaciones de exigencia carnal, se unió de cuerpo entero conformando una pequeña orgía, tal fue la calentura que llegó a tener, que no reconoció las barreras sanguíneas y entró en un ardiente combate imparable con su hermana; no dejaron una parte del cuerpo sin bendecir con sus lengua y saliva bucal.

Fin... qué tal? Vaya historia digna de contar en una fiesta navideña...

Gabriel Soto Sautú

donatien_ss@hotmail.com