miprimita.com

Fedra, o canto a la tecnología

en Sexo Virtual

Fedra, o el canto de la tecnología.

La cerveza le agradaba. Lo templaba. Lo situaba en los cauces de la normalidad. Le permitía un equilibrio armónico entre lo calmo y lo violento, la cordura y la locura, la existencia y la muerte del propio ser, de la propia realidad, algo insospechable y poco lógico para la gente común, pero harto evidente para el que ha sufrido las desgracias de la vida y ha gemido repugnantemente a semejante podredumbre.

Con esta era su tercer cerveza y ella se estaba retrasando media hora en llegar. Ya no vendrá, pensó, y miró por vigésima vez a la elegante rubia que estaba sentada en la mesa de enfrente, conversando distinguidamente con sonrisa cautivante que vendía su cuerpo al hombre canoso, de mirada soberbia, mucho mayor que ella, pero con una billetera muy gorda, seguramente de cuero de cocodrilo o iguana. Este seguramente tendría un auto lujuso, grande y costoso, un departamento ubicado en la más tasada zona de Buenos Aires, y una casa en el campo, que atendería los fines de semana, y además, será socio del club de Golf que Carlos Menem es dueño.

En fin, tiene los medios económicos para comprarse semejante mujer. Ella tenía pelo amarillo, radiante como el sol, su tez era blanca, pura, inmaculada, perteneciente a la más divina fragancia de la naturaleza, pero en su rostro angelical, su boca contrastaba peligrosamente, era un arma, un veneno mortífero, era la frescura de la sombra en un húmedo otoño porteño, y extrañamente pacífica, como el rocío de arroyo de campo, y a la vez la tentación, la misma perdición satánica. Las palabras que esa mujer pronunciaba él no podía llegar a oírlas, se conformaba con deleitarse con los dibujos que su boca pintaba, con sus gestos que enamoraban, seducían y excitaban. pero pronto dejó de importarle, esa mujer pertenecía a otra clase, a otro nivel sociocultural, y él sabia bien que nunca la poseería.

Prendió un Lucky y se convenció de que ella no vendría, se habrá arrepentido se dijo, habrá preferido no alterar su equilibrio mental conociéndome. Él ya no se preocupaba por su equilibrio psíquico, por su cordura, hacía tiempo que la había perdido, y todas sus anteriores mujeres afirmaron con el tiempo que nunca la había tenido. Cuando terminó el pucho, pidió otra cerveza. La última se dijo, si no viene, me voy.

Ella había dicho que se vestiría de negro, como para ir a un funeral. Él iría con una gorra negra y una campera verde y había cumplido, había llegado con media hora de adelanto, se había puesto ese ridículo gorro negro para que ella lo distinguiera, y ella no llegaba. Esto de las citas a ciegas nunca le había interesado, pero se sentía solo, errante entre las multitudes masivas, y ella en el chat sonaba tan especial, que no pudo evitar venir al bar y aguardar pacientemente su llegada. Cuando terminó la cerveza, para estirar el tiempo, prendió un Lucky y se dijo que cuando lo terminara, si ella no había llegado, esta vez sí se marcharía, con la cabeza gacha, con el ánimo derrotado, con una borrachera triste, pero se iría.

En sus meditaciones pesimistas, escuchó una voz dulce, alegre, jovial, que pronunció su nombre: Erasmo. Él levantó la cabeza y miró a la chica que lo nombraba, era ella, Fedra: una morocha atrayente, serena, de pelo curvo hermoso, de labios finos desenfrenados, de curvas peligrosas e infartantes. Ella lo miraba y sonreía, esperando una reacción suya, él, nervioso y tímido se levantó y le dio un beso en la mejilla. Sentáte. Ella hizo caso y le preguntó si hacia rato que la estaba esperando. -No, hace un ratito- mintió. A Fedra le agradó Erasmo, le gustó su aspecto varonil, su rostro sufrido, interesante, desde alguna manera no comprensible, él se le presentaba bello.

La charla era grata, Erasmo estaba completamente desinhibido por la cerveza y su gracia y elocuencia le gustaba a Fedra, y a esta pronto también le hizo efecto el alcohol y los dos en ese instante advenedizo del tiempo en que todo brilla, se entendían de maravilla. Pronto ambos tuvieron que ir a descargar al baño de tanto alcohol consumido. Habían transcurrido ya unas tres horas. La rubia y el viejo canoso se habían marchado hace rato. Fedra estaba feliz y pegaba su pierna a la de Pedro. Las miradas se unían y transmitían sensaciones no traducibles a la lingüística, sensaciones que solo el instinto es capaz de entender. Pedro sacó de su bolsillo un chicle de menta, y cuando creó que era el momento más oportuno, besó en la boca a Fedra en una unión larga, ardiente y pasional.

Continuará