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La máquina de escribir

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La máquina de escribir

Vivía en un barrio pobre atestado de marginales, alejado de la capital argentina, en un barrio de la ciudad de Pilar. La calle de su casa era de tierra y cuando llovía, se convertía en un intransitable sendero de barro espeso. Él, como no tenía auto, debía atravesar ese fango chocolatoso caminando, poniendo suma atención en cada paso que daba; esto, ocasionaba siempre, una cobertura completa de barro sobre sus únicos zapatos, pero lo que más le molestaba, era que ambos zapatos tenían la suela algo despegada y por ahí entraba gran cantidad de agua y barro. Cuando llegaba al asfalto, que quedaba a unas cuatro cuadras, debía sacarse los zapatos, meter sus dedos dentro y quitar el barro juntado; esto acarreaba la desdicha de caminar luego hasta cualquier bar para lavarse las manos embarradas, acción seguida de limpiarse los zapatos con papel higiénico.

Él estaba sumido en la desgracia como la gran mayoría de la población. Tenía un vida que detestaba, desagradable y muy contraria a sus aspiraciones, a esas aspiraciones que sucumbieron junto a los tantos sueños que el tiempo garbosamente se encargó de destruir.

La rutina transformadora de la nada, lo había encarcelado al sistema. El sistema, lo había atado a la sociedad, y esta, lo había hecho un colosal perdedor. Perdido en la oscura fosa de la mediocridad, él pensaba que alumbraba un minúsculo fulgor de superación, una casi extinguida luz que centellaba dádivas de esperanza de que él podía llegar a ser alguien. Sólo debía encontrar ese talento no descubierto y así, destacar su potencial que dormía pesadamente como un lirón.

Pero un día, perdió la esperanza de triunfar y se dedicó incansablemente a fumar (una substancia proveniente de los países limítrofes del norte, donde el clima cálido hospeda sin segregación las plantas que contienen la savia de la tranquilidad) ó, comenzó a fumar y perdió la esperanza de triunfar, lo concreto, es que con ella (la substancia), de alguna particular manera, soñaba con tanta impetuosidad, que llegaba a mezclar lo irreal con la realidad y a no discriminar lo quimérico. Lo complejo resultaba trivial, y lo simple se convertía en propósitos existenciales de la vida. La gloria residía en despreocuparse de la realidad social, y crear una realidad que se acomode a voluntad del ánimo, liberándose, de cierta manera, de dogmas y normas sociales. Esto, hacía que entrara en sí mismo, para verificar la templanza de los sentimientos más puros.

Luego de tanto vagar, consiguió trabajo como cadete en una ferretería. Su patrón, era un egipcio rezongón, tenía una fuerte debilidad por las mujeres colegiales, y en más de una oportunidad, le entregaba a Pedrito, una doncella en su uniforme escolar.

Para esta época, nuestro héroe fumaba solo de noche, cuando volvía de trabajar. Y en mi humilde opinión de tímido redactor, la substancia obnubilada le ocasionaba una mayor graduación de alucinación ahora, que tenía intervalos de lucidez de 20 horas, que antes, dónde nunca entraba en ese estado sobrio, característicos de la normalidad popular. (Normalidad Popular?). Carlitos, aburrido, para no hablar más en silencio con la soledad, se compró una máquina de escribir eléctrica con su primer sueldo de asalariado. La primer noche que la estrenó, escribió un poema. Un poema que golpeó su vida para siempre, tal vez para nunca. Acaso no es todo lo mismo, total o parcialmente las letras penetran profundamente nuestras almas, y se tornan en ágiles guerreros de la certeza. He aquí el poema:

Descastado

La noche está apagada,

sin sueños que alumbren

el pérfido horizonte de la

risa,

solo

la ingrata sensación de

perecer

en el triste

infortunio de sobrevivir

llorando.

La maldición de

crecer, de reír,

Jajajajaja.

Sufro de agonía,

de pasión inconmensurable.

Soy fuego de mil primaveras

y relámpago de mi propia

tormenta.

Tempestad.

Añoranza.

Ay, cruel espíritu,

cruel, cruel, cruel.

Siento la necesidad de partir

a otra esfera más

serena,

donde el vigor no esté,

y la nada me haga

su miembro.

 

Palpito una desconocida

urgencia

de expirar,

de evadir la mediocridad,

y

el conformismo de los fracasados.

A evadir el gris,

más intenso es el negro,

está definido, uno sabe que

representa.

La podredumbre

general

con sus costumbres

y su olor,

me sofocaron.

No quiero soportar

más esta continuidad.

La interrumpiré

Lo haré?

Cómo?

El cobarde juntará

valentía.

Paradójico!

Mi pena es haber sido el

reflejo

de los otros.

Todo ya es necio, cotidiano,

no existen más los incentivos

puros (Si es

que alguna vez existieron).

Aliento mi

osadía

para

la fatalidad.

Mi fatalidad!

Odiar

es dulce pecar;

amar,

es tentar

la muerte..

Fin

 

 

Gabriel Soto Sautú

 

. La nombrada percepción singular de la fantasía, se la regalaba, según sus propias palabras, el dulce néctar de la mariguana. Esa adicción, que no es más que una aferración puramente psicológica subjetiva,

Un día sin darse cuenta algo notorio le pasó. Caminaba considerablemente relajado por una avenida porteña, muy penetrado en sus efímeros pensamientos. Un sol de fuego calentaba su paso por el cemento duro y gris. La gente no lo notaba. Él, al igual que todos, no era nadie, no existía más que para su madre y ésta estaba escuchando el preludio del fin. Pasó delante de una vieja casona, esas donde muchas familias viven en pequeñas habitaciones y los hermanitos pueden ver como los padres tienen relaciones carnales, y una nena morochita, que no pasaba de los diez años se le acercó y le ofreció unas rosas. Pedro, que no tenía a quién regalarle las flores, las rechazó con indiferencia. Poco sabía que esa niña guardaba su salvación.

Como todo imbécil que no ve su desmedida imbecilidad, Pedrito no alcanzaba a ver, ni a distinguir su común mediocridad, porque, así como la gran mayoría de la población, está hundida en la pobreza, la gran mayoría está incrustada hondamente en la mediocridad, obviamente todas esa inmensa cantidad de personas, igual que Pedrito y los imbéciles (sino estamos hablando de lo mismo), no llegan a apreciarlo

Lo único rescatable de su persona, era su particular visión de los sueños, los inconscientes, y aquellos que manejamos a voluntad.