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Qué rigurosidad verdaderamente asombrosa el sol en el caribe

Qué rigurosidad verdaderamente asombrosa el sol en el caribe, sumamente puntual, inalterable su recorrido en tiempo y espacio por esa carpa gigantesca celeste que los presos llaman cielo. Tanto es así, que los lugareños no necesitan reloj, les basta ubicar al sol y saber qué hora es. Solo las nubes caprichosas pueden desorientar. De noche, los indicadores son las estrellas, y la luna a veces incluso encandila. La temperatura placentera y cálida, solo al mediodía el sol puede pegar sin piedad imponiéndose todopoderoso.

Otras veces el rugido del viento hace temblar y volar estructuras y agitar al mar como una masa gelatinosa furiosa e incontrolable, intensamente rabiosa, cargada de ira. Sin embargo el mal tiempo no es frecuente, y de todas formas, a la larga el ser humano como cualquier otro animal se acostumbra, y la magia de la gente del lugar felizmente sociable hace que todo sea más fácil, y el encanto natural, el espléndido mar caribe colombiano, puro y abierto, intensamente azul, con playas de arena blanca y palmeras con cocos, rotunda el amor a este paraíso terrenal y uno no quiere irse nunca más. La noche rumbera, populosamente amistosa, de abundante tragos y baretos de paz y besos fugaces de negras ágiles de alegre baile y silueta delgada y sensual, también impedía que me fuera.. Pero lo que verdaderamente me llegó a retener inmóvil aquellos tiempos en Santa Marta, fue ella.

El neófito lector de esta literatura mala, tal vez se estará preguntando quién soy. Mi nombre que nada dice ni debería decir, solo identifica, es Erasmo. Soy un individuo relativamente joven en edad. Un cuarto de siglo no es mucho, aunque esto nada dice tampoco, ya que el tiempo, como la vida misma es indescifrable. Ridículo medir la experiencia de un hombre con algo tan abstracto como una línea temporal. Puedo tener en algunos temas más estilo que un viejo, y ser a la vez, un extraviado niño por este confuso mundo. Mi vida, supongo, en comparación con la vida de cualquier persona común, es bastante desordenada e irregular. Deambulo por placer y conocimiento de vida y el viaje es por el mundo subdesarrollado. Subsisto con mi arte, y mi mayor consumo es la vida con casi total libertad. Y aquí, en este mágico país de altos contrastes hace ya un año que estoy, y tres meses en Santa Marta. A ella la conocí una noche de pascua. Hacía solo unos días que estaba en el caribe sur. Nunca antes había estado.

El turismo estaba a full. La playa que hasta ayer pacífica sin gente, ahora atestada de ociosos, en su mayoría colombianos de las grandes ciudades -Bogotá, Medellín, Calí, etc- escapándose de la rutina y el agobio, con ganas de gastar dinero y pasarla bien y disfrutar. Para ganarme la vida, en ese entonces, solía sentarme en un camino de asfalto que atravesaba la arena de punta a punta de la playa. En el paso popular tocaba cualquier cosa, generalmente música del lugar. Mi guitarra es una Ibáñez, roja, modelo Joe Satriani, muy linda, mi verdadero tesoro.

Tengo un equipo de 25 W, lo suficientemente potente y liviano como para transportar, y cantidad de pistas de todos los estilos para tocar encima. Siempre que se detenía algún grupo de turistas, les preguntaba qué querían escuchar. Esto de alguna manera los obligaba luego a dejarme una propina si o si ya que estaba realizándoles un encargue musical expreso. Está táctica nunca fallaba. Esa noche cuando la conocí había terminado de tocar un tema llamado Adiós Nonino, del maestro, uno de los más grandes compositores de todos los tiempo, Astor Piazzolla.

El grupo de argentinos, por el tangazo tristemente desgarrador de alma y nostalgia, ablandó corazón y bolsillo y ostentosamente me tendieron una muy buena propina, lo suficiente como para no tocar más por esa noche e intentar conocer a esa hermosa mujer que se detuvo a escuchar la música e intercambiaba mirada de seducción. Al irse mis compatriotas, hijos de la burguesía, se acercó. Su simple andar transmitía una alegre existencia y naturalidad, un encanto innato, mágico por la transparencia involuntaria. Hola, me ha gustado mucho la música. Tu no eres de aquí, verdad? Me llamo Andrea. Estaba bronceada por el trópico. El pelo también quemado, salvajemente libre, se veía más claro que su tez, cosa que me atraía mucho. Sus ojos negros, penetrantes y majestuosos, únicos, chispeaban felicidad y vida. Mujer muy hermosa. Su boca más apetecible que todos los postres del mundo y los labios, ricos, delicados y carnosos, conjuntamente unísonos despertaban en mi unas locas ganas de besar. Y cuando reía o a veces pronunciaba algunas palabras podía vérsele una lengua rosada atrevida en placer.

Era delicada en fragilidad y sensualidad, y sus pechos, manzanitas del edén, desafiantes al placer y el pecado, igual que su hermoso culo. Pero lo que realmente me llegó a cautivar, luego sin dudas, aunque es difícil de creer y puede sonar inverosímil, fue su gran presencia, su lado interior. Me llamo Erasmo, y si soy de aquí, amiga, porque soy del mundo, le respondí sonriendo, no tengo límites ni fronteras, soy libre como el viento , y amplio como este mismo mar. Se río de una manera que nunca olvidaré, y sus ojos brillaron tanto que por primera vez en mi vida lo comprendí todo y me enamoré al instante. Me pidió que le permitiera colocarme un collar artesanal hecho con muchas ideas y esfuerzo, fruto de su trabajo y que así como yo sobrevivía con mi arte, ella vivía de la artesanía. Luego fuimos a fumar un muy buen pasto que proveyó ella, a un lugar donde estábamos a solo cuarenta metros de unos soldados y policías armados hasta los dientes, con más pinta de malevos que los propios malevos. Era el único lugar de toda la playa que se podía fumar por la escasez de gente, y la naturalidad con que tomaba el riesgo me provocaba real simpatía y cierta admiración. Su charla era espontánea y ágil como el humo de la mariguana que se esfumaba en la atmósfera húmeda y salada de la noche.

Contagiaba frescura y vida pues su ser rebosaba de simpatía y emociones. Mujer sublimemente preciosa me alegraba como una dulce melodía. Despertaba muchos sentimientos leales en mi, entre ellos la lujuria, y como soy auténtico igual que ella, le expliqué que amaba su persona, lo interesante que me resultaba, que luego de conocerla qué difícil me resultaría encontrar otra persona que me gustara como ella, y que a la vez amaba su cuerpo, su carne, que intensamente la deseaba.

Así terminamos en mi hotel.

Fin. (Por si no se nota).