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Cafre

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Acabo de robar una campera de cuero. Siempre deseé tener una campera así. Ella es negra y brillante, su olor crudo me excita, su opacidad me hace sentir fuerte. El sonso que era el legítimo dueño se encontraba sufriendo una borrachera atroz y el robo fue bastante fácil. Ahora soy rudo, con esta campera me respetarán más. La suerte de mi hazaña me proporciona 5 pesos hallados en uno de los bolsillos de la campera. Bien, me voy al bar a tomar un trago, mis otras sustancias se me han acabado y a estas tardes horas de la noche se me hará imposible comprarlas.

Entro al único bar que se encuentra abierto. Es un bar coqueto y elegante. Nunca entré a él, nunca me hizo falta. Pero ahora es distinto, ahora tengo una flamante campera ajena sobre mi lomo. Los pocos imbéciles que hay me miran asustados. Un gordo bufón, me observa detenidamente, sus ojos escondidos detrás de unos lentes irónicos persiguen mi vista. Me siento y todos aún me miran con desconfianza, empiezo a imaginarme que ellos piensan que les voy a asaltar. En realidad no estaría mal. Pido al mozo un vaso de ginebra y me lo tomo en dos sorbos. El indómito sabor me golpea férreamente, me transforma, produce una metamorfosis en mi, ahora soy yo. Contemplo mi vida, necesito estimulación, mañana debo conseguir mis ilegales néctares. También contemplo al gordo panzón mirándome de manera extraña, qué le sucede? Qué mirás? Le digo mirándolo con una mirada hostigadora, y el cobarde agacha la cabeza simulando no participar en mi pregunta. Me levanto y me dirijo hacia él. Sin decirle nada le lanzo un violento golpe que lo hace aterrizar cerca de la entrada. Un silencio turbado se apodera del momento. Nadie se atreve a decirme nada. Será por la campera?

Salgo del bar y a los veinte metros escucho unos infantiles insultos cobardes de algunos de los ricachones imbéciles, semejantes a los que dice un niño en preescolar. Decido ir a la plaza Miserere a ver el nacimiento del nuevo día. La caminata es lenta e inacabable. Mis fuerzas se agotan, pero sigo la constante marcha. Al llegar percibo la soledad que habitualmente me acompaña, esta vez viene escoltada de la eterna tristeza. Me siento en mi habitual banco y siento una mano en mi hombre izquierdo. Me doy vuelta preparado a luchar contra quien sea y veo al gordo que había abofeteado en el bar.

"No quiero pelear, perdoname. Es que quiero aclarar lo que pasó en el bar. En ningún momento quise incomodarte. Yo sé cómo podemos resolver este lío.

El gordo homosexual me queda mirando, esperando que le pregunte cómo. Al oír solo mi silencio, me dice:

-Tengo diez pesos, el equivalente a 3 cervezas. Si dejás que te la bese, te los doy. Qué te parece?

-Sólo me la besás, nada más?

-Lo que vos quieras.

-Bueno, seguime gordo, que conozco un callejón donde nunca nadie pasa".

Emprendemos marcha y siento una palmada en mi sexo, soporto la indecencia con el propósito de apoderarme de todo su dinero. El callejón se encontraba a la vuelta de la plaza. Llegamos rápidos y podía ver en el rostro del gordo libertino todo el deseo de placer que tenía.

"Vení, detrás de este contenedor de basura nadie nos puede ver".

El gordo me pide que saque mi naturaleza. Le replico que él se saque su ropa primero, que tengo una sorpresa para él. Me hace caso. Y cuando se encuentra totalmente desnudo, saco mi pistola, la de verdad. Lo apunto y le digo:

"La joda fue, dame toda la guita ahora" El gordo no espera esta reacción, él todo el tiempo se había creído el romance. Da un brinco hacia atrás y sale corriendo desnudo, con su billetera en la mano, que hábilmente escondió no sé en qué momento sobre el contenedor. Mi furia me desafía y mis fuerzas por perseguirlo me abandonan. Le apunto a la cabeza sin embargo le doy en una pierna. El marica grita de dolor. Sus llantos me enloquecen. Me encolerizan. No lo soportó. Me acerco dejando que sus súplicas me entren por un oído y se evadan por el otro. Lo miro a los ojos y sin mediación racional le pego cuatro tiros en su gracioso rostro. Algo de sangre me salpica la cara. Ruego que el gordo no tenga SIDA. Suavemente le quito la billetera y cuento el dinero. Milagros! Hay $3700.

Miro al cielo y veo el nacimiento de un nuevo día. Siento el nacimiento de mi felicidad. Mi única consternación; que los malditos policías no me atrapen.

Fin

donatien_ss@hotmail.com

Gabriel Soto Sautú