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Sofía lo sabía (2: el pacto para la provocación)

en Amor filial

2: EL PACTO PARA LA PROVOCACIÓN.

Aquel día nos levantamos todos muy pronto; apenas despuntaba la luz exterior de los primeros rayos del alba. En las chiquillas había una especial excitación por saber que hoy comenzaban las vacaciones, en nosotros, preocupación, porque todo saliese bien. Cogimos todos los bultos y nos subimos al automóvil. A Teresa le quedaba una larga jornada de conducción, aunque estaba acostumbrada, pues su trabajo consistía en conducir autobuses urbanos.

Las niñas iban detrás, cuchicheándose sus cosas, en un murmullo constante, Teresa iba pendiente de la carretera, y yo iba adormilado en el asiento delantero. No me enteré que hicimos una parada, hasta que se detuvo el auto, tan sumido en el sueño como estaba. Cuando abrí los ojos sólo oí risas:

— ¡Jo, Papá!, ¡cómo roncabas! –Exclamó Sofía, muerta de risa –.

A mi lado su madre, sonreía obsequiándome con una mirada cómplice, mientras nos bajamos todos. Era un área de servicio. Las niñas habían pedido parar. Ellas se fueron corriendo al baño, mientras Teresa y yo nos fuimos más pausados a la zona del bar, a pedir algo. Dejé a mi esposa en una mesa, y yo me fui también al baño. Bajé las escaleras, y al llegar estaban mis dos hijas esperando, haciendo gestos ostensibles por las ganas que tenían de miccionar.

—Papá, entra con nosotras al baño de los hombres. El de las mujeres está lleno, y no aguantamos –propuso Lorena, con cara de sufrimiento –.

Comprendiendo a las chiquillas, entré en el aseo de los hombres, y las conduje al baño de los minusválidos, por ser éste más amplio y que tuvieran más espacio. Me quise ir, luego, pero ellas me suplicaron que no lo hiciera. No querían que nadie las viera al salir, y si lo hacían conmigo, se sentirían más seguras. Así que me quedé, mientras, primero una y luego la otra, hacían sus necesidades, entre comentarios típicos de su edad, acerca del pubis de ambas. Jamás les importó que yo estuviera delante para hacerse cualquier tipo de comentario íntimo.

—Ahora te toca a ti papá. Espero que no te importe que te veamos, porque no pensamos salir solas –dijo Sofía, muy seria –.

—Supongo que ya no seguirás empalmado –soltó Lorena, haciendo reír a carcajadas a su hermana –.

—No, no lo estoy –confirmé yo, también riéndome –.

Y sin ningún pudor, porque en realidad no había ninguno, desahogué yo también, mientras Sofía, la más ingenua de las dos, decía:

—Mamá tiene que estar contenta con esa herramienta que te gastas.

Lorena reía la ocurrencia de su hermana menor, y yo intenté darle a todo eso el mayor grado de normalidad posible.

—Como si fuera la primera vez que la ves –dije –.

—Así es, la vi muchas veces –contestaba con seguridad –, pero como ayer no –concluyó con total rotundidad –.

Me quedé unos segundos callado, buscando la respuesta más adecuada para las dos, quería que todo fuese lo más provechoso para su aprendizaje.

—Lo que tenéis que hacer –les dije –, es buscaros un novio de vuestra edad con el que podáis desahogar vuestros deseos e inquietudes. Yo os entiendo de verdad, pero no debéis buscar comparación en el pene de vuestro padre –sermoneé –.

Ellas se miraron, mientras yo me abrochaba la bragueta, y antes de salir, aún Sofía dijo:

—No veo por qué no, a mí me gusta

—Y a mí también –apuntó Lorena –. De hecho, lo hemos hablado entre nosotras y…

Ahí se calló la mayor, más precavida que la osadía ingenua de su hermana.

—…Y nos hemos masturbado luego recordándolo –soltó sin embargo Sofía, concluyendo la frase que Lorena había dejado en suspenso –.

—Las fantasías de adolescentes son normales –les dije yo –, y que os excitéis con facilidad también. Vuestras hormonas están ahora hirviendo en vosotras.

—Las tuyas no se quedaban cortas ayer –dijo Lorena riendo, más inhibida después del comentario de su hermana –.

No quise decir más. Primero porque no quería darle mayor importancia a algo que no debía tenerla y después porque sería seguir con algo que lo mejor era dejarlo morir.

Y sin más volvimos con Teresa. Acabamos las consumiciones, y alcanzamos ya sin más paradas nuestro destino. Llegamos al hotel y nos acomodamos. Habíamos reservado dos habitaciones: una para nosotros, y otra para las niñas. Una vez que nos duchamos y nos cambiamos de ropa, nos fuimos a comer, para ir a la playa esa misma tarde, pues a eso habíamos ido de vacaciones, a que las niñas tuvieran sol, playa y mar. La playa estaba justo cruzando la calle, al salir del hotel, así que bajamos en camisetas y trajes de baño. El arenal estaba atestado de gente, pero pudimos encontrar un hueco en donde tumbarnos los cuatro.

Ya echados en nuestras toallas, lo primero que hicieron todas ellas, fue quitarse la parte de arriba del bikini, y quedarse con sus pechos al aire, cosa absolutamente normal, pues todas las mujeres de la playa estaban así. Yo me quedé en mi toalla, y me volví a quedar adormecido.

Una mano sobre mi pecho, me sacó del sopor. Era Lorena.

—Tienes el pecho ardiendo, papá –me dijo –. Te voy a poner un poco de crema.

Y de la bolsa sacó el bote, echó cierta cantidad en su mano y se dispuso a extenderlo por mi tórax.

— ¿Dónde están las otras? –Pregunté yo, mientras su delicada mano extendía la protección solar por mi pecho –.

—Se han ido a bañar –dijo simplemente –, yo estaba con ellas, pero me cansé del agua.

Efectivamente, fijándome más, aún pude ver que su pelo estaba mojado, y que de sus pezones caían pequeñas gotas de agua, que iban a parar a mi pecho, mezclándolas con el cosmético la chiquilla. Sus pechos estaban muy cera de mi cara, y notaba como sus extremidades se habían endurecido, seguramente por el efecto del baño. No dijimos más, Dejé que ella siguiera con la pomada, pero su mano se volvió audaz, se fue hasta mi vientre, buscó mis mulos, rozando varias veces mi entrepierna, que para mi desazón, reaccionó. No entendía cómo me podía excitar con mi propia hija.

—Se te ha despertado otra vez porque he tropezado con ella –me dijo al oído, con sus tetas pegadas a mi brazo –. Me gusta que reaccione por mí.

Por primera vez, desde que tengo recuerdo no supe que decir. Tenía razón, me había empalmado por las caricias de mi hija, y me sentía terriblemente culpable.

—No debes sentirte mal, papá –me intentaba tranquilizar –, a mí me gusta que sea así, y esto sólo es entre nosotras y tú. Sé que te puede parecer incomprensible, sé que puede que no te guste, pero Sofía y yo lo hemos conversado y a nosotras sí nos gusta; y somos mucho más maduras de lo que tú crees. Además, no sólo tú te has calentado.

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