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Una casita de Castilla (8: Siesta y confidencia)

en Amor filial

8: SIESTA Y CONFIDENCIA.

Algo había quedado vano cuando las gemelas se fueron. El nivel de complicidad alcanzado con ellas en tan poco tiempo, hacía notar su ausencia ahora. Íbamos a echar de menos compartir todo lo que estábamos descubriendo con nuestras primas; pero la certeza de hacerlo cuando las viésemos nos calmaba. El lado bueno, era que ahora mi hermana y yo tendríamos más espacio y oportunidades para sentir toda la fruición que deseábamos.

Pero el primer día que dormimos la siesta juntos, no sucedió nada, y no podía ser de otro modo, dada la revelación que Rebeca mi hizo. Después de comer era normal en esas tierras dormir la siesta, sobre todo en esa época del año, en que el calor es insoportable. No nos obligaban a dormir, pero mi madre no nos dejaba exponernos al sol a esas horas. Siempre le decíamos que queríamos dormir la siesta en la bodega, que era el lugar más fresco de toda la casa; y ella no se oponía. Así que dispuestos en la única habitación de dos camas, sólo que ambos en la misma, mi hermana me contó algo que satisfizo todas mis expectativas.

Me explicó que, en una de las tardes de calor abrasador, en la que yo roncaba plácidamente, ellas se fueron al río, con permiso de los mayores, y con la promesa de protegerse en la sombra, donde los árboles se hacen más densos, lejos de todas las casas y miradas; y allí iniciaron un fantástico juego que hubiera sido mi delicia de haber estado con ella.

Tú estabas muy cansado y roncabas, me decía ella; así que las primas y yo nos fuimos al río. Teníamos calor, y queríamos un lugar lo más fresco posible para pasar unas horas. Llegamos a donde los árboles, después de caminar algún rato. Como supusimos, no había nadie, y, a la sombra de uno de ellos, nos dispusimos a descansar. Nos desnudamos las tres. Ellas me envidiaron, por tener los pechos ya tan desarrollados, y yo las consolé diciendo que en un par de años los tendrían como yo, o mayores; igual que su escaso vello púbico que recién les afloraba: no tardando mucho lo iban a aborrecer de lo que les crecería.

— ¿Puedo tocarte las tetas? –Me preguntó inesperadamente Marga –, tengo gran curiosidad.

He de confesar que aquello me cogió por sorpresa, y estuve varios segundos dudando, antes de responder; pero, al final, accedí. Y con la mayor confianza del mundo, mi prima extendió una mano hasta uno de mis pechos y lo acarició. Y lo cierto es que me gustó sentir su mano en mi pecho, y cuando sus dedos se fueron a mis pezones, éstos reaccionaron inmediatamente, poniéndose duros e irguiéndose. Me sorprendió mucho mi propia reacción, pero me sentía estimulada, y en absoluto sentí vergüenza ni repulsión por ser una chica la que me provocase eso.

— ¿Puedo tocar yo también? –Se aventuró Raquel –. Y, por supuesto, también consentí.

Así que tenía las manos de las dos gemelas, una en cada teta, y mis dos pezones ya se habían afilado sintiendo sus dedos jugar con ellos. Ellas lo advirtieron, y lejos de cualquier otra reacción, se excitaron al comprobar como me iba poniendo cachonda.

—Nuestras tetas son mucho más pequeñas –dijo una de ellas –, pero puedes tocarlas también, para que las sientas.

Y espoleada por la excitación que ya me invadía, llevé mis dos manos a cada una de mis primas, acariciando sus pechos y entreteniéndome en sus pezones; lo que ello originó, que, de igual manera, que ellas dos también se calentaran. Y noté sus alfileres puntiagudas, como la hierba recién segada.

—Nos hemos puesto las tres a tono –dije yo, después de estar varios minutos todas acariciándonos los senos, buscando, cierto es, dar un paso más en ese camino que habíamos emprendido –.

Y, adivinando mis intenciones, o porque las de ellas eran las mismas, la reacción de las gemelas fue instantánea.

—Mira cómo se me ha puesto el chochete –dijo, sin ninguna inhibición, Marga, abriéndose los labios y dejándome ver su vulva brillante por el flujo que se empezaba a acumular -.

—Yo también estoy muy mojada –se apresuró a sumarse Raquel, e, imitando a su hermana, también dejó su vulva expuesta, con el mismo grado de humedad –.

Nuestras dos primas se quedaron mirándome, rogándome con sus ojos, más que otra cosa, que yo no me quedase atrás, y les mostrase mi coñito. Me abrí de piernas, y me separé los labios mayores, para que ellas comprobaran que mi estado era el mismo.

Esta vez ya no hubo preguntas a modo de petición. Sin más, la mano de Raquel, se fue directa entre mis piernas, y sus dedos ágiles surcaron mi vulva. El pulgar acarició mi clítoris, y el índice buscó la entrada de mi vagina.

— ¡No eres virgen Rebeca! –Exclamó totalmente sorprendida –.

Y, mientras que su pulgar me masajeaba el clítoris, y su índice me perforaba el coñito, entre jadeos y excitada al máximo, fue cuando les conté que tu polla me había roto el virgo. A pesar de las caras de sorpresa que percibí en ellas, Raquel no se detuvo hasta que no me hizo sentir un orgasmo apoteósico.

Las tres estábamos muy excitadas, pero el saber que había follado contigo fue superior a todo para ellas. Casi al unísono me expresaron su deseo de ser folladas también por ti; pero mientras las oía exponer su deseo, yo tuve una idea mejor.

— ¿Qué tal si disfrutamos las tres ahora, os queda ya el himen roto, y así Luis os la puede meter sin complicaciones? –Les pregunté, con la total convicción de su respuesta afirmativa –.

NI siquiera se lo pensaron. Las dos se abrieron de piernas, y se reclinaron ligeramente contra el grueso árbol en el que estábamos, respondiéndome así a mi propuesta. Así que me acerqué primero a Raquel, que era la que más próxima a mí estaba y mis dedos resbalaron por toda la raja. Después sobé brevemente su clítoris, para asegurarme de que su excitación era máxima.

—Te va a doler al principio, y sangrarás un poquito –quise advertirla yo –, a lo que ella sólo me respondió con un gesto afirmativo.

Dispuse mi dedo índice en la entrada de su coñito y presioné. Ella apretó los dientes, mientras su virgo se iba desgarrando. Cuando hube introducido todo el dedo, estuve con el quieto unos segundos, para sacarlo luego.

—Quédate así un rato y acaríciate si quieres, enseguida vuelvo contigo –dije –.

Después me arrimé a Marga que me esperaba deseosa, y repetí la misma operación. Dejé que pasaran unos minutos, para que el dolor remitiera, y fue cuando me dediqué a lamer los clítoris de ambas. Primero a Raquel, hasta que se corrió entre convulsiones y un leve grito; y posteriormente a Marga, hasta que de su garganta salió un aullido que proclamaba que se había corrido.

Rebeca me miraba después de haberme narrado su aventura con las gemelas. No hacía falta que dijera nada, porque mi pene se encaramaba haciendo un gran bulto en el traje de baño. Esa imagen hacía que sobrasen las palabras. Mi hermana me despojó de la prenda y ella se desnudó, y ahí hicimos un amor sigiloso, para que no nos oyeran, pero igual de delicioso. Cuando acabamos, aún ella encima de mí.

Las vacaciones terminaron, y aún seguimos disfrutando del sexo los dos durante mucho tiempo. Pero la inercia del tiempo hizo que poco a poco todo se fuera acabando; y hace muchos años que ni siquiera toco a Rebeca.

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