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Sofía lo sabía (8: Todas ellas dominadoras)

en Amor filial

8: TODAS ELLAS, DOMINADORAS.

Después de aquella tremenda mañana, comimos y pasamos la tarde en la playa. De nuevo pude ver plenamente, y tan cerquita de mí como quisiera, los pechos de todas mis mujeres, incluso tocarlos con disimulo mientras les aplicaba la protección solar. Ninguna de ellas se quedaban atrás e intentaban provocarme erecciones (y lo conseguían), al darme a mí también crema, o al jugar en el agua. Cuando, victoriosas, comprobaban que mi pene había crecido hasta su máximo tamaño se ufanaban de ello orgullosas, comentándolo con total complicidad.

—Mira mamá, la polla de papá de nuevo se ha empalmado –se jactaba Sofía ante su madre, con suficiencia de vencedora –.

Y Teresa reía a gusto, al comprobar el poderío que tenían sobre mí y sobre la situación.

—La polla de papá es fácil que se empalme –les contestaba ella, mirándome a mis ojos, sin embargo –, sobre todo con dos jovencitas como vosotras con esos cuerpos tan maravillosos.

Al ver mi azoramiento las niñas se me acercaban, me besaban en la mejilla, como queriendo calmarme, y se rozaban contra mí, ofreciéndome ese contacto, para hacerme ver que yo también era partícipe de todo aquello, y que no debía sentirme menospreciado.

Estuvimos en la playa hasta que el sol se debilitó. Nos bañamos y jugamos cuantas veces quisimos, repitiendo los mismos calentones durante toda la jornada vespertina.

Aquella noche todo, absolutamente todo, desembocó hacia el final que era previsible. Había habido suficientes indicios como para prever todo aquello, y, sin duda alguna, se produjo. Durante la cena miradas pícaras, comentarios acertados en el momento y en la forma, hacían presagiar lo que muy pronto vendría.

—No te puedes quejar –me decía mi esposa –, tres mujeres para ti sólo y para tu disfrute. Es una pena que las niñas no puedan disfrutar al máximo de todo lo que tú puedes dar; ni tú deleitarte con sus exquisitos cuerpos.

Yo la miraba atónito, mientras que nuestras hijas sólo tenían que seguirle el juego a su madre.

—Qué bueno sería que eso fuera verdad, mamá –comentaba la más arrojada –, sería maravilloso poder sentir esa polla tan magnífica en todos los aspectos.

Mi rubor ya no tenía límites y la evidencia de los comentarios no hacía caber ninguna duda acerca de cómo había sido seducido y caído en la red tendida por ellas.

—Aunque seamos unas adolescentes, sabríamos darle el placer que tu herramienta se merece –ratificaba Lorena, sin sentir ninguna vergüenza –.

Eso era cierto, yo bien sabía cuánto placer podían darle a su padre esas dos chiquillas, tan inexplicablemente expertas en el arte del sexo; sin embargo, en lo más hondo de mí, quería aún albergar la incertidumbre de si todo era un juego verbal de mi mujer, o era como parecía.

Después de un paseo y unas copas, llegamos al hotel. Las niñas entraron con nosotros a nuestro cuarto. Teresa comenzó a desnudarse, para acostarse, y yo también: entendíamos que era natural que ellas viesen a sus padres desnudos. Cuando me quedé desnudo, las dos se quedaron mirando a mi pija, que fluctuaba entre la flacidez y la erección. A Teresa no se le escapó ese detalle.

—Os gusta, ¿verdad? –Les preguntaba –. Bueno, creo que podemos hacer un exceso –siguió diciendo después de pensar unos segundos –, venid aquí, podéis tocarla.

Y ante mi estupor, que había ido creciendo a medida que lo había hecho la valentía de todas, las dos, sin mediar palabra, se pusieron junto a mí, y sujetaron mi miembro, acariciándolo, turnándose en los juegos de sus manos.

— ¿Veis?, ya se ha empinado del todo –les dijo Teresa, mientras que con ambas manos Sobaba los pechos de las dos niñas, los tres en una piña –.

—Me he puesto cachonda del todo, entre la polla de papá y tu mano en mis tetas, mamá –confesó abiertamente Sofía –.

—Y yo también –ratificó su hermana –.

Y Teresa sólo sonreía complacida.

— ¿Qué es todo esto, Teresa? –Pude preguntar por fin, no sin estar afectado por una terrible excitación –.

Y mi mujer me lo confesó todo, sin tapujos, sin censura, pormenorizadamente, haciéndome ver la evidencia de mis sospechas:

—Esto es algo que veníamos queriendo que sucediese las niñas y yo desde hace mucho tiempo, cielo –me decía –. Llevamos varios meses practicando sexo tus hijas y yo. Les he hablado de ti, y aún antes de que te hubieran probado, sabían perfectamente todo: lo que te gustaba, cómo reaccionabas, y cómo saber cuando estabas a punto de correrte. Por eso cuando tuviste sexo con cada una de ellas indistintamente, y con las dos a la vez , sabían cuando tenían que recibir tu leche en sus boquitas: yo las he enseñado bien. Y por eso, aunque tu polla fue la primera que entró en sus coños, ellas estaban ya perfectamente preparadas. Yo misma les rompí el himen a ambas con mi juguetito, en tus múltiples viajes; y no temas nada, no hay reproche alguno. Es algo que sucedería si tú estuvieras semanas ausente o sólo horas.

Nos habíamos colocado todos en la cama matrimonial. Teresa y yo a cada lado y las niñas en medio. Ellas ya se habían desnudado.

— ¿Entonces, ya sabías que me las he follado? –Pregunté, cada vez más estupefacto –.

—No sólo lo sabía porque ellas me lo han contado, corazón –me exponía ella con dulzura –, sino porque es un plan que hemos trazado antes de las vacaciones, hasta el último detalle, para que tú te unieras sexualmente a nosotras. Por eso Lorena estaba en nuestro baño aquel día. Te queríamos a ti también en nuestro sexo, y no queríamos que fuera traumático para ti. Y ahora podremos al fin disfrutar todos en familia. Así que prepárate para que todos gocemos de esta primera noche juntos.

Y, efectivamente, lo hicimos. Gozamos en familia de un sexo completo y ya sin rubores ni temores. Mis hijas sintieron la lengua tanto de mi mujer como mía, corriéndose con ellas. Mi mujer también regó las jóvenes bocas de nuestras hijas. Y yo, por supuesto, sentí las expertas bocas de todas ellas: tanto de la mamá maestra, Teresa, como las de nuestras hijas pupilas. Y follé sus coños. Hundí mi verga dura en los tres chochetes, haciéndolas gozar sin freno. Dispusimos todas las posturas que conocíamos y nos inventamos otras. Y mi polla se sintió en la gloria disfrutando de las mamadas y los coños de las mujeres. Al final, como siempre había sucedido en esas vacaciones, supieron cuando me corría. Y me pidieron su leche en sus labios. Se la di, y la mezclaron las tres entre sus besos y su saliva, para al final dejarse limpias; y mi verga también, devorando todo el semen. Agotados por esa noche de sexo, caímos rendidos en la cama. Te queremos papá, me decían las niñas. Te amo, mi vida, me hacía saber mi mujer.

Esa noche la verdad se me desveló. Supe los planes de las tres mujeres, y, supe por qué las niñas eran tan sexualmente expertas, por qué sus coñitos estaban tan dilatados, y por qué siempre sabían cuando me iba a correr para hacerlo en sus gargantas.

Esa noche fue un éxito absoluto. Pero no fue la última. Sin inhibiciones ya, durante todas las vacaciones, lo repetimos siempre que nos apeteció. Y aún ahora, también compartimos sexo los cuatro.

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