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Una casita de Castilla (6: Experiencias mútuas)

en Amor filial

6: EXPERIENCIAS MÚTUAS.

Lo que en un principio podría resultar un obstáculo para que Rebeca y yo pudiéramos disfrutar a gusto, se convirtió en una puerta abierta a que ese deleite fuese una infinidad de posibilidades que mi hermana y yo desconocíamos.

A la mañana siguiente, después de que mis primas me hicieran eyacular aquella noche, su saludo me hizo ver todas esas posibilidades. Aún era pronto, pero ya entraba luz, cuando la puerta de mi dormitorio se abrió. Allí estaban las dos gemelas, totalmente desnudas, tal y como yo las viera la noche anterior.

—Buenos días primo –me saludó Marga, con un beso húmedo en mi boca –.

—Es una pena que Rebeca no haya estado anoche –me decía Raquel, mientras también me besaba con su fresca lengua –, lo habríamos pasado genial.

Ni que decir tiene, todo lo que se me ocurrió entonces para que nuestros juegos, no sólo siguiesen, sino que se ampliasen mucho más. Me puse mi bañador y una camiseta, y, oyendo ya ruido arriba, subí a asearme. Después de una ducha y un buen desayuno, cuando tuve oportunidad de estar a solas unos minutos con Rebeca, se lo conté todo, aun a riesgo de que a ella no le hubiera gustado mi peripecia. Pero, tal y como yo pensaba, no sólo no le pareció mal, sino que sus ojos se iluminaron al entender, tal y como yo lo había hecho, las opciones que a partir de ese momento se nos ofrecían.

Después de que todos estuvimos listos, dijimos que nos íbamos a jugar. Todavía no era mediodía y ya el calor se notaba, así que las niñas iban con sus bikinis, y yo con mi traje de baño. Ninguno de los adultos objetó nada, estábamos de vacaciones y durante ese tiempo solíamos tener carta abierta en un pueblo donde no había riesgos.

Paseamos por la ribera del río, lejos de las casas del pueblo, allí donde apenas había nadie que nos pudiese molestar. En una zona donde el río hacía un remanso y abundaban los árboles que nos protegían de posibles miradas, nos sentamos todos; y allí fue cuando Rebeca me demostró su extraordinaria lucidez a la hora de idear situaciones que nos hicieran disfrutar a todos.

—Si os gustó lo que hicisteis con Luis anoche, imaginaros lo bien que lo podemos pasar los cuatro ahora, sin nadie que nos moleste –les dijo a sus primas –.

Y, ante la mirada de ellas y mía, se quitó el bikini. Sus grandes senos aparecieron ante nuestra mirada, y su pubis, con ese vello negro.

—Vaya tetas más grandes que tienes ya, Rebeca –dijo una de ellas –, y tienes más pelo que nosotras.

Rebeca no dijo nada por ese comentario, sólo nos instó a que nos desnudásemos también, al ver que nos quedábamos quietos. Y la imitamos. Al poco tiempo estábamos todos desnudos, ellas con sus pechos aún no formados del todo, y esa pelusilla, que por ser rubia, casi no se les notaba en sus sexos. Yo me había excitado mucho, y ya mostraba mi pene en su total erección, ante la contemplación, entre lujuriosa y deseosa, de las otras tres.

—Mirad chicas, Luis ya está listo –les dijo mi hermana a sus primas, tras contemplar mi total erección ante ellas –.

Las otras no dejaban de observar mi excitado pene que las apuntaba como un dedo, orgulloso.

—Y vaya que si está listo –decía Raquel, contagiada por el ambiente que estábamos viviendo –. Me ha puesto cachondísima, tengo el chochete empapado –concluyó, abriéndose de piernas, y exponiendo su raja húmeda –.

—Yo también estoy caliente –apostilló su hermana, imitándola en el gesto –.

—No sois las únicas, mirad como tengo el chichi yo –dijo finalmente Rebeca, mostrando también su vulva llena de flujo –. Y ahora venid aquí cerca, vais a ver lo que se puede hacer con una polla como esta –les dijo, mientras se acercaba a mi y se adueñaba de mi miembro con su mano –.

Rebeca comenzó a masturbarme levemente, para comprobar la dureza de mi pene, más que para provocarme nada. Después, se lo llevó a la boca. Estuvo chupando mi apéndice duro durante unos minutos, ante mi excitación insoportable, que crecía a medida que ella efectuaba su felación.

—Ahora os toca a vosotras –les dijo a las otras –, vamos no os avergoncéis, os va a encantar –.

Y las gemelas, al principio con timidez, y luego con decisión, se acercaron a mi dureza, e imitaron lo que habían visto hacer a Rebeca. Mi gozo se estaba convirtiendo ya en un placer insostenible, cuando sentí las lenguas de las dos hermanas sobre mi glande. La compartían repartiéndola sabiamente, primero una y luego otra, y aquello para mí ya era lo máximo que había sentido jamás. Después de que nuestras primas hubieran estado unos minutos con esa caricia oral, intervino Rebeca.

—Bueno ya vale –les dijo –, que sino se va a correr y aún tenemos que disfrutar más.

Y ambas chicas se detuvieron. Los tres nos quedamos mirando para mi hermana, que se había convertido en la directora de nuestros juegos sexuales. Y como ella sabía que esperábamos sus indicaciones, dijo lo que a continuación teníamos que hacer.

—Ahora nos toca disfrutar a nosotras Luis –me exponía –. Quiero que nos chupes igual que te hice yo a ti. Primero a las gemelas y luego a mí, pero no pares hasta que nos corramos; no te preocupes, tú después también tendrás tu recompensa. –finalizó –.

Y no me hice de rogar. Me situé ante Marga, que fue la primera, y le lamí el sexo tal y como mi hermana me había dicho. Primero toda su vagina y luego su clítoris. Cuando percibí los primeros gemidos de mi prima, supe que lo estaba haciendo bien. Y no me detuve hasta que sentí que se convulsionaba y de su garganta salía un pequeño grito prolongado. Advertí, entonces, que había tenido su orgasmo.

—Joder Luis ha sido fantástico, he gozado infinitamente más que haciéndolo yo sola –dijo ella, exhausta por el placer recibido –.

Después me situé entre las piernas de Raquel, que ya me esperaba expectante, con ellas abiertas al máximo. Igual que su hermana, su coñito estaba anegado de flujo y le hice la misma caricia que antes había recibido la otra. De nuevo sus jadeos y gemidos me confirmaban que la estaba haciendo gozar, y unos minutos más tarde (algunos más que su hermana), noté como los espasmos la invadían, y alcanzaba su orgasmo entre gritos más notorios que los de Marga.

—Tienes una lengua divina, primo –alcanzó a decir ella –.

Y por último le tocó el turno a Rebeca. Y como hiciera con nuestras primas antes, le ofrecí las mismas caricias a ella. Me deleité mucho más y espacié mis lamidas para prolongar su placer al máximo. Y al final también obtuvo su recompensa. Un orgasmo largo y profundo culminó entre sus gritos de gozo.

—Ahora es tu turno. Te la vamos a pajear y a chupar hasta que nos escupas tu leche, pero lo harás en mi boca y en mi cara, que lo quiero probar hermano.

Y así fue, como entre las tres, por separado y a la vez también, me llevaron con sus manos y bocas al orgasmo. El primer chorro cayó dentro de la boca de Rebeca, el resto, en su cara. Envueltos en el clima de sexo, asistí, atónito, cómo las primas besaban y lamían a mi hermana, probando también mi semen. Nos lavamos en el río, y nos quedamos tumbados en la hierba, henchidos de satisfacción.

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