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Rocío, ¿la criada?

en Dominación

Rocío. ¿La criada?

Ella llegó por primera vez a nuestra casa un soleado viernes por la tarde.

Era junio y yo estaba ya disfrutando de las vacaciones, descansando tras un agotador año en la universidad y tras haber terminado, hacia un mes, con mi novia. Por entonces vivía únicamente con mi madre, divorciada desde hace tres años, en un relativamente pequeño pero cómodo y lujoso apartamento en el centro. No es que fuéramos ricos, pero siempre habíamos tenido una grata solvencia económica y una existencia apacible. Especialmente yo, a quién mi madre consentía, como a buen hijo único, todos los caprichos.

Una de esas comodidades siempre había sido tener contratada gente para las pesadas tareas del hogar. Ni a mi madre ni a mí nos gustaba limpiar ni hacer las demás labores, por lo que contratábamos para ello a varias empleadas. Bueno, eso era antes, cuando vivíamos con mi padre, para aquél apartamento una sola persona bastaba.

Ella acudió a nuestra puerta con la recomendación de nuestra última doncella, que se había casado y retirado de ese trabajo. Dijo estar al tanto y de acuerdo con las condiciones y con el sueldo y que podía empezar en el acto. A mi madre le pareció bien y llegaron rápidamente a un acuerdo.

Mientras mi madre le hacia algunas preguntas, ambas sentadas en los dos sillones del salón; yo, tirado en el sofá, me dediqué a examinarla. Era una mujer madura,…, no creí que tuviera menos de cuarenta, pero estaba bien conservada. Su pelo era corto y moreno, enmarcando un rostro de igual tez, con ojos negros, nariz respingona y carnosos labios. No pude percibir bien su cuerpo por su ropa, aunque estaba algo rolliza,…, aunque realmente eso no me importaba. Yo estaba en una época en que cualquier persona con tetas me daba lo bastante morbo para querer irme a la cama con ella. Ella no pareció darse cuenta de mi examen, o por lo menos no dio señales de hacerlo o de molestarse.

Y así entró a trabajar para nosotros. Ella llegaba a las ocho de la mañana, justo cuando se iba mi madre, y ya debía dedicarse a la limpieza y a la demás tareas hasta el fin de su turno, a las cuatro de la tarde. Realmente eso le daba mucho tiempo libre, pudiendo ver la tele o entretenerse con otra cosa durante los largos descansos, por lo que el trabajo debía parecerle bueno, o al menos no se quejó. Y eso a pesar de algunas posibles pegas como el deseo de mi madre de que llevara el típico uniforme de doncella.

Aunque realmente la única pega que imaginaba que podía tener era yo. Como he dicho, estaba de vacaciones y me pasaba gran parte del día en casa. Y no es que ella fuera especialmente atractiva, pero al verla vestida de doncella no podía dejar de imaginar cosas. Y no era joven, pero si experimentada, según pensé… Así que me dedicaba a veces a observarla, a veces sin el menor cuidado, cuando limpiaba. Ella nunca dijo nada ni cambió el gesto, por lo que no sé si se sentía halagada, enfadada o le daba sencillamente igual. Yo suponía que era lo último. En cualquier caso yo no me privé de mirarla ni de fantasear con ella. Aunque realmente no planeaba nada para poder disponer de ella en serio ni llevar a cabo mis deseos de someterla, estaba seguro que, de aparecer la oportunidad, la aprovecharía. No imaginaba que ella también, y que sus planes eran muy diferentes de los míos.

Todo empezó un lunes cualquiera. Estábamos solos en casa: Yo viendo la tele, tirado en el sofá (mi postura favorita) y ella suponía que limpiando. Pero no sé por qué, el no oírla haciendo algo me hizo sentirme inquieto. Normalmente sabía más o menos por dónde estaba por el ruido, pero aquella mañana hubo un desconcertante momento prolongado de silencio. Yo le quité el sonido a la televisión para escuchar mejor, pero no obtuve resultado. Me levanté como un resorte y decidí buscarla. Pensé que estaba siendo tonto, pero no lo pude evitar.

La encontré en el dormitorio de mi madre. Eso no hubiera sido raro de por sí, al menos si hubiera estado limpiando, pero no era eso lo que estaba haciendo, al menos no exactamente. Lo que parecía estar “limpiando” era uno de los cajones de la mesita de mi madre, un cajón dónde a ella le gustaba a veces guardar ciertas cantidades de dinero “por tenerlas a mano”. Ella, que por cierto se llamaba Rocío, estaba en silencio, sentada, con un billete de 20 en la izquierda y uno de 50 en la derecha. Parecía tan concentrada que no advirtió mi llegada. Yo carraspeé para que advirtiera que estaba allí. De repente, pensé, tenía ante mí esa oportunidad. Podía obligarla a hacer lo que yo quisiera con tal de que yo no la delatara… Contuve una maliciosa sonrisa que por un momento esa idea casi provocó en mi cara, aunque no pude impedir que mi hasta entonces dormido miembro empezara a reaccionar al compás de las ideas que se me cruzaban por la cabeza respecto a lo que le pediría a nuestra doncella “amiga de lo ajeno”.

Pero ella siguió ignorándome aunque era imposible que no supiese que estaba ahí y que la observaba. Decidí esperar a que reaccionara, pesando que estaría pensando alguna excusa para lo que estaba haciendo o algo así. Pero me equivocaba. Al rato, ella se giro hacía mí y me dijo:

-¿Crees que si le cojo cincuenta euros a tu madre se dará cuenta?-su tono y su cara no hubieran sido muy diferentes de estar preguntándome la hora-En los últimas días le he ido cogiendo de cinco, diez y veinte, pero no se ha percatado por lo que sé... Por otro lado no quiero arriesgarme a que me descubra…-se mordisqueo un dedo, pensativa-Bueno, no seré codiciosa de más. Cogeré uno de veinte como todos los lunes-afirmó con tono alegre, guardándose el billete azul en uno de sus bolsillos y dejando luego el resto de las cosas en su sitio.

Yo estaba sorprendido de su descaro. Estaba robando delante de mis narices. ¿Pero qué es lo qué pensaba esa mujer? No sabía que decir, estaba mudo de la impresión.

-¿Pasa algo?-me preguntó. Por su tono se diría que no había nada raro en lo que ocurría.

-Le has cogido dinero a mi madre-pude decir por fin, aunque era una ridícula obviedad.

-Sí-asintió ella.

-Y yo lo he visto-añadí, un poco recuperado del shock y pensando en seguir con el plan que había forjado al entrar en la habitación.

-También es verdad.

-Y se lo podría decir a mi madre-terminé diciendo lo más lentamente que pude. Quería que supiera que le ofrecía venderle mi silencio.

-No se lo dirás-se limitó a decir.

-¿Ah, no?-pregunté a mí vez.

-No-dijo ella sonriendo.

-¿Por qué no?

-Porque yo te lo ordeno.

No entendía del todo a que estaba jugando, pero eso me hizo arquear una ceja. ¿Qué ella me lo ordenaba? Me pareció que no veía que no era nadie para ordenar nada en ese momento.

-¿Por qué tú… lo ordenas?

-Exactamente.

-Oye, tú no puedes ordenarme nada-afirmé, herido en mi orgullo. Al fin y al cabo, pensé, era una simple criada.

Ella no se molestó en replicarme eso, pero se levantó y se dirigió a mí con paso lento pero seguro. No sabía que se proponía, pero no creo que hubiera podido evitarlo aún sabiéndolo…

Aquél bofetón me dolió bastante y pensé que me habría dejado toda la mejilla izquierda colorada.

-¿Y eso?-le pregunté.

-Bueno, la verdad es que hace tiempo que te mereces que te ponga en tu sitio.

¡Ah! Mis miraditas… Bueno, eso podía entenderlo, pensé, pero no tenía ninguna relación con el dinero ni con eso de que ella se creía poder darme órdenes.

-Tu madre no sabe que pervertido tiene por hijo-dijo.

-Ni que ladrona por empleada-le contesté, devolviéndole pulla por pulla.

La verdad es que me resultaba algo siniestro. Al verla sonreír, en apariencia tan dulcemente, no me esperé el segundo bofetón con que me volvió a cruzar la cara. Eso ya me pareció increíble, el descaro que tenía. Me sentía enfadado… Y algo excitado, es cierto.

-No puedes negar que eres un pervertido-dijo.

En esta ocasión no le devolví el “golpe”, sino que decidí callarme. Pensé que ya hablaría con mi madre de Rocío y de sus “pagas extras”. ¿Qué ella le decía que le miraba a veces el culo? No creía que mi madre fuera a escucharla, y aún así era ridículo que pensará que eran cosas equiparables. En cuánto a los dos golpes, bueno, podía olvidarlos,…, se me pasó por la cabeza la idea de devolvérselos, pero la deseché en seguida. No estaba seguro de que eso me conviniera.

-Porque eres un pervertido, ¿verdad?-insistió.

Yo no sabía que se estaba proponiendo ni porque decía aquello. Por eso tampoco entendí por qué me propinó un tercer bofetón.

-¿Eres sordo? Te he hecho una pregunta-me dijo.

Yo pensé que estaba loca y decidí que lo mejor era seguirle el juego. Además era un juego que me parecía excitante.

-Sí.

-Sí, ¿qué?

-Soy un pervertido.

Ella asintió y acercó su mano a mi mejilla, acariciándomela.

-Si fueras bueno no recibirías tantos golpes merecidos.

Yo me quedé callado. Quizá debería haber intentado irme, escapar, pero sentía curiosidad y algo de excitación.

-¿Te gusta mirarme, verdad?

-Sí.

-Mi culo y mis grandes tetas, ¿eh?

-Sí.

-¿Y te tocas pensando en poseerme, verdad?

-Sí.

-Bien, pues sácatela.

Yo la miré extrañado. El tono de su voz era incuestionable, me acababa de dar una orden, pero..., ¿hablaba en serio? Pensé que lo que pasaba no podía ser más surrealista, pero vi que me equivocaba…

Un nuevo bofetón me saco de mis ensoñaciones.

-Te he dado una orden. No me hagas repetirla.

Pensé que era mejor que obedeciera. Como era verano solamente llevaba un pantalón corto de tela y una camiseta, aparte claro de la ropa interior. Me limité a bajarme un poco los pantalones y los calzoncillos, quedando al aire mi miembro, medio erecto.

Ella, sin pudor algo, lo alcanzó con la mano y empezó a tocarlo, como evaluándolo. El tacto de su mano en mi miembro basto para ir endureciéndolo. Ella asintió, aprobadora. ¿Me habría golpeado otra vez si no hubiera sido así?

-No esta mal-dijo.

-Gracias-pensé que siendo lo más amable posible ya no me pegaría. Además, pensaba vengarme contándole a mi madre que le robaba dinero, así que me daba igual lo que pasara en ese momento.

-Veo que puedes ser un niño educado-comentó-Te conviene seguir siéndolo conmigo.

Los movimientos de su mano, un mero manoseo en principio, fueron tomando forma y al poco me encontré con que me estaba masturbando. El tacto de su mano era suave y delicioso, recorría mi endurecido pene con maestría, llevándome a un terreno del placer desconocido para mí… Al poco ya la tenía totalmente dura en su mano y ella no dejaba de acariciarla y de recorrerla cada vez más rápida.

De repente, empezó a apretar, hasta que resultaba una combinación de dolor y placer… En todo eso ella no había dejado de mirarme mientras yo no podía evitar jadear levemente por el placer y mis piernas temblaban…

Y de pronto la soltó y se separó de mí. Yo me decepcioné, pensando que ella había querido hacerme acabar.

-No te has ganado que te haga correrte-explicó.

Yo estaba muy caliente y sólo quería que siguiera:

-Pero, ¿podría ganármelo?-le pregunté.

-Puede.

-¿Cómo?

-Tendrás que obedecer, y esta vez de verdad. Me he fijado en que eres un crío muy contestón. Tu madre te lo ha permitido, pero yo no soy tu madre, yo seré tu dueña y no dudaré en cruzarte la cara, como ya has comprobado, y puede que te haga cosas más dolorosas.

Yo estaba totalmente excitado. Lo que me decía me resultaba rechazable y deseable… Había pensado que haría con ella lo que quería y me encontraba con que estaba a punto de aceptar ser su esclavo… En ese momento tenía la polla a punto de reventar y solo eso me importaba.

-Estoy a tus órdenes-dije finalmente, agachando la cabeza.

-¿A tus órdenes, qué?

-No entien…-No pude terminar de hablar. Un bofetón me quitó las palabras.

-Repite-me ordenó-Estoy a tus órdenes, mi Ama.

-Estoy a tus órdenes, mi Ama.

-Bien. Ya ves que más te vale aprender rápido.

-Sí-al notar un gesto en su rostro añadí-Mi Ama.

-Bien… No debería mal acostumbrarte dejándola pasar… Pero lo haré.

-Gracias, mi Ama.

-Pero sigues sin merecer que te haga correrte. Bueno, puedes hacer algo.

-Haré lo que me digas, mi Ama.

-Así es…-parecía pensativa.

Entonces se dirigió a la cama de mi madre y se sentó, quedando con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas. En esa posición pudo subirse las faldas del vestido y mostrarme su ropa interior.

-Acércate-me dijo.

Yo lo hice, fui al pie de la cama y, subiéndome a esta, me acerque hacia ella, yendo a cuatro patas.

-Quítame las bragas.

Para hacerlo, me apoye sobre las rodillas y me dirigí con mis manos a sus caderas. Su piel se sentía cálida y me resultaba agradable. Cogí con las dos manos su prenda intima y, no sin algo de dificultad pero intentando llevar cuidado, las “baje” a lo largo de sus altas piernas, hasta retirarlas.

Ella tendió una mano y yo se las di, luego hizo un gesto con la otra, para que me acercara. Cuando lo hice ella acercó sus bragas a mi cara. Note la tela, húmeda, sucia, junto a mi nariz y mi boca… Me daba un poco de asco, yo nunca había sido un fetichista de la ropa interior femenina.

-Lámelas-se limito a decir.

Yo lo hice. Abrí la boca y saque la lengua para pasarla por encima de la tela. Note lo rasposo de ésta con un extraño sabor que no sabría definir. No quería pensar que estaba lamiendo exactamente. De todas formas seguí chupándolas hasta que ella las apartó.

Pero no habíamos acabado con aquella prenda, como pensé entonces. Entonces ella me las volvió a tender y me dio una nueva orden:

-Póntelas.

Por un momento me quedé perplejo… ¿Qué me pusiera su ropa? No. Nunca me había ido el travestismo ni me sentía en nada mujer.

-No me hagas repetir una orden. No me importan tus ideas y prejuicios. Si te digo que te pongas mis bragas, te las pones. La siguiente explicación no irá sola-me advirtió.

Lo cierto es que yo me había metido en aquello aceptándola como “Ama”, claro que tampoco sabía si me hubiera podido negar. Antes de que pudiera darme cuenta, estaba de pie junto a la cama, quitándome el pantalón y el calzoncillo para ponerme aquella prenda. Me sentía raro, algo incómodo, pero el morbo era mucho…

-Bien, así me gusta. Ahora vuelve a tu sitio.

Yo obedecí prestamente. Ella se abrió de piernas y me mostró su coñito.

-Dame un beso-me dijo señalándoselo.

Aunque yo ya había probado algún conejito de mis novias, realmente no era algo que me llamase, pero sabía que no me era posible ni dudar. Me introduje entre sus piernas y acerqué mi boquita su húmeda concha. Era diferente de las que había conocido, su olor era más fuerte y su tez más oscura.

Bese suavemente su monte de Venus y lo succione un momento entre mis labios.

-Continúa. Satisface a tu Ama.

Yo empecé a recorrer su larga rajita con mi lengua. Estaba húmeda, caliente,…, su sabor me fascinó, mucho mejor que lo que había probado hasta aquella vez. Empecé a comérmela con avidez, recorriendo sus labios, penetrándola, succionando su clítoris… No estaba seguro pero empecé a usar también los dedos, primero metiendo un dedo y, como ella no me dijo nada, pronto fueron dos y tres, al tiempo que manipulaba y hacia presión sobre su botón. Ella ya gemía y temblaba abiertamente, así que seguí, de hecho acelerando en mis prácticas. Pronto se estremeció, entregándose al orgasmo.

Ella me acarició el cabello casi de manera maternal.

-Lo has hecho muy bien.

-Gracias, mi Ama.

-Ven, ponte a mi lado, de rodillas-me dijo.

Lo hice sin tardar y su mano volvió a rodear mi pene.

-Dime, ¿crees que te lo has ganado?-me preguntó.

-Sólo tú lo puedes decidir, mi Ama-le dije.

-Um,…, eso es cierto-asintió-Pero, dime, esclavo, ¿te gustaría?

-Sí, mi Ama.

-Pídemelo.

-Hágame terminar, por favor, mi Ama.

Ella ya no contestó, pero su mano me bajo las bragas, que aún llevaba y volvió a recorrer nueva y suavemente mi duro miembro. Al poco se acercó y me besó en la punta, para luego jugar con su lengua en mi glande, dándole abundante saliva. Yo me estremecí de placer… No esperaba que fuera a chupármela. Ella se la fue introduciendo en la boca hasta la garganta, la sacó y se la metió, así varias veces. Luego lamió la piel a lo largo del trono para volver a centrarse en la cabecita. Tras todas las experiencias del día no pude aguantar más.

-Voy a acabar, mi Ama-le avise.

Ella aceleró sus movimientos, metiéndosela hasta la garganta. No pude aguantar mucho y pronto acabé en su boca, llenándosela de mi semen… Y ella se lo trago todo sin decir nada.

Se la saco y siguió lamiendo un rato más, hasta que me la dejó limpia.

-¿Has disfrutado?

-Mucho, mi Ama.

-Te he dado más de lo que merecías.

-Sí, mi Ama. Te lo agradezco, mi Ama.

Ella se levantó entonces y se ajustó el vestido.

-¿Te devuelvo tu ropa, mi Ama?

-¿Ropa?-río, no entendía por qué-¿Te da pudor decir bragas?

-Eh…, un poco sí, mi Ama.

-Pues eso se acabo.

-Sí, mi Ama.

-Repite la pregunta.

-¿Te devuelvo tus bragas, mi Ama?

-No, ahora son tus bragas, esclavo.

-¿Mis bragas, mi Ama?

-Sí. Bueno, hasta mañana. Cuando vuelva comprobaré que no te las quitado, y créeme, lo sabré si lo has hecho. Esas no terminan de vérsete bien, pero te compraré nuevas,…, bueno, tu madre te comprará nuevas-se río-Aunque sin saberlo. A partir de ahora, más te vale que no te encuentre ningún día sin unas puestas.

-Sí, mi Ama.

-Por cierto, ¿sigues pensando en decirle a tu madre que le robo dinero?

-No, mi Ama-lo cierto es que la idea se me había olvidado a esas alturas.

-Te voy a dar una buena razón-dijo acercándose a una estantería. Cuando se volvió, llevaba una pequeña cámara. Yo me quedé en blanco-Todo esta grabado, sí. Así que ya sabes… Ahora me perteneces, y no te queda otra.

-Sí, mi Ama.

-Mañana empezarás a entender de verdad lo que significa, pero por hoy te dejaré descansar. Soy así de generosa.

-Gracias, mi Ama.

-Has sido fácil de predecir, un crío consentido y cachondo… Te mereces la lección que voy a darte, y lo sabes.

-Sí, mi Ama.

Ella se acercó. La sonrisa maternal había vuelto a su rostro. Lo intuí, pero no me aparte, eso no le gustaría.

El último bofetón del día resonó más que los anteriores. Después, me acarició la mejilla, dolorida ya de tanto recibir.

-Ahora, una compensación.

Iba a decir el correspondiente “Gracias, mi Ama” cuando me besó en la boca, comiéndose mis labios y penetrándome con su lengua, apoderándose de todo. Yo me deje hacer, sumiso, y durante un buen rato siguió con el largo morreo. Cuando terminó, me dijo:

-Mañana espero que estás preparado para cuando llegué. 

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