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Ella, Claudia (1. La Nueva Vecina del 3ºB)

en Dominación

ELLA, CLAUDIA

Capítulo 1. La nueva vecina del 3º B

Recuerdo que la primera vez que la vi, aunque por supuesto en ese momento no podía imaginar ni de lejos lo que iba a suponer en mi vida, ya me gustó. Era una fresca tarde otoñal y acababa de volver caminando desde la universidad. Iba pensando en mis cosas, en los apuntes y en un trabajo que nos habían mandado esa mañana en clase cuando, al entrar en el rellano, me encontré con ella. Ese “primer” encuentro fue breve. Ella estaba al lado de unas cajas, hablando con el portero. Supuse, y luego supe que acerté, que era una nueva inquilina del edificio.

No es que me detuviera a observarla, al contrario, pasé rápidamente a su lado en dirección a la escalera, pero no obstante pude verla bien. Era una mujer madura y de cabeza calculé que estaba cruzando la cuarentena pero se conservaba más que bien. Su rostro, en el que brillaban unos inteligentes ojos verdes que no pasaban desapercibidos y una nariz curva y sensual, mostraba aún una marmórea belleza juvenil, enmarcado en un cabello castaño corto que le caía hasta el cuello y le rondaba los hombros. Aunque por las prisas y por mi deseo de que no se diese cuenta de mi observación no pude fijarme si el cuerpo iba “conjuntado” con las cualidades de la cabeza, desde luego alcanzó en un muy alto puesto en mi ranking mental de mujeres a las que me gustaría llevarme a la cama.

Aquel día ya no pensé más en ella. Después de todo sólo había sido una mujer atractiva a la que había visto de reojo en el vestíbulo y eso no tenía nada de extraordinario. Podría decir que la olvidé en cuanto las puertas del ascensor se cerraron tras de mí y mi mente fue de nuevo ocupada por mis anteriores pensamientos. No me dejó ninguna huella ese encuentro, al menos que yo percibiera. Pero no iba a ser el último, el segundo no iba a tardar ni un día. Fue la mañana siguiente. Iba a salir temprano de casa, siendo apenas las ocho menos veinte, porque quería trabajar un momento en la biblioteca antes de ir a las clases del día, cuando, tras cerrar la puerta, me di de bruces con ella, que también parecía estar saliendo de su apartamento, el que estaba enfrente del mío.

Lo cierto es que, tras el segundo que tardé en reconocerla, me quedé durante un instante un poco embobado contemplándola, como si fuera la primera mujer que veía en mi vida. Bajo la chaqueta abierta su blusa dejaba entrever una figura de suaves y seductoras curvas y su falda, que llegaba hasta las rodillas, me mostraba el final de unas piernas gráciles cuyos pies se sostenían en unos zapatos negros de altísimos tacones de aguja. Lo cierto es que sentía cierta atracción fetichista por ese tipo de calzado, aunque en mis fantasías las portadoras de éstos siempre habían sido hasta ese momento rubias veinteañeras. Cuando me dí cuenta de como me había quedado mirándola me carcomió la vergüenza por lo que, al tiempo que intentaba disimular y no ruborizarme, decidí hacer como si nada y dirigirme andando pero lo más deprisa posible al ascensor en el más escrupuloso silencio, como si estuviera pensando en una cosa y no fuera consciente de lo que había a mi alrededor. Es un truco que había siempre usado en situaciones relativamente parecidas para evitar el contacto con otras personas, pero esta vez no tuvo tanto éxito puesto que ella, antes de que pudiera dar siquiera el primer pasó, me sorprendió:

-Buenos días-me saludó. Tenía una voz agradable, cálida y liviana-Creo que debería presentarme-continuó diciendo-Acabo de instalarme en el edificio. Me llamo Claudia.

-Hola-fue mi nerviosa respuesta. Normalmente no me gustaba hablar con los vecinos, menos con mujeres y la situación de ese momento no era precisamente propicia, pero estaba claro que no tenía elección-Bienvenida-logré soltar-Yo me llamó Federico.

Quedé, tras haber soltado aquellas seis palabras como el que, agotado por cargar un gran peso, puede al fin dejarlo caer. Este tipo de situaciones siempre me incomodaban y sólo pedía en mi fuero interno que acabara cuanto antes.

-Es un placer conocerte-dijo ella rápidamente y, mirando a mi espalda, donde colgaba mi cartera-Deduzco de tu mochila que eres estudiante.

-Sí-respondí. Podría haber dicho más, y pensé el qué y cómo, pero finalmente me quedé en el monosílabo.

-Las clases empiezan temprano-era una afirmación, no una pregunta.

-Hoy tengo la primera a las nueve-dije-Pero antes tengo que pasar por la biblioteca-No sé por qué me puse a darle esas explicaciones. Lo cierto es que de repente me dí cuenta de que me sentía raro ante esa desconocida y no eran los nervios típicos que los demás, sobre todo los desconocidos, me provocaban... Era una sensación extraña que nunca había experimentado.

-Un alumno aplicado-comentó ella en respuesta-Eso está bien.

-Algunas veces-apunté. No era modesto. Los halagos que recibía algunas veces de mis profesores siempre me levantaban la moral, pero las palabras de aquella desconocida me causaron más bien una extraña inquietud, como si tuviera un presentimiento de que algo sospechoso estaba detrás y lo mejor fuera desestimarlas.

-Y modesto-replicó ella. No tuve tiempo de responder antes de que cambiara de tema-¿Así que vives en el 3º A? ¿Vives solo o con alguien?

-Vivo con mi madre-respondí, aunque su atrevimiento o lo que yo consideraría atrevimiento al hacer esas preguntas tan directas a alguien que acababa de conocer me resultaba tan incómodo como fascinante.

-¿Y tu padre?

-No vive con nosotros-fue lo primero que respondí, no sin haberlo pensando. Pero la mirada de ella me decía claramente que esa información no le era suficiente... Dudé, pero finalmente me encontré cediendo-Mis padres se divorciaron hace cuatro años.

-¿Un divorcio... duro?

-...-sinceramente no sabía que contestar a eso. ¿A qué se refería?-Supongo que todos lo son-terminé por decir.

-Algunos más que otros-dijo ella. Su voz se ralentizó, se condensó, como haciéndose más espesa, dulce-Aunque el tiempo todo lo cura. O eso dicen.

-Sí.

-Algunas cosas se olvidan enseguida, otras en unos días, algunas requieren años y otras siempre permanecen.

-Hace tiempo que en casa no hablamos de eso-respondí sinceramente.

-Eso está bien. Supongo que tú seguirás viendo a tu padre.

-Los fines de semana-respondí. Estaba cada vez más incómodo ante sus preguntas, pero por suerte, cuando yo temía otra aún más, volvió a sorprenderme:

-Bueno-dijo finalmente ella mirando su móvil-Tengo que ir al trabajo. Un placer conocerte, Federico.

Dicho lo cual se dirigió con paso firme y ágil hasta el ascensor, en el que no tardó en desaparecer mientras yo me quedaba, completamente descolocado, plantado en el pasillo como un tonto. Tardé unos minutos en “liberarme” de la especie de hechizo que me había dejado sin defensas durante aquellos fatídicos minutos. Sólo entonces, con ella fuera y lejos de escena pareció volver a mí la consciencia. ¿Qué demonios había pasado? Me había encontrado con una desconocida en el pasillo, lo que no tenía nada de raro. Se había presentado, lo que igualmente era normal... Pero después me había hecho algunas preguntas, alguna muy personal y de repente se había ido... Bueno. Deduciendo que era una cotilla se entendía perfectamente las preguntas aunque por su aspecto nunca lo hubiera pensando. Siempre me imaginaba a las cotillas como viejas chismosas vestidas con horribles vestidos de muchas flores dibujados. Pero aunque fuera una indiscreta eso no explicaba porque le había contestado... Su voz había entrado en mi mente como el canto de una sirena y había fisgoneado en mi cerebro a placer... Esa idea me despertaba un ambivalente sentimiento de horror y de morbo...

Debí saber ya entonces que el día ya estaba perdido. No pude concentrarme en nada de lo que tuve que hacer a lo largo del día, ni en la biblioteca, ni en las clases. Mi imaginación me hacía perderme por fantasiosos caminos en que me preguntaba por las intenciones de aquella mujer y siempre acababa de la misma forma: en derroteros sexuales en que ella me arrastraba hasta su cama y hacia de mi su juguete... Me la imaginaba en múltiples posturas, con su cuerpo desnudo recorrido por gotas de sudor y con sus mechones castaños pegados a su frente mientras sus suaves gemidos acompañaban rítmicamente el vaivén de sus redondeados pechos... Intenté no en pocas ocasiones quitarme esa imagen de la mente. Me decía que era ridículo, pero la excitación no me dejaba pensar con claridad...

La tarde llegó. No estaba seguro de si quería que el tiempo pasara más rápido o más lento. Según fui caminando de camino a casa no podía dejar de pensar que pasaría si estaba, si me la volvía a encontrar, ya fuera en el vestíbulo, en el ascensor o en el pasillo... Por una parte quería volver a encontrarme con ella, aunque no estaba seguro de qué esperar o desear, por otra prefería no volver a encontrarme en una situación como la de la mañana... Intenté calmarme, tranquilizarme. “¡No seas idiota!”, me dije. ¿Hace sólo un día estaba perfectamente y sólo por una extraña conversación ya iba a perder la cabeza? Lo cierto es que me sentí aliviado cuando entré en el rellano de mi edificio y comprobé que no había rastro alguno de ella. Casi corriendo fui al ascensor e igualmente me precipité de este a la puerta de casa. Incluso el tintineo de las llaves mientras las sacaba de mi bolsillo y las introducía en la cerradura estuvo cerca de sobresaltarme mientras temía que la puerta de enfrente se abriera. Una vez “a salvo” en casa respiré profundamente e intenté relajarme... “Aquí no puede pasarme nada”, me dije, aunque ni yo mismo sabía a qué me refería. Intenté no pensar en nada y me limité a comer lo que mi madre me había dejado preparado y luego, tras recoger la mesa, me encerré en mi cuarto, esperando poder estudiar y olvidar aquella experiencia tan perturbadora. Apenas lo conseguí. De un libro que tenía que leer no pasé del primer capítulo y ni siquiera logré distraerme poniéndome a jugar con la consola. Incluso mi madre, cuando llegó horas después del trabajo me notó “raro”, según dijo, cuando nos juntamos en el salón para cenar. Yo me limité a decir que estaba cansado y ojala hubiera sido algo tan sencillo.

Al día siguiente me sentí sólo un poco mejor. Decidí que debía evitar a la nueva vecina y que así toda inquietud cesaría. Me sentí un poco paranoico cuando abrí la puerta de casa y ojee el pasillo antes de salir. No se oía ni un ruido. Salí, cerrando cuidadosamente tras de mí y, sin dejar de vigilar la puerta del 3º B, marché al ascensor. Y cuando, sin haber llegado éste, me pareció oír abrirse una puerta en el pasillo, sin molestarme en comprobar cuál era, me precipité a bajar por las escaleras, como si estuviera huyendo... Era algo extremista, pero no quería arriesgarme a encontrarme con ella. Tuve suerte y bajé y crucé el vestíbulo saliendo a la calle sin encontrarme con ella. No necesitaba más para saber que realmente no era una solución. Tener que hacer de James Bond cada vez que tuviera que salir o entrar al edificio podía parecer una buena idea ahora, pero en una semana sería más que molesto.

En un primer momento la mañana pareció mejor que la del día de ayer. Cuando me quise dar cuenta llevaba varias horas sin pensar en aquella conversación. Pero si durante un momento pensé que ahí acababa la historia no iba a tardar en ver mi error. Volvía a casa y ya estaba en el pasillo del piso, buscando las llaves en mi bolsillo, cuando me llegó, primero el sonido de unos pasos y luego el de su voz inconfundible:

-Buenos días, Federico.

Me volví y allí estaba ella. Trague saliva... Debía acabar de volver de hacer deporte. Llevaba bambos, un pantalón de chándal y una sudadera atada alrededor de la cintura... Y su camiseta, húmeda por el sudor, se pegaba a su piel y marcaba muy bien sus curvas.

-Hola-respondí, preparándome mentalmente de cara a lo que pudiera venir-Claudia.

-Supongo que acabas de llegar de clase.

-Así es.

-¿Un buen día?

-Sí. Gracias-intentaba ser lo más escueto posible sin ser maleducado.

-Me alegro. Yo he ido al gimnasio, como hago todos los viernes. Me ayuda a relajarme.

-Ya veo.

-¿Tú haces algo de ejercicio?-me preguntó-Te vendría bien.

-Hago algo de bicicleta-contesté.

-Algo es algo-asintió ella-Me apetece un refresco, ¿quieres uno?-dijo de repente, abriendo la puerta de su apartamento. En un primer momento no supe que decir. Eso no me lo esperaba-Venga, pasa-insistió, haciéndose a un lado.

Podría haberle dicho que tenía la comida esperándome en casa, o haberme sacado o inventado cualquier otra excusa... Pero no lo hice. Era una mujer atractiva que me invitaba a su casa. Normalmente era una persona reservada y lo hubiera rechazado al instante... El deseo y la imaginación de que podría pasar algo, recordando las fantasías del día anterior, me impidieron más razonamiento.

Me sentí muy nervioso cuando entré en su apartamento y ella cerró la puerta detrás de los dos. Era la primera vez que entraba en la casa de otra persona que no fuera un familiar... Yo siempre había sido una persona de pocos amigos, reservada, hogareña... Los ambientes desconocidos me inquietaban por definición. Y además estaba con una mujer que despertaba mi deseo y de la que no podía dejar de esperar, por ridículo que me pareciera, que quisiera algo conmigo. Para mí, que era virgen, era otro terreno desconocido... No me lo podía creer, pero me dije que podía ser que a ella le fueran los jovencitos, igual que había hombres cuarentones a los que les gustaba tirarse universitarias... No sabía que pensar al respecto, pero si era así decidí que merecía la pena probar... Lo cierto es que sentía cierto complejo por mi añeja virginidad.

-Deja la mochila y siéntate-me invitó-Ponte cómodo.

Volví en mí y me di cuenta de que me había quedado plantado en su salón, pero rectifiqué enseguida. La habitación en la que me encontraba era bastante diáfana. Era amplia, como el de mi casa, pero con menos muebles, por lo que aún lo parecía más. Un sólo sofá, aunque grande, una mesilla junto a éste sobre la que se apilaban revistas, un par de estanterías con libros y una lámpara de pie eran todo lo que había. Yo me senté junto a uno de los brazos del sofá y puse al lado mi macuto mientras ella salió por una puerta, que supongo era la de la cocina y volvía con dos botes de Nestea. Me tendió uno.

-Espero que te guste-dijo-Todavía no he podido hacer compras y no tengo muchas cosas en la nevera.

-No hay problema-respondí abriendo la lata y dando el primer sorbo, sin dejar de observar como, sin preocupación ninguna, ella apartó mi mochila para sentarse a mi lado.

-Hace todavía bastante calor por las tardes-comentó, abriendo su lata-Parece que todavía estemos en verano algunas veces.

-Sí. El clima de aquí es lo que tiene.

-Es mejor que en mi antigua ciudad-dijo, quitándose la sudadera que aún llevaba atada a la cintura y que dejo a su lado-Soporto mejor el calor que el frío.

Yo preferí quedarme callado, tomándome el refresco de forma lenta pero constante. No terminaba de sentirme cómodo y las fantasías que me llenaban la cabeza no compensaban el malestar. Pensaba en tomarme el Nestea rápidamente para poder irme cuánto antes.

-¿Estás bien?-me preguntó.

-Sí.

-Pareces incómodo.

-Es que,..., yo también tengo calor-dije. No era del todo falso, después de todo llevaba un jersey y aunque no era de los más gruesos precisamente, daba bastante calor-Cuando llego a casa me suelo poner ropa más cómoda-no sé porque dije eso.

-Quítate el suéter si te molesta-dijo ella-Al fin y al cabo llevarás algo debajo, ¿no?

-Llevo una camiseta...

-Pues ya está-me interrumpió-No quiero que mi invitado se derrita.

-Pero...

-No, no. Nada de peros. Quítatelo.

No terminó de entender como pude hacerlo, pero me lo quité. Mi imaginación silbó como un tren a punto de partir de la estación y ya veía nuestra ropa saliendo despedida mientras nos liábamos ahí mismo. Pero no fue eso lo que pasó.

-¿Sabes? Ayer conocí a tu madre-soltó ella de repente.

-¿A mi madre?-le pregunté.

-Una mujer muy simpática y agradable. Coincidí con ella cuando iba a salir a tomar una copa y las dos fuimos un rato a un bar que hay en la esquina.

-Ah-asentí. Lo cierto es que ya sabía que a mi madre le gustaba tomarse una copa antes de acostarse y en principio la cosa no era tan extraña,..., pero me daba una mala sensación,..., y además, ¿por qué me lo contaba?

-Me habló mucho de ti-continuó.

-¿Qué te dijo?-no pude evitar preguntar.

-Que eres un chico muy responsable pero que está preocupada porque no sales nunca de casa, no tienes amigos, ni novia,..., nada de lo que es habitual a tu edad. ¿Es así?

-Bueno-no sabía que decir, aunque era verdad-Cada persona tiene sus gustos-terminé diciendo.

-Cierto-asintió ella-Yo le dije que, según mi opinión, cada persona tiene su ritmo y que ya te llegarían esas cosas.

Eso me sonó un poco estereotípico, pero me limité a asentir mientras apuraba los últimos sorbos del recreo... Miraba al frente, a la pared... No me gustaba ni podía mirar a los ojos a otra persona,..., y además, si la mirara a ella sabía que mi vista sería irremediablemente atraída hacia esas dos formas que se perfilaban bajo su empapada camiseta... Y no quería que se diera cuenta.

-¿Has comido ya?-preguntó de repente.

-Mi madre me deja la comida preparada en la cocina-respondí-Sólo tengo que calentarla.

-Muy bien-dijo levantándose-Pues ve a comer. Yo también tengo que prepararme algo, cuando me cambie.

-Sí-asentí-levantándome yo también. Contento por irme aunque mis fantasías se hubiesen demostrado falsas.

-Un placer volver a verte, Federico-dijo ella a modo de despedida mientras se acercaba a la puerta y la abría, invitándome a salir.

-Igualmente-dije cogiendo mi jersey, mi mochila y saliendo.

Estando ya en el pasillo y mientras buscaba las llaves y abría pensaba en lo que acababa de ocurrir. Me parecía algo raro, como la conversación del día de ayer, pero ahora la sensación era distinta... Seguía teniendo un sentimiento de rechazo y deseo por aquella mujer que acababa de conocer, quizá por todas las fantasías que no sé por qué mi morbosa imaginación había estado forjando. No era la primera vez que fantaseaba con alguna tía buena que hubiera visto, pero nunca había notado nada...

Intenté convencerme, mientras me cambiaba, poniéndome algo más cómodo para estar en casa, de que todo era creación de una excesiva capacidad creativa. Ella podía ser una mujer lanzada y abierta, quizá algo indiscreta, pero al hablar ayer conmigo y hoy con el refresco sólo había sido amable con su nuevo vecino, no pretendía ni mucho menos,..., nada conmigo. Quizá las hormonas, a las que intentaba ignorar, me estaban dando un toque... Decidí que me “desahogaría” con el ordenador después de comer. Pero el día y Claudia aún iban a tener una última sorpresa para mí.

La cocina del apartamento estaba casi totalmente oscura, como si fuera de noche, cuando entré. La única fuente de luz natural era la que entraba por la ventana, pero ésta daba a un patio interior y éste estaba parcialmente obstruido por una especie de balcón que el vecino del 5º A se había construido. La comunidad de vecinos llevaba ya dos meses presionando para que lo retirase, pero ahí seguía.

No encendí la luz. Solamente iba a calentar la comida, que ya estaría en el microondas y no necesitaba ver para nada. Estaba a punto de poner en funcionamiento aquel, calculando si tendría que poner medio minuto o uno entero para calentar bien la sopa, cuando algo me llamó la atención. En la ventana del piso de enfrente, el de la vecina. Ahí la luz sí que se encendió y pude verla perfectamente. Seguía llevando la misma ropa que cuando abandoné su piso y, embobado, me quede mirando como sacaba una botella de agua, se llenaba un vaso, la volvía a meter en el frigorífico y se tomaba medio... Nada extraño en principio.

Pero eso no era todo. De repente y como quien no quiere la cosa, ella, que estaba de cara a la ventana y por tanto, claramente expuesta a mis miradas, se quitó la sudada camiseta, dejando a la vista su bien formado cuerpo, sus caderas... Yo pensé que lo mejor que podía hacer era calentar cuanto antes la sopa y salir pero no pude... Porque a continuación, antes de que de verdad pudiera siquiera pensar si estaba bien o no, ella se quitó también el sujetador... Boquiabierto y completamente idiotizado, como alguien a quien no le llega la sangre al cerebro, quede contemplando aquellas dos curvadas y sensuales formas... Las había visto más grandes en películas porno, pero aunque no excesivamente grandes si eran muy bonitas. No quedaban como dos bolsas que colgaran como ubres, sino que se formaban naturalmente como dos briosas montañas en medio de los valles, redondas y seductoras...

Pensé que ella no debía saber qué estaba viéndola. No me debía ver estando mi cocina casi totalmente a oscuras y no habiendo yo encendido la luz... ¿Pero por qué se exponía así?... ¿Lo hacía aposta? No. ¿Para qué iba a hacer eso? No tenía ningún sentido... ¿Qué, es que iba a adivinar que estaría en la cocina y quería enseñarme las tetas para ponerme cachondo? No tenía sentido. Lo mejor, según pensé, era que me fuera de la cocina inmediatamente y esperar a que ella se fuera o se vistiera para volver a por mi sopa.

No pude moverme y no pude porqué aún había más... Mirando a través de la ventana, como si me viera aunque yo estaba seguro de que no era posible, cogió nuevamente el vaso y fue derramando el agua sobre sus pechos... ¡Oh, dios! El agua caía sobre sus hombros y luego fluía sobre sus pechos como pequeños arrojos... La piel relucía por el agua y ella, tras dejar el vaso sobre una mesa cercana, empezó a acariciárselos, como si estuviera duchándose... Se acariciaba desde los pechos hasta el vientre y, a pesar de la distancia y de las dos paredes que nos separaban, casi creía oír sus suaves gemidos, pronunciados por sus dos carnosos y suaves labios, que apenas distinguía entreabriéndose y cerrándose.

Estuve todo el tiempo parado, contemplando anonadado el espectáculo que parecía que me estaba dedicando... El único órgano que había respondido desde el principio era el miembro, ya totalmente endurecido, empalmado como si quisiera asomarse fuera del pantalón para ver también el espectáculo... Estaba totalmente aborto mirándola cuando ella, de repente, se dio la vuelta y, tras apagar la luz de su cocina, que quedo completamente oscura, parece que se fue...

¿A qué había venido eso?... Durante un momento esperé que de repente oiría a alguien llamar a la puerta de mi apartamento, que la abriría y sería ella, que se arrojaría sobre mí y lo haríamos ahí mismo, en el salón... Fui allí, esperando que llamara a la puerta, sin poder evitar llevar mi mano a mi endurecido miembro... ¡Buf! Me sentía completamente hirviendo como pocas veces me había sentido. Estaba totalmente excitado...

Pero ella no apareció y yo no pude aguantar. No entendía nada de lo que hacía esa mujer pero eso ahora no me importaba, sólo aliviarme... Fui a mi cuarto casi tropezando por las prisas y me tumbé en mi cama. Me bajé los pantalones y la ropa interior y mi mano, que conocía perfectamente el camino, rodeó mi erecto miembro, comenzando a masajearlo suavemente mientras mi imaginación se puso manos a la obra...

La vi entonces aparecer en la puerta de mi cuarto. Yo estaba tumbado, con la ropa por los tobillos, masturbándome... Ella sonrío, dulce y misteriosa. Mi fantasía le había puesto nuevamente la camiseta sudada pero no el sujetador, puesto que se le marcaban, claros y erectos, los pezones.

-Hace calor aquí-comentaba con naturalidad mientras se quitaba la camiseta y dejaba a mi vista el magnífico espectáculo que ya conocía...-Dan ganas de,..., acostarse en la cama un rato.

Ella se acercó a los pies de cama, arrojando la camiseta sobre un escritorio cercano y, subiéndose a aquella, caminó a cuatro patas, colocándose sobre mí... Podía sentir el calor de su piel, la humedad de su sudor, la lujuria de sus ojos clavada en mí casi como si fuera verdad. Quedando de rodillas, rodeo mi cara con sus manos, acariciando mis mejillas... Se acercó a mí y de sus labios dejó escapar un grueso hilo de saliva... Lo vi formarse, acumularse,..., blanca, parecía espuma... Y cuando la vi caer abrí mi boca para tomarla. Cayó sobre mi labio superior y mi lengua inmediatamente lo buscó y lo atrapó, llevándolo a mi interior. Chispearon sus ojos, como si estuviera satisfecha porque yo hubiera hecho lo que quería.

-Ahora vas a hacer lo que yo te diga, ¿verdad?-dijo. La voz era insinuante pero también tajante. No era una pregunta, sino una orden.

-Sí-susurré levemente.

Ella entonces se colocó totalmente sobre mí, girándose. De modo que de repente me encontré con la entrada de su intimidad sobre mí, sus labios sobre los míos... No sé como se había terminado de desnudar en tampoco, pero al fin y al cabo era una fantasía...

-Ya sabes lo que quiero-dijo la voz.

Sí que lo sabía e iba a ponerme a ello pero entonces noté su mano rodeando mi pene... El tacto de su mano era suave y excitante. La recorría primero lentamente y luego más rápida, sentía el calor de sus dedos en torno a mi mástil.... ¡Oh! Su otra mano fue más abajo y comenzó a masajear mis testículos... El morbo y la fantasía me nublaron la mente y ya no existía nada más, sólo sus manos llevándome por el sendero del placer...

-¿Qué?, ¿te gusta, verdad?-la oí preguntar.

-¡Sí!-pude responder entre unos suaves gemidos que el placer arrancó de mi garganta...

-¡Venga! ¡Quiero ver como te corres! ¡Compláceme!-ordenó.

No pude aguantar mucho más. De repente volví completamente en mí al tiempo que me estremecía en el placer del orgasmo y de mi polla surgían, primero densos, con fuerza, y luego como agua que desborda, los borbotones de semen, cayendo progresivamente sobre mi vientre y mi mano... Hacía mucho tiempo que no me corría de esa forma... 

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