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Rocío, ¿la criada? (4. El Trabajo)

en Dominación

4. El Trabajo

En toda aquella tarde, mi Ama no pareció considerar oportuno decirme ni explicarme nada sobre aquel “trabajo” que, según ella, tenía preparado para mí. Simplemente me repitió un par de veces que a las siete pasaría a recogerme.

Después de haberme poseído de aquella forma tan excitante, ella, con toda normalidad había pasado a mostrarme los fallos que había cometido en mi labor de limpieza, haciéndome corregirlos, avisándome al final de que repetirlos me costaría un severo castigo. Yo no pude menos que asentir, pero si por un momento había pensando que ya podría descansar tranquilamente hasta las siete, me equivoqué.

Tras limpiar me hizo cocinar. A pesar de que ella tuvo que estar controlándome y dictándome cada paso, puesto que yo nada sabía, insistió en seguir haciéndome trabajar. Llevando todavía el traje de doncella. Me estaba convirtiendo en una auténtica criada, en un esclavo de verdad. Ella ya me lo había dicho: No era un mero juego sexual, era una realidad a todos los niveles. Y yo ya no podía hacer nada… Lo cierto es que, pensándolo bien, no estaba seguro de querer hacer nada. Ella me tenía totalmente dominado… Y eso me excitaba y me gustaba.

Todavía después tuve que servirle. Ella se sentó en el sitio de mi madre en el comedor presidiendo la mesa mientras yo le llevaba la comida, los cubiertos, la servilleta,… Nunca había puesto la mesa ni siquiera para mí y ahora tuve que estar de pie, a su lado, atendiendo sus deseos mientras ella degustaba la que habría debido ser mi comida. ¿Y yo qué comí? Ella me dio el bocadillo que se había hecho aquella mañana. 

-Tú eres un esclavo y yo soy tu Dueña-me dijo-Comeremos como corresponde a nuestra categoría.

Y luego, claro tuve que fregar. Pero no tenía ni voz ni espíritu para protestar. Obedecía automática y sistemáticamente sus órdenes como si fueran lo más normal del mundo.

Al tiempo, intentaba no pensar en lo que sería ese “trabajo” que me esperaba. Lo único que importaba, pensé, es que iba a tener que hacerlo, me gustase o no, por lo que preocuparse no merecía la pena. Que mi Ama no me dijera nada tampoco era nada nuevo… Ya tenía una experiencia antes, cuando me ocultó el método con el que debía pagar a su amiga el precio de la ropa que me compró. ¿Sería algo así? Otra amiga con extrañas aficiones… Y nuevamente estaba pensando en ello, pero no podía evitarlo.

Eran casi las cuatro de la tarde, la hora en que mi Ama se iba normalmente, cuando ésta me llamó. En ese momento estaba en mi cuarto, a dónde ella me había mandado con la orden de quedarme “calladito y tranquilito” para poder dormir la siesta. Yo acudí lo más rápido que la sorpresa y los zapatos de tacón me lo permitieron. Ella estaba nuevamente en el asiento de mi madre:

-Bueno, esclavo-dijo cuando llegué-Me voy a ir yendo ya. Tengo asuntos que quiero atender.

-Sí, mi Ama-asentí.

-A las siete pasaré. A las siete en punto-me repitió.

-No la haré esperar, mi Ama.

-Eso espero-me observó detenidamente un momento antes de continuar-Quiero que lleves esas braguitas rojas que te dije que me parecían sexys, ¿sabes las qué digo?

-Sí, mi Ama-asentí.

-Pasaremos por la tienda de mi amiga Clara, tiene algo que necesitarás en tu trabajo.

-Sí, mi Ama,…, aunque-iba a hacer una pregunta, pero el recelo me hizo callarme.

-¿Aunque qué, esclavo? Pregunta.

-Eso que necesitaré para mi trabajo… ¿Habré de pagarlo, mi Ama?

-Dime, esclavo-ella sonreía casi de forma claramente maliciosa-¿Temes tener que pagarle o más bien temes no tener que hacerlo?

Recordaba muy bien la forma en que Clara se había cobrado sus prendas. Aquel consolador en mi boca y en mi culo… Y yo, cogiéndola y terminando en su interior.

-Podría hacerlo si fuera necesario, mi Ama-respondí finalmente.

-Seguro que sí. Pero no hace falta, ya está pagado y, de todas formas no tendremos tiempo. Cogeremos lo que tiene para ti e iremos al lugar en que tendrás el trabajo. Allí te cambiaras y harás tu tarea. Luego te traeré a casa. ¿Entendido?

-Sí, mi Ama.

-Una cosa si voy a decirte, esclavo. Puede que está tarde tengas algunos tapujos o dudas a la hora de hacer algunas cosas que vas a tener que hacer. Pero no quiero tener que corregirte ante otros. Obedecerás al punto cada orden mía y de quién yo te diga, ¿entiendes? Ahora habló muy en serio. Si no cumples hoy como espero, mañana tu madre va a ver algunos videos interesantes y averiguará que clase de pervertido tiene por hijo.

-Sí, mi Ama.

“¿Videos?” ¿Por qué había dicho videos en plural?... Ella tenía grabada la primera vez que me había sometido a ella pero nada más… ¿O sí?

-¿Y a ti no te gustaría que los viera, verdad?

-Preferiría que no, mi Ama.

-Eso creía. Aunque puede que le gustasen, ¿no crees?

-No lo sé, Ama.

-¿Tu madre ve películas porno?

-No lo sé, mi Ama.

-Pero, ¿qué crees? Tu madre lleva tres años divorciada, ¿crees que lleva tres años sin hacer nada, ni siquiera consolarse a sí misma?

-Nunca lo he pensado, mi Ama.

-Pues tu madre es una mujer como la que más, ¿no? Seguro que también tiene ganas, aunque sea de vez en cuando. Y es atractiva, ¿no?

-Nunca me he fijado en mi madre, mi Ama, no de esa forma.

-Entiendo, pero ahora puedes y vas a hacerlo.

La verdad es que tenía razón, mi madre se conservaba bastante bien. Era rubia, como más me solían gustar, con el pelo corto. Tez muy blanca en que resaltaban sus dos bellos ojos azules. Y su cuerpo… Miré una fotografía para ayudarme, pues no solía fijarme en él como lo podría haber hecho si fuera el de otra mujer cualquiera. Estaba delgada y se conservaba bien para una mujer de su edad y que había tenido un hijo, cosa que yo creía que estropeaba mucho. Y sus pechos eran bonitos… Y,… ¿Pero en qué pensaba? No podía pensar en mi madre así. Para eso era mi madre. Pero mi Ama me lo había ordenado…

-¿Y bien?-preguntó ella al cabo.

-Sí, es atractiva, mi Ama.

-Y en cuánto a lo de antes, ¿crees que habrá llevado tres años de castidad o que tiene rollos por algún lado?

-No lo sé, mi Ama-la verdad es que no entendía a donde quería ir a parar… Pero me estaba empezando a excitar…

-¿Y qué pensaría del pervertido que tiene en casa? ¿Crees que intentaría sacarle partido?

-¿Perdón? No entiendo, mi Ama.

-Sí que lo entiendes. Con todo el porno que imagino que has visto y todas esas cosas, ¿nunca has tenido fantasías con tu mamaíta? Con lo morboso que es el incesto.

-No, mi Ama-respondí con sinceridad.

-Pero ahora ya no puedes evitarlo, ¿no?-me dijo, sugerente. Tenía algo de razón. Ahora que me lo había sugerido no podía evitar imaginarme con mi madre, aunque intente evitarlo… Era mi madre. Hay cosas que no se pueden hacer, me dije y me repetí cien veces-Te ves, ¿no? Cogiéndote a tu mami. Follándote a tu mami… Y tu mami pidiendo tu verga, que se la metas, que le des toda la leche…-Al tiempo que decía esto me puso la mano sobre mi polla, cada vez más dura-Estoy segura de que tu madre es tan putita como tú… Y es que, esclavo, la tienes toda parada y pensando en tu madre…-metió la mano bajo las faldas y mis braguitas y la rodeo con sus dedos… ¡Dios! Me sentía a punto de estallar. Sólo quería que desahogarme…-Eres un pervertido sin remedio, como ya sabía-dijo empezando a masturbarme suavemente-¿Verdad?

-Sí, mi Ama-respondí, cerrando los ojos para disfrutar del tacto de su suave mano al acariciármela. Me lo hacía con gran habilidad y me hacía gozar con la agilidad y la presión de sus dedos.

-Seguro que eres de los que se la menean con frecuencia, ¿verdad?

-Sí, mi Ama.

-Y dime, ¿alguna vez tu madre te ha sorprendido?

-No, mi Ama-respondí. Siempre había sido muy cuidadoso con eso, aunque no es que necesitase tampoco muchas precauciones.

-No qué tú sepas, más bien-me corrigió ella-Puede haberte visto sin que lo notes.

-Puede, pero no lo creo, mi Ama.

-Pues mi intuición me dice que sí, que tu madre es una guarra que ha disfrutado mucho mirándote hacerte pajas, pero demasiado tonta para entrar y hacértelas ella aunque se muriera de ganas. Es más, seguro que se ha tocado ella a su vez pensando en ti y en tu pollita-con lo que me decía me estaba volviendo loquito, entre su mano masturbándome y todo lo que contaba…Ah, yo ya no podía evitar los jadeos de placer-Seguro que ha soñado muchas veces con meterse en la cama de su consentido niñito, con volver a darte teta, y puede que algo más en esta ocasión… Si supiera lo pervertido que eres, puede que te reclutase como amante. ¿Te gustaría eso, esclavo, qué tu madre te hiciera su amante?-mientras hablaba fue aligerando el movimiento de su mano…

En ese momento yo no podía pensar, al menos no racionalmente. Mi mente estaba inundada del placer que mi polla me mandaba a grandes oleadas y el morbo, infinito, me nublaba el juicio. Fue mi latente verga la que contestó, más que mi cerebro:

-Sí, mi Ama.

-Ya lo sabía.

Y, en ese momento, me sentí acabar… Iba a eyacular.

-Voy a acabar, mi Ama-le avisé.

Ella aumentó la velocidad al tiempo que me levantaba las faldas para introducírsela en la boca. Sentir su boquita alrededor de mi miembro, calentita y húmeda, precipitó mi corrida. Ese día ya era la tercera, por lo que no salió mucho semen. Ella se lo tomó todo.

-Muy bien-concluyó, levantándose-Es el momento de irme. Nos vemos, esclavo.

-Sí, mi Ama.

Aquellas tres horas me parecieron transcurrir con más velocidad de lo normal. Al irse mi Ama me había cambiado, guardando cuidadosamente mi “uniforme de esclavo” y poniéndome ropa normal. De hecho, decidí ducharme para ponerme ropa limpia, incluyendo la prenda que mi Ama especialmente me había señalado.

Mi madre, como solía hacer, me llamó hacia las seis y media para decirme cuando llegaría a casa. Hoy llegaría a las siete y media. Yo le dije que iba a salir. Sólo eso. Prefería no tener que inventarme ninguna excusa y, por suerte, ella no preguntó nada.

Y llegó el momento. Eran menos cinco cuando salí de casa. Iba a tener que esperar pero eso era mejor a arriesgarme a que mi Ama se enfadara. Estaba nervioso, pensando en lo que ella me había dicho: “Puede que está tarde tengas algunos tapujos o dudas a la hora de hacer algunas cosas que vas a tener que hacer.” ¿A qué se refería? ¿Qué iba a tener que hacer? Después de lo que ya había experimentado no se me ocurría a qué podía referirse… Quizá no quería imaginarlo.

El coche de mi Ama apareció, justo a la hora en punto, por un extremo de la calle. Yo estaba en la acera y, cuando se paro enfrente de mi edificio, subí y me senté en el asiento del copiloto. Ella, sin saludarme ni decirme nada en un principio, siguió conduciendo.

-¿Llevas lo que te he dicho?-me preguntó finalmente cuando, si no me acordaba mal, llevábamos medio camino hecho. En ese momento estábamos detenidos ante un semáforo en rojo, ante un paso de peatones por el que no pasaba nadie.

-Sí, mi Ama-respondí.

-A verlas.

-¿Aquí, mi Ama?-pregunté.

-¿No has oído lo que he dicho?-dijo, su tono era suave pero sabía por su forma de mirarme que le había disgustado mi duda.

Yo llevaba unos pantalones cortos, vaqueros y una camisa de manga corta. Me daba un poco de corte, aunque no había mucha gente cerca. De todas formas, me desabroche el botón, me baje la cremallera y lo abrí lo suficiente para que pudiera ver que, efectivamente, llevaba lo que ella me había pedido.

-Bien-se limitó a asentir tras unos segundos que me pareció eterno. Yo me volví a poner bien la ropa entonces.

Siguió conduciendo un nuevo rato en silencio antes de volver a hablar. Yo, la verdad, es que no me hubiera atrevido a abrir la boca. No quería meter, o más bien volver a meter, la pata.

-Dime, esclavo, ¿tienes alguna idea sobre el trabajo qué te espera?

-No, mi Ama-contesté, pensando que quizá era ya el momento en que me lo iba a contar.

-¿Pero recuerdas la advertencia de está tarde, verdad?

-Sí, mi Ama-asentí.

-Espero que la tengas presente cuando llegué el momento… No soy tan estricta, sin embargo, como parece. Te digo ya con tiempo que no me importa el asco que te de hacer algunas cosas, incluso no me importa que lo muestres, pero eso sí, las vas a hacer si yo te lo ordeno. ¿Entendido?

-Sí, mi Ama.

-Con que tengas eso en mente basta de momento-terminó diciendo.

Ya no dijo nada más hasta que llegamos a la tienda de Clara. La verdad es que mi encuentro con ella había sido ayer, no habían pasado ni dos días enteros y, sin embargo, me parecía que hubiera transcurrido una eternidad desde la primera vez que entré en aquel local.

Cuando entramos, Clara nos esperaba ya con un paquete debajo del brazo en la salita principal.

-Hola, Rocío, ¿qué tal?-le saludó.

-Bien, Clara, llevando al esclavo a que me haga un trabajo-le respondió mi Ama.

-Ya veo-asintió ella-Aquí tienes lo que me has pedido, ¿tienes tú lo mío?

-Claro-contestó mi Ama tendiéndole un puñado de billetes, que Clara contó de forma meticulosa-Un poco caro, quizás, pero va todo-le dijo entonces, quizá ofendida de que Clara dudara de su honradez.

-Ya lo sé. Es la costumbre-se justificó ella-Y el precio hubiera sido más bajo si no me lo hubieras pedido con tanta urgencia. Y, por lo que vas a cobrarle, probablemente sigas sacando unos buenos dineros en limpio, así que no te quejes tanto, guapa.

-No me quejo-contestó mi Ama cogiendo el paquete y dándose la vuelta-Nos vemos.

-¡Hasta luego!

Yo volví a seguir a mi Ama, esta vez fuera del local. Antes de volver a subir al coche me tendió el paquete, pero no sin antes advertirme de que no debía abrirlo ni mirar.

Y así emprendidos un nuevo viaje. En esta ocasión mi Ama no dijo nada en ningún momento. Mientras, mi mente estaba en ebullición, intentando adivinar qué había en el paquete, para qué lo iba a  tener que usar y en qué consistía el trabajo que me esperaba. Ya era cuestión de minutos el averiguarlo.

Finalmente, detuvo el coche y bajó. Yo hice lo mismo. Como la calle donde estaba la tienda de Clara se trataba de una vía secundaria, desierta en ese momento, de aspecto deprimido. Los apenas dos bares que se veían en las esquinas contrarias tenían las puertas tapiadas o bloqueadas con listones de madero. La calle estaba sucia y al aire que se respiraba era de depresión… De nuevo, un barrio bastante miserable.

-Vamos-me dijo ella, acercándose a un sucio portal. En una de las esquinas había una mancha de humedad que intente ignorar, aunque era difícil con el hedor. Ella pulsó un botón del telefonillo y, cuando el sonido estático se cortó, evidenciando que había línea, se limitó a decir-Soy yo, Rocío.

Si había alguien al otro lado no dijo nada, pero la puerta del edificio se abrió para que pudiéramos pasar.

El rellano y la escalera que le seguía no estaban en mejores condiciones que el portal. De todas formas, empezamos a ascender por unos escalones plagados de colillas, pañuelos usados y demás suciedad. Intentando esquivarlos no me di cuenta exactamente de hasta que piso subimos y, en la puerta en que nos detuvimos, el número había desaparecido. Suponía, por lo poco que me había fijado, que sería el tercero o, como mucho, el cuarto.

Mi Ama llamó a la puerta. Visto lo visto y lo sucio que estaba todo, sólo esperaba que no quisiera que limpiase aquello. La idea me hizo estremecerme… Pero la deseché de inmediato. Me habría hecho traerme el traje de doncella si fuera eso.

Estaba pensando en eso cuando la puerta se abrió y apareció un hombre maduro, por lo menos de cincuenta. Me fije en su aspecto: con una calva que intentaba en vano ocultar con la típica “cortinilla”, unos rasgos parecidos a los de un sapo gordo, con rasgos saltones, una cara no desagradable necesariamente, pero sí de aspecto sucia sobre un cuello invisible. A eso le seguía en impacto una oronda barriga y unas piernas gordas y rechonchas. Llevaba meramente una camiseta interior sin mangas, toda sudada y unos pantalones estampados con flores de chillones colores que para nada combinaban.

-¡Hola Rocío!-la saludó-¿Es éste?-preguntó, mirándome.

-Sí-respondió mi Ama-¿Qué te parece?

-Está muy bien-dijo con un tono de voz que me provocó malas vibraciones-Pero se verá mejor con lo que te pedí… ¿Has podido conseguirlo?

-Sí-respondió mi Ama-Y como te dije, el precio subirá.

-Y como te dije, no hay problema.

Yo estaba perplejo, no entendía de qué hablaban.

-Pero no os quedéis en la puerta-dijo-Pasad.

Mi Ama entró con tranquilidad y yo me limité a seguirla. Como había imaginado, la casa por dentro era un total desorden, un caos… Bueno, era peor, era un sucio caos… Y temí que empezaba a entender cuál era el trabajo que tenía que hacer… No negaba que era algo morboso, pero la tericia que todo esto me causaba me superaba.

-Veo que sigues siendo tan ordenado y limpio como siempre, Manuel-comento con sarcasmo mi Ama.

-Ya ves, Rocío-le replicó, aunque pude percibir que me miraba a mí. Yo me concentré en mirar un cenicero que había en dirección contraria, contando las colillas que allí se concentraban-Parece que tu esclavo está nervioso… ¿Su primera vez?

-Así es, pero puedes estar tranquilo. Es un buen esclavo, obedecerá.

-Bien-asintió él-Pues que se vaya vistiendo… Yo ya estoy a cien-dijo sobándose la entrepierna por encima de aquellos pantalones tan chillones-Que vaya al baño o a mi dormitorio, quiero verle aparecer y ver que tal la queda sin que se pierda la sorpresa.

Mi Ama se limitó a asentir y, con un gesto, me hizo seguirla a una habitación. Ahí solamente había una cama sin hacer, con las amarillentas sábanas por el suelo, ropa tirada de cualquier manera, una tele encendida pero sin sonido y un viejo armario empotrado… Todo era tan asqueroso, tan sucio… Que no podía dejar de darme morbo.

-Ahora vamos a ver mi última inversión-dijo mi Ama cogiéndome el paquete, que todavía llevaba entre mis manos.

Lo puso sobre la cama y lo abrió. Era, como cabía imaginar ropa… Al principio me costó distinguir nada más que prendas blancas y azules… Hasta que ella lo extendió. Era ropa femenina, más concretamente, por lo que pude ver, una especie de traje de colegiala como los que alguna vez había visto en cómics hentai… ¿Otro disfraz de chica? No me terminaba de gustar. Mi mirada debió delatarme porque ella me dijo:

-¿Qué pasa, esclavito? ¿No te gusta la idea de encarnar a una linda colegiala?

-Mi Ama…-empecé-¿Puedo hablar con sinceridad?-dije bajando el tono para que el tío no pudiera oírnos.

Ella pareció pensarlo un momento antes de asentir con la cabeza.

-Entiendo, mi Ama, el simbolismo de la ropa inte…-cuando vi su mirada, rectifiqué-De las braguitas-ella asintió entonces-Pero los disfraces femeninos… Yo soy un chico y nunca me he sentido femenino ni nada de eso-dije-Mi Ama.

-¿Y temes que intenté convertirte en una chica, eh?

-Bueno, mi Ama, la verdad es que sí…

-Puedes tranquilizarte, esclavo, no es ese mi objetivo. Como muchas veces te he dicho, eres un esclavo. Si quisiera esclavas podría tenerlas, pero no es tu caso. ¿Entendido?

-Sí, mi Ama.

-Además, éste disfraz es una petición del cliente a la que he accedido. Nunca había usado un disfraz como éste aunque, ahora que lo veo, es algo mono, me gusta-dijo, reflexiva-Bueno, cambiando de tema, supongo que ya sabes cuál es tu trabajo, ¿no?

-¿Satisfacer a ese hombre?

-Sí, y deberás hacer todo lo que él te diga. Y él quiere verte con esta ropita, así que ve cambiándote.

-Sí, mi Ama.

Empecé a desvestirme mientras ella preparaba la ropa para que me la pusiera. Cuando me lo había quitado todo, excepto las braguitas, me ayudó a vestirme. El disfraz de colegiala era más sencillo y fácil de poner que el de criada. Consistía en una minifalda azul celeste, una camisa blanca con bandas azules y cuello marinero, un lazo amarillo para el cuello, unos largos y finos calcetines blancos y unos zapatos azul oscuro.

Mientras me iba poniendo cada una de esas prendas empecé a pensar en lo que me esperaba… Ese hombre era feo y asqueroso… Y sin duda, un pervertido de la peor calaña viendo sus gustos y lo que hacía: pagar para follarse a jovencitos disfrazados de colegialas… Yo nunca me había imaginado con un tío… Bueno, ahora la idea de que me follara no me desagradaba tanto como lo hubiera hecho hace unos días, tras mis experiencias con Clara y Rocío… Una polla era una polla, sea de goma o de carne. No podía imaginar que a la hora de que me la metieran fuera a ser diferente… Pero si me hacía chuparla, eso si que sería diferente… Recordé aquel “truco” que imagine cuando Clara me inauguro la boca con su consolador… Pensar que chupaba la punta de un zapato…Ese truco podía servir con los vibradores, pero no cuando mi lengua recorriera una pollita de verdad, vibrante, carnosa… Y menos si me hacía tragarme su corrida… A mí hasta la mía me parecía desagradable cuando me masturbaba y la idea de comerme la de otro me daba un poco de cosa…

Aunque todo eso también era morboso. No podía negarlo. Pero estaba nervioso. Podía no gustarme cuando lo hiciéramos, lo que me parecía más probable, y no podría negarme. Mi Ama lo había dejado claro: si me negaba mi madre vería los videos que tenía de mí… Y sabía que había hablado más en serio que nunca…

-No estás nada mal-me dijo, mirándome de arriba abajo cuando terminamos de vestirme-Ahora ve, que tienes cosas que hacer.

-Sí, mi Ama.

Cuando salimos, aquel tío ya estaba desnudo. Estaba en un sillón, más tumbado que sentado, con las piernas estiradas y abiertas y una polla morcillosa a medio levantar colgaba, gorda, en su entrepierna mientras él se la masajeaba suavemente los huevos con la derecha.

-¡Joder!-dijo al vernos volver-El esclavito no esta nada mal con esa ropita… Me gusta-dijo empezando a tocarse-Puedes empezar con lo tuyo Rocío, que yo iré a lo mío.

¿Con lo suyo? ¿A qué se refería? Cuando miré a mi Ama, ésta estaba de espaldas, sacando algo de su bolso, que había dejado encima de una destartalada mesa. Cuando se giró, mi intranquilidad se disparó: era una cámara. Iba a grabarlo.

-Pero recuerda enviarme una copia, ¿eh?-dijo Manuel.

-Tranquilo, que lo haré-le confirmo ella-Ya podéis empezar, que esto está grabando. Comportaos con normalidad, ignorad a la cámara y estaréis mejor.

Yo me limité a tragar saliva. Resignación, pensé, no puedo hacer otra cosa. Y recordaba sus amenazas.

-Ven, esclavo-me llamó él-Ponte a mi lado.

-Sí…, Señor-dije tras dudar un segundo. Mi Ama no me había dicho como debía hablarle.

Él río ante mi respuesta mientras yo me colocaba a frente a él, un poco a la derecha. Intenté ignorar a mi Ama mientras ella buscaba una buena posición para grabar.

-No me llames “Señor”-me corrigió-Me tienes que llamar…-pareció pensarlo-“Profesor”, ¿de acuerdo?

-Sí, Profesor-asentí.

-Y tú… ¿Qué puedes ser?...Tú vas a ser una alumna, sí, una alumna muy rebelde que requiere disciplina,…, una alumna rebelde y putita llamada… Silvia ¿eh, Rocío?

-Es tu fantasía, no me meto en ello-respondió ella sin dejar de grabar.

-Eres un niña muy maleducada-me empezó a decir mientras colocaba su mano derecha en mi rodilla, pasando después a acariciar mi pierna, el muslo, sin dejar de subir por debajo de la minifalda y hasta meterse entre mis nalgas por debajo de las braguitas-Te portas muy mal en clase… Tu padre no te da bastantes azotes, ¿verdad? Seguro que tienes muchos pendientes… ¿Eh?

-Sí, profesor-contesté… Lo cierto es que, sin yo pretenderlo, mi pene empezaba a responder, aunque poco a poco.

-Ponte aquí, a mi lado-me indicó. Yo lo hice, quedando al lado del brazo del sillón-Inclínate.

Obedecí, doblándome como si hiciera una pequeña reverencia. Él me lamió el cuello por encima del lazo que llevaba… Eso me dio un poquito de asco, pero no me resistí. Ni siquiera cuando sentí su lengua subir a mi mejilla izquierda, rozando en un momento mis labios, por suerte, siguió subiendo y note un cosquilleo cuando la pasó sobre mi oreja.

Sus manos me agarraron por los brazos primero y luego me empujaron desde la espalda para que quedara tumbado, boca abajo, sobre él. Mi cuerpo quedó sobre el sofá, sobresaliendo mi pecho, brazos y cabeza a su izquierda y quedando mis piernas “colgando” por el otro lado. Estaba totalmente a su disposición…

Entonces me subió la minifalda y sus manos acariciaron mis nalgas, en un principio con suavidad, pero luego más duramente, como si amasara algo.

-Pero ahora vamos a corregir esa carencia-dijo.

A duras penas contuve un pequeño gemido de dolor cuando descargó, creí que con toda su fuerza, su palma abierta contra mi trasero.

-¿Te ha dolido, Silvia?-preguntó-Dilo con sinceridad.

-Un poco, Profesor-contesté.

-Mejor para ti. Esto apenas ha comenzado.

Su segunda nalgada no me cogió ya por sorpresa, pero si fue más fuerte que la anterior. Nunca me habían pegado y sentí mi piel enrojecer cuando él continuó azotándome, cada vez con golpes más fuertes.

-Esta por putita, esta por guarrita, esta por cerdita-iba diciendo al compás de sus cachetes.

Yo resistí, cerrando los ojos, apretando los dientes… No quería que supiese lo que estaba doliendo… Pero al mismo tiempo, la tenía ya dura. Estuvo un rato más, hasta cansarse…

-Te mereces más azotes, pero lo dejaremos correr por el momento.

-Gracias, Profesor-dije.

-Se te ha quedado el culito calentito-su mano ahora acariciaba mis doloridas nalgas… Luego la sentí bajar, rodeándome, hasta mi polla-Vaya, vaya… ¡Y lo que no es el culito también! ¡Pues no habrá gozado y todo la zorrita ésta con mis azotes!

Yo me sonrojé, por suerte, en mi posición, él no lo podía ver.

-Bueno, levántate, Silvia-me ordenó-Y ponte delante de mí, quiero verte bien, putita.

Yo lo hice, quedando ante él de pie. No pude evitar llevarme una mano a mi culito dolorido… Me escocía, poco, pero suficiente para molestarme.

-Me encantan esos uniformes de putita que tenéis que llevar-dijo. Parecía totalmente metido en el papel-Esos papis ricachones y puritanos que os envían no tienen ni idea de lo fulanas que son sus niñitas… Y tú, tanto como la que más, ¿eh, Silvia?

-Sí, Profesor-dije, pensando que lo mejor era seguirle el juego.

-Y estás requetebuena…-se volvía a masturbar, su polla estaba ya dura,…, se veía la piel como brillante, sudorosa, muy gorda, tono oscuro de piel y un gran glande en el que ya había gotas preseminales-Mira como me la has puesto-la agitó como para llamar más la atención-Se merece que le des un besito, por lo menos, ¿no?

-Sí, Profesor.

Había llegado el momento más temido. Me fui arrodillando lentamente ante él, que abrió sus piernas para permitirme colocarme más cómodamente entre éstas. Coloqué mi mano izquierda sobre su muslo derecho y mis brazos descansaron sobre sus piernas. Mi otra mano rodeo su mástil lentamente… Era la primera vez que tocaba el pene de otro hombre. Se notaba caliente, ligeramente palpitante… Me acerqué lentamente. Temblé, pensando en que, me gustase o no, iba a tener que meterme “eso” en la boquita, mi Ama no me dejaba otra oportunidad… Estaba ahí, a mi lado, rodando el momento, dejando para la posteridad la escena de la primera vez que comía una polla.

Y finalmente, lo hice. Mis labios entraron en contacto con su glande, y mi lengua lamió su cabeza durante unos segundos antes de retirarse. No había estado mal. No me había dado angustia ni nada…. Repetí. Me metí aquella cabecita en mi boquita y empecé a jugar con mi lengua a su alrededor, lamiéndola y dándole abundante saliva. No podía creerlo, pero me gustó. Probé esa polla y me encantó. En pocos segundos estaba chupando a placer aquella verga, introduciéndomela todo lo que podía en mi boca, lamiendo desde los testículos a la punta, succionando la cabecita, metiendo la punta de la lengua en su agujerito, masturbándolo, acariciándole y besándole los gruesos y peludos huevos… Nunca había imaginado que chuparía una polla y, mucho menos, que lo encontraría tan delicioso.

-¡Oh, sí! ¡Silvia, pequeña putita!-decía él entre gemidos-Como sabes chuparla, ¿eh? Para ser tu primera vez no está mal…

Entonces él me rodeo la cabecita con sus manos y comenzó a moverse. Notaba su gorda verga follarme la boca a placer, entrando y saliendo, hundiendo el glande hasta mi garganta. Yo estaba excitado, por su polla y por la historia que se estaba inventando… No me gustaba del todo eso de “Silvia”, pero podía aceptarlo.

Al rato, sin embargo, y para mi decepción, la sacó. El debió ver mis ganas de seguir en mi cara, puesto que me dijo:

-Vaya, te veo con pena tras quitarte tu biberón, bebita. Pero puedes estar tranquila putita, pronto vas a volver a tener verga. Ahora levántate.

Yo lo hice, y él estuvo unos pocos segundos contemplándome antes de llevar sus manos por debajo de mi falda para alcanzar mis braguitas y bajarlas de un solo movimiento.

-Vaya, vaya… Qué braguitas más sexys-dijo- Yo alcé mis pies un momento para que pudiera quitármelas. Él las examinó de cerca un momento antes de dejarlas caer al suelo.

Entonces se movió para quedar sentado en el borde del sillón, con la polla apuntando hacia fuera.

-Muy bien putita, date la vuelta y siéntate-ordenó.

No dude en hacerlo. Yo ya había conocido de sobra lo que era ser follado, por lo que no tuve problemas al sentir su duro miembro abrir mis nalgas y ponerse contra mi estrecho agujerito cuando me puse sobre él. La verdad es que a esas alturas estaba excitado: iba a ser la primera polla de verdad que me follaba.

Note perfectamente su verga, caliente, dura, gorda, deliciosa, acceder a mi interior. ¡Oh, Dios! No tengo palabras para describir lo tremendamente cachondo y excitado que estaba para ese momento… Vestido de colegiala y a punto de ser sodomizado por un gordo asqueroso… Y como lo estaba deseando, como estaba ansiando sentirme follado brutalmente por aquel tipo, sentir su mástil empalarme una y otra vez, agitarme ante su penetración, gemir pidiendo más,…, y mi Ama grabándolo todo, silenciosa al otro lado de la cámara.

-Vamos, Silvia, putita-me animó-Sigue bajando y hazte con lo que tanto deseas.

-Sí, Profesor-contesté.

Finalmente, la punta de su pollita empezó a empujar en mi orificio. Sentí un agudo dolor cuando mi carne empezó a ceder… Fue como un golpe, peor que los azotes que me había propinado antes. Pero, aunque me detuve un momento, no intenté sacármela.

-¿Por qué te paras, Silvia?-me preguntó.

-Duele, Profesor-contesté.

-¿Sí?

-Sí.

-Dolerá menos cuándo tu culito se acostumbre y, para eso, te recomiendo que te la metas cuánto antes entera. Es como meterse a la piscina: al principio el agua se siente fría, hasta que te introduces en ella por completo.

-Sí, Profesor-asentí.

Yo no estaba seguro, pero seguí bajando, sintiendo esa cosa tan gorda, más de lo que había notado los juguetes de Clara y de mi Ama, entrando en mí culito, abriéndome del todo,…, sentía como si me fuera a despezar, a desgarrar en dos…

-Vas bien, vas bien-murmuraba él suavemente-No pares ahora, ¡hasta el final!

Así lo hice. Sentí aquella dura barra de carne entrar, taladrándome las entrañas, hasta el fondo, hasta que note el tacto de sus peludos huevos contra mi culito…

-Muy bien, putita-dijo entonces-Te la has comido muy bien. Eres una buena alumna, Silvia.

-Gracias, Profesor-respondí, contendiendo el aliento para no quejarme del dolor de sentirme partido en dos. La sentí adaptando mi interior a su descomunal presencia…

-Silvia. Toca clase de gimnasia. Arriba y abajo, ya sabes-me dijo.

-Sí, Profesor-asentí, empezando a moverme.

Arriba y abajo, como él mismo me lo había indicado. Sentía su polla salir y entrar en mi culito, ya totalmente abierto y preparado para recibir pollas tras las experiencias de ayer y de ésta mañana. De hecho, el dolor había desaparecido y un increíble placer lo estaba sustituyendo rápidamente. Sin poder evitarlo comencé a gemir como una auténtica putita…

-¿Qué es eso, Silvia? ¿Estás disfrutando, eh?

-Sí, Profesor-dije entre jadeos. Mi polla estaba dura sin haberla tocado para nada, palpitando de placer sólo por sentir como me estaban penetrando… Ni yo mismo lo podía creer, pero en ese momento sólo me importaba seguir gozando, me daba igual lo demás.

-Sí es que ya había dicho yo que eres una auténtica zorrita, una putita con ganas de polla, una gatita sedienta de leche…

-Sí, Profesor-asentí.

-¿Sí? ¿Lo eres, eh? Dímelo.

-Soy tu Silvia zorrita, Profesor, tu alumna putita con ganas de polla, tu gatita sedienta de tu leche…

-Sí, lo eres. Claro que lo eres.

Entonces sus manos me cogieron, rodeándome sus brazos por la cintura, y él se levantó, sin sacármela. Y, poniéndome así contra una de las paredes, comenzó a follarme dura y rápidamente. En ese momento, no pude aguantar más. Era tal el placer y el morbo que sentí que, sin haberme realmente tocado, ¡me estaba a punto de correr!

-¡Profesor, Profesor!-dije entre gemidos.

-¿Qué tienes, Silvia, putita?

-Me corro, Profesor-dije.

-Adelante-dijo él-Suelta lo tuyo sin miedo.

Sin dejar de follarme, le levantó un poco más la falda y su mano apareció, comenzando a masturbarme justo cuando me corrí.

Mi semen brotó con fuerza, cayendo directo sobre la pared y sobre el suelo. Su mano me la apretaba con fuerza y al tiempo su verga me penetraba en largas estocadas que me arrancaban pequeños gritos de placer… Había sido una auténtica puta con él… Y la verdad es que lo había gozado. Me sorprendió que me corriera con cierta abundancia, siendo como era la cuarta del día, pero tampoco era algo para quejarme, pensé, sonriendo.

Después de hacerme acabar sobre la pared, él siguió follándome cada vez más rápido.

-¡Oh, sí! Silvia… ¡qué culito tienes, amor! ¡Como gozo follándote!-decía.

Y, finalmente, él tampoco aguanto más. Cuando iba a terminar, sin decir nada, me la sacó y sus manos me hicieron girarme. Yo no necesitaba instrucciones, me agaché de inmediato, para su satisfacción, y volví a meterme ese pene rico en la boca.

Volví a saborear, con mucho gusto, esa dura barrita de carne y a tener ese grueso mástil llenándome la boca. Él gemía y sus jadeos de placer llenaban la estancia…

-¡Ah, Silvia!-dijo-¡Aquí tienes tu leche, gatita!

Eso último me dio especial morbo, sobre todo cuando, tras decirlo, empezó a eyacular. Su pene lanzó con fuerza los primeros borbotones de su lefa, que cruzaron mi boca hasta mi garganta. El resto de su semen broto, como agua de un vaso demasiado lleno, acumulándose en mi boquita. Era un líquido cálido, algo gelatinoso, muy ácido,…, y muy excitante y delicioso. Sentí la boquita llena y lo fui degustando y tragando. Él me miraba, satisfecho con como la tomaba. Y cuando hube terminado de beber lo que me había dejado en la boca, lamí los hilillos que aún habían quedado en su verga al sacármela

-¡Que putita más encantadora y que gatita más dulce!-dijo, yendo a sentarse, cansado, en el sofá.

Yo me levante, todavía relamiéndome los labios, y entonces mi Ama, a la que no había notado dejar de grabar, me paso mis braguitas y me señaló la puerta del dormitorio. Yo entendí lo que quería sin necesidad de que me dijera nada y fui allí para cambiarme. Tampoco dijo nada cuando salí, con mi ropa anterior y nuevamente con el disfraz de colegiala guardado en su paquete. De hecho, no dijo nada más hasta que estuvimos nuevamente en el coche, de vuelta a casa.

-Lo has hecho muy bien-fueron las primeras palabras que pronunció tras aquel largo silencio.

-Gracias, mi Ama-dije.

-Como puedes ver, igual que con lo de esclavo, cuando dije que eras mi putita, hablaba muy en serio.

-Sí, mi Ama-asentí.

-El traje de colegiala, ¿te ha gustado?-me preguntó de repente.

-Bueno…-empecé respondiendo-Ha sido excitante, mi Ama-respondí con franqueza.

-Entonces, quédatelo. Considéralo un regalo.

-Gracias, mi Ama.

-Soy así de generosa y, como ya te dije, los esclavos no tienen paga, pero pueden ser recompensados si lo merecen.

-Sí, mi Ama. Espero seguir complaciéndote-aventuré.

-Estoy segura, esclavo mío. Estoy segura.

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