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Rocío, ¿la criada? (10. Perritos y Conejitas)

en Dominación

10. Perritos y Conejitas

Raquel y yo estuvimos la mayor parte de aquella tarde con los preparativos para el trabajo que nuestra Ama nos había encomendado: Mover los muebles del salón para que los clientes se acomodaran en el sofá de tres plazas, disponer la mesita del centro para los aperitivos preparando las pequeñas fuentes y los posavasos, además de poner otros dos ceniceros junto al que ya había, acercar la televisión, asegurar las cortinas, etc.

Ella conocía las manías y los gustos de cada uno de los tres y, según fuimos haciendo las cosas, me explicó cómo debíamos atenderles. Según me contó, a los tres les encantaba hacerse la fantasía de que estaban en un establecimiento de lujo, lo que implicaba que nosotras, como sus asistentes, debíamos dirigirnos a ellos en todo momento con el trato de “usted” y de “caballero”, al tiempo que ellos nos tratarían usualmente de “putitas” y “zorritas”. Salvo que nos encargasen algo o nos dijeran lo contrario debíamos quedarnos sentadas en el suelo, justo entre los tres. De Manuel no tuvo que decirme mucho, ya que lo había conocido hacía unos días, y realmente tampoco nada de los otros dos, Ramón y Ernesto, de los que, resumiendo, me dejó claro que eran básicamente igual de pervertidos que su amigo.

Lo cierto es que tampoco estuve completamente atenta a sus explicaciones. En al menos dos ocasiones me encontré con que no le estaba escuchando mientras me hablaba, habiéndome quedado pérdida mientras contemplaba sus tetas o su culo y recordaba encuentros del pasado…Aún seguía excitada desde su juego de la bañera a consecuencia del cual las dos habíamos tenido que ponernos ropa normal de mi armario, ya que mi uniforme de doncella y la ropa que ella traía habían quedado sucias y mojadas.

Y no poco habían contribuido los “uniformes” que me había enseñado y que habríamos de llevar por la noche. Llevaríamos un ajustado vestido negro que cubría del pecho al inicio de los muslos, dejando toda la pierna descubierta y que tenía en la zona del culito una gran borla blanca. Un liguero, unas medias negras y zapatos negros de tacón de aguja para piernas y pies. Pero lo más llamativo era la pajarita blanca para el cuello y las dos grandes orejas de conejita que luciríamos en la cabeza. Desde luego, Clara tenía muchas cosas interesantes en su tienda, pensé, encantada al verlo.

-¿Sabes?-dijo al sacarlos de la caja, sosteniendo uno de ellos de frente a mí como para hacerse una idea de cómo me vería con él puesto-Creo que tu nuevo yo es mucho más sexy que el otro…

-No te recordaba tan,…, amable-le dije, en parte para pincharla, en parte halagada por su comentario.

-No es amabilidad, sino que el morbo de imaginarte disfrazada de conejita con este traje, depilada y maquillada,…, tan,…-parecía buscar la palabra apropiada-,…, tan femenina…Sabiendo como eras antes, me pone especialmente,…, juguetona.

-¡Qué mala eres! Sigues haciendo crecer un incendio que luego no quieres apagar.

-Bueno, eso ya no te sorprenderá tanto, ¿eh, bonita?

-¡No, desde luego!-reímos las dos.

-Lo cierto es que, cuando le hablé al Ama de ti, pensé que podría hacer de ti una buena esclava,…, pero admito que me ha sorprendido lo rápido que ha ido.

-A mí también.

-Esta semana habrá sido muy emocionante.

-Bueno, ya lo sabes-me limité a decir, sin querer profundizar mucho.

-He visto algunos videos, sí.

-¿Qué videos has visto?-le pregunte, repentinamente preocupada.

-Te he visto como una linda colegiala con Manuel y también en esa pequeña “fiesta” que montasteis nuestra Ama, Sonia, tu madre y tú.

-Ah,…-no sabía que decir… ¿Lo sacaba a la luz por algo o simplemente por hablar? Estaba confusa…

-Tu madre siempre me cayó bien, pero debo admitir que ahora la miró con mejores ojos-siguió diciendo con un tono jovial e insinuante-Y supongo que tú también.

-Bueno, sí…-asentí, no sin cierta incomodidad y sonrojo. No me sentía del todo cómoda con ese inesperado tema.

-Yo hace tiempo que miro así también a la mía,…, pero nuestra Ama todavía no ha decidido nada al respecto.

-¿De verdad?-Aunque pensé que, dado lo que sabía, sorprenderse era tonto, no pude evitarlo. Era cierto que Juana, la madre de Raquel, parecía mucho más joven de lo que su edad pudiera hacer pensar y tenía un gran atractivo. Por otro lado era una mujer muy conservadora, que se había dedicado siempre y exclusivamente a las tareas del hogar y que se escandalizaría seguramente si supiera de las actividades de su hija. No dejaba de tener su morbo por todas esas cosas pero no la veía como una esclava de nuestra Ama, aunque todo podía ser.

-Ahora ve que limpió la casa y que le ayudo y esas cosas…Todo por orden de nuestra Ama, pero ella piensa que es que voy a ser como ella. No tiene ni idea la pobre…Hace mucho que mi padre y ella ni siquiera duermen en la misma cama y me sorprendería que alguna vez ella se hubiera agachado para…-terminó con un gesto ante su boca bastante explícito-Por el contrario, tu madre se muestra más lanzada.

-Lo es-me limité a asentir, recordando la mañana del viernes.

-Pues disfrútalo, Silvia-concluyó y, mirando su reloj, añadió-Es hora de ir terminando los preparativos.

Miré el reloj. Debía faltar ya menos de una hora para que llegaran Manuel y sus amigos. Procedimos a asegurarnos de que todo estaba bien preparado y luego, por turnos aunque yo hubiera querido hacerlo a la vez, nos duchamos y vestimos…Raquel estaba más que morbosamente mona con el traje de conejita, la colita y las orejas sobre sus rizados cabellos rubios…Una vez vestidas, además, se maquilló, primero a sí misma y después a mí. El último preparativo, que era innovador, es que me había traído una peluca de fino cabello negro que caía en una larga melena. Yo no estaba seguro de ponérmela, pero me deje convencer…Al contemplarme en el espejo casi me pareció ver una desconocida…Me sentía,…, rara. Pero me gustaba.

-Estás para comerte, bomboncito-dijo Raquel a mis espaldas, observando también mi reflejo. Yo iba a devolverle el elogio cuando, de repente, tres duros golpes en la puerta resonaron en toda la casa-Los caballeros que esperábamos acaban de llegar.

-Sí-asentí.

-Recuerda las instrucciones de nuestra Ama y lo que te he explicado.

-Sé lo que tengo que hacer-le dije, un poco molesta por esa falta de confianza.

-Bien. Vamos a abrir.

.

.

Manuel, el primero al que vi cuando les abrimos la puerta, estaba prácticamente igual que cuando mi Ama y yo le encontramos en su casa hace unos días. Su cara de aspecto sucio, como si no se lavara por las mañana, la “cortinilla” que intentaba ocultar en vano su calvicie, sus gruesos rasgos…Una camiseta deportiva había sustituido a la interior, pero el pantalón seguía siendo el mismo, con el estampado de flores de chillones colores. El siguiente era, según me los había descrito, Ramón. Pelirrojo, de complexión delgada pero no fina, daba impresión de ser más formal. Vestía la misma camiseta del equipo, un pantalón vaquero y unos zapatos marrones. El último en entrar fue Ernesto. Éste, descrito con las menos palabras posibles, era como Manuel en casi todo, incluido el peculiar gusto en la ropa, pero con más pelo en la cabeza.

-Caballeros-les saludó Raquel mientras ambas hacíamos una profunda reverencia-Es un honor y un placer el darles la bienvenida en nombre de nuestra Ama y Dueña. Estamos a su servicio y esperamos lograr su satisfacción. Si quieres pueden pasar, ya que todo está preparado.

-Muy bien, putita-le respondió Manuel-Más os vale a las dos, zorritas, que salgamos contentos, que para eso le hemos soltado sus buenos billetazos a vuestra dueña.

-Haremos todo lo que sea necesario para ello, Señor-volvió a decir Raquel.

-Y-Manuel se me quedó mirando-¡Sí eres tú, Silvia, gatita!

-Sí, Señor.

-¡Vaya, vaya!-exclamó-Desde luego, Silvia, has ido a mejor-prácticamente me estaba comiendo con los ojos. Y me gustaba esa sensación-Está-le dijo a sus compañeros-Es una auténtica traga-pollas, ya lo veréis-se volvió nuevamente hacia mí-¿Qué, putón, has podido comer muchas vergas desde la última vez que nos vimos?

-Algunas, Señor-contesté.

-¿Y cómo es el culo de esta conejita?-Ernesto avanzó para quedar detrás de nosotras y note sus manos en mis nalgas, apretando un momento antes de soltarme.

-Tiene un culito de primera. ¡Cómo gocé petándoselo!

-¿Ah, sí?-note al otro rodearme con sus brazos y frotar su entrepierna contra mi culito… A través de la delgada tela del pantalón note un incipiente bulto-¿Lo notas, zorrita?-me dijo al oído.

-Sí, Señor-asentí…Lo cierto es que no necesitaba mucho más para estar a tono…Este trabajo desde luego parecía que iría mucho más allá de lo que en un primer momento pensaba.

-Caballeros, si quieren ir yendo hacia el salón-intervino Raquel-Creo que el partido está a punto de comenzar.

-¡Ah! Es cierto-asintió Ernesto, apartándose y poniendo rumbo al salón.

-¡Vamos a ver! ¿Dónde está el mando?...No está mal la choza-comentó Manuel mientras, tras haber pasado al salón, se acomodaba en el centro del sofá y contemplaba su alrededor.

-Sí, pero que empiezan a rular los aperitivos, zorritas, que tengo hambre-ordenó Ernesto.

-Aquí está el mando-Ramón, que se sentó a la derecha de Manuel, lo cogió de la mesita y encendió la televisión. El partido no había empezado todavía, pero ya estaban hablando los comentaristas comentando aspectos de los equipos o algo así. No le presté demasiada atención.

Mientras ellos terminaban de acomodarse, Raquel me hizo una señal y fuimos a la cocina. Me encargó que fuera llevando los últimos aperitivos, que habían quedado guardados en la nevera, a la mesa: los berberechos y las navajas, fundamentalmente, así como las latas de cerveza, mientras ella calentaba en el microondas los perritos calientes y disponía el pan y el kétchup.

Manuel se había puesto cómodo quedando casi acostado contra el respaldo, las piernas estiradas bajo la mesita mientras los otros dos, que parecían tener más interés por lo que pasaba en la pantalla, se habían sentado cerca del bordo y seguían más atentos el inicio del partido. Eso no le impidió a Ramón, cuando estuve a su lado para dejar las cosas en la mesa, pasar la mano por mi entrepierna: de una breve caricia a mi mástil, que marcaba la tela, a pasar entre mis nalgas, como buscando mi entradita.

-¿Cómo has dicho que te llamas, puta?

-Silvia, Señor-le contesté yo, quedándome a su lado y abriendo un poco mis piernas para que sus movimientos fueran más fáciles. Mientras con su otra mano cogía una oliva y se la llevaba a la boca, con la otra lograba apartar la tela y rozaba mi ano con sus dedos.

-¡Ven, putita!-me llamó de repente Manuel, moviéndose para agarrarme de la ropa. Yo me dejé y él me movió y me hizo sentarme entre sus piernas. Casi tropecé, todavía no acostumbrada a los altos tacones, pero él me sujeto y quede sentada y reclinada sobre él, que mientras me acomodaba se metió un puñado de gusanitos en la boca-Estás muy mona hoy, guarra. ¿Notas como me la has puesto palote, zorra?

Desde luego que notaba su marcada verga en mi culito…Era la primera polla que había probado y recordarlo casi me emocionaba…Y aumentaba mi excitación. El someterse a unos tíos tan burros…Me hacía estar cachonda.

-Sí, Señor-asentí.

Entonces llegó Raquel cargando una bandeja con una docena de perritos calientes en una mano y un bote de kétchup en la otra, que dejó sobre la mesa.

-Caballeros-anunció-Ya se han colocado todos los aperitivos, pero si tuvieran algún otro deseo o apetencia que pudiéramos atender, no dejen de solicitarla. Estamos a su servicio.

-Yo si quiero algo más-saltó Ernesto tras tomarse un puñado de berberechos-No veo almejas y a mí me encantan las almejitas-se movió para rodear las piernas de Raquel con sus brazos y la acerco a sí-¿Tienes de eso, putita?

-Podría ser, Señor.

-Quiero una especialmente carnosa y jugosa.

-Creo que podría atenderle, Señor.

-Sí. Seguro que sí.

Así, sin más parsimonia, la hizo colocarse abierta de piernas, una alzada sobre el sofá mientras él empezaba a palpar su rajita por encima de la tela, empezando a recorrerla con sus dedos por encima y luego bajo ella.

Pero no pude dedicarme a observar a lo que se dedicaban Raquel y Ernesto, ya que yo también tenía mis cosas. En un primer momento, mientras observaba a Raquel, Manuel había cogido uno de los perritos y, tras echarle una buena cantidad de salsa, había empezado a comérselo. El tío masticaba con la boca abierta mientras miraba la tele y el exceso de kétchup caía fuera del pan sobre su camisa. Ramón, aunque con mucho más cuidado, hacía otro tanto. Parecían más interesados en el partido que Ernesto, pero pronto también se volcarían en otras distracciones…

-¡Eh, Silvia, putita!-me llamó Manuel-¿Quieres un bocado?-me ofreció de un segundo perrito que había cogido y que ya había empezado. Dirigía hacia mí la punta intacta del mismo y, aunque no tenía mucha hambre, decidí seguirle el juego.

-Gracias, Señor-contesté, acomodándome de rodillas y vuelta hacia él y mordiendo la punta y comiendo un pequeño bocado.

-¡Venga, mujer!-me instó a seguir presionando con el perrito contra mi boca-¡No te preocupes por la línea, guarrilla y aprovecha que estoy generoso!

Le volví a dar un segundo y un tercer bocado mientras él, por su lado, seguía comiéndoselo por la otra punta. Sabía a lo que eso conducía y me daba tanto asquito como morbo, pero decidir que no había otra opción me facilitó el dar el paso. Finalmente, devorado el perrito, nuestras bocas se juntaron y él, cogiéndome para presionar mi cabeza contra la suya, me besó y sentí como su lengua, con saliva y restos de comida, entraba en mi boca y bailaba con la mía. Y mientras Manuel me comía la boca y luego con la izquierda empezaba a acariciarme por encima del vestido, sentí la mano de Ramón en mi culito, que había quedado perfectamente a su alcance. Apartando la tela note sus dedos entre mis nalgas, aunque la posición no le permitía buscar bien mi entradita y mucho menos explorarla.

-Veo que a la zorrita le gustan las salchichas, ¿eh?-comentó Ramón-¿Te gustan, putita?

-Sí, Señor-respondí cuando Manuel me dejó.

-Pues mira está, a ver si te gusta, cerdilla.

Sin decir más, Ramón se desabrochó los vaqueros y se levantó para poder hacerlos caer con más facilidad. Su calzoncillo blanco delataba la erección que se escondía tras él. Yo me bajé del sofá para quedar de rodillas en el suelo y me giré hacia él de forma que su bulto quedó casi al lado de mi cara y, sin prisas, para gozar del momento, le baje la ropa interior. Una verga, corta pero tremendamente gorda, surgió entonces, quedando la punta casi rozando mi nariz, dejándome percibir claramente su viril olor.

-¿Puedo, Señor?-le pedí, ansiosa, a duras penas conteniéndome.

-¡Chúpala y calla!-fue su respuesta.

Obediente, me la metí de una vez en la boca y note su grueso mástil entrando rozando mis labios mientras mi lengua fue directa a palpar la punta del glande que la piel iba dejando descubierto. Era tan gorda que me llenaba la boca y, aunque me cabía entera, sentía mi mandíbula abierta al máximo para que pudiera entrar. Apenas tenía margen para hacer nada así, por lo que retrocedí para quedarme sólo con el glande entre mis labios y para relamer en círculos la punta del mismo mientras empecé con la mano izquierda a masturbarlo.

Y es que la diestra me la cogió en ese momento Manuel y la había llevado justo sobre su paquete, que ahora palpaba en todo su esplendor a través de la tela, sintiendo su contorno. Con una única mano era difícil, pero él me ayudó a bajarle la ropa y al poco mi mano rodeo directamente su verga, dura como el hierro. No necesité ninguna indicación para masturbarle como estaba haciendo con el otro, que me parecía que ya gemía ligeramente.

-¡Oh, como sabes usar la lengua, asquerosa!-me dijo-Pero ahora yo llevaré las riendas.

Su mano sobre la mía me hizo soltar su verga y después sentí como cogía mi cabeza, sujetándola. Estaba muy claro lo que tenía en mente. Su ritmo, cogiéndome la boca, empezó suave. Noté como hundió su grueso tronco en mi boquita, abriéndola al máximo para lograr que fuera entrando su ariete.

-¿Qué, te gusta el salchichón, zorrita?-me preguntó cuando terminó de meterla-Voy a ver si te rompo esa boquita o si resiste.

Empezó entonces el típico y rítmico movimiento. Yo, por supuesto, sumisa y obediente, me deje hacer y me agarré a su cintura para notar el compás al que iba agitándose mientras, cada vez más rápido, me follaba la boca. Su primera delicadeza dejó paso a un ritmo cada vez más brusco en que la metía y sacaba en movimientos más violentos, como si de verdad quisiera romperme la boquita. Notaba su dura barra de carne como un tapón sellarme y abrirme la boca al compás de su vaivén y el rico sabor de su mástil me la impregnaba por completo. La excitación, ya bastante, iba a más y tuve que dirigir una de mis manos a mi propia herramienta que bajo el vestido también estaba ya preparada y que empecé a acariciarme por encima de la ropa.

-¡Sí, sí!-los gemidos de Ramón aumentaron y le vi empezar a temblar ligeramente-¡Prepárate zorra que te voy a dar lo tuyo!

Ya había, claro, adivinado que estaba a punto, aunque me parecía que no había aguantado mucho. En cualquier caso cuando noté como caían de pronto los borbotones de semen sobre mi lengua no quedo duda alguna. El tío cerró los ojos mientras, suspirando suavemente, fue dejando el glande entre mis labios, al tiempo que se la agitaba mientras se corría y su polla enflaquecía. Su venida no fue abundante y me lo fui tomando según salía, líquido y calentito.

Pero no iba a estar mucho tiempo con la boquita vacía, que rápidamente Manuel dirigió mi cabeza hacia su miembro. Cuando me encaré a ella y me dispuse a lamerla me encontré con que el tío había untado su mástil en kétchup y los hilillos rojos de la salsa recorrían en espiral el venoso músculo. Sin cortarme me lancé sobre esa rica polla y comencé a lamerla, recorriendo con mi lengua su piel, buscando tomarme el kétchup, que contrastaba con el sabor cálido y suave de su verga…En la punta había ya unas primeras gotas cuyo inconfundible tono no fue apagado por el del tomate.

-Sí, Silvia, putita,…, chupa, chupa, déjamela limpia.

Decía, entre suaves suspiros, para estimularme. Pero mientras se la chupaba y me tomaba la salsa él, bote en mano, se seguía echando más. Sobre todo en el glande y en los huevos, que también lamía.

Y mientras atendía así a Manuel, noté como Ramón me obligaba a erguirme para pasar, de estar de rodillas a estar de pie y casi doblada por la cintura noventa grados. Mientras así, un poco incómoda, continuaba gozando con la gran verga de Manuel, Ramón apartó mi vestido, buscando mis braguitas y mi entrepierna, y noté su lengua recorriendo mis nalgas mientras me las acariciaba con las manos. Al poco, mientras sentía sus manos apretarlas y abrirlas, note de repente como empezaba a lamer y a hurgar en mi entradita, que se centró en ensalivar con insistencia mientras una de sus manos siguió corriendo la tela de mi vestido, en este caso, para sacar mi duro miembro, que rodeo con sus dedos mientras comenzaba a tocarlo…A esas alturas lo tenía dura como la piedra y no le costaba nada manejarlo. Así estuvimos un momento, yo se la comía a Manuel y Ramón me lamía el culo y me la tocaba…Pero ambos decidieron ir a más.

-Venga, Ramón-le dijo Manuel-Al compás.

En un principio no me percate del todo, ya que me estaba concentrando en saborear su rica pija a lo largo de toda su magnitud, pero pronto lo entendería. Igual que Ramón antes, ahora Manuel quiso llevar las riendas y, sujetándome la cabeza, me indicó claramente que ahora sería él quien marcase el ritmo, pasando a follarme la boca. Ramón, al tiempo, que debía de haberse recuperado, se colocó detrás de mí de pie y sentí como, por el mismo camino que su lengua, llegaba ahora su gruesa verga, buscando mi ano para introducirse en él. Yo no me resistí aunque me estremecía al imaginarme empalado por aquella gruesa estaca.

Mientras Manuel todavía iba despacio, calibrando y acostumbrándose a cogerme la boquita, en que sentía su polla llegar a mi garganta, Ramón colocó la suya en mi entrada. Su glande, el más grueso que había visto nunca y que ya me había costado meter en la boca, apretó con inusitada fuerza contra mi culito y un escalofrío de dolor atravesó mi cuerpo cuando logró superar la resistencia de mi cuerpo y entrar en él. Si no hubiera tenido la verga de Manuel bloqueándome la boca, habría chillado de dolor, pero si sentí como unas lágrimas recorrían mis mejillas.

Ramón no se entretuvo demasiado y de un golpe, una vez entrada la cabecita, me clavó su mástil en el culo. Profundizaba poco, pero era tan gorda que hacía estirarme el interior de mi recto más de lo que lo había estado nunca. Y al poco ya estaba sacándola y metiéndola en grandes embestidas que me hacían estremecerme de dolor por las sacudidas y roces de su duro miembro en mi estrecho agujerito, que no parecía dar bastante de sí para el acomode de aquella mole.

Y mientras Ramón me destrozaba así el culito, Manuel siguió cogiéndome la boca. Al percibir mis lágrimas de dolor cuando sentí mi ano desgarrado por el tronco de su amigo sólo había reaccionando apretando más contra mi cara, como si quisiera atravesarme la cabeza con su verga sin lograrlo.

-¡Qué boquita, putita, qué boquita!-decía sin dejar sus movimientos, pero de repente, sin previo aviso y para mi disgusto, me la sacó de la boca y se dirigió a su compañero-A ver, Ramón, ve con la otra, que quiero el culito de esta zorra.

Éste, parando y sacándomela, obedeció. Pude ver entonces que Raquel estaba cabalgando a Ernesto y que, al acercársele Ramón, se inclinó para que éste pudiera metérsela por el culito. Así los dos se la estarían follando a la vez. Pero tampoco tenía en ese momento tiempo para centrarme en lo que hacía o no Raquel. Manuel se acomodó en el sofá, nuevamente recostado y, tirando de mis brazos, me hizo colocarme encima, de rodillas, de frente a él. Me coloque de rodillas, abierta de piernas y él lo coordinó todo para que mi culito quedase justo sobre su verga. Sólo necesitaba un último movimiento.

Empujada por sus manos colocadas en mis hombros me fue haciendo descender y al poco note la cabecita de su verga contra mi ano. No le costó, una vez que Ramón había abierto la puerta, metérmela hasta el fondo de una vez y hacerme quedar completamente clavada y empalada sobre él. En esa posición y, en esto sí, sorprendiéndome y mucho, me atrajo con una mano en mi nuca y me hizo volver a besarle. Nuestras bocas se volvieron a juntar y asco que podría haberme dado en otras condiciones sólo sirvió en ese momento para darle más morbo. Lo cierto es que, hasta ese momento, sólo me había besado anteriormente con otro chico, Sergio, pero el hecho de que un hombre me besara así, me lamiera y me comiera la boca, me resultaba una de las cosas más excitantes que había experimentado y me hacía sentir mi nueva feminidad con mayor pasión que en otros encuentros sexuales.

Impulsada por él, fui cabalgándole lo más rápido que podía. Sentía esa verga entrar y salir, clavarse en mis entrañas, como la punta quedaba primero más lejos y como después retornaba a lo más profundo de mi ser. No pude contener, ni quise, unos gemidos de placer. Me sentía una putita poseída, más que nunca, y por dios que lo estaba gozando.

-¿Te gusta cómo te follo, eh putita?-me dijo más que preguntó Manuel.

-Sí, Señor, ¡sí!-casi grite, agarrándomela mientras seguía empalándome en su mástil. Al tiempo me cogí mi propia verga y, sin dejar de moverme, yo me puse a masturbarme. La tenía dura por la emoción y apenas con tocarme ya sentí un gran estremecimiento de placer. Al verlo él no dudo en agarrármela y en agitarla con rudeza…Su brusquedad era un poco dolorosa, pero el placer la superaba y yo le deje que me condujera al clímax mientras le cabalgaba.

A mí derecha y mientras el placer se acumulaba cada vez más, pude ver a Raquel de rodillas entre los otros dos tíos que se masturbaban apuntando a su cara mientras ella se metía los dedos. No tardaron los dos en correrse en la cara de ella, que gemía y casi gritaba, alcanzando también el orgasmo. Manuel mismo no iba a aguantar mucho más:

-¡Oh, Silvia, zorra! ¡Tu culito va a hacerme acabar!-gritó, haciéndome ir más rápido para al poco, sentir como su polla lanzaba dentro de mi recto su caliente leche. Yo me quedé sentada entonces, tranquila, con su verga aún dura en mi culito y su corrida llenando mi recto. Él, sin embargo, continuó masturbándome, cada vez más violentamente. Me apoyé en su pecho y él me rodeo casi paternalmente con el otro brazo mientras yo empezaba a jadear, con la cercanía del orgasmo:

-¡Venga, putita!-me decía al oído-¡Córrete, guarra!

Finalmente no aguante más y terminé…Nuestros vientres y su mano quedaron cubiertos por mi abundante corrida, que noté caliente en mi vientre, deslizándose y goteando como agua caliente…Él no dejó de agitármela mientras eyaculaba, aumentando el placer… ¡Oh, Dios, sí! Mi polla se fue ablandando entre sus dedos igual que la suya en mi culito.

-¡Oh, señor…!

-Calla, puta, que creo que acabamos de marcar un gol. 

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