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Natalia en al granja (2) Pegaso y Duque

en Zoofilia

Como cabría esperar, Natalia no tardó en sentirse culpable por el encuentro sexual con Capitán, no arrepentida, porque aunque quisiera negarlo la satisfacción sexual había sido plena, como si el mejor amante la hubiera follado, pero sin haber sentido la penetración, por eso no dejaba de pensar en cómo sería recibir ese nardo, esa manguera de carne caliente dentro de ella, pero el miedo la paraba en seco a la hora de decidirse.

Su imaginación le enseñaba lo que su cuerpo no se atrevía, se masturbó varias veces imaginándose el rabo de ese podenco entrando en ella, sintiéndolo caliente y llenándola con su abundante semen equino.

Confusa, decidió una tarde investigar sobre lo que ella sentía como un mal, se sentó frente al ordenador de su padre y buscó en internet lo que fuera sobre la zoofilia, su padre estaba ocupado en sus labores y, aunque arriesgado decidió pulsar el botón de encender y adentrarse en un mundo del cual ya no había vuelta atrás.

 A los pocos minutos de estar en internet encontró un foro sobre el tema donde gente anónima hablaba sobre sus experiencias zoofilicas.

--Al menos no soy la única—pensó.

Se sorprendió de sus palabras. ¿La única? Ya se metía en ese cesto, se sentía una zoofilica más.

--No, no lo soy—se dijo—Cuando vea esto se acabó.

Ella misma sabía que esas palabras eran una mentira como la misma polla de Capitán.

Leyó el testimonio de una mujer anónima.

“Tengo esposo, pero mi perro Dartañán es mi mejor amante, es un dogo que me monta siempre que se lo pido, no rechistar ni se queja cuando hay futbol, jaja, me encanta sentir su nardo perruno dentro de mi coño”

Después leyó otro:

“Siempre he sido una mujer que buscase disfrutar del sexo, quizás por eso mis dos matrimonios fracasaron, porque pedía mucho a mis maridos y ninguno estaba a la altura, hasta que encontré a Pegaso, my caballo percherón, ¡Que miembro más sabroso! Al principio dolió, pero luego…, mejor os lo enseño”

Natalia que quedó anonadada, por lo que leía, el amar a un animal no era algo de lo que la gente se arrepentía.

La mujer, que se hacía llamar Minerva, un nombre acorde con el de su caballo, había dejado un enlace debajo de su testimonio, después de comprobar que su padre estaba fuera, pulso el enlace.

El enlace era de un video, en él, la mujer desnuda, en un campo, se acercó a un caballo, lo acarició y se arrodilló para introducirse debajo de él.

Natalia miró hacia la puerta del dormitorio, no parecía venir nadie, sus piernas se abrieron como por si solas, anunciando que pronto el sexo que guardaban se excitaría en busca de placer.

No venía nadie y Natalia volvió al video.

La mujer que se hacía llamar Minerva estaba debajo de Pegaso, su caballo, un percherón negro cuya polla era, como la de Capitán, descomunal, como era de esperar, tal badajo no cabía en una boca humana, por lo que la mujer tan solo lamía la punta, la cámara se acercó y enfocó el acto, Minerva agarraba el rabo de Pegaso con ambas manos, el glande, extraño y reluciente, se mostraba en todo su esplendor, Minerva, que llevaba puesto un antifaz como único anonimato, lamía aquella punta con devoción, esa cosa que parecía un disco del tamaño de una mano con una gran uretra animal, la mujer llevó su lengua hacia esta y lamió la apertura del miembro, el caballo relinchó, le gustaba sentir la lengua de aquella mujer en su rabo, él no sabía de ética sexual, tan solo sentía placer y le gustaba.

Minerva abrió la boca y rodeó con sus labios la uretra, por el movimiento de su cabeza estaba claro que su lengua estaba dentro del animal, saboreando su naturaleza, su sexualidad y su bestialismo.

--¡Madre mía!—exclamó Natalia--¡Por qué no hice eso con Capitán!

El podenco el video relinchó y un mar de semen equino surgió de su polla, al igual que a ella, la mujer del video fue bañada en esperma por todo su cuerpo,  masturbando el miembro y con la lengua fuera gimió con cada baño de corrida animal, los chorros fueron violentos y el semen mojó su cara y bajó por su pecho desnudo, su vientre e incluso llegó hasta su sexo. Natalia metió la mano bajo su vestido y comenzó a acariciar su coño por encima de sus bragas, el video no acabó allí, la mujer se levantó y llevó al caballo hacia un montón de paja perfectamente cuadrado.

--¿Que va a hacer?—preguntó Natalia.

Minerva, toda mojada de semen, acarició de nuevo a Pegaso, la cámara la había seguido, seguramente quien grabase era cómplice de ese placer, de esa salvajada maravillosa, Minerva  se tumbó boca arriba sobre el bloque de paja, dejando las piernas fuera, colocándolas abiertas, esperando a su amante de cuatro patas, el cual parecía saber qué hacer, pues avanzó y se colocó sobre ella.

--¡Va afollarla!—exclamó Natalia.

Pegaso era, no obstante, algo torpe, no estaba acostumbrado a una amante de otra especie, pero quería follar a aquella hembra fuera quien fuera, la polla bailaba larga, se movió para penetrar  a la mujer, pero falló, el largo falo quedó sobre el torso de Minerva, sobre sus tetas pegajosas, la mujer lo cogió y lo acarició, volvió a chuparlo como si fuera una dulce golosina, Pegaso se movió de nuevo, embestía queriendo dar con el sexo de su amante.

Minerva cogió el miembro del animal y lo puso ante su coño abierto y desprotegido, le ayudaría en el acto de profanarla, Natalia cogió aire, el sexo le palpitaba como loco y en ese momento estaba segura de que iba a dejar que Capitán la follase en cuanto pudiera.

La polla, grande y marrón, intentó atinar una vez, dos, golpeó en el coño mojado, pero se escapó, haciendo gritar a su dueño, las manos femeninas cogieron el pollón y lo colocaron pegado a la vulva, Pegado empujó y el glande intentó abrir el sexo.

--¡Ahaaa!—gritó Minerva.

Los labios vaginales se abrieron forzados ante tal tubería de carne equina.

--Hay, Hay, mi coño.

Natalia escuchó esas palabras y tuvo miedo del posible dolor, pero sus dudas no tardarían en disiparse.

Pegaso empujó sin miramientos y su rabo entró de golpe en la mujer, ella gritó y tembló, abrió mas las piernas para recibir la lanza de carne, esta entró un poco más, la mujer se agarraba donde podía, gritaba sin ninguna vergüenza, convirtiendo a Natalia cómplice de su perversión.

--¡Ahaaaa! ¡Me rompes, siiiii!

--¡Que envidia!—exclamó Natalia estupefacta--¡Como me gustaría sentir eso!

El caballo relinchó, empujó y empaló de una a su amante humana, la mujer tembló y dio un gran grito, la polla la había llenado, por fin, la penetración animal mujer se había completado.

Natalia comenzó a frotarse el coño como si quisiera hacer fuego en él, con las piernas abiertas en la silla de su padre.

Las envestidas arrancaban gritos a la mujer, que tenía la boca abierta y babeante sobre la paja y los ojos en blanco, a veces pedía más y llamaba buen chico al equino, sin duda estaba en el cielo del placer, un placer que tan solo un caballo, llámese Pegaso, Capitán o lo que fuera, podía dar.

--¡Ahhaaaaaa, siiiii, dame más, siiii, vamoooss! ¡Ohoooo!

Natalia gemía en susurros mientras se masturbaba, deseando ver como Pegaso rellenaba a su dueño con sus oleadas de semen.

Pero no puedo hacerlo, un ruido la sobresaltó, cerró la ventana deprisa y se levantó, su padre subía las escaleras, por suerte era un hombre rudo y poco silencioso.

Cuando el hombre entró encontró a su hija mirando su “Facebook”, nada de otro mundo.

--Oh, perdona papa, ¿Vas a usarlo?—le miró ella.

--No hay prisa.

--Da igual—se levantó Natalia—De todas formas voy a pasear un poco.

Salió y casi corrió hacia las caballerizas, en su camino se cruzó con Duque, el perro, que jugaba distraído, pero no le prestó atención, en su cabeza se repetían una y otra vez las imágenes de Minerva siendo penetrada por Pegaso.

Entró allí deseosa de amar a Capitán, queriendo por fin que esa bestia la penetrase, y allí estaba, como si la esperase para la copula.

Pero era imposible en encuentro.

Al menos diez personas estaban allí, todas trabajadores, algo normal un Lunes, entró despacio y se acercó al caballo, acarició su crin y su cabeza como consuelo, se inclinó con disimulo y miró su miembro, era como una niña que mirase un chupa chups que no podía saborear, con todavía más disimulo, llevó su mano hacia el badajo, lo tocó, lo sintió caliente y esponjoso.

Lo hubiera chupado allí mismo, y después se hubiera follado a su caballo favorito, pero no podía ser, así que se marchó abatida.

Salió de allí y se alejó, llegó a un pequeño bosque, algo alejado de la granja, desconocía si eso pertenecía a su padre o no, pero allí, entre aquel grupo de pinos, estaba escondida de todo el que estuviera en la granja y de la carretera, que quedaba lejos.

--No puedo más—se dijo—Voy a hacerme un dedo.

Era lo único que podía hacer para saciar su sed de sexo, imaginar a ese caballo poseyéndola mientras se masturbaba hasta correrse.

No era la primera vez que hacía eso, el tocarse donde pudiera para saciar su sed, en un servicio público, por ejemplo, se sentó en el suelo y se quitó las bragas, rememorando a Capitán y su nardo y pensando en ese increíble video que había visto, pero sustituyendo a los protagonistas por ella y su montura, volvió a masturbar su coño mojado.

Gemía no muy algo, diciendo el nombre de Capitán con los ojos cerrados y viéndose a ella como esa mujer, siendo atravesada por esa lanza de carne caliente, sentía calambres de placer y sabía que pronto se correría como una puta.

Estaba tan abstraída que la pillaron por sorpresa, se sobresaltó, pensando que era algún trabajador curioso. ¡Que vergüenza si la pillabas así!, pero no, era Duque, el perro de la granja.

--¡Duque!—exclamó--¡Que haces tan lejos!

El mastín se acercó a ella ladrando, alegre de verla, Natalia, sentada sin moverse, acarició su cabeza, sus dedos estaban mojados por su flujo, por la lubricación natural de su coño, Duque pareció oler el líquido y Natalia, sin saber muy bien la razón, acercó esos dedos mojados a su boca.

Para su sorpresa, Duque comenzó a lamerlos, al principio le resultó gracioso, observó como la lengua del can lamía sus dedos con devoción, era larga y rosada y llegaba hasta el final de sus falanges y la palma de sus manos.

--Te gusta chupar, ¿Eh?—le dijo.

Esas palabras le hicieron tener una idea, no se sentía preparada para ser penetrada por ningún animal, pero. ¿Sexo oral? Eso era inofensivo, incluso se excitó al pensarlo.

--No, no puedo—se dijo.

Se levantó, miró a su alrededor y se vio completamente sola salvo por Duque.

Estaba claro que iba a hacerlo, también había desechado la idea el día antes con Capitán, y al final se había rendido al placer, cada no puedo era un voy a hacerlo, quiero placer con animales.

Buscó alrededor y no tardó en encontrar un circulo de pinos y plantas, estas se alzaban casi un metro y formaban un peculiar y natural redondel, escondido de todo.

--Ven, Duque—le dijo al perro.

Duque obedeció, era como si el canido supiera lo que se tramaba, como si algo le hubiera llevado allí para saciarla.

Se tumbó en el suelo y se alzó el vestido, Duque, curioso, fue a ella, Natalia acarició su cabeza, su hocico estaba muy cerca de su cara.

--Perro bueno—le dijo mientras le daba mimos.

Duque sacó su lengua y le lamió la mejilla, Natalia, al sentir esa lengua, estuvo a punto de parar. ¿Qué estaba haciendo? Pero Duque la detuvo con otra lamida, esta vez la lengua lamió sus labios como si el perro quisiera convencerla, amarla, Natalia se dejó hacer sin saber muy bien la razón, pero su corazón latía desbocado y su coño palpitaba.

La lengua de duque entró en su boca y ella movió la suya, se sintió sucia y pervertida, pero quería más, el tacto de esa lengua la seducía, la excitaba.

--Ahunnmm, Duque—decía mientras “se besaba” con ese mastín y se masturbaba.

Duque lamía la boca de la mujer despacio, pero sin parar, dejando hilillos de babas entre su hocico y el de ella, así estuvo al menos cinco minutos en los que Natalia se sentía pletórica de excitación, algo obligada, como su Duque fuera un musculoso hombre que la forzase, después el perro se detuvo, quería irse, pero Natalia le agarró para evitar su huida.

--Aquí, Duque—ordenó casi empujándolo hacia su coño.

El mastín olisqueó sus piernas curioso, la respiración le hacía cosquillas a Natalia, sintió como subía por sus muslos hasta su sexo, el cual estaba mojado, no tuvo que ordenarle nada más a Duque, el can olió el mismo líquido dulce de antes, como si buscase alimento, respiró sobre el coño mojado y Natalia sintió un escalofrío de placer.

--Lámemelo, vamos—se dijo ansiosa.

Duque sacó su lengua y dio una lamida al coño, Natalia gimió al sentir como esa lengua rosada barría su sexo excitado.

A continuación vinieron más lamidas, Natalia entonces se abstrajo de nuevo y se entregó al placer que ese animal le daba, se revolvía sobre la hierba sintiendo un goce jamás sentido, le habían comido el coño muchas veces, pero eso era sobrehumano, la legua se introducía dentro de ella con facilidad, lamía su interior, tocaba su clítoris con devoción y barría sus labios vaginales limpiándolos y bebiendo su lubricación.

--Ohooo, siiii--gemía—No pares Duque, cómeme mi coño, si, lo haces muy bien, ahaaaa.

Se corrió vergonzosamente, arqueando la espalda y entregando a su amante un orgásmico chorro, que él bebió obediente, se tranquilizó, pero Duque no paraba, sabía que quería más, otro orgasmo, quería todo el placer del mundo y ese perro sabía dárselo.

--Siii, buen perro, ohoooo.

Pensó en todos los polvos que había echado, o al menos en los que recordaba, no eran nada comparado con el sexo que había tenido en aquella granja, todos sus amantes habían sido mediocres comparados con sus amantes animales, eso era lo que quería, amantes animales.

--Ohoo, me corro—miró a Duque—Me corro, Duque, me corro contigo.

Comenzó a convulsionarse mientras Duque continuaba lamiendo su chocho, gritaba de placer, esperando en el fondo que nadie la oyera pero sin poder parar, sintiendo un orgasmo como nunca había sentido.

--Ahaaaa, siiiiii, me corroooo, si, toma Duque, bebe de mi, siii, ohoooooo.

Se corrió como si lanzase agua con una pistola en la cara de su perro, este acabó con toda la cabeza mojada, pero ni siquiera se quejó, se relamió durante unos minutos y después se tumbó en el suelo, conforme con la golosina que había recibido.

Natalia estaba confusa, mareada, pero contenta, se levantó y salió del claro, cogió sus braguitas y se las puso.

--Vamos, duque—dijo.

El perro vino a ella, acarició su cabeza y volvieron a casa.

--Ya está—pensó—Me va la zoofilia.

No se sintió ni culpable ni asqueada por esa idea, la había aceptado, pertenecía a ese grupo, al club de la zoofilia.

CONTINUARÁ