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Orgias en la Mili

en Orgías

LA VIDA MILITAR y SUS ORGIAS

.- Introducción.

Lo cierto es que servir a la Patria en estos pagos, por muy bucólicos que los encuentren algunos, que quieren que les diga, yo estaba a punto de colgarme del palo de la bandera.

 Imagínense el cuadro: Un joven recluta al que sacan de su almohadillada vida de estudiante universitario allá en la lejana Galicia, en la tierra de ribeiros y  día de fina  lluvia en los que aprovechaba para encamarme con alguna amiga de la facultad.

 Y ahora aquí me tienen destinado a una Batería de Costa en Cartagena, encerrado con una veintena de tíos oliendo a “tigre” en un espacio más que reducido, eso sí las vistas las mejores del mundo: el monte  Roldán, la bahía de Cartagena, y a lo lejos Cabo Tiñoso y Mazarrón, todo un espectáculo.

 También mi vida estaba siendo un poco más dura pues tras la discusión con mis respectivos padres, estos me habían cortado el suministro económico y ello traía consigo el que estuviera casi condenado a moverme  entre los estrechos  límites del Campamento Militar de  la Batería.

 Lo cierto es que el calor de aquél verano me tenía a punto de ebullición mental y sexual, y si bien la primera la iba doblegando como podía, aunque a veces tenía ganas , como ya dije  ganas de colgarme del palo de la bandera, y así iba tirando. Pero lo que llevaba mal era el tema de la abstinencia sexual, hacerse pajas en un recinto tan reducido y sin apenas intimidad, era algo que no llevaba muy bien que digamos, y ello contribuía a que mi badajo estuviera en ocasiones como el palo que sostenía la bandera.

 Como imagináis en la Batería las mujeres era algo inexistente, no como ahora que la democratización nos la ha puesto al alcance de la mano, aunque otra cosa es que se dejen tocar o coger. El resto de la presencia militar se reducía a las mujeres de los oficiales, la  rubia regordeta  del sargento, y la fina negrita que se había agenciado el Capitán allá en su correrías por el Sahara y la criada que estas dos compartían, una gallega con la que llegué a buenos acuerdos.

 Pero todo ello nos era vedado, habitaban  los más alejado de los espacios en n los  cuales se desarrollaba  nuestra cotidiana vida  de milicos, se nos recordaba de continúo la prohibición de relacionarnos con la población civil y menos aún con las féminas que hubiera por los lugares ya que eran las esposas e hijas de los oficiales. Se hablaba en el acuartelamiento que  los ayudantes de cámara que habían tenido los oficiales anteriormente y que parece ser se habían medio propasado estaban “cumpliendo mili pa lante allá en Melilla”

 Lo cierto es que mi constitución un tanto larguirucha, y blanquito y ser gallego me granjeó la amistad del Capitán que pronto me envió rebajado de casi todo a prestar servicios a su oficina de intendencia, o sea que después de todo vivía como un general, ajeno a buena parte de la vida militar, instrucción maniobras, etc...

 .- El polvo y la mamada gallega

El desorden de la oficina de intendencia de la Batería era un puro fiasco que había llevado al Capitán  a tener un “apretón de sus superiores” que querían que aquello en seis meses estuviera al orden y para una inspección en profundidad; con esa excusa de la premura le pedí al Capitán que me dejara instalarme en el almacenillo anexo a la oficina pues de ese podría dedicarme alguna hora más a los papeles. Le pareció de maravillas al oficial y a mí me sacaba de agujero en el que dormíamos bajo tierra.

 Mis desvelos eran tantos, más debidos a las triquiñuelas que al trabajo laborioso, que al final era para alguien de mi formación y experiencia cosa de coser y cantar y en un par de meses estaba todo hecho, pero ese trabajo tenía que durar al menos los 8 meses que aún me restaban de vida militar. Como decía mis superiores, unos chusqueros que no sabían ni apenas contar, les tenía encandilados pues veían la luz de la oficina encendida hasta altas horas de la noche, y aunque yo dormía placidamente en el camastro, a ellos desde la ventana de sus dulces hogares  debía parecerles mi trabajo una empresa ciclópea, y atendiendo a tan interesada aplicación, me enviaron un buen día a mi paisana una rubicona de tez morena rayando los cincuenta, con un café y unas tortas.

 La otra que pensaba que yo estaba en plena faena de escribiente me cogió en un renuncio, pues no la oí entrar y me pilló dándome alivio a dos manos al carallo. La sorpresa fue grande y se marchó despavorida, bien creí que terminarían llevándome mis compañeros al talego, pero nada sucedió. Hasta que a los tres días de nuevo ya a medianoche en punto llegó mi paisana con un envío de viandas de parte de la oficialidad y con cierto desparpajo y sonrisilla en los labios:

 .- Supongo que ya se habrá ordeñado,  vuesa mercer, o carallo de demo no...?

 :- Pues sí Sra. Tina, pena que no hubiera traído un potillo para el café de sus señores.

 Y así fue parte de la conversación, mientras yo agachaba la cabeza contra los papeles, pues notaba que el bandujo se empinaba de nuevo y me moría de vergüenza que ella se diera cuenta de tal situación, anduvo dando vueltas por la oficina hasta que dí cumplida cuenta de las viandas, y la envíe a calentar la jarra de café que había traído, una distracción y todo quedó hecho unos zorros pues el café terminó por el suelo de la oficina. Se fue y volvió minutos más tarde  con la fregona y unos trapos, mientas yo me cambiaba y me ponía unos pantalones cortos de gimnasia de esos que los que suelen perder dos o tres soldados de mi talla.  Estaba limpiando el suelo agazapada tras la mesa, cuando por debajo de ésta siento que alguien tira de mi badajo que ya se había hecho un hueco por las amplias perneras.

 Apenas si pude  revolverme, cuando por debajo de la mesa aparecía la negra pañoleta de Tina que ya daba cuenta el gran helado de nata que era en esos momentos mi pollón, tras los primeros escupitajos que ella rebaño y rebozó por donde le vino en gana, se dedicó a medirme la polla como quien canta los metros de calado de los barcos. Lo cierto es que el badajo que gasto ya había tenido alguna chanza entre los colegas de armas, y algún mando sobre todo de la clase médica me había llamado a reconocimiento, para unas interesantes comprobaciones, que para mí no eran más ni menos que puros magreos de maricas reprimidos.

 .- San demo, neno, o carallo  va por los 24 y nun termina de crecer . Decía mi paisana con cantarina voz quebrada por lo chupeteos.

 No pasaron ni diez minutos cuando me pidió que me bajara las pantaletas y me abriera bien de piernas, y así fue como vi retroceder bajo la mesa toda aquella grupa blanca dividida por una profunda  canal oscura que se iba acoplando a mi carallo de tal manera y forma, que sentía los chorretones de algo líquido y espeso correr por lo cojones abajo. Menos mal que la mesa era de esas inmensas y permitía las difíciles maniobras de la gallega en pos de su festín.

Estaba a punto de atenazar aquella grupa, para endosarle los últimos coletazos en el chochazo o en el culo, a saber donde me había metido, cuando se abrió la puerta y en el marco apareció el sargento que a esas horas estaba de guardia, debió olerse algo, pues de un salto se puso ante la mesa e hizo un  amago de sacar la pistola para acusarme, cuando empezó a temblar, dejó sus amagos para otra ocasión y   se cogió  a la gran mesa con las dos manos, yo no sabía lo que estaba pasando, hasta que sentir un chof, chof y era mi querida paisana que en acto reflejo para salvarse y salvarme, no vio mejor ocasión que bajarle la bragueta al viejo chusquero y hacerle una impresionante mamada, que le dejó más que traspuesto y sin ramas ni coraje para seguir.

 Tan honda fue la mamada o la impresión, o todo ello junto, que cuando el orgasmo le estaba viniendo al chusquero que a pesar de lo rubicunda de su mujer que estaba par un buen polvazo cuartelero, jamás el chusquero debió pasar del casto polvo procreador, salvo aquellos que allá en los lejanos tiempos había echado en África.

Tanta fue la impresión de verse ordeñado de sentir como la leche merengada le  subía tronco arriba, a base de los lengüetazos gallegos, que su mente y su corazón no pudieron con tan honda impresión ser mamado por una gallega que a la vez se estaba calzando a otro paisano, y militar de tan baja estofa como la mía. Así fue como palmó el Sargento  Cándido Flemón Gutiérrez , al que hay que agradecerle que en los últimos instantes de su vida prefirió portarse como un hombre y dejar de lado el deber militar, por lo cual en su último estertor tuvo un crecimiento pollil de alta dimensión y un escupitazo de no menor intensidad, que le llevó su buen tiempo a la Sra. Tina  dejarle como un jaspe, para que allí no  quedara  huella o anomalía  que nos implicara. En cambio para mi fue todo lo contrario ver aquellos súbitos cambios de color y de no saber si iba a echar mano a la cabeza sorbedora o la pistola  hizo que mi carajo se retranqueara sus buenos centímetros, para cabreo de la gallega que tiraba de mis cojones para que el condumio le entrara hasta atrás.

 No parecía pues la gallega muy impresionada  por el suceso, terminó de echarme el polvo, porque desde la entrada del sargento había sido ella la que llevaba la voz cantante, y más aún cuando este se dobló frente a la mesa en pleno infarto, al que siguió mamándole el nabo para según ella no quedara huella de nada y poder volver el cañamón a su estado natural.

  .- Pésame con polvo y paja

Avisamos rápidamente al Capitán, tras poner en orden la escena de la gran mamada y del polvo, y como no también a su reciente viuda, a la cual cuando fui a comunicárselo salió en batona, y dejóse desmayar ante tal noticia, quedando a merced de mis brazos que pronto le dieron cobijo dejando al aire en la caída unas buenas tetazas de soberbio pezón y un chocho perlado de abundante pilorosidad, y donde dejé caer mi órgano olfativo y alguna que otras lamida al tercio inferior y al tren superior en esas tareas estaba aplicado cuando sentí como unas manos empujaban fuertemente mi cabeza para que  mi lengua le llegara más profundamente, resucitaba la rubicunda de su viaje astral del cual venía con una angélica sonrisa de placer.

Deje pues tales menesteres para otra ocasión y antes de que recobrara mayor lucidez, la tapé y recubrí con su albornoz dejándola acostada en el sofá,  pues iba a pedir ayuda, porque se me iba otra vez la  murciana en busca de otra experiencia astral , se giró en el sofá dándome la espalda y como por arte de magia, en uno de esos movimientos involuntarios dejó su culo al aire, mi polla se disparó en un santiamén al vez aquellos volúmenes y aquella raja aterciopelada asomando por entre ellos, miré a la ventana y ví que la gente estaba entretenida en la oficina del Capitán y como mediaba entre ellos y yo una buena distancia, me propuse probar  que tal aquél chumino se adaptaba a mi polla. Y en unos segundos, lo que fui capaz con la gallega , fue toda una dulzura con la murciana, acercar la cantimpalo a los labios y abrirse cual margarita fue todo uno, entré como dios por el pasillo adelante, dos metidas y me vine abundante en ella, mientras regresaba de su otro viaje y apretaba el badajo para ordeñarme mejor y a conciencia. Lo que es el subconsciente.

 Estaba limpiando el badajo, cuando entró el Morales,  el  cabo furriel ya con la pinga en la mano, pues a buen seguro que me había estado observando, terminé de asearme, y darle la vuelta a la tetona de Margarita mientras a golpecitos en la mejilla hacía por traerla ya definitivamente a esta vida. En ello estaba y la susodicha me miraba como alma cándida y dándome las gracias con aquellos ojazos, no sé si por darle aquella noticia, por el polvo, o por la paja que le estaba solmenando al Morales así entre vahído y vahído.

  Tras el Funeral

El funeral como era de esperar y más estando de servicio, fue todo un acontecimiento tanto en la batería costera como el Cuartel General, por un lado todos rendían honores al suboficial, mientras la oficialidad aprovechaba entre pésame y las palabritas, para darse un sobeteo de aquí te espero con la reciente viudita,  que para según quien estaba de toma polla y moja.

 El retorno a la batería fue un poco penoso, echamos de menos al sargento Cándido Gutiérrez y a sus malos chistes mañaneros  y aquellos medios sobeos de compañero que te echaba mano al cuello y te iba contando sus cuitas. Lo cierto es que yo también andaba un  tanto cabizbajo pues tenía por un lado miedo de que se descubriese como había sido la heroica muerte del Sargento, y por otra tenía ciertos remordimientos de conciencia, aunque estos pronto los despaché al recordar la cara de bendito que le quedó cuando mi paisana le dio el último sorbetón al milico.

 A los pocos días volví a la rutina diaria y a sobrecargar mis horas de sueño con trabajo adicional, tanto de amanuense como de satisfacedor de la imperiosa gallega rayana en los cincuenta que pronto se encargó de hacerme chantaje de revelar algún detalle sino daba cumplida demanda a sus fogosos deseos.

 Tal fue la cordialidad y camaradería que tuvimos que pronto le hice saber que había tenido un lance con la viudita del  sargento y que  no me desagradaría nada tener otro pequeño entente, a lo cual me respondió si estaría al tenor de tanta tarea que tenía por delante. Quedé extrañado  por dicha respuesta, que en parte fue contestada al día siguiente, cuando en el quicio de la puerta apareció la señora del capitán, una negrita delgada pero con volúmenes rotundos en los cuartos traseros y en los delanteros; venía de con uno de esos vestidos ibicencos que aún la hacían más esplendorosa. Preguntó por el  su marido el capitán D. Cristino de Pie de Concha, que en esos momentos estaba de inspección unos kilómetros más allá de la alambrada oeste, y al que no tardaríamos en ver si tenía la paciencia de esperarle, eso le contestaba a la vez que le ofrecía una silla.

 Lo cierto es que no podía quitar ojo de aquellos globos que amenazaban por salir flotando por la oficina, un par de miradas entrecruzadas me hicieron volver a mis números y hundir más en ellos mi ojos, en ello estaba cuando llegó el alto Capitán Don Crsitino que besó a su señora y le indicó que esperara unos minutos  en la oficina,  se sentó el capitán en su mesa que quedaba un poco de lado y más atrás  que el pequeño sofá donde estaba su señora sentada, y me llamó a su lado para que le fuera leyendo unas cifras que tenía que cuadrar antes de salir para el Cuartel General, en ello estaba, cuando me quedé medio alelado,  Prímula que así se llamaba la Sra. Del Capitán se había abierto de piernas y por entre en vestido podía ver su minúsculo tanga blanco, el capitán miró para mí y le dijo a su mujer que dejara de mirar así a su mejor amanuense si querían acabar rápido,

 Lo cierto es que aquélla arpía estaba por sacarme de quicio, pues al poco tiempo se metía una de sus delgadas manos y se aparataba el tanguita para déjame ver un rosadísimo chocho. Casi me desmayo allí mismo. La muy bruja me estaba poniendo a cien. Terminamos la función y se despidió el Capitán que comunicó que no regresaría hasta el día siguiente, y que careciendo de ayuda de cámara su mujer, pues según le venía a contar Prímula a su marido, Tina su ayudanta  estaba acostada con problemas de fiebre, me ocupara por el momento de echarle una mano en los menesteres que fueran precisos.

 Donde las dan las toman

 Así pues me puse a eso del anochecer a las órdenes de Doña Prímula que estaba acompañada de Doña Rosalinda, reciente viuda del sargento Cándido Filemón, me extrañó que al mismo tiempo se presentará allí también el cabo furriel Morales, lo que no me acababa de gustar nada. La madamas nos aconsejaron proveernos de sendos mandiles para la realización de las labores que nos iban a encomendar, como eran las de ayudante de cocina y servicio de comedor.

A medida de que fue pasando la tarde noche, y proveyéndonos de abundantes vino, el ambiente llegó ha estar más que caldeado, tan así fue que nuestras nuevas oficiales nos impusieron deshacernos de los anchos pantalones de faena y quedarnos en gallumbos y con el mandil, dado el calor reinante dentro y fuera.

Tuve que ir a darle un consomé a la Sra. Tina, la cual me guiñó un ojo, diciéndome por lo bajinis “anda que no te preparado un buen sarao esta noche” acto seguido tomó connuna mano el consomé y con la otra mi biberón, al que llegó en un santiamén, y que alternó en sorbidas y chupadas con el aromático caldo que le había preparado. Aquello ya era la leche.

Aunque fue más cuando las oficialas al mando nos llamaron para que les sirviésemos sendos “martinis” en el salón,  a la par que  nos enseñaban maliciosamente aquellos chochos sin braga alguna.

 Pasamos de las bebidas a servir la cena a las señoras, que entre servicio y servicio  aprovechaban para manosearnos cuando no el culo, cuando no la pinga, que ya mostraban ambas, las de Morales y la mía trancas de caballo. Morales ya no pudo más a la hora de los postres, se hizo una encomiable paja encima del brazo de gitana que ambas dos se comieron relamiéndose  hasta los mismos bigotitos.

 Nos pidieron ambas dúo también que limpiáramos sus bajos, y así nos vimos bajos sus faldamentos dándonos un glotoneo manjar de chocho, el mío en esta ocasión era berebere, y eso me ponía más cien todavía, así pasamos un buen rato hasta que las señoras prefirieron pasar   a una mejor posición en el gimnasio del Capitán donde se nos unió la gallega. Los polvos y enculadas eran múltiples, auque nuestras anfitrionas por nada del mundo nos dejaban irnos dentro ni fuera de ellas, esperando la mejor sorpresa de la noche, en esa aplicación estaba dándole por el culo a la berebere, que presentaba un elástico ojete, que absorbía cuanto allí le hincara.

 La muy condenada además era de los flexible, pues las veces que me hizo llegar al orgasmo sin escupirle mi hervida leche, fue más de una, allí estábamos el Morales dándole un repaso de choco a la sargento y yo bombeando culo en pompa sobre el esfínter de la berebere, cuando entró el Capitán con dos pistolones, uno en la mano y el otro entre las piernas, dispuesto a tomar parte en el festín, si nos negábamos dos tiros, y como es normal aquello nos parecía muy fuerte y determinante, decidimos abrirnos un poco más de piernas y dejar que Don Prístino  fuese poniéndose a tono echándose sobre su mujercita a la que yo bombeaba ahora con menos intensidad dada la vista de los pistolones.

Dejóme pues la berebere correrme en su elástico culo, mientras D. Pístino me sobaba los huevos y me los  introducía en el no menos dúctil chocho de su mujer. En pleno churretón de hirviente leche me indicó que la sacase para embadurnar su pistolón y me indicó que me echara ahora sobre el vientre de Doña Prímula y le calzase en todo chocho el vergazo, con lo que  él dispuso pronto de un buen ángulo y dada su experta experiencia sentí como perdía mi virginidad anal a manos de aquel cabrón que ya culebreaba dentro de mí jalando de las ancas de su mujercita para atraparnos más aún en una cabalgada al unísono, mientras Tina, que se había recuperado de su aparente dolor  le daba grandes lamidas a los ensortijados huevotes del Capitán  que eran de consideración.

No contento con ello metía su mano diestra en la colada que hacían entre la piunga del Morales y el chocho de la sargento.

 La noche fue larga y laboriosa, y todo ello nos trajo tanto a Morales y a mí el que en mi haber tenga que contar los polvos que durante meses tuve que echarle a ambas oficialas con mando en plaza, en presencia de Don Prístino y del Morales que se contentaba con que le hicieran alguna que otra paja y dejarle calar algo, pero también tengo que contar en el capitulo del “haber” las enculadas que me endiñó el Sr. Oficial que traía de su África querida, tales preferencias y que terminó haciendo de mí un experto enculado y enculador.

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