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Cronicas de un pueblo. Orejuela del Prepucio

en Grandes Relatos

Criónicas erótico festivas de Orejuela del Prepucio

Estaba de peregrinación cuando tuve la mala suerte de caer bajando por la Calzada Romana de Orejuela del Prepucio, me caí sobre  mi rodilla derecha, que se puso como un melón, y desde ese lugar fui renqueando hasta el pueblo más cercano que era Orejuela del Prepucio.

Un altozano y coqueto pueblo, cuyo albergue estaba cerrado hasta la tarde-noche, y encontrándome como me encontraba me fui hasta el ponderado hostal del pueblo que gestionaba Doña Gertrudis de Mangaancha, a la cual solicité habitación por unos días.

Me ayudo la buena señora a subir a la habitación y a instalarme, a la vez que me ayudaba en tareas un poco más personales, pues la pierna estaba hinchadísima, con lo cual pronto se brindó a hacer de ayuda de cámara, para poder acostarme, a la vez que preparó unos emplastos para bajar tanta hinchazón, aunque yo creo que no quitaba ojo en todas las maniobras a mis calzoncillos que dejaban adivinar un buen badajo, aunque eso sí en estado latente.

Sus cuidados y esmero pronto me relajaron y pude dormir casi que de un tirón, hasta que a la mañana empezaron los primeros movimientos de la casa, por un lado, unos acalorados trasteos de cama producidos por ardorosos amantes, y también algunas risas y jadeos un poco más lejos.

Quise salir de la habitación para bajar a desayunar, y de paso ver quienes eran los otros huéspedes y máxime los de los asuntos; al salir de la habitación, vino rápidamente en mi ayuda Encarna, la chica encargada de las habitaciones, que venía muy ruborizada, y algo desarreglada y hasta con la cremallera bajada de su pantalón, y una cierta roseta húmeda en su entrepierna cosas que llamaron la atención…

Ya en el saloncito de los desayunos estaba Doña Gertrudis dando las ultimas instrucciones, pues durante un par de días, se iba con su marido de médicos, a dejar a su marido en el hospital para una operación en ciernes.  Daba instrucciones a Encarna, y para otra mucama llamada Juani, a la vez que les iba cobrando a la pareja de enamorados, cuya dama enseñaba su felpudo sin bragas sin pudor alguno desde la mesa de enfrente; luego esta un trio de dos hombres y una mujer, que andaban los tres liados y cada uno era de una acera distinta, pues cada uno tenía una mano metida en las intimidades del otro.

A eso de las 10 de la mañana la casa quedó en silencio, pues otra pareja que había se había ido de excursión y volvería a la tarde, o sea que en la casa quedamos  yo y Encarna, Juani se había ido a sus quehaceres.

Pronto vino Encarna a echarme una mano para subir a mi habitación y ubicarme en un cómodo sillón del marido de Doña Gertrudis, y en el cual podía poner una pierna en alto y la otra pues en posición normal, en esas maniobras estábamos cuando por entre el batín que también me habían prestado, se dejó ver la cabezona de mi herramienta que ya iba tomando cuerpo, y cuya vista le hizo dar  un respingo a Encarna.

Estuvo atenta Encarna, que no me dejaba ni a sol ni a sombra, hasta que después de comer me quedé medio dormido, y de cuyo sueño desperté por un ruido un tanto atronador tras unos murmullos risas, salí como pude de la habitación y me encontré que el cuartito de la ropa del hostal tenía la puerta abierta, y allí desmayada estaba y en el suelo Encarnita, un tanto desmadejada de ropas y con una mano metida en sus bragas,  y cuya mano había quedado apresada en la caída por  la cinturilla del pantalón abierto .

Me extrañó que estuviera de aquellas trazas hasta que descubrí que se había caído de los cajones que había colocado para espiar a la pareja que había vuelto de su excursión y antes de emprender de nuevo el vuelo, pues se había dedicado a la jodienda, y eso era lo que debía poner a Encarna de aquellas tesituras de voyeur.

La arrastré como pude hasta mi habitación le abrí más el pantalón, dejando ver un importante felpudo que se gastaba la oriunda del Prepucio, y también dejé un tanto libre sus tetas, para que pudiese respirar, cuando volvió en sí tras unos magreos y unas bofetadas suaves,  se quedó como anhelada de que la hubiese pillado infraganti y se echó a llorar en mis brazos, mientras me contaba sus aventuras y desgracias y ardores,

Supe pues que su marido la tenía abandonada por irse con pelanduscas siendo ella una mujer ardorosa. Ya se sabe las lágrimas, las caricias y los mimos en esas condiciones no hacen otra cosa que abrir caminos cerrados, y allí mismo y en ese instante Encarna me agradeció mi ayuda con tal tipo de caricias y cuidados, que pronto D. Eustaquio, mi príapo se puso firme pujando por salir de su prisión de tela lo cual no escapó a la golosa mirada de Encarna, que me siguió atendiendo dándome la cena en la misma cama.

Al poco de cenar me quedé frito, y con la indigestión, la pierna inflamada y las pastillas que estaba tomando para el dolor y para la inflamación, y para dormir, y en esas que  debí hablar en sueños y montar alguna escandalera, pues cuando fui recobrando el sereno, me encontré a Encarna acuclillada ante D. Eustaquio, en plan de adoración del cipote, el cual tenía cogido a dos manos, y estaba a punto de darle una gran chupada cuando vio que me despertaba, iba a dejarlo y  pedir disculpas.

Pero dada la situación empujé su cabeza  hacia abajo invitándola a chupar con fruición el cipote de Archidona que me gastaba, y fue la muy cabrona dándole chupaditas como que no quiere la cosa enredando su lengua en el glande redondo y lustroso, que no parecía caberle en la boca de piñón, hasta que tras un intenso babeo que iba talle abajo,  se lo metió todo hasta la campanilla.

Le cogió gusto a la chupadera pues la chica pronto se deshizo de  remilgos y ropas y se enardeció en el chupeteo de tal modo que  con la boquita ocupada y sosteniendo con una mano el talle con la otra se bajaba a su chumino, y se hacia uno o dos o tres dedos,    luego lo juntaba todo aquel mejunje en un retorcimiento de polla que me hacía era algo insufrible, sino fuera por el placer que me daba, pues al final con una chupada profunda y prieta , estaba que ya me veía encima de un momento a otro, tal y como le anuncié.

La muy condenada se retiró de la mamada, dejándome a palo seco, y se hizo a un lado las bragas,  y sin más miramientos, se me sentó encima  encalomándose  a D. Eustaquio, haciéndome sentir las estrellas, pues ella debía tener también lo suyo por los movimientos de ojos y muecas que hacía, digamos que se subía y bajaba a toda velocidad, y no parecía venirle mal  tanta longitud como grosor, a juzgar por los sube y baja  y los ritmos, a veces se la sacaba y se pegaba a ella con ese roce de barrigas estando el cipote de por medio, eso sí  metido entre los amplios labios mayores  y menores de su chumino, lo cual la ponía a cien, como ella decía, a la vez que me pedía que le masajeara su ojete, pero sin meter el dedo.

Ya llevábamos un tiempo en esas maniobras, cuando la experta Encarna me dió otra mamada corta, luego me echó un buen salivazo y de nuevo se enroscó en D. Eustaquio, dejándose caer  hasta la misma base, a la vez que me retorcía delicadamente los cojones, y tras un par de buenos e intensos meneos, apareció el lechero a la puerta con su mejunje, lo que aún puso más enardecida a Encarna, que echó mano donde puedo para ir recogiendo por aquí y por allí lefas y mejunjes  y embadurnarse con ellos hasta el mismo ojete que ya tenía a punto caramelo.

Fue una auténtica delicia de polvo, el resto de la noche, la pasamos en la cama en plan cuchara, y con D. Eustaquio en la cochera de Encarna, que se dejaba hacer y maniobrar, eso sí su ojete ni tocarlo,  y así aparecimos por la mañana ensartados uno en el otro, la joven estaba muy necesitada, pues siempre había sido muy fogosa y su marido Cristiando, le había encendido más el fuego, pero desde que le había negado abrirle su bello culito respingón, éste se había alejado y caído en manos de las pelanduscas, y claro se satisfacía en  cuanta ocasión tenía, como espiar a los clientes del Hostal, o a su patrona en sus escarceos amorosos, que eran varios, y dado que su marido era impotente, para obtener  placer recurrían a diversas formas y formatos, y era una pena que no tuviera la llave de su «santuario erótico festivo» pues era una delicia, pues alguna vez se había colado en dicha alcoba, y me prometía que antes de irme lo probaríamos.

Al final se levantó de la cama, y tras ayudarme en el aseo se fue a sus faenas en el deshabitado hostal, pues ahora era yo el único cliente, la veía evolucionar y cada vez que pasaba por mi lado me gustaba meterle mano por debajo de sus ropas y comprobar que no llevaba la muy nada debajo, sobándole las bonitas nalgas y su abundante felpudo, e incluso le metía un par de dedos para ver si estaba mojada, Que lo estaba; ella me rechazaba y me prometía que después de comer nos daríamos un garbeo amatorio. ¡Qué buena estaba la Encarna ¡

COMPAÑÍA DE TARDE Y DE NOCHE

Estaba yo salido de madre, y D. Eustaquio presentaba su buena forma, pero un tanto enrojecido, pero era igual, esperaba con ansia ver sobre mi príapo danzar a Encarna, y poder manosearla bien, y sobre todo amasar sus suaves glúteos cuando me cabalgaba, tenía la vaga añoranza que en esos subes y bajas, hubiera equivocación de agujero, y entrar por su ojete hasta las mismas entrañas.

Llegó la hora del garbeo amoroso, pues yo estaba semi adormilado, cuando la sentí con sus manoseos, para culminar con la chupada del cirio pascual que me gastaba, la dejé hacer haciéndome el dormido, y por los rabillos contemplaba tanta hermosura encima de mi cipote, era como corrian aquellos unos hilillos finos de leche que Encarna sorbía con presteza, pues decía que ya que  ya que no había manera de quedar preñada, que al menos la leche de macho la alimentara.

Tras estos escarceos, de nuevo se montó en la noria de D. Esutaquio, y me invitó a cogerme al sillón pues hoy tenía ganas de caballitos, y se barruntaba que habría una gran noria rusa para D. Eustaquio. En ello estábamos, en pleno deleite, cuando de repente sonó el timbre de la puerta, miró por la ventana:

- ¡Ostias, la Juani…? - Sino la esperaba hasta la noche, para la cena.

Bajó a abrirle la puerta, y  ya yo oía la conversación

_Oye bruja que andas haciendo… que has tardado tanto tiempo en abrirme...? No te estarás dando masajes tu solita, dado como vas vestida, so guarra. ya sabes que me tienes a tus pies. Le decía la tal Juani.

Encarna le dijo que hablara bajo que había un cliente, algo enfermo y necesitado de cuidados, y que iba a ver si necesitaba algo, y que le contaba luego...

Pero la Juani que en principio pareció contentarse con la explicación de su amiga y compañera de trabajo, se quedó abajo un rato y cuando ya la Encarna se despedía con la ultima chupada a D. Eustaquio, apareció la Juani, joven también unos 35 años rechonchita de arriba y abajo, con prominentes labios y boca amplia, que nos espetó –

-Pues vaya con los cuidados y el ciruelo que te  comes, so guarra ¡Me apunto¡¡

Y así me ví como Juani se ponía detrás de su amiga, y la obligaba a amorrase a mi cipote,  y ella a su vez  se arrodillaba para hacerle llegar a su amiga al clímax, lo cual yo sentí cuando la Encarna me clavó las uñas en su delirante orgasmo, al sentir la lengua de la Juani, pelarle el chumino de abajo arriba y entretener en su ojete, ¡Eso si le gustaba a la muy bruja¡ la cual se abría las nalgas para una mejor lamida.

Juani, que llevaba puesta la bata corporativa del Hostal, pronto se la abrió para dejar al aire unas potentes tetas y un felpudo minimalista en cuanto a la pelambrera, pero exuberante en carnes, y con la boca chorreando de babas y leche de su amiga Encarna,, se deshicieron en un morreo a duo, era un gusto verlas allí enzarzadas en darse  placer y como de vez en cuando se arrimaban a D. Eustaquio, para dejarle los testigos de sus amores.

La Juani que era más de pescado, que de carne, cuando ya cosa estaba  en ebullición quitó a Encarna, del  caballito cipotero en que se había montado , y ocupó su lugar perdiéndose D. Eustaquio en aquella gran almeja lesbi, que ahora no hacía ascos a una buena tranca. - Buen tamaño te gastas, peregrino – A ver si sabes manejar tan brioso corcel-

En lo que pude moverme lo hice, y dados los cuidados de Encarna con lamida sobre mis cojones,  y oírla chupando los cuartos traseros de su amiga, mientras uno de sus deditos me hurgaba la próstata, y diciéndose auténticas burradas me vine arriba, y el surtidor hizo su efecto para deleite de todos y de todas.

Tras ello, vieron las limpiezas más exquisitas, y me dejaron descansar hasta la hora de la cena, tiempo que pasó en un santiamén, pues pronto la encontré apuntaladas a mi polla, intentando reanimar a D. Eustaquio que no presentaba  muy buen aspecto, pues estaba como amoratado, pero las muy brujas no repararon en la situación y allá se fueron la dos al yunque y a dúo, pues la cosa era entre ellas y D. Eustaquio, yo digamos que era la base para sostener al eje de sus delicias.

Mi pierna estaba también enrojecida y necesitaba reposo, por los cual las invité a realizar un emparedado, entre los tres. Ellas dos dándose de morros, y yo encalomado en Encarna, mientras me adhería a las turgentes carnes de la Juani. Y así nos quedamos dormidos, hasta que un encendido de luz y voz de espanto de Doña Gertrudis nos sacó de nuestra eventual mancebía. - Pero que está pasando aquí so golfas--¡Fuera de mis vista y estáis despedidas¡¡

Ambas dos mucamas, salieron escopetadas cogiendo sus ropas y pronto se oyó un portazo en la puerta exterior, tras despedirlas la patrona. Doña Gertrudis me regañó, y cogió a D. Eustaquio con dos dedos, como con ascos, y me tapó con las mantas, yéndose a sus aposentos, quedando yo muy intranquilo por la situación.

Me estaba enseñoreando con la mancebía en dulces sueños, cuando sentí que me tocaban en el hombro, era Doña Gertrudis a eso de las 4 de la mañana en enaguas, la cual venía a pedirme perdón por el escandalo montado, y gimoteaba por ello y suplicaba que no se lo tuviese en cuenta, que estaba algo alterada pues llevaba semanas con el tema de su querido esposo, y estos días de hospital habían sido muy estresantes.

Se echó sobre mi pecho, y gimoteó yo creo que con lágrimas de cocodrilo, pues como que no quiere la cosa fue bajando las ropas de la cama para poder contemplar a D. Eustaquio, que era en realidad quien le había quitado el sueño. Por otro lado, aunque sesentona, yo soy de la cincuentena, ver a la rubia echada sobre mí con las sugerentes formas de una señorona noble de Ojeda del Prepucio, allí encima,  la fui empujando hacia mis partes a la vez que subía sus cuartos traseros. Extendí mi brazo por su lomo hasta poder encontrar su mojado chumino y meterle un par de grande dedos, momento que ella creó ideal para que mi cipote entrara en su boca, digamos que fue todo uno, y  a partir de aquí fue el desmadeje total.

Lo que sucedió luego fue ver a la bella y madura noble de los Mangaancha del Prepucio empezó cabalgándome sin cortarse un pepino, bueno faltó este un buen pepinaco para su culo, pero pronto pude probar sus tres agujeros con la horma de D. Eustaquio, su bello chichi, de pelitos arrubiado, dejaban ver toda su estructura vaginal, y aunque pareciera lo contrario la gruta era larga y confortables y muy estrecha, por lo cual pronto mi cipote empezó a regar tal acanaladura

Su boca era más amplia y su fuerte y larga lengua hacia las delicias de cualquiera  y D. Eustaquio fue sorbido, medido y estrechado y tragado sin compasión, del culito de la noble, no puedo hablar pues tras ponernos en plan 69, me dediqué a sobarselo y a prepararlo para lo que le venía encima. Le día un pooc de saliva, le dice un par de dedos y pronto la señora se dio vuelta, se encañonó al ariete  y así fue cumplida la misión de hacerme con los tres agujeros de la noble señora, que quedó totalmente satisfecha y confortada de sus afligimientos. Momento de debilidad que aproveché para interceder por Encarna y la Juani, pues consideraba que  la culpa había sido más bien mía y de la visión hipnotizante de D. Eustaquio y de mi cierto priapismo.

Intercedí por ellas mientras hacíamos otro intenso 69, y ponía a continuación a la señora a cuatro patas, ante un chumino de ralo de pelambre, y florido ojete grande y arrubiado que guiñaba el esfínter a cada metida y sacada y por tanto estasí que era una buena posición de ataque ante lo cual ella decía - Sácamela cabrón que me partes¡¡- y yo barrenaba desde atrás en diversos ángulos, lo cual le llevó al orgasmo total, aflojando sus rodillas pero no D. Eustaquio que siguió desde otra posición barrenando a la noble señora en su flexible ojete que se abría como flor en primavera.

Estallé de nuevo en sus adentros, y tras manosearle bien sus tetas con las lefas, esta cedió y prometió que a la mañana tendríamos toda una sesión explicativa y las perdonaría,

Ees envió un wasat, pues la muy bruja había estado grabando todo con su teléfono y todo sería posible, o sea el perdón,  si yo me comprometía a estar con ellas unos días más, y la autorizaba a enviar a su marido el video que había grabado, pues estas eran las únicas cosas que le ponían un poco en tesitura.

La idea no me gustaba nada, pero dejó caer algo sobre la posible violación de una madura a manos de un peregrino... y ante esa tesitura cedí y cerramos el trato con un morreo, y así nos quedamos tan anchos, hasta que las jovencitas ya casi en los cuarenta, se presentaron a la reunión matinal.

Parecían compungidas, o al menos así se mostraban ante la patrona, que se quiso poner seria, pero pronto vi que sus manos se perdían por los escotes y las entrepiernas de las dos mucamas, que se dejaban hacer, mientras D. Eustaquio ya amoratado total iba poniéndose firme.

Por debajo de la mesa de cristal, vi como tres dulces manitas sobaban al bueno de D. Eustaquio, y le prometían cuidados y componendas, pues presentaba un color ya extraño, ante lo cual Doña Gertrudis invitó a darle una buena lamida cada una, antes de irse a las faenas del Hostal, menos mal que me dieron un leve morreo, pues me sentía como un hombre amarrado a un cipote.

El diagnostico de Galenos y otras cuestiones

Vino a media mañana Doña Gertrudis a verme, pero viendo como estaba mi rodilla y D. Eustaquio, me recomendó que fueran vistos por D. Venancio de Pichalarga el boticario de la comarca, pues el médico tardaría una semana en tocarle presencia en el pueblo.

Dicho y hecho, vino D. Venancio a visitarme, para la rodilla me dio recetó unos ungüentos que me traería a la noche, y para la que asomaba por entre el calzoncillo, que me solicitó examinarlo, me dijo: - Carajo otro Trancas..l

-No se ofenda, es que los nobles de esta zona, solemos tener buena herramienta nos llaman los Trancas, y es que hacía ya tiempo que no veía una tan en forma como la suya, pero veo que además del problemilla que tiene, creo que voy a tener que recomendarle un vigorizante, y que le vea un buen galeno, para lo cual le doy con  un galeno experto en Trancas , bromas aparte es especialista en temas de ginecología y urología.

Al atardecer me acerqué renqueando a la mansión de los Pichalarga y Geltrú, que era donde me habían citado, y donde una criada me introdujo en los aposentos privados de Doña Úrsula de Geltrú y Canalancho, une mujer ya metida en años, y sentada en una silla de ruedas que me dio las Buenas Tardes/noches y me dijo:

- No se deje llevar por las apariencias, soy el médico especialista en urología que le recomendó mi marido, D. Venancio, y algo me adelantó de sus problemas, y aunque me vea en silla de ruedas no crea que no estoy capacitada…

Me indicó que me desnudara y que me sentase en un tipo camilla para señoras, quedando mis piernas colgadas y abiertas y mis partes pudendas, a medida que fue subiendo de altura la camilla quedaron a la altura de su cara.

Empezó su auscultación, levantó torciendo a D. Eustaquio en toda su longitud, y comprobando su grosor y flacidez, y hasta su tiempo de reacción y sabor, pues al poco sentí como la médica se trasegaba en su boca a mi amado D. Eustaquio, que ahora se mostraba esquivo, no sé si por la señora o por la posible enfermedad, pero yo creo que la señora me estaba haciendo una felación en toda regla.

-No se preocupe le estoy auscultando para comprobar reacciones, y ve los puntos de flacidez y de paso comprobar los baremos de acidez en los que usted ha estado recalando, por tanto, le aconsejo dejase llevar…

Y así lo hice, y aquella extraña médica me sorbió hasta los tuétanos, y sabía cómo hacerlo, pues me apretó por debajo de los huevos, buscó mi próstata y tras una chupada profunda, se presentó el lechero a la puerta, lo cual parece fue en parte deglutido por la nobel médica, otra porción término en un frasquito, y por lo que pude ver, otra fue aprovechada por Doña Úrsula como afeite corporal para su cutis..y restregada en su chumino con la esperanza de hacerlo reanimar un día

-Bien me dijo, no es nada grave, pero necesita descanso, cuidados paliativos y una serie de acciones rápidas y urgentes.

-Enviaré recado a su Hostal, para que no cuenten con usted durante un par de días, y dígame los nombres de las susodichas que ha pasado por su cipote para examinarlas y recetarles un par de cremas.

-No se preocupen, pero han pillado ustedes una rara enfermedad algo contagiosa llamada del ranúnculo morado, debido a que alguien ha estado follando al aire libre y ha pillado este paradigmático sarpullido, que, en el caso de la mujer, apenas si le afecta, pero a los hombres y sus trancas,..- Y, por cierto usted tiene una muy bonita y estupenda, pues ha de ponerse remedio, si no quiere quedarse con un colgajo entre las piernas.

-Le recomiendo ir ahora a ponerse en manos de Doña Veneranda Defriegas, a la cual avisaré de su visita, no se extrañe del lugar y ocupación de la Veneranda, pues además de buena panadera es toda una experta en asuntos de friegas y masajes.

Y allí me encaminé, con la ayuda del mancebo de Don Venancio, hijo bastardo de su hidalguía probada ante la madre del mancebo, ya fallecida, según refería el mancebo, que para mí era un poco lelo, pero eso sí era buena cuna, y un tranca.

Me llevó hasta la panadería de Doña Veneranda, una oronda cuarentona de buen tamaño, que me acogió con un cariñoso abrazo de oso,  en tanto  que al mancebo le  provocó a degüello y hasta se dio un par de morreos  con él.

Luego se dirigió a mi -Bien venido a mi dulce amasaduría, o sea fábrica de pan y pasteles, y por lo que veo el suyo parece tener problemas. Mientras decía esto de guiñaba el ojo…. La muy bruja

Se quitó el mandil, se fue en busca de cómodas prendas y en unos minutos se transformó en una imponente enfermera de abundantes carnes.

Me introdujo en lo que era su casa y enfermería, y pronto estaba desnudo en una amplia cama, con D. Eustaquio en sus manos,  que por cierto manoseó o masajeó a capricho y hasta le dio algún que otro chupeteo para ver las reacciones,  y  comprobar el sabor, tras todas esas maniobras, sacó una serie de mejunjes, con los cuales untó mi cuerpo entero, desde la cabeza a los pies, aquello era puro hielo, al menos esa era la sensación que yo tenía.

Ella para comprobar el grado de reacción tenía otro vara de medir, y ponto la nueva enfermera se subió a la cama se puso encima con todas sus carnes al aire y comprobó in situ los tiempos de reacción, cocción y decocción, metiendo la inanimada polla en su horno,  de lo cual no quedó poco satisfecha, aunque sí que  repleta de satisfacción por probar una nueva tranca, de la que esperaba muy bellas paginas amorosas. Según me dijo.

Tras el acaloramiento que pilló la señora, pues yo seguí helado, me envolvió por completo en papel film y bajo unas extrañas lamparas de calor y de colorines me morreó lo que pudo, según ella para echarme una serie de pastillas a través de los fluidos salivares, y allí me quedé toda la noche, soñando con chocos y felpudos y polvos con unas y con otras;  hasta que a la mañana apareció Doña Veneranda, con harina hasta las orejas, por lo que sospeché que había amasado algo más que pan.

Fue cortando la lamina  de plástico transparente a la altura de D. Eustaquio, el cual ponto salió de su encarcelamiento presentando buen aspecto, terso y alto como un abedul, y al cual Veneranda le prodigó unos buenos masajeos y chupeteos, pero me dejó polla en ristre, pero envuelto en el plástico, hasta después del mediodía hora en la que me podría en manos de mis otras cuidadoras.

Allí pasé otras cuantas horas envuelto como un floripondio esperando mi liberación, a eso de las 3 de la tarde, llegó  para quitarme aquel vendaje, del que salí con sensación de frescor y rejuvenecimiento.

Me hizo la buena Veneranda una propuesta de pago de sus servicios, y era hacerlo una buena mamada a ella , y era  ponerla mirando a la meca desde sus cuartos traseros, de lo cual quedó satisfecha y no digamos que yo disfruté de verme sumergido en aquellas glotonería chuminesca que me presentaba la madura, ver el ariete como tomaba dimensión y se lo acercaba a sus chumino y sus labios se abrían como las almejas para después como los pulpos cerrar con un apretón mortal rea toda una delicia, la Veneranda era una experta en masajes con las manos pero también con sus otras partes, quise probar las cualidades de su ojete, pero me indicó que no corriese de momento riesgos y para rematar el final de la traca amatoria me hizo una cubana de aquí te espero, y cuyos churretones aprovechó para amasar un pan para su gusto y consumo. ¡Que buenorra estaba la jodida ¡

Mi pierna seguía inflamada, que por cierto al llegar al Hostal, estaba el médico de guardia del pueblo, que ya se iba, el cual me recomendó no moverme de aquellos aposentos en una semana al menos

Recomponiendo situaciones.

En el Hostal, pronto Dña Gertrudis me hizo un hueco en su amplia habitación para que no tuviera que andar subiendo escaleras, y las mucamas Encarnita y la Juani, haciam por alegrarme el día, cuando enseñando sus carnes. o dejándome palparlas o dejándolas dar una relamida a D. Eustaquio.

Se fue Doña Gertrudis, de nuevo a ver a su amado al hospital, y nos dejó a mi y a las mucamas, solitos por un par de días, por lo cual nos pidió que fuéramos responsables.

Y así se hizo, el primer día me quedé con Encarna, la cual me confesó en una de sus refriegas amatorias, que suspiraba por una buena tranca, ahora que su marido se iba a ir a Arabia Sauita por tres meses, le pregunté por un candidato a ello, aparte de mí,  pues yo me iría en unos cuantos días; me habló de otro, trancas, que era cura de Ojrejuela del Prepucio, que pero por más que lo incitaba al lance el buen párroco no reaccionaba.

Le prometí resolverlo, y acordé con Encarna que citaría al buen párroco para una confesión, durante la cual acorralaríamos al buen religioso, que era para mi conocimiento un poco corto de luces,

Y allá nos fuimos a la parroquia, donde hice un breve montaje para la grabación, y me dispuse a esperar al buen cura arrodillado en un lateral del confesionario, al poco llegó este y tras el precedente -Ave María- empecé con la confesión, mientras Encarna se colocaba de rodillas delante de la cortina del frente del confesionario, y cuando yo empecé con la sarta de descripciones eróticos festivas que había tenido con buena parte del su rebaño, se le disparó la tranca bajo la sotana, y cuando intentó colocársela mejor remangándose la sotana , entró en acción  Encarna, que al ver que el buen monje no llevaba nada debajo y tenía el arma en alto se tiró al chupado del cipote, como quien se tira a por un salvavidas

El sacerdote, pillado por dos flancos y no queriendo montar el espectáculo y siendo sorbido por el buen hacer de Encarna, se arrellanó en su confesionario y quedó extraviado en las delicias del sexo, del cual parece que no había probado mucho.

Recuperado del extravío cuando salió disparado para la sacristía, y Encarna detrás de él para probar la buena morcilla que se gastaba el buen párroco, este se negó a entrar en razones, y hubo que amansarle con el video grabado donde se levantaba la sotana, se abría se piernas y marcaba el ritmo de chupadas con sus excelsas manos a la buena de Encarna. Ahora sí que la amiga Encarna contaba para una temporada con un príapo, silencioso y sumiso, para domar y fustigar que era lo que a ella le iba.

Quedaba en mala situación la Juani, que también su bisoño marido, que le gustaba también el pescado, se iba a Arabia Saudita, para poner sus servicios como técnico a merced de los árabes al igual que su culito.

Hacerse con los servicios de un buen amante para el adestramiento, dócil y bien armado, no se me ocurrió otro que el mancebo que  D. Venancio, con el cual hablé para que recomendara a su pupilo cierta adopción copulatoria junto con boba novia de amplias carnes que tenía, . Tras meditarlo D. Venancio habló con ambos pupilos, me enseñó las carnes de lo cual quedé conforme, y aceptaron encantados, y más la Juani, que a pesar de ser un trancas, le venía bien aquel lelo para introducirlo en nuevas experiencia y tenerlo de gancho para pescar maduritas en busca de placeres y con un buen rabo, y a su bobalicona novia que tenía otro buen par de polvos.

Todo quedaba atado y bien atado, a Don Venancio ya le dije que le daría un cheque en blanco con Doña Gertrudis, aunque tendría que cargar con el impotente de su marido como perpetuo voyeur de sus escarceos.

Para celebrar tantas uniones, y mi propia despedida, montamos una bella bacanal con todos estos actores de mi relatos, desarrollado  en el cuarto especial de Doña Gestrudis y su marido, al que atamos a una sillón, mientras los ya nombrados iban llegando al convite, menos al cura que habíamos preservado en su anonimato, eso sí con el remate de una  fina venganza sobre los maridos de Encarna y la Juani, que los habíamos dejado a Venancia y Veneranda, las cuales habían logrado que uno enculara al otro mediante engaños y antifaces, y cuando fueron descubiertos se escabulleron sin supiéramos más de ellos.

El resto quedamos en franca orgía, pues a nuestra merced teníamos de todo, palmetas, esposas, látigos, príapos, maquinas de la jodienda, cruces de San Andrés para ser atados y todos probamos de todos. pero esa bacanal será para contrala otro día, solo adelantarles que el culto de la Encrana lo obtuve mediante premio por mis méritos de lograr aquello, y la verdad que fue un buen premio, como el polvazo final de Doña Gertrudis ante el impotente de su marido, y a la buena de Doña Úrsula que gozó como una buena verderona pese a sus incapacidades, chupando de aquí y de allá y probando cualidades ignotas de cada partenaire.

Salí aquella noche de Orejuela del Prepucio, medio renqueante, pero sino lo hubiera hecho me hubiera quedado a formar parte de aquellas buena familia de trancas y barrancas, y  tenia por delante aun muchos días de recorrido

Gervasio de Silos  

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El Peregrino en la Venta de Adosinda

Liado con las peregrinas

El Peregrino Negro y Doña Virginia.

Iniciación al folleteo

El Peregrino: Aquí te cojo aquí te follo.

Sexo en la casa de los Garañones de Besalla

Entre danzas y polvos por la madura rural

Las rutas del Panadero

El enterrador y su verga

Follando a la señora el albañil

La profesora y los 7 erasmus pornograficos

Mi perversa familia (completo)

El Peregrino Negro

Perversa Famila (2) aficiones zoo de la abuela

Mi querida y perversa familia (i)

La madura mamá y su niñata

El Gang bang de D. Pascasio

Una suegra muy especial aficionandola a la zoo...

Todo queda en casa

Mis Queridos vecinos (III) ultimo

Espiando a mis Queridos vecinos (2)

Espiando a mis Queridos vecinos (1)

Violaciones en un dia de playa

El hombre de las dos pollas

Los Misterios del Vaticano (5) y ultimo

Los Misterios del Vaticano (4)

Los Misterios del Vaticano (3)

Los Misterios del Vaticano (2)

Los Misterios del Vaticano (1)

Aventuras de un Benedictino (III) y ultimo

Aventuras de un Benedictino (III) y ultimo

Aventuras de un Benedictino (II)

Las aventuras de un benedictino (1)

Mi vecino Hamed

La ciudad de las Maduras (3)

Ciudad de las maduras (2)

La ciudad de las maduras (1)

Jugando con las cincuentonas

Orgias africa tropical (3)

Africa Tropical aventuras (2)

Orgias en el africa tropical

Orgias en la Mili

Las sorpresas zoofilicas

Un Fotografo en Ancadeira. la Sra Virginia (2)

Un salido fotógrafo en Ancadeira (1 )

Una Suegra muy especial

La educación zoofilica de mi vecina

La belleza de lo rural. La vida pastoril.

Follando en la aldea

Experiencia zoofilica de una solterona

Recompensa tras el accidente