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Los Misterios del Vaticano (1)

en Grandes Relatos

LOS MISTERIOS  DEL VATICANO


LAS APETENCIAS DEL SR. OBISPO.

Era una tarde plúmbea de verano, donde las ventanas abiertas de par en par apenas si dejaban pasar más que un sopor que incitaba más a la perversidad que al relajamiento.

En aquella estancia un tanto gris; un palacio romano de Vía Veneto en el cual apenas si la luz penetraba a través de los densos cortinones rojos; En la penumbra se podían entrever pequeños retablos del siglo XVII y estatuillas religiosas de distinta época que poblaban la estancia de monseñor Ciardi.

Lo que sí era intenso, era el mareante olor a incienso y mirra y unos suspiros llenos de placer y lujuria que provenían del gabinete de trabajo del clérigo, que eran observados y oídos desde la vetusta puerta por Sor Angélica que aplicaba su perspicaz ojo a la gran cerradura barroca, que permitía ver con gran nitidez el interior de las habitaciones.

Observaba la freila como su querido y mimado obispo, repantigado en su silla abacial y con la sotana entreabierta dejaba al aire un blanquecino y flácido pene para que el imberbe e impoluto joven Guardia Suizo levantara el ánimo a tan noble miembro.

Monseñor Ciardi alentaba al joven en los manoseos y lengüeteos de su noble prepucio con su modélico acento de diplomático vaticano:

- Querido Hans, nos, sabemos que estás muy interesado en la Sra. Helía, que como bien sabes es la mujer de tu superior y sabes que, nos y la Iglesia no permitimos determinadas prácticas en pro de la buena hermandad." Y  Aunque como te veo muy interesado en ella y observando que la naturaleza es más fuerte que las leyes que nos rigen, podría ayudarte a conseguir tu objetivo a cambio claro está de algunos servicios que has de prestar a nos.. - Por lo cual te sugiero caro amigo, te apliques en las suaves caricias que me propinas y des entrada en tu exquisita boca a mi querido y lánguido "amigo" que durante años ha estado supeditado  al más duro celibato."

El inmenso palacio en el cual residían diversos cardenales y obispos, asistidos por las fieles monjas de la Congregación Hermanas Desamparadas  de la Caridad Cristiana, tenía corredores y pasadizos secretos; que yo como hijo bastardo de un antiguo cardenal y una estupenda secretaria de la Curia Vaticana,  criado bajo la tutela  de la Curia y al cuidado de las hermanas, conocía a la perfección los entresijos más secretos, tanto de sus habitantes como sus dependencias.

Lo cual me permitía tener secretos observatorios, desde los cuales espiar a mi entero capricho a tan nobles señores en sus diversos aposentos y quehaceres, que en general se dedicaban al ejercicio humano de sus más pérfidas bajezas como las que ahora contemplaba.

La escena era muy excitante Monseñor Ciardi, se abría cada vez más la sotana y empujaba la cabeza del joven Hans, para que éste le chupara con fruición aquel noble prepucio, que poco a poco iba cogiendo tamaño y dureza, al igual que el angélico rostro del obispo que estaba casi en la gloria y a punto de conseguir uno de sus mas sonados orgasmos.

Sor Angélica, a pesar de sus años y abundantes carnes, apenas si podía contener su pasión, al ver como el joven chupaba el cirio del obispo a la vez que el mozalbete empezaba a hacer asomar el suyo propio, y que a pesar de la distancia ésta ya le preveía unas dimensiones más que considerables. Llevó a la  freila a pensar  que aquel "badajo" era más propio de otros menesteres que ser manoseado  y utilizado convenientemente, y no en  entretenimientos pajeriles, que además el mozalbete hubo de frustrar pues el monseñor requería toda su atención.

Monseñor Ciardi enseñaba el arte de la mamada al joven, dándole precisas indicaciones para que no le mordiera el prepucio, sino que una vez  en la boca la cebolleta de la pirula, ésta  fuera relamida  como si de un helado napolitano de mil y un sabores  se tratara. A su a vez, el docto obispo, conducía la mano diestra del guardia suizo hacia sus blanquecinos cojones, para que éstos  fueran “masuñados” o  estrujados  con experta  suavidad, así mismo  le indicaba al joven, que con la otra mano le apretara el periné dejándose resbalar  en una peligrosa ruta hacia el ojete, que el clérigo presentaba ya a tumba abierta, para que el pulgar del joven se deslizara allá en  el momento oportuno.

El orgasmo con aquellas exactas indicaciones apenas si tardó en llegar, Monseñor Ciardi dejó sus ojos en blanco, apretó la cabeza del joven guardia, para que no se le escapara ni un miligramo de aquella noble esencia y presentaba ya su ojete para que el pulgar ocupara el lugar adecuado en ese mismo instante que el churretón de semen inundaba la garganta del suizo. Y así fue como el obispo vio completada la faena del día.

Sor Angélica, que no se había perdido un ápice de aquellas maniobras, estaba maquinando en como sería posible hacerse con los servicios de aquel joven, y compensarse así de los hambrientos días que le estaba propinando el obispo que ahora parecía más inclinado a otros menesteres.?.

Apenas el obispo fue literalmente ordeñado y limpiado cabalmente de los efluvios que pudieran haberse escapado de la boca del suizo, el obispo se arrodilló también ante el guardia y le sorbió de aquella boquita de piñón las esencias y manjares que aún allí se destilaban. Acabada pues la faena, el joven fue despedido con la recomendación de guardar silencio y de estar atento a los recados que a buen seguro recibiría y que le traerían buenas noticias sobre sus ansiados deseos y pasiones.

Salía el mozalbete asqueado por tan viles servicios prestados, aunque pensaba que si aquello era necesario para conseguir el amor y los favores de su amada Helía, lo daba por bien empleado. Aunque no era consciente de la espiral de conjurados deseos que sobre él se estaban cerniendo. En estos pensamientos estaba cuando le salió al paso Sor Angélica que le abordó con doblada testuz pidiéndole al joven que le acompañara para un servicio que tenía que prestar a la sacrosanta Congregación de la Fé, siguió pues el Guardia Suizo correajes en ristre a la inconmensurable hermana, hacia los sótanos del palacio.

Se extrañó el joven  que el recado fuera tan instante, pues acababa de salir de los aposentos del obispo, y además  que el servicio requerido fuera en aquella zona, que estaba reservada y destinada a las Hermanas Desamparadas de la Caridad Cristiana, encargadas del servicio vaticano le extrañaba, y  más se extrañó aún cuando la hermana le indicó que penetrara en aquella minúscula celda, en la cual no había nadie más que ellos dos. Viendo Sor Angélica que el joven se resistía y empezaba a desconfiar, le refirió al mozalbete al oído lo visto hacía unos momentos en determinados aposentos y le conminó a que sí de verdad quería hacer realidad sus íntimos y perversos deseos de poseer a Doña Helía, y no ser  puesto en evidencia por lo servicios  tan “especiales” que prestaba al Sr. Obispo.. debía pues plegarse a satisfacer determinadas demandas que le serían explicadas en su momento.

Entró pues el joven suizo al aposento que fue cerrado a cal y canto por la freila, a la vez que ésta se apresuraba a arrojar al joven sobre el camastro y comenzaba a restregar sus abundantes carnes, con hábito incluido sobre el sorprendido  joven, el cual por otro lado y de forma involuntaria reaccionaba ante aquel ataque poniendo sus armas en un estado más que aceptable, para satisfacción de la marrullera monja.

- -" Mi querido jovencito, esta dulce matrona a pesar de los años, hace meses que no recibe su ración de rabo, pues  monseñor, parece haber encontrado otro juguete para su satisfacción.. Por lo cual, mío caro jovencito, debes hacer una caridad con esta cincuentona a la que las carnes le piden guerra y que ya los habituales pepinos, zanahorias y demás no llevan al puerto que una  espera, por lo que te  pido y ruego que utilices conmigo ese potente instrumento que tienes entres las piernas.. y yo  no solo guardaré silencio sino que estoy dispuesta a poner a tus pies lo que necesites si conmigo cumples cuando al caso te requiera.."

Acabado el discurso, la ardorosa reverenda madre sacó de su prisión un curvado y enorme miembro, de color arrubiado y sin descapullar al que comenzó a darle profundas lamidas, por aquello de poner en forma la formidable estaca de casi 28 cm de longitud por no sé cuantos cm.  de grosos. Además la freila de esta manera  comprobaba  sí todas las pollas sabían igual, pues apenas si ella había probado otra que la del Sr. Obispo.   Le gustaba a la religiosa aquel sabor salino y extraño que se alojaba en los pliegues del prepucio, intentó metérsela toda en la boca, pero la postura y el tamaño no parecían los adecuados, por lo que le sobrevino a la freila una incipiente arcada, lo que no fue óbice para que ésta no prosiguiera en sus labores mamatorias.

Hans que hasta ahora había permanecido a la expectativa, pues tenía miedo de las repercusiones de todo aquello, comenzó a retreparle el hábito a la monja en busca de las inminentes carnes, el repantigue de la freila con badajo en boca y el retrepe de los hábitos ofreció al joven una fugaz visión de unas blanquecinas y prominentes nalgas y unos poderosos muslos tapizados de una densa mata de bello, que curiosamente le pusieron a tono en un "pis pas". Tiró aún más del hábito hasta dejar al descubierto casi al completo la espalda de la freila, y unas bastas bragas de algodón, como aquellas que tanto se prodigaban por los tendederos romanos.

La Sor le pedía calma al suizo, prometiéndole que pronto le daría la ración que el quería saborear, pero antes había que seguir todo un protocolo; besábale cada rincón de su cara y de su cuerpo, allí dónde era posible sin desvestir al joven, pues estaba claro que a la Hermana le gustaba hacérselo con todos aquellos adminículos puestos: la toca, el hábito, las inmensas bragas, las sandalias y él con aquellos blondos pantalones de guardia suizo, sus esplendorosos correajes..

El joven no estaba muy ducho en temas de hábitos y por tanto no sabía por dónde meter mano aquella mole de mujer, pues no había botones o aberturas para que aquellas apretadas carnes de derramaran en cascada. En plena faena de restregueos y caricias, sonaron las campañas de San Patricio, anunciando el "Angelus", la Sor se puso de un salto de pie y abandonó al joven en aquél estado, mientras con mirada picarona insinuaba al joven que el ceremonial no se detenía, sino que cambiaba de lugar, sin que éste por otro lado tuviera claro que papel jugaba en todo aquel teatro que se traía la reverenda madre.

Sor Angélica se arregló las ropas y se arrodilló en un reclinatorio frente a un minúsculo altarcillo ante el cual hacía sus oraciones, allí arrodillada echó de nuevo una insinuante mirada a Hans, el cual seguía con aquél temible instrumento pidiendo guerra.. La freila hacía como que se arreglaba sus descompuestas bragas, a la vez que se le enseñaba al joven retazos de sus prominentes nalgas y parecía sumirse en una profunda meditación y rezo.

Entrever de nuevo aquellos muslazos y el asomo de aquellas bragas, hacían que Hans perdiera toda compostura y entrara de nuevo en un estado de excitación imponente, que pronto  le hizo levantarse del camastro  e irle levantando a la concentrada hermana sus hábitos, haciendo a un lado la costura de la braga y buscando por dónde calar con su instrumento, la Sor aparentemente sumida en su oración abrió como por descuido  sus muslos y dejó que el instrumento empapado en saliva culebreara por entre su ano y sus labios vaginales, las bragas  servían al atacante como maroma a la que agarrarse.

Aquél torpe roce en busca del higo de la Sor, hacía que Hans se volviera cada vez más violento y fuera de sí, arrojó pues en sus transportes a la Hermana Angélica fuera del reclinatorio y ésta se dejó caer de bruces sobre el suelo tan larga como era y así rezando e implorando a Dios su misericordia y bendición por los suplicios que recibía, Hans viendo a la monja panza abajo, ofreciéndole aquellos peludos manjares, no lo dudó un minuto, bajó el calabrote de la braga y en aquél fértil oasis de efluvios y caldos insertó su curvo instrumento si saber a ciencia cierta donde había calado; fuera donde fuera debía ser muy sensitivo pues la madre dio un fuerte respingo, apretó con fuerza su rosario e imploraba más suplicio y tortura en pos de alcanzar la divina tranquilidad de la santidad,  que debía estar muy cerca por los retorcimientos de la religiosa, que eran de tal envergadura  que el diablo del joven más que salirse, era literalmente absorbido por los vaivenes de la monja.

Hans se separó un poco para tomar resuello y vio por el color de su polla que no estaba donde él creía estar, sino un poco más arriba, cuando iba a salirse para calar más abajo la monja se resistía a padecer por su otro boquete, pues parecía querer recibir el suplicio a contranatura, en pos de un suplicio mayor y así alcanzar la perfecta santidad.. Tan ardua resistencia puso la Sor que el ardoroso Hans, teniéndola debajo y entre sus rodillas, se dedicó a darle fuertes manotazos entre aquellas prominentes mollas, hasta que fueron cediendo y dejándose llevar, lo cual aprovechó el Guardia Suizo para encalomarse en el sorprendente chocho de la monja, tan suave y apretado, que además se abría  y se adaptaba de forma tan sublime para recibir tan enorme como oblongo príapo.

La lucha de la monjita que vio profanada su concha y la lucha de Hans por mantenerse allí y encalomarse cada vez más en aquella cálida cueva dio lugar a una brava lucha donde las bragas se hicieron jirones y el orgasmo fue un continuo relincho de ambos  cabalgadura y jinete,  desbocados por sentirse: una más taladrada y el otro más taladrador.

El intenso orgasmo les dejo exhaustos, y se dejaron mecer por el sopor postcoital, uno sobre el otro en la minúscula celda, ella con los hábitos por encima de la cabeza y él con los blondos pantalones de Guardia Suizo a medio bajar y las campanadas del "Angelus" tocando al recogimiento.

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