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Todo queda en casa

en Hetero: Infidelidad

Aquella noche cuando llegué a casa encontré muy alterada a mi querida compañera de vida, y juegos sexuales, tras un breve interrogatorio en el que  poco le saqué... “ Salvo que pasara lo que pasara ella me quería....”; nos fuimos a la cama, y tras acabar de follar  encendí la luz, acerté a ver en la espalda de mi mujercita unos fuertes arañazos...

 Una vez ya descubiertos mi mujer me contó una truculenta historia que ha traído el título de ésta historia.

 Entre los sueños eróticos que tenía y tiene mi mujer era lo de hacérselo con un hombre mayor por aquello supongo del complejo de edipo y aunque yo también tengo los sueños de hacérmelo con dos mujeres y hasta con un hombre por ver eso del toma y daca, pues no dejan de ser sueños o frustrados deseos.

 El caso es que Dolores, mi mujer, viajando en autobús tuvo un encuentro con un hombre de unos 55 años, que no solo se limitó a los tocamientos y restregones sino que ambos terminaron en la cama.

 Para desgracia de mi mujer quien se enteró de tales maniobras, fue nuestra vecina y portera,  pues por casualidad encontró la puerta abierta de la calle y entró creyendo que habían robado en la casa  descubriendo el pastel que se traían Dolores y Cristobal.

 Como es una lesbi en busca de pareja  y con un cuerpo de quitar el hipo, chantajeó a Dolores con decirmelo a mí, sino se plegaba a sus deseos, que podeis imaginaros cuales eran.

 Y así tenéis a la Dolores manteniendo dos relaciones a mis espaldas y ante la cual y según las circusntancias pues a veces se volvían un tanto escabrosas, pues ambos amantes no querían compartir la presa y los resultados es que Dolores llevaba casi todas las plegarias de tan dolorosa oración.

 AL escuchar aquella historia , lo cierto es que no sabía si hostiarla, abrazarla y mimarla por lo que estaba pasando, o pasar a la venganza que podía traer a la casa el que todos pudieramos realizar nuestros sueños.

 Pensado con paciencia eso fue lo que acordamos y trazamos un plan que se resumía en tener a ambos amantes de mi esposa a disposición de todos y así satisfacernos todos.

 Uno de los días que subía hacía el piso, escuche la cantarina voz de Aurelia, portera y vecina, que debía estar fregando las escaleras, subí pues despacio y en un recodo allí ví aquel pandero marcado en la fina  bata que dejaba bien marcadas las costuras de sus estrechas braguitas, contemplé pues como se meneaba aquél culito y fui masajenado mi querido prepucio para el asalto.

 Cuando ya reculaba hacia uno de los  oscuros descansos de la escalera, a salvo de miradas indiscretas, me arrojé sobre mi querida lesbiana, y levantandole su fina bata, busqué aquel virgen coñito, mientras ella peleaba por librarse de aquel violador. Lo cierto es que su postura a cuatro patas me había venido bien para poder bloquearla, un brazo por encima llegó directamente a sus tetas, firmes y suaves, y mi otra mano buscaba apartar aquellas estrechas bragas para encalomar mi cipote enntre aquellos pelitos.

 Ella se revolvía, aunque a cada meneo me dejaba mejor la faena, mi cipote buscaba desesperado aquel chochito y tropezaba cuando con un muslo cuando pasaba por debajo de la raja, en esto que Aurelia con su mano llena de jabón quiso cojerme la punta no con buenas intenciones, pero en cambio lo que hizo fue lubricar bien toda aquella zona, con lo cual mi querido “prepucio” entró como una exalación en aquél estrecho coño.

 Verse inundada de aquel pedazo de carne, y comenzar los retorcimientos, hasta estrangular mi polla, fue uno, eso si para delirio mío que nunca había sido ordeñado de aquella forma, al final para que la Aurelia se quedara quieta y me dejara descargar toda mi lechecita tranquilo, le solté quien era y porqué le hacía esto, ósea donde las dan las toman, y ahora le tocaba a ella quedarse quietecita y absorber toda mi  líquido fruto; lo cierto es que así lo hizo y se dejó inundar hasta la saciedad, luego cogiéndola del pelo, pues aún se mostraba arisca le enchufé mi flácido príapo para que le diera unos cuántos lametones y supiera el sabor de una buena polla, tan acostumbrada como estaba a los conejos.

 Luego una vez ya refocilados la cité para el día siguiente en mi casa a eso de las 11 de la noche, donde también le dejaría la puerta abierta....

 La segunda parte del plan era pues coger por las pelotas al Cristóbal y hacerle cantar la praviata. Mientras daba satisfacción de unos de mis sueños en de encalomar a un hombre. Convine con Dolores que citara a Cristóbal a eso de las 10 de la  noche  para un polvo nocturno, puesto que yo andaba de viaje.

 Me escondí en la casa, y ya cuando sentí los primeros ayes de Dolores, salí silenciosamente de mi escondrijo, y allí estaba el tal Cristobal un fornido paisano con una admirable grupa cañoneando a cuatro patas a  mi mujercita la mar de bien, con un no menos despreciable proyectil;  sacó su balano del  caliente conejo de Dolores y empezó a babear el culito de ésta, que se negaba a que su  querido Edipo le traspasara aquella frontera, que hasta a mí me había sido negada,

 Lo cierto es que Dolores como se esperaba la situación estaba más que salida y los sobeteos de aquel largo y fino pirulazo en su sensible coño, hacían que no opusiera mucha resistencia; y allí vi como el fino proyectil se iba abriendo camino entre las ancas de mi señora, que pedía a Cristobalito que se las abriera para encajar mejor toda aquella barahúnda de carne que se le venía dentro.

 En ello estaba el Edipo cuando se agachó para masajear las pequeñas tetas de Dolores, dejando al descubierto una potente grupa y un sudoroso ojete que se abría y cerraba al son del gusto que le daba estar encima de la Dolores.

Yo estaba ésta vez  ya desnudo y con un buen taco de vaselina en la polla, para no errar en la maniobra; cuando Cristobalito  estaba más emocionado con el polvo, me lancé encima de la cama y allí cogiéndole los huevos para que no se me meneara en exceso, le ensarté en un santiamén mi polla en aquel deseado culo, para sorpresa del agredido que no sabía si salir raudo con aquello ensartado o liarse a manporros...

 Optó pues proseguir acabalgando  a Dolores que ahora disfrutaba doblemente de la situación, y mientras yo seguí  cabalgando a tan fornido amante de mi mujer  a la vez que invitaba a la recién llegada Aurelia a hacerse un hueco donde más le apeteciera, pues ya éramos como de la familia y además ahora todo quedaba en casa

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