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Mi perversa familia (completo)

en Zoofilia

MI QUERIDA Y PERVERSA FAMILIA

Realmente uno con el tiempo se va dando cuenta de las cosas, y ese fue un axioma que he ido descubriendo poco a poco, dándome cuenta de que vivía en una familia de perversas maneras sexuales, que iban desde mi propio padre a la abuela.

Con el tiempo mi di cuenta de que mi padre le iban los machos, y sobre todos los maduros ya metidos en años, y sobre todo con buenos instrumentos que soplar y afinar.., por tanto que mejor que Floro, el abuelo paterno, el cual se casó con mi abuela materna, una vez ambos que quedaron viudos, se dice que entre ambos mataron a sus respectivos conjuges a disgustos, pues ambos eran unos mojigatos, y claro vivir con dos pervertidos era algo que pudo con su salud. Amén de que ambos exprimieron a sus parejas hasta la extenuación como esclavos sexuales.

La verdad es que eran todos bastantes discretos en sus formas, pero sí que uno si es observador, y yo lo era, pues iba encajando las piezas, pues bien por aquí o por allá a uno le iban quedando en la retina escenas, y situaciones, que no es raro que hoy hayan conformado mi naturaleza sexual y amorosa.

Ya desde pequeño, andaba yo tirado por la cocina de casa, para ver mirar por debajo de las faldas, para ver si las hembras de la casa, como mi abuela (Gertrudis), o mi madre, así como una de mis tías que luego se convirtió en mi madre (Lidia), sí estas llevaban bragas, llego a gustarme la matosidad que había entre sus piernas, lo cual me impedía ver otra cosa que pelos y más pelos, pero aun así aquello  me gustaba, eso cuando no contemplaba el fiero guardián de sus intimidades perlado de un grueso algodón blanco

A mi abuela siempre la recuerdo, o casi siempre sin sus pololos, por tanto, su gran chumino era todo un espectáculo, y al tener menos pelo en las ingles dada su avanzada edad, esto permitía contemplar sus carnosos labios, y un pito pequeño a modo de querubín como lo llamaba mi abuela, lo cual para mí era una delicia contemplarlo, y manosearlo, ante lo cual la abuela no ponía mucha resistencia.

Desde bien pequeño, me dicen que tenía la manía de mamar de las tetas de mi madre, a la vez que con las manitas jugueteaba, una con su teta, y la otra se quedaba colgando y siempre terminaba entre las bragas de mi madre. Cuando a los dos años murió mi madre, y mi padre se casó con la hermana de su mujer (Lidia), me dice la abuela que seguí adoptando tal manía, aunque no saliera nada de aquellas hermosas tetas de la tia-mama-madrasta Lidia, pero eta parecía gozar con aquellos inocentes comportamientos infantiles.

Incluso la tía Gelmira, adoptaba esa pose de madre amamantadora cuando nos visitaba, no se sí para realizarse como madre, adoptando esas actitudes, o porque le daba placer el que yo le chupase, ya grandecito, sus tetas a la que manoseara entre sus bragas.

Yo Jesusito, lo hacía sin mala intención, pero me quedó con un resorte natural el tener atracción por las tetas, y rebuscar entre las bragas de las mujeres; aunque caso aparte era mi abuela, a la cual sus enormes tetas le salían por debajo de la camiseta, dejando ver unos pezones negros y enormes, que a mi apenas si me cogían en la boca. Todo en mi abuela era descomunal, sus tetas, su chocho, su clítoris, menos su culo y nalgatorio que era estrecho y respingón.

A mi padre siempre le recuerdo detrás de Floro, y su enorme flauta, era raro que no les viera por debajo de mesa andar hurgando uno en la bragueta del otro, incluso alguna vez, vi desde mis escondites como mi padre dejando caer una servilleta, aprovechaba para soplar la gaita del abuelo Flor, y algunas otras, como cerraban de un portazo las puertas de habitaciones y salones cuando les sorprendía haciendo la cucharilla, con los pantalones a medio muslo.

Ese fue mi ambiente de niñez y adolescente.

La madurez digamos que la pasé fuera, estudiando, o sea que cuando volví al caserón de los García-Pelaez, me encontré con ese ambiente y con mi plena conformación como hombre, lo cual se apresuró a palpar y a comprobar la abuela en cuanto pudo, a la hora de hacerme llegar toallas al baño, y a modo de excusa lo que encontró fue una polla de mediano tamaño, que en erección se ponía gordo de cojones, y cuyo glande se volvía enorme.

Mi abuela digamos que a estas alturas ya pasaba de hombres, y que le iban cosas más fuertes, chuparme la polla debía de ser uno de sus deseos, pero ahora ya no era un niño, lo cual no obstaba para que yo intuyera sus deseos.

Pero es evidente que yo no conformaba aún parte del gremio de pervertidos de la familia, digamos que me mantenían al margen, para entregarme puro para mi futura esposa, a cuya búsqueda tanto la abuela como mi mamá se confabularon para tal objetivo. Pues a buen seguro que tenían alguna candidata que cumpliera las expectativas de la familia al completo.

Por mi parte andaba provocando a la abuela, para ver si en una de estas podía meterla en caliente, pues ya iba para cinco meses que vivía con ellos, y salvo pajas, no logré otra cosa, como amigas no tenía, y las putas estaban a más de 250 km, como que me tenía que aliviar por mi cuenta.

Por eso quiso ayudarme la providencia con algún que otro polvo con la beata del pueblo Doña Rosario, a la que pillé en la zona oscura de la iglesia dándole una mamada al viejo cura D. Asensio, por lo cual la chantajeé para que en pleno rezo de rodillas al atardecer y en la semi-penumbra de la ermita familiar se dejara encalomar. Pero eran polvos muy insustanciales y rápidos. Iba le levantaba las faldas le bajaba los pololos, le echaba un salivazo, y allá me iba todo adentro, sin que Doña Rosario dijera ni mu, ni dejara caer un suspiro. Y eso sí se negaba a cualquier otra fórmula de relación, salvo esa.

Quiso la fortuna que un día pillará en los salones altos de la casa, camino de las buhardillas del palacete que quería adecuar para mis aposentos, y pudiese ver a mí abuela haciéndoselo con Napoleón, el perro gran danés del abuelo Floro.

Lo cierto es que la abuela era toda una experta domadora de animales, como pude comprobar, que era lo que le iba a media familia desde hace ya un tiempo, la zoofilia.

Una vez sabidas las querencias familiares, y habiendo descubierto los puntos de observación, vi como la Gertrudis, domeñaba a Napoleón, a su antojo. Le decía PLas, y el Gran danés se sentaba sobre sus posaderas, y se mantenía estático, la abuela en porretas, se arrimaba a él en plan cuchara, y se sentaba encima de su ya incipiente príapo, que se engullía el vaginamen de la abuela  en un pis-pas, era tocar el punto sensible, de ambos, cuando el perro iniciaba su movimiento copulatorio a toda velocidad  poniéndose la abuela a cuatro patas, y como ya le había entrado todo de una vez cuando se sentaba encima de la polla del animal, tan solo era dejar que a Napoleón le creciera la cebolleta de su polla en el seno del culo de Gertrudis, que pronto ponía los ojos en blanco, sobre todo cuando la polla, y el nudo llegaban a su máximo esplendor y los zurriagazos de semen se disparaban dejando abundantes reguero por los muslos de la abuela.

En otras ocasiones se ponía a cuatro patas, llamaba a Napoleón, que ya estaba a la expectativa y este a lo fiera la montaba por donde podía, a tropel y con peripatético descontrol con respecto al resto de las montas

Una de las posturas preferidas de ambos, y Napoleón se dejaba hacer era que el perro se echaba en la cama de espaladas, y la abuela lo cabalgaba, mientas el can levantaba las patas le lamia las tetas  y se veía el cañamón entrando con todo el poderío en cualquiera de los dos agujeros que la abuela le hubiera ofrecido. Alguna que otra vez, y eso lo grabé se acercó D. Floro por aquellas latitudes para que Gertrudis le chupara el mondongo, mientras Napoleón montaba a su esposa Gertrudis, y él se morreara con el can encima de la espalda de la abuela, que gozaba aún más sintiendo las babas de ambos sobre su espalda.

Y así día tras dia iban pasando por mi retina ciento de imágenes de las más pura perversión sexual, cuya protagonista era casi seimpre la abuela, aunque en algunas coyuntas cooperaba tambien cuando venía de visita la tía Gelmira, de cuyas apetencias más tarde me pondría al corriente la abuela, o el abuelo Floro, que también se dejaba encalomar por Napoleón de vez en cuando, pero sin que le ensartase el bulbo, por lo cual por otra parte no dejaban de tener en pleno culo un buen instrumento en longitud y grosor, pues pasa de los 25 cm y unos  4 centímetros de diámetro. Un buen pollón.

Cuando ya mi polla estaba por estallar, cogí a la abuela por banda y un tanto desprevenida, pues acababa de darse el lote con Napoleón, que la había descabalgado a pelo, con un sonoro plop, y ella  allí se quedó con su chumino babeante y a cuatro patas, lo cual aproveché para ensartarle mi floripondio por la puerta trasera, el cual me trasegó mi polla como si nada, y cuyo glande creció para alegría de mi abuela, que se retorcía por salirse del traidor pollonazo, pero la tenía bien sujeta, a la vez que le ponía en el teléfono en formato video , sus diferentes montas con Napoleón.

Al final se entregó y se dejó hacer, y puedo decir que me corrí dentro como un mapache, y terminé entre sus muslos, chupando aquel inmenso clítoris, que le hacía las delicias de mis tías, incluso parece que había probado el cura del pueblo y la beata Rosario, a quienes se beneficiaba Gertrudis, cuando le picaba su nabo clitoriadiano con el que hacía maravillas con sus dos esclavos eclesiales.

Tras la follada quedé con mi abuela, que tenía ganas de tírame a las hembras del clan, a lo cual ella se resistía, a la vez que le pedía detalles íntimos sobre las querencias y preferencias sexuales de todas, se negaba en redondo, pero le hice una oferta imposible de rechazar, por un lado no hacer públicas sus andanzas, que yo creo que la traía al pairo, y que le haría un regalo especial para sus devaneos zoo, y de paso aportarle algo que no habría probado hasta ese momento, y que yo tendría en unos días ocasi´çon de prestarle un servicio como doctor veterinario encargado de suministrar a mi tío elñ marido de mi tía Gelmira, veterinario de profesión y coleccionista de animales, parte del contingente  de su pequeño zoo, en el cual gracias a mi ayuda contaría  con algunos animales interesantes.

Mi abuela cuando oyó que tendría a su merced un buen pollonazo, y sobre todo algo no conocido, quedó encantada y estuvo pronta a contarme que a mi mama Lidia, digamos que estaba pirrada por mi, y que la tal Gelmiraa se tiraba todo bicho que tuviese polla fuera hombre o animal, eso si a espaldas de su maniático marido que se iba detrás de jóvenes filipinas, dejando a su impresionante señora in albis..

Por tanto, si cumplía parte del trato, de hacerla gozar de algunas exquisiteces, ella podría organizar el viaje hacia Barcelona para entregar al veterinario, mi exótico animal, y organizar la llegad de otros, con los cuales se podría intentar algo, y en ese viaje, la abuela me prometía poner a mi servicio a mi mamá.

Por tanto, quedé con ella, en una cita en sus aposentos particulares. Llegado el día la abuela Gertrudis estaba expectante tanto por lo que pudiera suceder como por el contenido de la pesada caja que traía conmigo, y como no por el ruido que ella acontecía.

Quedamos en que, si la experiencia que iba a tener lugar en unos minutos era satisfactoria, me pondría a sus hijas a mi merced, o sea a mi mamá Lidia y a la tía Gelmira.

Empecé a preparar a mi abuela, a la que desnudé y até de pies y manos a la cama, y le puse un pequeño antifaz para que no pudiera ver ninguno de mis preparativos.

Estos consistían en poner a tono con un buen masaje de aceite esencial a la abuela y que a la vez atrajera al animalito en cuestión que ya pugnaba por salir de su jaula oscura. Aproveché momento, de tener a Gertrudis a mi merced para mamar aquellas inmensas tetas y pezones, que pugnaban por levantarse pese al tamaño y el peso, el que sí salió de su covacha fue el querubín clitoridiano de la abuela, al cual le dediqué unas buenas chupadas.

Una vez en situación, saquí a mi gran quilonio de más de 45 kilogramos de su caja-jaula y unté a la abuela con una crema-aceite que mi hice traer con el animal, paralelamente acoplé al casco del tortugo unas protecciones para que las fuertes patas con increíbles uñas del animal,  Sandokan, allí se llamaba mi tortugo, no pudiera dañar a  mi querida abuela, ya que el olor le estaba volviendo muy, pero que muy loco.

Hecho esto, el tortugo fue raudo y veloz a por su presa, que ya estaba preparada en forma que este la pudiera alcanzarl sin muchos problemas. La abuela estaba expectante, y se preguntaba ¿que sería lo que tendría que probar de la mano de su nieto…?

Cuando sintió las patas del tortugo Chelonoidis hoodensis de mediana edad ponerse sobre ella, le dio un escalofrío, ¿que era aquello que reptaba sobre sobre su pelvis, y rociaba su mata de pubis con tan fétido olor? En ello debía de estar pensando mientras se retorcía, cuando sintió el apretón de la patas del tortugo, y el latigazo de su musculo peneal que entraba raudo y veloz en la caverna calentita que le ofrecía pasivamente mi abuela, la cual se retorcía para quitarse aquello de encima, que pesaba un montón, y que hendía y jalaba de sus carnes a la vez que la regaba a mansalva con un fétido olor.

Se retorcía pues del latigazo, que le había llegado hasta lo más hondo, pero ella estaba acostumbrada a grandes penetraciones, lo que no se imaginaba es que unos segundos más tarde, aquel látigo se abriría como un floripondio en primavera, y esa especie de ventosa se pegaría a las paredes interiores de su vagina, y taponaría todo su conducto expandiéndose en su interior de forma inmensa, para dejar salir al semen acumulado de la hibernación el cual quedaría retenido en la presa copulatoria de Sandokan.

Sentir como el pene de Sandokan pugnaba por amoldarse aquella abertura, y a la vez  la rociaba a todo trapo para inseminar a la abuela dejó cao a la abuela sobre todo  cuando Sandokann soltó su bramido y se dejó caer hacia atrás sabiendo que durante unos minutos era presa de esa íntima unión con la abuela y le iba a regar hasta las mismas entrañas, solté las amarras de los pies a la abuela y le quité el antifaz.

Cuando vio aquello entre sus piernas, boqueando y dando bramidos y el placer que le daba jalar de su vagina e intentar arrastrar con ello a Sandokan, aquello era algo indescriptible.

. La abuela pese a los años, logró otro ansiado orgasmo, por el cual me felicitó con una buena mamada, y se apenaba de que Sandokan no fuera como su Napoleón, de monta diaria, aunque la abuela decía que, si la dejaba aquel inmenso quelonio un tiempo, ya vería lo vería lo que eran acoplamientos. Pero eso era imposible

Viaje y Estancia II Parte

Cumplida la misión con mi abuela, pronto esta desde el manejo familiar, hizo que surgiera un viaje a Barcelona, para la compra por parte de mi padre y abuelo de unos sillones delanteros para su nuevo coche, y allá nos dirigimos con mi tortugo en el maletero, con mi abuela y mi mama, y yo atrás y los dos patronos de la casa delante.

Fue un viaje medianamente tranquilo, en el cual Sandokan se mostraba inquieto, tal vez le llegaba las feromonas de la abuela, fuera como fuese, Gertrudis iba preparando a mi mama, para un posible acoplamiento, dejó que su hija acostase su cabeza sobre su cabeza y para que no le diera la luz la tapó con una manta, aunque me imaginaba viendo la cara de la abuela, que lo realmente pasaba debajo de las mantas era que mi madre iba tirando del teto del querubín y haciendo que su madre se corriera de gusto pese a los años.

Mi abuela a su vez metía los dedos entre las bragas a su hija y me mostraba aquellas esquitases que yo quería probar, no en vano pasé un dedo por ellas y aquello prometía ser de muy buena calidad y muy sensible a las caricias, cuando mi mamá Lidia, sintió que por sus bajos nadaba alguien más que su madre. Pero la abuela le metió un achuchón ante su querubín, que la otra entendió perfectamente que sucedía.

Llegamos a Barcelona y pronto mi abuela se ocupó de la logística, ella y yo nos iríamos a casa de Gelmira, Floro y mi padre se quedaban a sus anchas el piso de Gracia ymi mamá se iba hasta la casa de su hermano Antonio, para sus cosas y buscar el nene que nos teníamos que llevar durante unos días a Madrid.

O sea que todos quedábamos durante varios días a nuestro libre albedrio.

Llegar al chalet zoo de mi tío, al que la abuela había embaucado para que se fuera detrás de una de sus filipinas, nos dejó el campo libre, para organizar nuestros proyectos, que eran satisfacer las querencias de mi abuela, pervertir si cabe más aún a Gelmira, beneficiármela, y así durante dos interminables días.

Al recalar en zoo, pronto dejé a Sandokan con sus nuevos amigos, y seleccioné a aquellos que podrían servirme para deleitar a mi perversa familia, y por allí andaban a su aire un cerdo japonés, un tapir y un mapache, un par de cisnes, varios ponys, varios patos. Etc.

Seleccioné para un posible apareamiento para Gelmira y Gertrudis pues era época adecuada al tapir, al cerdo vietnamita de casi unos 50 kg largos, un bello cisne y de los ponys, y me fui de compras a Barcelona, para hacerme con unos especiales animalitos para mi abuela, que a buen seguro que le gustaría la sorpresa.

Concluidos los preparativos, no reunimos antes de la cena, para el primer acercamiento al tema zoofórico, pues Gelmira, al no contar con la ayuda de su marido era un poco lela, a la hora de darse placer, y se conformaba con los tíos, y la monta por su perro San Bernardo, y los vano intentos con otros animales, aunque le caía la baba al verlos por la finca con sus penes fuera.

Lo primero fue presentarme pues hacía años, que nos veíamos, y la verdad es que estaba cañón, toda ella muy proporcionada y un tanto ligera a la hora de orgasmos, que le venían de continuo, con solo imaginar la escena, podía correrse.

Por tanto, la abuela se encargó de ponerla a tono y dejarla para que yo me la pudiese beneficiar a capricho. La abuela la puso a cuatro patitas, y con su alto chumino, ahora muy afeitado, en pompa, y Gertrudis le dio a chupar a su querubín, para que este mostrase un buen cañoto, en ello estaba Gelmira haciéndole crecer el gran clitóris, cuando le acerqué a Gelmira a Danilo, un enorme cisne macho que estaba más salido que un tren pues le servían para sus escarceos hasta las pequeñas pitas japonesas.

Lo cierto es que el cisne siempre ha estado presente en el imaginario zoo de ahí la imagen de Leda y el cisne, y la verdad es que no es fácil hacérselo con un cisne, pero de todo hay en la vida y así lo contaba W.b Yeats  Un espasmo en la entrepierna concibe el muro caído, el techo y la torre ardiendo, a Agamenón y su muerte. Tan impotente, tan rendida ante el brutal hijo del aire, ¿unió ella al recibirlos el saber y el poder antes de que el indiferente pico la dejara caer?

No es que fuera la d dios, el pene del cisne, pero sentir como el sacacorchos que tiene te entra y sale en un momento, casi que visto y casi qué sentido, pero todo ese plumón encima de Gelmira sintiendo las patazas del cisne y como este buscaba el cuello de mi tía era toda una perversa escena, que si el bien el orgasmo físico por la introducción del pene del cisne, no es que fuera la de dios, pero el orgasmo mental de verse en esa escena tan histórica hizo que Gelmira quedara alelada, por lo cual acaba la cópula, limpié de restos el culamen de la buenorra tía y le encalomé mi príapo, que ese sí que lo sintió entrar sin previo aviso ni condón, quería la muy zorra desasistirse del pollonazo, pero era hora de preñar a alguna hembra de la familia, y que mejor que a Gelmira, , los retorcimientos de su cuerpo, las arcadas porque la abuela le apretaba contra su diminuto chumino y mis zurriagazos, hicieron que el orgasmo de los tres se acompasara, pues verme allí con las tetazas de mi vuela bamboleando, ésta dejándose chupar hasta atrás, yo intentando alcanzar la boca de mi abuela para el preceptivo morreo, y mi tía bajo nuestros cuerpos era sublime, y la corrida dentro fue monumental, allí la retuvimos por sus buenos instantes para que el semen llegara a donde tenía que llegar.

Nos tomamos un descanso para bañarnos y cenar un poco y luego los tres juntitos a la cama, a saborearnos y prepararnos para el día el día siguiente.

Amanecimos bañado en sudor y en semen, y eso era bueno para nuestros planes, lo cierto es que Gelmira quería que la ayudaramos a ser follada por uno de lospnis, o por el tapir que quería la abuela, y yo era de la idea que eso era mucha polla para mi Gelmira, a la que ya había catado y no era ni su culo ni su chichi, como dar cabida a tanto mondongo, por tanto convinimos en dejarla saborear las dulces mieles del cerdo vietnamita, que se follaba todo lo que había por casa, y varias veces, era una maquina cuando se ponía follar, y esta era la ocasión.

Preparé la escena colocando a mi abuela a cuatro patas en una especie de estructura donde se pudiera agarrar e impedir que el tapiz le calzara los 50 cemt de polla que tiene, pues lo que se le venía encima, ni era pequeño ni su herramienta era una nimiedad, pero Gertrudis, quería cerrar su periplo erótico haciéndoselo con un tapir de las tierras bajas que tenía mi tío en su particular zoológico.

Aproveché la ayuda de Gelmira para que hiciera de mamporrera, y le diese un cierto tratamiento aceitoso a nuestro Belequio, que se mostraba muy dócil y sociable, pues fue ver a Gelmira,  casi que en cueros y ponerse medio a tono, le indiqué a mi tía que le hiciese una medio paja con sus manitas, y si quería dar una lengüetada a buen instrumento a modo de flauta podía hacerlo, y a buen que  Belequio se lo agradecería.

Cuando llegó Belequio a la estructura, traía cogida a su trompeta sexual a mi tía que no dejaba de refocilarse con ella por la carea y las tetas, ya que decía que aquello que manaba de la polla de Belequio tenía que ser bueno, dada la naturaleza del bicho, Belequio nunca la había visto más gorda, una tía que le pajeaba de manera continua, y otra que se abría de patas para que su trompeta la taladrara, avisé a  la abuela de la inminencia del pollazo, que Belequio tanteo por toda su culera, buscando el agujero caliente, Gelmira le sobaba los huevos e intentaba digirir aquel largo manubrio que Belequio lanzaba a modo tanteador, hasta que encontró lo que buscaba, la corona del glande se hizo flexible y allá calzó a la abuela unos cuantos centímetros de polla, al menos unos casi que 35 cm se los encalomó  dejando a esta turulata del pollazo tan tremendo y más cuando ya dentro de la vagina la corona se hizo hueco  para dar paso a la inseminación.

La estructura aguantó a Belequio que le retuvo por el collar, sino a Gertrudis le sale la polla del tapir por la boca. Se retiraba Belequio del pollonazo, y la abuela gritaba , follame cabrón no me dejes, dame más, parecía que Belequi daba por concluida la acción copulatoria, pero un firme manejo por parte de Gelmira, sobre la sabrosa corona del glande de tapir que tenía flujos propios y de Gertrudos, hizo que de nuevo Belequio se animara a darle otro pollonazo a la abuela Gertrudis que se desmoronó de gusto y placer y ya totalmente satisfecha, Belequio tardó en retirarse, fue dejando que su polla se fuese lentamente de la vagina de Gertrudis que vertía semen a raudales.

Cual no fue mi sorpresa que Gelmira intentaba reanimar a Belequio a rearmarse y que le diera a ella también su ración de polla, si que cogio la polla y se la puso en la entrada de su vagina y hasta se abrió el culo para que este tomara posesión de la humana, pero  ya Belequio estaba rendido se había empleado a  fondo y  prefirió regarla  de semen, y  tras soltarlo por mi parte  de la cadena prefirió irse al estanque a refrescarse ante tano ajetreo.

La abuela pìdio un receso, y se fue a la bañera a refrescarse y degustar el pollonazo del tapir y ver pro la película grabada exprofeso, como había sido la monta, de cómo su vagina se abría al paso el ariete de tapir que pedía guerra.

Ahora me quedaba con Gelmira, que estaba loca de lujuria tras no poderse empollonar con el tapir, le propuse que le ayudaría a que la montase el cerdo vietnamita, que a buen seguro que no la dejaría descontenta.

Desmontamos el tinglado y traje a Saturnino, un cerdo cebón vietnamita, que para mi que sufría cierto priapismo, pues fue poner a la mi tía a cuatro patas, y calzarle las protecciones en las patas uy colocarle un bozal, cuando ya su sacarcohos perineal, salió disparado buscando la concha en la que guarecerse. Estaba claro que el animalito ya había hecho prácticas. Como sabía que por el chocho la cosa iba a ir regular, enfilé a Saturnino para que el pollazo fuera por el ojete, y así fue como Gelmira quedó bizca cuando sintió aquella larga daza enraizarse en su intestino, boqueaba de gusto, lo cual aproveché para meterle mi polla en la bosa y me hiciera una mamada. Saturnino, estaba claro que sabía de qué iba aquello, pues la taladró más de una vez, y es más parecía que se iba para descanso de Gelmira, cuando este le lanzó otro pollonazo que le alcanzó su empapado choco tras el riego del tapir, ahora Gelmira lloraba porque la iba a deshacer por dentro de gusto y de dolor. Eso sí cuando Saturnino se fue mi tía Gelmira suspiraba por otro par de pollonazos.

Las ayude a lavarse y recomponerse, dándoles cremas y masajes, pues por la tarde quedaba otra sesión, pero prefirieron pactar otro dia más con Floro y mi padre, y recomponerse para la fiesta final. Así se hizo.

Me hubiera gustado ver a mi mama Lidia, y al Floro y a mi padre de pendoneo por Barcelona, pero yo tenía bastante qué hacer con el zoo, y las dos hembras humanas medio destrozadas que tenía en casa. Me acosté con las dos y yo en medio y así sin más recuperamos el sueño y el placer de estar juntos y follados.

Al día siguiente día por la mañana, las dos hembras estaban de buen humor y dispuestas para la apoteosis final.

Lo primero fue catar el producto, una buen manoseo de la abuela, para ponerla  a tono, y atarla a la cama, las manos en cruz y al cabecero, y los pies a cada lado de la cama, una sábana bajera de esa de hule, el pompis en alto, para mejor mostreo de su ¡gran chumino, y par de buenas chupadas a su querubín clitoridiano para que tuviese cierta prestancia, a cuyas tareas se prestó Gelmira, a la cual iba toqueteando por aquí y por allá.

Llegado el momento le vendamos los ojos a la abuela y empezó el espectáculo, de su pecera fui sacando una serie de pequeños pececitos, de esos que se comen las pieles de los pies, los cuales fuimos metiendo en el seno de la vagina de la abuela, la verdad es que metimos unos cuantos, que debían estar haciendo de las suyas viendo como la abuela ya con eso se retorcía de placer.

Luego saqué una serie de octópodos de tamaño medio, a los cuales previamente extraje su pico, para que estuvieran un tanto desdentados, y fui colocando cada pulpo encima de los pezones de la abuela, que al sentir tan viscosidad y como estos animalitos se iban apoderando con sus tentáculos de lo que iba a ser su territorio, ya empezaba a gemir, fuimos contemplando como se abrazaban a sus grandes tetas y como todos sus tentáculos iba midiendo los contornos del tetamen.

La abuela estaba sofocada, entre el placer y la repulsa, y más aún cuando le puse un buen octópodo en su querida almeja, exactamente encima de su querubín, que pronto fue succionado, y los brazos del susodicho se extendieron por el caderamen de la abuela, para que aquello no se fuera de la zona del chupeteo.

Y como remate saqué al macho alfa de los octópodos que coloqué encima del chocho de la abuela Gertrudis, este enseguida localizó a sus presas dentro del chumino, y empezó a expandirse por el culamen, en cuyo ojete le inserté el brazo copulador del pulpo, y allí la dejo, retorciéndose de estremecimientos y suspiros de placer. NO quería orgasmos y algo de bondage zoófilo, pues aquí lo tenía.

Alli la dejé por un bue tiempo, para dedicarme a mi querida Gelmira, a la cual no me resistí a darle unas buenas lamidas a su chocho y a su culito, los cuales hoy iban a saber lo que era bueno. La puse a tono, para un buen polvo, pero yo antes quería probar que el San Bernardo de mi tía me enculase mientras me follaba a su dueña. Dicho y hecho, preparé a la buenorra de mi tía que puse a cuatro patitas, y yo de rodillas frente aquella exposición, tras rebozarle un poco de lefa y dejarle a Nerón, que le diese unas lamidas, la empitoné como mejor supe, dejando que saboreará la  polla que la estaba taladrando con su inmenso mandril que Nerón me había puesto también a cien, junto con Gelmira, cuando ya estaba cerca de la corrida, di un par de palmadas en mis nalgas y pronto Nerón se echó encima de mí con sus tanteos, hasta que hizo diana en mi culito, ya de mano lo metió todo, lo sentí deslizarse todo el bálano hasta sentir su pelleja, luego cuando el otro sintió que hacía tope, dejó crecer su bulbo y en esa sensación hermosa, de ver cómo te revienta el culo, y como el instrumento se hace con tu cavidad fue cuando empecé  a sentir las olas de placer y a su vez me fui dentro  de Gelmira a la que apretaba contra mí. Al final terminamos unos sobre otros, yo dentro de Gelmira que seguía dando a su clítoris, y Nerón tirando de mi enfebrecido culito, para sacar su instrumento el cual yo retenía a base del esfuerzo de mis entrenados esfínteres.

Gelmira continuaba gozando y pidiendo más y más guerra, por lo cual le di un silbido y presto a nuestro lado estaba Venancio el pony que ya mostraba su buen calibre, y que no tardó en intentar taladrar a Gelmira, primero hurgando en su vagina que parecía elástica, pues se tragaba y tragaba aquel inmenso y gordo sable, hasta hacerla clavar las uñas en la banqueta a la que se sujetaba para poder ofrecerle más seguridad a Venancio, el cual quería más folloneo, y por eso en un descuido de Gelmira, gozando como gozaba de la sacada lenta por parte de Venancio, no se percató de que esto volvería a la carga, y como todo estaba untuoso, pues la trompa del equino enfiló derecho por el ojete de Gelmira, que ya había tomado medidas al pollón de Nerón, y ahora lo hacía frente al pollonazo de Venancio.

Gelmira fue sentir el terrible trallazo de la polla equina, que ella hubiera querido controlar tras una buen mamada, pero Venancio, no estaba dispuesto a perder la hembra allí colocada, por lo cual arreó con todo hasta que hizo tope y levantó en vilo a Venancia con su polla y a esta le quedaron los ojos a cuadros, a la vez que se corría y de su chocho manaba abundante esperma equino sus propios flujos y un hilillo de sangre, coctel que Nerón se puso presto a lamer, y dejar a su dueña como nueva.

Concluida la follada me fui en busca de la abuela que estaba fuera de sí, los pulpos en sus pezones se los habían puesto de madre, me costó soltarlos, solo con algo de agua caliente que les acerqué, se decidieron a dejar sus chupetas, estos estaban como si les hubieran puesto los aparatos de ordeño de las vacas, eran como tetos de vacas.

El otro octópodo se había quedado dormido con el querubín de la abuela en sus fauces, y cuando logré desasirlo de su preciado juguete la abuela presentaba un buen nabo en longitud y grosor, y supongo que tardaría en volver a su aspecto, si es que lo hacía alguna vez, ahora sí que sus esclavos sexuales iban a tener entretenimiento.

El otro gran pulpo, este había hecho de las suyas, se había zampado los peces, y había dado vuelta a la vagina de la abuela como un calcetín, y no estaba dispuesto a dejarse arrebatar de su botín, tuve que emplearme a fondo, mientras la abuela agonizaba de placer y como no de dolor, pues su culo presentaba los síntomas de brazo copulador del octópodo, y como no, todo el cuerpo de la abuela presentaba las marcas de los tentáculos y ventosas de los pulpos que se habían empleado con saña , y dejado a esta bien marcada, y consolada.

Atendí bien a mis hembras, y les di unos calmantes y relajantes musculares y para que durmieran porque la refriega sexual había sido muy, pero que muy dura, e intensa   y los tiempos se me habían ido de las manos, por lo cual llamé al abuelo Floro y a mi padre para que me dieran un día más para que tanto Gertrudis como Gelmira se recuperaran y presentaran mejor aspecto.

Viaje de retorno y el sabrosón cuerpo de mi mamá

Al final, respuestas o medio reponer, nos juntamos la familia en el centro de Barcelona, la abuela Gertrudis con sus marcas octupudianas, y Gelmira, con unas ojeras de aquí te espero, aunque se quedaba en Barcelona, para cuidar de su maridito y de su zoo, del cual ya sabía que podía obtener… Emprendíamos viaje D. Floro de copiloto, mi padre de piloto enfundados en sus cursis monos de pilotes de carreras, y con el tuneado del coche y sus enormes asientos deportivos, la abuela Gertrudis, el nene de la otra tía, y la ortopédica silla en que iba montado, mi madre y yo compartiendo un minúsculo espacio. Es lo que hay comentó el abuelo Flor, mientras Getrudis me guiñaba el ojo.

Emprendimos viaje al anochecer. Los de adelante como marqueses, la abuela toda pancha, y yo y mi madre en plan cucharilla de café, en el espacio que nos habían adjudicado. Y así fuimos durante un tiempo en los que fui tomando medidas a mi mamá, y palpando todo lo que puede. Aunque ella se resistiera, no quería montar ningún escándalo, por lo cual yo fui avanzando en los toqueteos, tal y como me había aconsejado la abuela. Cuando en un rayo de luz nos alumbró yo estaba tratando de cogerle una teta  a mi madre, mientras tenía la otra hurgando ya entre sus bragas.

Lo cierto es que pese a la resistencia, mi madre estaba empezando a mojar sus braguitas, lo cual mejoró mucho mis posteriores evoluciones, saqué los dedos embadurnados de su lefa, y después de hacer que los chupara, le eché un poco de humus, y entraron escopetados entre la braga hasta su propio útero, lo que hizo que se revolviese en su asiento, dado que había tocado diana.

Entre la resistencias y los orgasmos de mi madre, el coche empezó a bambolearse, lo que hizo que Floro, tuviera que dejar la polla de mi padre que tenía en la boca, y que por entre los dos asientos veía como D. Floro vaciaba a mi padre de sus tensiones, y la abuela le daba de mamar al su nieto, de uno de sus doloridos pezones, para que este se calmase, no porque sacase leche, sino para que tuviera algo que chupar.

Mi padre, ordenó que nos estuviésemos quietos, y que nos recolocásemos, o sea que ya era hora de que mi madre se pusiese en mis rodillas, pues tenía claro que ya llevábamos unas horas en posición incómoda. Mi madre intentó protestar, pero tras la parada para el café le quedaron claras las ordenes.

Lidia, la mamá adoptiva se puso en mi regazo, y puesto que no podía hacer gran cosa, digamos que saqué mi nabo para que le diera el aire, y fuera dando pequeños saltitos sobre las bragas de mi mamá, lo cual le fue poniendo a punto caramelo, ella se empecinaba en guárdalo, y el instrumento a ponerse cada vez más tieso, empezando a echar pequeños fluidos.

Mal que bien pude ir apartando las bragas a mi madre, que pese a su repulsa, se vio encalomada por mi florido instrumento que le entró con un plop, que fue escuchado en silencio en todo el coche. Una vez dentro aquello fue toda una delicia, mi madre empeñada en salir del encorche a la que le tenía sometida, lo cual implicaba retorcimientos de todo tipo, lo cual era toda una alegría para mi polla, que a cada movimiento se introducía hasta los mismos huevos.

Al final mi madre se dio cuenta que había perdido la batalla y que lo mejor era dejarse llevar, y cooperar, por tanto cuando el pollonazo estaba en pleno auge, la buena de Lidia se dedicó a acomodar mejor el nabo, y tirar de él para que este se insertase mejor en su vagina, como además mi floripondio tiende a una singular curvatura miel sobre hojuelas, o sea que la muy zorra se estaba poniendo de lo lindo.

Eso lo supe, cuando la muy cabrona, en una sucesión de baches y traqueteos, me clavó en el brazo las uñas, la vez que pedía más. Y como esto no llegaba con la intensidad que necesitaba se empezó a masajear su pequeño querubín, lo que hizo un efecto perverso, pues pronto la abuela, sacó a airear su hinchado querubin-priapo, que le dio a chupar a su hija que ahora hacía ejercicios de contorsionista para no perder mi nabo y poder seguir chupando la pirulilla de la abuela.

El ambiente estaba caldeado, por tanto, el coche se detuvo en un camino secundario y D. Floro, se fue a mi puerta y puso a su mi madre a chupar su florón que estaba a punto de volcán en erupción, lo que no tardó en suceder, y cuyas lefas tras la explosión se restregó Lidia por su cara y tetas. Lueso se descabalgó de mí sin permiso y contemplación alguna, y puso el culo en pompa para que D. Flor se lo comiera y le diera unos buenos pollonazos alternativos en culo y chocho, mientras Lidia me hacía la mamada del siglo.

La abuela por su lado, había tomado en brazos al niño, y le daba alternativamente a chupar una de sus tetas, mientras mi padre le daba delicados zurriagazos de palmeta sobre sus coloridas carnes debida a la acción de los octópodos, y dado que su chocho aún estaba de vuelta y media, y se recomponía, mi padre se dedicó a su inmenso ojete que fue santo y seña para que allí mismo se desarmara una gran bacanal familiar.

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