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Las aventuras de un benedictino (1)

en Grandes Relatos

LAS AVENTURAS DE UN BENEDICTINO

 LA NOTICIA I

 Tras las revueltas de  hermanos  propios y de otras órdenes que  pedían la abolición de las rígidas normas conventuales que nos alejaban cada día más  de nuestros propios convecinos, que  a su vez se revelaban contra  la opulencia de las órdenes religiosas.

 Nuestro vetusto y pobre monasterio de San Benito , comenzó a sufrir los síntomas de una inminente rebelión no tanto porque nuestros aparceros nos reclamasen mejoras, que ya tenían y gozaban a diferencia de otros monasterios, sino por las noticias  que llegaban de otros cenobios aledaños, lo que hizo que el Abad Pérez del Castillo me llamara a capítulo lo más urgente posible.

 Entré en aquél austero recinto que eran las dependencias del Padre Abad, con el alma un tanto encogida por lo que pudiera suceder de tan imprevista reunión, fuera del capítulo general de hermanos.

 Estimado Abelardo,- decía el  inmenso y  Venerable Padre-, llevas años entre nosotros y   he venido observando  tus movimientos en estos últimos meses y veo   que estás inquieto, y que como los perros en celo , alzas la cabeza en pos de rastrear en  el fresco aire que en estos días sopla hipotéticos aromas que en nada te convienen..,-  no quiero entrar en tus recuerdos ni añoranzas, pero veo que  estás como halcón enjaulado, y por ello daré una oportunidad de conocer ese mundo que añoras.

 En medio de este discurso con la mesa albacial por medio , con un grueso tapete que tapaba hasta las patas, vi asomar unos pies adolescentes y desnudos, que si no me equivoco pertenecían a  la joven  Beatriz que debía estar ordeñando con su suave boca mientras el vetusto abad,  continuaba con su angelical rostro incólume con sus reconvenciones  y mensajes.

 Tengo necesidad por otra parte de librarte, por el cariño fraternal que te tengo de ciertos males que te acechan en este monasterio por tu juventud y donaire, y como además necesito tener noticias de los Hermanos del Norte, de forma fiable, de cara a un posible asentamiento  del monasterio, te enviaré con una misiva personal y en forma  disimulada de peregrino te llegarás al Monasterio de San Pelayo  donde entregarás al Abad Germán en persona mi carta.

 Reflexiona pues sobre dicho encargo, y prepara cuanto te sea necesario para el largo viaje de casi dos meses que tienes por delante. Como sabes en el monasterio somos pobres y por tanto tan solo te podremos proveer del pequeño Celedonio , algunas viandas y unos cuantos cuartos para el camino, procura pues hospedarte en conventos y monasterios de hermanos y con gente sencilla que a buen seguro te acogerán con agrado . Espero que  vuelvas con buenas nuevas allá por cuaresma.

 El rubicundo y amable Padre Abad parecía estar leyendo mis pensamientos, pues era cierto que en los últimos tiempos me hallaba inquieto y los ardores de la carne,  me asaltaban de continúo y  parecía oler en los frescos aires , el agradable olor de hembra  en celo;  aunque era fácil para él ver en ojo ajeno la paja y no mirar el suyo propio.

 Cierto es que no debería andar con esos dengues pues al fin  y al cabo era un monje de sanbenito, pero mis treinta  años , me pedían  salir de aquella  cerrada atmósfera , donde era cierto, que se cernían sobre mí ciertos peligros que estaban dominando casi al completo del venerable claustro de hermanos y más a tenor de lo visto e intuido en las habitaciones del Padre Abad .

 En más de una ocasión, el Prior  y  el hermano Hospitalario, sabiendo de mi necesidad de  perderme fuera del cerrado recinto  monacal me habían reconvenido a la vez que me sobaban disimuladamente y me proponían un fino chantaje de acceder a sus pretensiones  a cambio de permitir mis escarceos fuera del monasterio, no es que yo no estuviera en ese lado del “negocio” que a buen seguro lo sabían ellos, pero para esos viajes no quería tales compañeros.

 Me encaminé al Claustro, en busca de Fray Isidro de Tremon, al que encontré sentado al tibio sol de  febrero, le  comuniqué las nuevas noticias y mi viaje ; no se alegró mucho pues mi partida le dejaba sin una de sus aficiones y apoyo para seguir en aquél monasterio.

 Ten en cuenta todo lo que te he enseñado, y no te descuides, utiliza pues tu condición de monje y la confesión con buen arte, y verás como el viaje te será un reconfortante viaje de iniciación y aprendizaje; como partirás a buen seguro a maitines, nos veremos tras la hora de vísperas  en el herbolario para nuestra particular despedida, mandaré recado a Teresa  para que nos acompañe.

 Me despedí del hermano Isidro, y fui  a preparar mis pocas cosas para la  inminente partida a maitines, además debía preparar la jornada que me aguardaba aquella noche, pues el H. Isidro era un viejo monje libertino, recluido ya en el monasterio, pues sus años y achaques apenas si le dejaban caminar apenas unos pasos, pero no por ello dejaba de tener en apartados rincones del monasterio sus refocilos con cualquier hembra o mancebo que se le pusiera a mano, aunque apenas ya si su  príapo se levantaba, ni su vista alcanzaba a distinguir muy bien quien estaba en su presencia, aunque no se podía decir lo mismo de su olfato o tacto.

 Fue Fray Isidro quien me inicio en los asuntos  y maneras de la jodienda, y por lo cual yo solía ayudarle y asistirle en dichas tareas ,además de hacerle partícipe en la manera que el lo requería. Supuse que si avisaba a Teresa para mi despedida, era señal de que maitines nos cogería en plena orgía, aunque esto no era tan preocupante, pues había ya tal relajo que a los rezos conventuales solo aparecían aquellos mojes más rectos, los menos , o aquellos que no habían podido encontrar pareja aquella noche.

 Una vez preparadas mis pocas pertenencias y dar ración doble a Celedonio, me encaminé a las dependencias del hermano Isidro, una casita situada en el extremo oriental del huerto junto al gran murallón y la denominada “puerta falsa” que daba a los grandes campos  que nuestros aparceros labraban.

 Di la contraseña, tras los rituales golpes de rigor, y me encamine al cuarto trasero donde ya estaban en un catafalco Fray Isidro y Teresa,  lamiéndose el uno al otro los zumos del “benedictine”  que se habían rociado allí donde a cada uno le gustaba que la lengua del otro llegara.

 Toma asiento Hermano Abelardo, que pronto te dejaré sitio, pero antes aprende algo más antes de tu partida y, mira como un hombre al cual la naturaleza ya no le ayuda , hace feliz a una manceba, le  vertió una gotas de una macilento líquido  desde el ombligo y que arrollaba porr el coño de aquella frívola y casquivana  manceba , que gozaba con ponerle los cuernos a su marido y participar en jodiendas con más de  un hombre mujer ”.. , mira como empieza a abrasarle ese gran fuego que pide  la frescura de mi saliva para calmar su ardiente sed.”

 Y de aquella manera Teresa que además gustaba de ser mirada mientras jodía, se dejaba hacer por el viejo fraile, que tenía una larga y hábil lengua que suplía con creces su disminuida polla arrugada por los años y los trabajos.

 Teresa  tenía un especial esplendor esa noche, sus carnes prietas y modales  un tanto hombrunos, se veían hoy más suavizados, más golosos si cabría y se dejaba hacer por el libertino monje, que tan pronto le daba la vuelta para introducirle la lengua en el ojo del culo, como le metía casi todo el puño en aquél acrobático coño del cual ya manaban elixires y densos líquidos vaginales que Isidro no desperdiciaba; todo esto sucedía con Teresa medio vestida, que era lo que gustaba, tal vez porque así lo había hecho siempre  y no le gustaba que la vieran desnuda.

 Su pasión era estar haciendo las labores de lavandera o fregando los utensilios de la comida y que jugaran con ella y la jodieran al estilo perro , o de la forma más imaginativa posible sin que ella tuviera que abandonar sus ficticias tareas; con el hermano Isidro ya no podía  traerse tanto revuelo y trifulca, por lo que optaba por hacerse la dormida o  por hacer que cosía unos calzones y  se dejaba  hacer.

 Cuando yo llegaba, sus ojos a pesar de mi impericia, se avivaban pues mi constitución le permitían los juegos y malabarismos que se inventaba cada  mes que nos veíamos a cuya cita era raro que faltara el Hermano Isidro;

Una vez éste juzgó el Hermano Isidro que Teresa había llegado donde el la podía llevar, le indicó que rehiciera el camastro y me indicó a mí que me acercara príapo en ristre.

 Fue inclinarse Teresa sobre el camastro, cuando Isidro le levantó un poco los refajos para enseñarme aquella grupa peluda, donde era difícil con aquella tenue luz saber donde estaba cada cosa ,  aún así me apresuré a meter allá donde fuera o encontrara  mi tiesa panolla un tanto corta y excesivamente  gorda , para mi gusto, pero que a las  pocas mujeres que había catado les había dejado encantadas.

 Cuando Teresa sintió aquel vergajo dio un brinco de placer y de dolor pues el viejo crápula nos tenia cogidos con una mano a mis por los huevos y a  ella por la pelambrera , y de esta guisa nos sobaba a los dos con la otra mano y comprobaba si había hueco o estaba toda metida, si le cogía a ella  aún  un  dedo o podía ya chupar de lo que allí se cocía. Estos eran los divertimentos de Teresa y del Hermano Isidro y por los cuales yo formé parte de sus juegos a indicación de mi hermano y superior.

 Apenas nos habíamos ya enzarzado en la jodienda, cuando el libertino monje nos soltó y empezó a azotarnos con unas disciplinas de recios nudos en las partes que nos dejaban libres nuestra ropa y hábitos;   Teresa enardecía aún más al monje..piedad padre !  Aunque  el mancebo esté en contranatura , es inexperto padre, tener piedad de nosotros¡ A lo que Isidro se ponía más enfurecido y arreciaba en los golpes que empezaban a surtir su efecto, pues ya el príapo de Isidro pedía parte del festín, Teresa me descabalgó y se abrió con ambas manos aquel negro coño, para que aquella diminutez de polla , le entrara por completo.

 Algo tenía que tener  aquella pequeñez, pues  la casquivana  manceba, daba  ayes y alaridos, que envalentonaban al Hermano Isidro a dar algún que otro fuerte transporte; cayeron ambos sobre el catafalco de espaldas dejando Teresa al descubierto su partes delanteras que yo me apresuré a taponar. Y así a modo de un pan con otro , estaba Teresa entre  ambos monjes, uno en su delantera y otro por la retaguardia, donde  yo notaba que el hermano Isidro trabajaba a buen ritmo, lo  que nos hizo a los tres corrernos al unísono.

 Descansamos de tan ajetreados transportes, y quiso Teresa  probar conmigo antes de la partida, un juego de malabarismo al que pronto asintió el viejo monje. Se trataba de ensartar  a la manceba subida a mi cintura y enlazada con sus piernas y así de esta manera,  joder de pie , mientras el lúbrico monje le metía un  enorme falo de ébano que había traído de sus andanzas por tierras moras.

 Seguimos sus indicaciones a las cuales Teresa se prestó rauda, apenas yo me había repuesto cundo sentí la boca del monje sin dientes preparar mi verga para que cogiese tamaño y así ayudarle a buscar el agujero del coño; cuando el depravado monje me  puso con el vergajo enhiesto lo condujo hasta la mojada entrada de la cabalgadora que cuando sintió llegar aquello y en aquella posición se retorcía y se alzaba sobre mi cuello, para dejarse caer y sentir como la inundaba, si aquello era el sumun más lo fue cuando la moza notó como un instrumento frío le entraba por la  contrapuerta .

 Padre bendito que me hace..?,¡ Que me muero y este gañan aún tengo que ordeñarlo padre!, ¿Qué me ha metido jodido cabrón.., acaso se le ha muerto su pajarito mala bestia,..? mientras el hermano Isidro sin hacernos caso , bajaba de nuevo al pilón y nos sorbía los jugos que arrollaban por mis bolas  ;  el estremecimiento fue general y por poco aplastamos al pobre hermano ya exhausto de tanto trajín.

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