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La cuidadora social

en Grandes Relatos

Mi familia de sobra conocida en la comarca por varias razones: su largo y rancio abolengo, su tacañería, y por las poderosas herramientas de su varones que terminaron por tener adjudicado el mote de los Rabilargos, como digo esta vieja familia se iba a pique casi sin descendencia yo soy su último bastión, y tal era la situación que tenía que trabajar para en parte mantenerme y mantener a la prole con que mi rancio abolengo me había cargado.
Esa era la razón por la cual en el viejo caserón familiar vivíamos el abuelo, un viejo que había rebasado ampliamente los 90 , y que se movía como un fantasma en silla de ruedas por la casa, las más de la veces desnudo y preguntándose a gritos para que coño servía aquello que le colgaba entre las piernas. Cuestión que mis padres, entraditos también en la setentena miraban como rebuscando en su memoria los gustos y placeres que con aquello se podía haber logrado.

Si mi abuelo tenía un pollón en descanso se casi 4o centímetros, mi padre le iba a la zaga con sus buenos 35, herramientas como luego supe, por las pérdidas de la realidad de los sujetos, que mi madre daba bien cumplida maña de tales instrumentos. Y que si mi bien formada madre había subido desde el bajísimo escalafón social hasta el alto árbol de los Menchacay Figareto era porque a mi padre le hacía los trabajos de forma cojonuda en la escuela y le iba a ayudar alguna vez a casa, donde mi bisabuelo y abuelo debieron probar tan buena torta y habilidades de la esbelta niñata, que aunque no tuviera mucha teta, parece ser que su boquita y demás agujeritos estaban más que predispuestos a ser consolados.

Por esa sugerencia de las viejas paternidades, mi presunto padre, dio en casamiento con una Álvarez- González y Rivas y parece ser que de esa unión salí yo, aunque la vieja Maruca ama, y biberón ambulante del que esto cuenta, me ha insinuado que ciertas y severas dudas de sino seré hijo del bisabuelo o del propio abuelo, o de la mezcla de leches de las tres generaciones dadas mis personales características.

Sea como fuera, me veía viviendo ya desde hace años con tres ancianos perdidos en el laberinto de la irreal y lejana infancia, y en el más propio y elemental sentido de la decencia, vivían contando sus dineros, rememorando sus viejas hazañas sexuales de polvos y restregones, en un constante contrasentido de saber para que carajo les servía todo aquello que tenían entre las piernas. Estaban perdidos en un irreal limbo senil.

Yo que cada día llegaba más tarde a casa después de duras faenas vendiendo seguros y favores de intermediación, me encontraba con aquel dantesco espectáculo senil. Los intentos por remediar aquella situación eran vanos, ninguno quería irse a un asilo y me aplicaban el fino instrumento de querer legarlo todo a la iglesia, las personas que contraté para el servicio pronto huían de la casa por una u otra razón, o bien porque el acoso de los pater era insoportable, o porque inocentes de ellos venían con sus instrumentos en la mano para que se los limpiara, o simplemente les dijeran para que valía aquello, las pobres señoras al ver aquellos armatostes era lógico que salieran disparadas.

Me armé pues de valor y acudí al auxilio social del Ayuntamiento, una cuarentona metida en persiglas y fina como un espárrago , secretaria de Protocolo del Servicio Social, pronto me dio auxilio en su despacho que cerró a cal y canto, tras exponerle yo mis pesares y situaciones, terminó aplicando por debajo de la mesa y con el pie descalzo un fuerte sobeo de mi bragueta afirmando:

.- Dadas sus poderosas razones, y su situació, tan extraña como paradójica, a la familia de los Rabi..., perdón de los Menchaca no les es permitido recibir ayuda dada su condición económica, pero si yo encuentro argumentos convincentes de la capacidad de su familia pudiéramos llegar a un acuerdo.

Estaba claro que aquella bruja quería probar en carne propia las leyendas de la familia y así me vía arrastrado bajo la mesa teniendo que hacer a un lado aquella blonda bragas y atizarle un buen chupeo aquellos lánguidos labios vaginales, que por más que lo intentara no se ponían colorados ni sebosos, tras el espeso lengueteo, y habiéndose levantado la interfecta a mirar por la ventana , le rebalgué la larga falda y rasgándole en dos las bragas le abrí un agujero por donde empitonándole la polla de unos 28 cmt, hasta lo más jondo, ahora si que aquellas escuálida espadaña se movía y pringoneaba, dando quedos suspiros de fingido se sufrimiento al verse traspasada por tal espadón, que apenas si entraba hasta la mitad, chorreé pues un par de salpicaduras y ya recogía velas, cuando la muy bruja cogiendo parte del pringue que manaba del chocho le dio los lamidas y tomando el mandoble por la punta lo dirigió hacia el estrellado ósculo que dio cumplida cabida a todo mi pollón, palpaba yo la barriga de la interfecta por sí por el otro lado saldría algún bulto, pues era increíble que aquel silbido de mujer pudiera tragarse con tanta facilidad tal mandoble.

La faena torera debió ser de su gusto pues me adjudicó una cuidadora social, eso si mientras firmaba me la tuve que encalomar por delante a la vez que le mamaba aquellas esmirriadas tetas y veía aquella cara de cuervo cuarentón.

Aleccioné con severas amenazas a los próceres de la familia sobre las consecuencias de pasarse una ralla con la nueva cuidadora, y así fue como entró en la familia Doña Mencía una gordonzuela gallega, y grande como un armario, que un tris tras se hizo con el espacio y el mando en plaza.

Coincidió también que en aquella época que yo andaba metido en plena faena laboral y no podía atender ni a Doña Mencía ni a mi prole, pero sí que los resultados eran espectaculares primero además de andar ya por casa todos vestidos, causa seguramente de mi fuerte regaño, todos se iban comportando en la mesa de forma correcta y hasta se daban su más tiernos arrumacos.

Un día llegó a casa la arpía del ayuntamiento a por un buen sobeo, al que me ví sometido en mi propia cama, teniéndole que echar más de un polvo aquel silbato de pezones erectos y culo tragón, eso si también descubrí que la muy condenada tenía sus especiales técnicas bucales que hacían revivir al más de los difuntos pollones. Tras intenso restregueo me comunicó que la Doña Mencía cesaba en sus funciones de Cuidadora Social, dadas ciertas acusaciones y que ella misma se encargaría de venir a determinadas horas de la semana como experta logopeda a dar las últimas lecciones a mis pro generes .

Cuando comuniqué a la familia tal situación aquello fue la debacle, amenazaban con demandar al Sr. Alcalde, a la arpía y a susan corda, les importaba su pito nunca mejor dicho. La solución vino de la misma gallegota que a las pocas horas vino a ofrecer sus servicios dada la estima que había tomado a la familia y no teniendo mejor empleo pues si nos allegábamos a un acuerdo podríamos superar tal crisis, eso si había un pequeño problema en el acuerdo de la Mencía venía un pequeño regalo el “nenón” al que mi madre cuando le dije que vivirían cono nosotros como sirvientes Doña Mencía y el “nenón” pues daba gracias y vivas con lágrimas en los ojos.

Así fue como en casa pasamos de ser cuatro a ser tropecientos: mis padre, el abuelo, Mencia , el “nenón” y la arpía que se dejaba ver cada poco, lo cual llevaba pareja una febril actividad laboral por mi parte para cubrir todos los gastos, aunque no puedo negar que desde que se llegó a aquel acuerdo de las arcas de mi familia me llegaron suculentas ayudas.

Como digo pasaba muchas horas fuera y apenas sabía lo que ocurría en casa, aunque tampoco me preocupaba viendo los adelantos de la familia. Quiso la casualidad que un día tenía de sobra tiempo y baje a desayunar a la cocina donde Doña Mencía laboreaba, tenía pues la mosca detrás de la oreja, pues había notado que mis revistas pornos y algunas cintas se habían trastocado y no por mi mano, estando desayunando en la amplia mesa de la cocina vi como Mencía se inclinaba sobre el barcal de la cocina, comprobando que la muy bruja no llevaba bragas y por entre las amplias perneras de percheron salían unos largos pelos que apenas si dejaban ver algo más. Nunca me había fijado en el aspecto sexual de Doña Mencía, salvo en sus amplias tetas, que me recordaban a las de mi mucama, y a cuya salud me hice más de una paja.

Estaba absorto en aquella contemplación cuando Mencía me pilló en pleno fisgoneo, se bajo las ceñidas vestimentas que se habían arrebujado en lo alto de su grupa y me dio un cariñoso sopapo mientras daba pasaba por mi espalda y me restregaba su tetamen dado el estrecho paso que había. Se subió a la banqueta de los altos armarios y volvió a dejarme percibir sus apegoyadas piernas y un dulzón olor que desprendían mis carnes. Ni que decir que todo aquello me puso en posición de firmes, salí pues raudo y veloz para el WC del servicio en las inmediaciones de la cocina, y allí sentado en la taza del inodoro fui dando cumplida labor a una lenta paja.

Con los ojos cerrados le iba dando al molinete de mi espadón pasándole la mano en palma sobre la cabezota, estaba a punto de correrme y por tanto liberé al pollón del tratamiento y ha ahí que siento como algo se calza en mi chorizón y cogiéndome la cabeza, de un mortal abrazo me entierra literalmente en medio de unas sudadas tetazas, el sube y baja de Doña Mencía, era descomunal sentir todo su peso en mi polla y en mis piernitas que amenazaban con rompe el WC era todo un poema, pero lo cierto es que llevaba sin probar hembra hacía ya meses y la gallega hizo las delicias mi polla. Cuando me corrí con el surtidor de La Cibeles y abrí los ojos la gallega en un santiamén desapareció, por lo cual en un momento quedé como si lo hubiera soñado.

Allí me quedé en el WC pensando en lo que había sucedido y como había sucedido, lo que me pronto me aportó pistas sobre la increíble mejoría de la prole que tenía a mi cargo.

Durante días pensé el estratagema, mientras observaba idas y venidas de unos y otros de como espiar lo que sucedía en la casa sin ser visto ni oído. Quiso la fortuna que navegando por la red, encontrara toda una gama de pequeñas cámaras que prontamente instalé por la casa, en un día que les dí de asueto y vacaciones a todos juntos. Instalé mis cámaras en el WC de la gallega y su cuarto, en la gran biblioteca d e mi abuelo y en el ala oeste donde habitaban mis padres. Coloqué la central de espionaje en el desván de la casa y me dediqué a grabar.

Lo que vi en mi primera sesión fue a la gallega y a la arpía de la Secretaria del Ayuntamiento metidas ambas en fregado, allí estaban en la cama de la gallega esta con culo en pompa y la otra con cofía de ama tenía atado a la cintura uno de esos vergajos de plástico y con el se encalomaba en la amplia grupa de la gallega a la cual cabalgaba al son de una briosa marcha militar a la vez que golpeaba en las ancas a su espléndida montura con una fina fusta de palmeta, a cuyo efecto borbolloneaba el chocho auténticos espumarajos a modo de esperma.

La gallega arrodillada y con la arpía del ayuntamiento en su grupa montada, se cogía a las ropas de la cama y bailoteaba su amplias nalgas para que el artefacto le calara más hondo y la guarra de la cofia se enardeceriera se deshiciese en auténticos fustazos. Terminada la sesión la fina señorita del ayuntamiento se echó en la cama y la gallega fue untando toda su melama por la cara y chocho de su partener. Cuando creí que la sesión había concluido , pues desapareció de mi campo de imagen la gallega, ésta llego con mi abuelo prácticamente desnudo y con los ojos vendados al cual obligaron a chupara y lamiera todo aquel menjunje de Nielda la secretaria del Ayuntamiento.

La gallega no se quedaba quieta y tomando el largo rabo de mi abuelo por detrás y haciéndolo pasar por debajo como a los perros, se dedicó a lengüetearle el nabo que poco a poco, no es que se pusiera tieso, pero la dimensión en longitud y grosor a modo de una grande morcilla iba en aumento que era lo que querían aquellas dos zorronas.

Cuando el abuelo ya había limpiado de mejunje a la Nielda yde Doña Mencía, ésta le había puesto la polla como la de un burro, ambas de echaron de bruces en la cama dejando sus rojitos chochos a la descubierta, el de la gallega inmenso y con una mata de pelos que parecía una selva tropical , el de la Nielda , como ella, escuchimidizo y prácticamente calvo, tomaban pues de la polla al abuelo y alternativamente se la iban encalomando una a la otra , hasta que en un momento aquella gorda manguera regaba cuanto a su paso pillaba, aunque no era mucho la verdad pero las arpías lo celebraban embadurnándose con ello cara y tetas pues según decían les mantenía terso el cutis.

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